La incógnita japonesa


    LA INCOGNITA JAPONESA.


    Muchos de los que ayer pronosticaban que el avance de Japón
    era indetenible ahora dicen que está ante un fracaso sin
    retorno. Ni tanto ni tan poco. Hay que entender los efectos transformadores
    de la etapa recesiva.


    Hay un ejemplo notorio que demuestra hasta qué punto es
    inconstante la opinión pública internacional, incluyendo
    la de los pretendidos expertos. Hace apenas tres años,
    el interrogante era en cuánto tiempo el irresistible ascenso
    de la economía japonesa desplazaría a la de Estados
    Unidos y a la de la Comunidad Europea. Hoy, cuando la Bolsa de
    Tokio registra una caída de 50% con respecto a los niveles
    de 1989 -es decir que se volatilizó la mitad del valor
    de todas las acciones que cotizan en ese mercado-, la discusión
    pasa por saber si Japón ha ingresado en un prolongado cono
    de sombra o si está recuperando aliento para retomar la
    carrera.


    El síndrome del peligro japonés se extendió
    simultáneamente cuando siete de los primeros diez bancos
    del mundo tenían ese origen (hoy los estadounidenses y
    los europeos han recuperado posiciones) y cuando los gigantes
    nipones iniciaron compras estratégicas como las encaradas
    por


    Matsushita, Sony y Toshiba en el campo de la industria del entretenimiento
    (cine, televisión, video, discos compactos). Ni hablar
    de las anécdotas en torno de la compra de edificios famosos
    y preciados para los estadounidenses, de campos de golf, hoteles
    y las mejores obras pictóricas de los impresionistas.


    Las noticias ahora son deprimentes: se multiplican las quiebras
    de empresas japonesas, el sistema financiero está sumergido
    en un mar de créditos incobrables, y no se vende un metro
    cuadrado en el área de Tokio. Así como ayer la percepción
    era de éxito incontrastable, la de hoy es de un fracaso
    sin


    retorno. Tal vez ambas visiones son erróneas.


    Los excesos especulativos de la segunda mitad de la década
    pasada -justo cuando la economía nipona parecía
    más sólida- pusieron en riesgo la prosperidad de
    Japón. En cambio, la recesión ha potenciado una
    profunda transformación de la economía y de la misma
    sociedad japonesa, que parece estar preparándose para un
    gigantesco salto hacia adelante.


    Lo esencial en el proceso japonés reciente es que el auge
    bursátil podría haber continuado después
    de 1989, pero la burocracia encarnada en el Ministerio de Finanzas
    decidió poner fin a la especulación de manera súbita
    y drástica. No se buscó el clásico aterrizaje
    suave que es el objetivo habitual en parecidas circunstancias
    en las economías occidentales. Por el contrario, se buscó
    el


    colapso de los sectores especulativos. Los bancos, previamente
    advertidos, están pagando por sus excesos y eliminando
    sus créditos incobrables a costa de reducción en
    los beneficios. Es una purga de extrema eficacia.


    Hubo una clara intención de castigo, y a nadie en la sociedad
    japonesa le pareció mal la desaparición de brokers
    y la ruina de empresas e individuos dedicados a la especulación
    y a la ganancia fácil. Hubo advertencias al sector industrial
    y comercial de lo que se avecinaba y muchas firmas en estas


    actividades lograron desprenderse -con pérdidas- de valores
    bursátiles y bienes inmuebles durante 1990. Al mismo tiempo
    se tomaron medidas para que el crédito -aunque en menor
    volumen que antes- no debilitara a las industrias y comercios
    de la economía real.


    La reacción punitiva no obedece exclusivamente a razones
    de índole económica, aunque el saneamiento era imprescindible.
    Es en verdad la respuesta a una demanda sentida de la opinión
    pública japonesa, que veía resquebrajarse día
    a día las bases del contrato social que ha permitido el


    acelerado crecimiento del país. Cuando una persona, incluso
    un ama de casa, podía ganar en un día de juego en
    la Bolsa lo mismo que un trabajador calificado en un mes, algo
    se estaba subvirtiendo en el edificio social.


