Hasta qué nivel caerá el dólar

    A juzgar por el tono airado y la urgencia de los reclamos de gobernantes y opinión pública de las principales economías del

    mundo, la responsabilidad en la caída libre del valor internacional del dólar recae sobre las autoridades de Estados Unidos,

    que, deliberadamente, nada hacen para impedirla. ¿Es correcta esta visión?

    Para quienes abogan desde siempre por la coordinación de políticas macroeconómicas, la posibilidad de actuar para evitar la

    caída del dólar contra la tendencia de los mercados financieros desregulados se basa exclusivamente en la decisión de

    bancos centrales como el de Japón y el de Alemania de comprar dólares, sin límite, para respaldar su valor.

    Lo cierto es que ningún país va a subordinar su política monetaria para preservar el valor externo del dólar. Ni Japón ni

    Alemania están dispuestos a dar ese paso. Tampoco, y por las mismas razones, está dispuesto a hacerlo Estados Unidos.

    Habida cuenta de las actuales condiciones de la economía local, la Reserva Federal no está dispuesta a endurecer la política

    fiscal y monetaria, porque no lo cree necesario y porque la opinión generalizada en Estados Unidos está en contra de esta

    tesis.

    Un alza en la tasa de interés estadounidense puede hacer poco, hoy, por detener la caída del valor de la divisa, pero puede

    complicar el cuadro económico. Una estrategia de largo plazo de fortalecimiento del dólar debería pasar por aumentar la

    tasa de ahorro interno y por reducir el déficit comercial (que se mantiene desde 1981). Entre tanto, aun admitiendo que no

    es el objetivo de la actual política, resulta evidente que los exportadores estadounidenses están ganando terreno en el

    mercado mundial a expensas de sus principales competidores.

    Pero en la medida en que aumente el miedo a un resurgimiento inflacionario, la necesidad de actuar en esa dirección

    aumentar la tasa de interés y de reducir la dependencia del ahorro externo se hará inevitable. Con lo que se podrá detener

    y acaso revertir la tendencia declinante del dólar.

    En los cuatro primeros meses de este año el dólar se devaluó en 10% frente al marco alemán y en 16% con respecto

    al yen japonés. Casi la mitad de esa depreciación ocurrió en la primera semana de marzo.

    Para el observador que no sigue con atención el desarrollo del sistema financiero internacional se plantean varios

    interrogantes:

    ¿Es ésta una firme tendencia que implica mayor erosión en el valor del dólar?

    ¿Terminó el papel del dólar como divisa internacional de reserva, como moneda de cuenta universal?

    ¿Se trata de una consecuencia del ya famoso efecto tequila?

    ¿La caída del dólar es reflejo de la falta de confianza en la economía estadounidense?

    ¿Es que el dólar cae o que el marco y el yen se aprecian?

    En 1985 un dólar compraba tres marcos y 240 yens; ahora apenas adquiere 1,40 marco y 80 yens. Si se aplica el famoso

    indicador Big Mac (el precio de una hamburguesa de McDonalds en todo el mundo) se observa que en Estados Unidos es

    de US$ 2,30, comparado con US$ 3,30 en Alemania y con US$ 4,34 en Japón.

    En muchas partes del mundo, el dólar sirve como unidad de cuenta. Gran parte del comercio internacional se factura en

    dólares, la mayoría de los préstamos internacionales se denomina en dólares, y una enorme proporción de la liquidez

    internacional toma la forma de cuentas en dólares. Hay quienes argumentan que esto significa que el resto del mundo

    automáticamente financia los déficit de Estados Unidos.

    Aun así, el dólar representa 61% de todas las reservas externas del planeta, y la mitad de los activos financieros globales.

    Dos tercios del comercio mundial se transan en dólares, y tres cuartas partes de los préstamos internacionales se otorgan en

    esa divisa. Entretanto, Estados Unidos representa 20% de la producción mundial y 14% de las exportaciones totales. Es la

    primera vez en la historia que el país que acuña la divisa internacional es un deudor neto, y no un acreedor absoluto.

    Sin embargo, como moneda refugio, el marco alemán está ganando terreno. Lo mismo el yen, y también una canasta de

    monedas europeas. El oro, definitivamente, ha dejado de ser una inversión atractiva en tiempos de crisis. Es simplemente un

    commodity más. Todo indica que el dólar será reemplazado a no muy lejano plazo como moneda internacional de reserva.

    Los recientes problemas del dólar se acentúan a partir de la crisis mexicana de diciembre pasado. La sensación para el resto

    del mundo es que Estados Unidos deberá pagar los platos rotos. No sólo con el paquete de rescate por US$ 20.000 millones,

    sino además por las pérdidas sufridas por inversionistas estadounidenses en ese mercado, y por la caída inevitable de

    las importaciones mexicanas. El colapso del peso obligará a México a comprar menos a su vecino. Mayor desempleo,

    además, provocará renovada presión de inmigrantes sobre la enorme frontera común. Fuerzas de la misma intensidad que

    empujan al descenso del dólar ayudan a elevar el valor del marco. La fortaleza del marco se debe a que la economía interna

    está creciendo tan rápidamente que se espera que el Bundesbank, obsesionado con un posible rebrote inflacionario, eleve las

    tasas de interés para conjurar este riesgo. Mejor retribución al dinero atrae a inversionistas de todo el mundo que,

    consecuentemente, se pasan a operar en la divisa alemana. Especialmente debido a la incertidumbre sobre el resto de las

    monedas europeas.

    Lo cierto es que en esta ocasión, ante una crisis, nadie corrió hacia el dólar como moneda refugio. Todo lo contrario.