    EL CIMIENTO SOCIAL.


    Era natural y los técnicos del Ministerio de Finanzas sabían
    que el camino obligado era la recesión.


    Pero lo que estaba en juego era más importante que el producto
    bruto interno. De haber continuado el auge bursátil de
    1989, eran los cimientos de la sociedad japonesa los que hubieran
    terminado erosionados.


    Los millonarios -que siempre los hubo- perdieron su discreción.
    El consumo suntuario se hizo groseramente evidente. Los nuevos
    ricos no tenían prestigio en la jerarquía tradicional:
    no eran cultos, entrenados ni demasiado bien relacionados. Muchos
    de ellos no habían pasado por la universidad, en un país
    donde se rinde culto al nivel educativo.


    La vasta clase media, los trabajadores especializados, los mismos
    gerentes de las grandes empresas, acostumbrados a salarios más
    bajos que en otras naciones industrializadas, y a una ética
    de trabajo y sacrificio, se indignaron ante este desborde de riqueza
    fácil y consumo ostentoso. Esos mismos


    sectores (a los que hay que sumar la burocracia estatal) se regocijan
    ahora con la caída de los advenedizos.


    Conclusión: el orden natural de las cosas ha sido restablecido,
    hay recesión, el onsumo interno es débil y las crecientes
    exportaciones irritan e invitan a reaccionar a los socios comerciales.


    Lo que se avecina en Japón es un drástico cambio
    de dirección en la economía y en la vida cotidiana
    de sus habitantes. En la reactivación tendrá que
    jugar un papel decisivo la demanda interna de bienes y servicios.
    Mejorará sustancialmente la calidad de vida de los japoneses,
    impulsando el consumo


    privado, brindando más tiempo libre y asegurando una infraestructura
    de primer orden. Bien equipadas por dinero barato disponible durante
    la última década, las empresas están preparadas
    para absorber este desafío.


    1994, AñO DE LA RECUPERACION.


    Japón está eliminando todos los efectos perniciosos
    de una década de excesos. Cuando salga de la actual recesión
    seguramente estará en condiciones de dar un salto hacia
    adelante que se prolongará por lo menos hasta el fin de
    la década. Todos los indicios apuntan a que, a pesar de
    la renuencia japonesa, el país estará obligado a
    jugar un papel más importante en la economía internacional.


    Sobre la capacidad de recuperación de Japón no hay
    dudas. Fue capaz de remontar las crisis petroleras y la sobrevaluación
    del yen. La expansión que comenzó en 1986 fue la
    más notable en medio siglo, superando el ritmo de crecimiento
    logrado en los ´60. Para tener una dimensión de lo que
    significó ese crecimiento hay que decir que entre 1986
    y 1991 Japón incorporó a su riqueza


    nacional el equivalente al producto bruto interno de Francia.
    Es decir que en cinco años agregó otra economía
    del tamaño de la francesa. Con una economía que
    equivale a tres quintas partes de la estadounidense y el doble
    de la alemana, las consecuencias de este ritmo de crecimiento
    sobre la competitividad internacional a largo plazo son enormes.


    Japón está familiarizado con los milagros económicos.
    Durante los años ´60 hubo un importante ciclo expansivo
    impulsado por la demanda interna de bienes durables, como automóviles,
    electrodomésticos y vivienda. En 1960 el país producía
    500.000 automóviles anuales. En 1970 la cifra se elevó
    a 5 millones. Así se sentaron las bases para la potencia
    exportadora de los años siguientes, no solamente en autos,
    sino también en televisores, motocicletas, electrónicos
    y fibras sintéticas.


    Otro milagro económico fue la asombrosa capacidad de adaptación
    del país al desmantelamiento del acuerdo de Bretton Woods,
    a las crisis energéticas y al clima inflacionario de la
    década de los ´70.