    Una última reflexión: la devaluación del dólar es también la del peso argentino. Ello significa que nuestras exportaciones

    serán más competitivas, por lo menos las orientadas hacia mercados europeos y asiáticos. En cuanto a las importaciones de

    esas mismas procedencias, seguramente se encarecerán aunque se denominan en dólares. Ambos factores combinados serán

    positivos sobre la balanza comercial, que busca mayor equilibrio, y que puede quedar nivelada a fin de año.

    Final de una Era y de un Modelo Corporativo

    ¿Qué significa que una de las mayores empresas del mundo, que acaba de anunciar una importante rentabilidad

    durante el ejercicio terminado, decida abordar una dramática reorganización interna que cambiará su estilo y modelo

    de conducción al mismo tiempo que dejará en la calle a casi un tercio de sus empleados?

    La respuesta es que se ha terminado un modelo corporativo que fue imitado durante décadas, que la tendencia a reducir

    personal existe incluso obteniendo ganancias, y que la ortodoxia cede lugar a nuevas experiencias, aun en la cumbre.

    Durante cincuenta años, el Royal Dutch/Shell Group ha sido un modelo de empresa multinacional. Una singular federación de

    compañías operativas con un cuadro de ejecutivos muy bien entrenados en cada una, y una oficina central desde donde partían las

    directivas marco de la gigantesca empresa.

    Pero el 29 de marzo, sin razón aparente, Cornelius A. J. Herkstroter, presidente de Shell, anunció el comienzo de una

    radical reestructuración. Un programa de este tipo en una empresa que tiene 105.000 empleados no puede ser sino

    perturbador. Se calcula que el nuevo programa dejará cesantes a por lo menos 30.000 trabajadores.

    Lo más sorprendente fue que, un mes antes de definir el nuevo programa, Shell había anunciado ganancias récord en 1994.

    Sus ingresos se incrementaron en 24% sobre 1993, obteniendo US$ 6.400 millones sobre un total de ventas que alcanzaron

    a US$ 134 mil millones. Sin embargo, los ejecutivos de Shell están preocupados por el futuro. Los ingresos por explotación

    y producción bajaron 16%, y la comercialización de combustibles refinados cayó 12%. Los buenos resultados se lograron

    sólo gracias al incremento en las ventas de los productos originados en la división química.

    Por razones históricas, Shell está organizada principalmente sobre líneas geográficas. Cada país o región tiene su

    propia compañía operativa con sus respectivos ejecutivos. Estas dependen del comando central de la corporación, que

    está dividido en dos sedes, Londres y La Haya. Y en la cima está el comité de directores, los cuatro máximos

    ejecutivos de la compañía, donde cada uno es responsable por una de las cuatro regiones en las que Shell divide el

    mundo.

    En el futuro, el grupo estará formado alrededor de cinco organizaciones de negocios cubriendo las principales

    actividades de Shell: exploración y producción, refinamiento y comercialización de los productos derivados del

    petróleo, químicos, gas y carbón. Cada compañía operativa se reportará a cualquiera de estas organizaciones que sea

    relevante con sus actividades. La forma de las actuales compañías operativas no será alterada para los nuevos

    propósitos, sólo cambiarán sus relaciones con el resto del grupo.

    Las primeras tres de las cinco organizaciones estarán lideradas por nuevos comités de negocios integrados por ocho

    representantes de las compañías claves de cada organización, y éstos decidirán la estrategia general, pero dejarán la

    autoridad ejecutiva en manos de las compañías operativas.

    Esta Crisis Es Diferente de la de Hace 10 Años

    Gobiernos e instituciones multilaterales insisten con toda razón en que la región no corre el riesgo de una repetición

    calcada de la crisis de la deuda de 1982: aparte de que la mayor parte de la deuda externa es ahora privada en vez de

    pública, los créditos de los bancos internacionales privados tienen un papel mucho menor en la situación actual.

    Un documento de discusión publicado por la CFI (Corporación Financiera Internacional) muestra la forma en que el

    mundo en desarrollo, y en particular América latina, ha financiado su crecimiento desde 1991, cuando comenzó a emerger

    de la llamada década perdida.

    Los flujos de capital hacia el sector privado de los países en desarrollo aumentaron más del triple en 1990-1993, cuando

    superaron US$ 44.000 millones: América latina recibió más de un cuarto de esa suma.

    El crédito bancario, en cambio, sólo aumentó 48%, a poco menos de US$ 20 mil millones (de los cuales América latina

    tomó la mitad en 1993, y tan sólo Brasil 29%).

    Mucho más espectaculares fueron los aumentos registrados por otras formas de financiación, como la emisión de

    bonos y otros instrumentos de la deuda, y la compra de acciones por inversionistas internacionales.

    La colocación de bonos aumentó casi seis veces, a US$ 17.200 millones en 1993, de los cuales América latina tomó 75%.

    México absorbió 28% del total ese año, y Brasil y la Argentina alrededor de 20% cada uno. Estas emisiones están muy cerca

    de igualar a los créditos bancarios como fuentes de fondos.

    La venta de acciones aumentó 492%, a US$ 1.000 millones en 1993, y nuevamente América latina tomó la mayor parte:

    66%; Brasil representó 52% (México había sido antes el receptor más importante).

    Al hacer una comparación entre bloques geográficos se puede comprobar que en esta área de financiación América latina ha

    superado al Lejano Oriente en los últimos años: tomó del extranjero casi tres veces más en emisiones de instrumentos de la

    deuda y capital accionario, y casi el doble en créditos de los bancos.

    Pero en esta misma comparación yace una de las pistas del reciente susto: los países asiáticos siguen superando a

    América latina en términos de crecimiento económico, y una de las razones es que fueron capaces de tomar más

    dinero de sus ahorros internos. En América latina, sólo Chile tiene tasas de inversión interna que comienzan a

    acercarse al nivel más bajo entre sus rivales asiáticos.