    Hoy, la producción japonesa duplica holgadamente a la de
    15 años atrás, con el mismo consumo de energía.
    Otro ejemplo: Estados Unidos, el principal productor petrolero
    del mundo, importa crudo por valor de 1,2% de su PBI. Japón,
    sin nada de petróleo, importa por valor de 1,5% de su producto


    bruto.


    El tercer milagro es el de la década pasada, el llamado
    ciclo Heisel, impulsado esencialmente por una masiva inversión
    de capital. Entre 1988 y 1991 Japón invirtió más,
    en términos absolutos, que Estados Unidos. En 1991 los
    japoneses invirtieron 25,4% de su producto bruto en fábricas
    y bienes de


    capital (US$ 725 mil millones). En el mismo año Estados
    Unidos invirtió 11,2% de su PBI (US$ 495 mil millones).


    Los recursos financieros comprometidos por Japón para investigación
    y desarrollo durante ese mismo año totalizaron US$ 100
    mil millones, una cifra superior a la destinada para el mismo
    rubro por Estados Unidos y la Comunidad Europea, sumados.


    Esa gigantesca inversión tiene repercusiones porque es
    una tendencia continuada y porque se trata de la segunda economía
    mundial. Y además, la mayor parte de esa inversión
    se destinó a expandir la capacidad industrial instalada
    en áreas que multiplican la fortaleza de la economía.


    MAS CON MENOS.


    Aproximadamente 30% de esa gigantesca inversión se orientó
    a racionalizar y aumentar la productividad, es decir: a producir
    más con menos recursos. Otro 30% de la inversión
    se concentró en innovación, y 80% de esos recursos
    se destinan a nuevos productos y servicios orientados al mercado
    local, y no como antes dirigidos a penetrar en Estados Unidos
    y Europa. El restante 40% se dedicó a expandir la capacidad
    instalada, pero especialmente a ofrecer productos y servicios
    que no existían hace una década.


    Todo indica que el esfuerzo inversor se concentró en asegurar
    la base para la expansión económica durante esta
    década. Este dato tiene importancia para las futuras relaciones
    económicas internacionales. Por todas estas razones, cuando
    Japón salga de la recesión emergerá todavía
    más fuerte que en el pasado.


    La deflación en el mercado bursátil nipón
    parece haber llegado al punto requerido por las autoridades. No
    pasa lo mismo todavía con el sector inmobiliario, especialmente
    el de uso comercial.


    Aun así, la sobreoferta de oficinas es notablemente menor
    que en Europa o en Estados Unidos.


    Recién a mitad de la década estará estabilizada
    la actividad inmobiliaria. La inversión de capital ha sido
    tan alta que puede permitirse reducir la proporción durante
    1994. También en ese año recomenzará otro
    ciclo positivo para la industria automotriz, con la renovación
    del parque automotor existente.


    La reestructuración de la economía japonesa está
    en marcha y el resultado será todavía mayor concentración.
    Durante la década pasada las grandes corporaciones, los
    famosos keiretsu, tuvieron acceso a dinero de bajo costo, lo que
    les permitió reducir sustancialmente sus deudas. Es decir
    que ingresaron en la recesión con los balances más
    sanos que tuvieron en dos décadas. En cambio, las pequeñas
    y medianas empresas debieron satisfacer sus necesidades financieras
    en el mercado, a un costo mucho más alto. Con la contracción
    monetaria y la renuencia de los bancos, están en situación
    muy comprometida. En este sector se están produciendo la
    mayor cantidad de quiebras. El resultado es que los grandes están
    comprando esas unidades de producción a precios realmente
    bajos.


    La nueva etapa expansiva estará caracterizada por cuatro
    elementos: mayor consumo, alta inversión, desarrollo de
    la infraestructura y alto nivel de crecimiento en los nuevos y
    gigantescos mercados del sudeste asiático.