En Durango, un antiguo y bello pueblo del País Vasco, se levanta la planta de Ona, una empresa que desde hace 40 años se dedica a la producción de máquinas de electroerosión, utilizadas fundamentalmente para la matricería, la inyección de plástico y aluminio, y la industria aeronáutica.
La informática y la automatización alteraron radicalmente, durante la última década, el paisaje interior de la fábrica. En un ambiente silencioso y tranquilo, inmaculadamente limpio, menos de un centenar de técnicos y operarios producen los robustos equipos a los que se exige la precisión de un bisturí.
Pero una de las cosas que más llama la atención de los visitantes ocasionales es que los ventanales de este escenario futurista se asoman al cementerio del pueblo. “Los arquitectos que se encargaron de la última remodelación de la planta dudaron mucho, pero finalmente decidieron que era mejor dejarlo así”, explica un ejecutivo de la compañía. Y, curiosamente, el contraste entre las centenarias tumbas blancas y los equipos de tecnología avanzada no resulta chocante.
Por el contrario, la paradoja parece representativa de lo que sucede hoy en todo el sector industrial español. En medio de la profunda crisis que hirió de muerte a la tradición manufacturera en el País Vasco, un emprendimiento como el de Ona, que destina 60% de su producción al mercado internacional, es el símbolo de una audaz apuesta al futuro, y una promesa de renacimiento.
UN HORIZONTE LEJANO.
Los coletazos de la recesión en el mundo industrializado, los costos de la radical apertura que conlleva la pertenencia al mercado único europeo, la fortaleza de la peseta y la declinación de los aportes de divisas provenientes del turismo (se estima que este año la competencia de otras plazas del área del Mediterráneo hará perder casi 20% de los ingresos) obligan a España a buscar otros rumbos.
Las cifras del comercio exterior de la península dan cuenta de la magnitud del reto. El ímpetu importador ha estado lejos de frenarse en los últimos tres difíciles años: las compras en el exterior crecieron 16% entre 1990 y 1992. Las exportaciones, en cambio, mostraron escaso incremento, y el déficit de la balanza mostró el año pasado un inquietante aumento de 4,5%.
La decisión de buscar un lugar bajo el sol del mercado internacional en las reas de tecnología de punta refleja la percepción -compartida por el gobierno y el sector privado- de que la nivelación con el resto de los socios comunitarios y, por lo tanto, con la vanguardia del mundo industrializado es un desafío impostergable.
Los obstáculos, sin embargo, son imponentes. Como señaló a MERCADO un industrial de la zona de Bilbao, “no se trata sólo de equipararnos en materia de investigación, desarrollo de productos y formación de recursos humanos. En esa tarea parecemos estar bien encaminados. Lo verdaderamente difícil es cambiar la imagen. Durante demasiados años, España fue sinónimo de sol, guitarras y castañuelas. Eso fue bueno para el turismo, pero no ayuda a la hora de presentar un perfil de confiabilidad que nos permita competir con suizos, japoneses o norteamericanos”.
Es ese espíritu y esa conciencia de las dificultades lo que ha alentado en los últimos años los esfuerzos del Instituto de Comercio Exterior (ICEX) para apoyar las iniciativas del sector privado en las pistas internacionales de alta competencia. Desde 1989, uno de los puntales de esa tarea han sido las muestras industriales (bautizadas con el inequívoco nombre de Expotecnia) destinadas a poner en la vitrina la más avanzada oferta española en materia de equipos, servicios y grandes proyectos.
El rumbo que ha recorrido la exposición anual -trazado de común acuerdo entre el ICEX y las principales asociaciones de exportadores- es un indicativo de la estrategia cautelosa pero firme con que se ha encarado la incursión. La primera Expotecnia se realizó en Portugal, el vecino y socio relativamente pobre de la CE. En 1991 le siguió México, una plaza fuerte del mercado latinoamericano y uno de los países de la región que mantiene más fuertes lazos económicos y culturales con la península (su intercambio comercial con España duplica largamente al de Argentina). Al año siguiente fue el turno de Marruecos, otro viejo conocido que opera, además, como eficiente puerta de entrada al norte de Africa.
La última Expotecnia, que acaba de clausurarse en Buenos Aires, puso en marcha otra incursión latinoamericana, esta vez motorizada por la estabilidad económica argentina, las oportunidades inauguradas por la ola privatizadora y la evolución del comercio bilateral. (Los signos, en este último terreno, son elocuentes: las importaciones realizadas por España se han mantenido relativamente estables: de US$ 641 millones en 1991 pasaron a US$ 646 millones el año pasado. Las exportaciones, en cambio, casi se duplicaron, de US$ 260 a US$ 459 millones.)
El próximo destino de la muestra representa el verdadero gran salto adelante de los exportadores españoles hacia un territorio económico tan inmenso y disputado como China. Algunas industrias ibéricas, particularmente en el sector de las máquinas-herramienta, donde España ostenta una ventajosa posición (ocupa el puesto 11º en el ranking mundial y el 5º entre los europeos), desembarcaron ya en las costas del gigante así tico con resultados prometedores.
La sofisticación del arsenal con que los españoles se proponen apuntar al corazón del mercado mundial de la alta tecnología pudo apreciarse en los 7.500 metros cuadrados del predio de la Sociedad Rural que ocupó la Expotecnia durante la primera semana de julio. El sector con mayor presencia entre los 170 expositores fue el de electrónica y equipos eléctricos (28 empresas), seguido por las máquinas-herramienta (25 representantes) y los proveedores de instalaciones y grandes proyectos industriales (21 firmas).
CASOS LLAMATIVOS.
Como ejemplo sugestivo del nuevo perfil de la oferta industrial española vale la pena mencionar al grupo Ceselsa, proveedor de Startel en la Argentina y presente en la Expotecnia. Los US$ 470 millones anuales que recauda el conglomerado provienen, enteramente, de rubros tan complejos y tecnológicamente avanzados como la automatización de procesos, control de tráfico aéreo, sistemas de radar, simuladores de vuelo, misilística, programas de guerra electrónica y control de satélites.
Otro caso llamativo es el de Eliop, una empresa relativamente mediana (con ingresos de US$ 22 millones anuales) dedicada a la electrónica e informática industrial, que en su catálogo de productos y servicios incluye sistemas de telecontrol y medición para electricidad y gas, autómatas programables, planes de saneamiento y control de plantas depuradoras, telemando de redes de abastecimiento de aguas, programas informáticos de medida y control de ríos, y el diseño de los llamados edificios inteligentes. Todo ello, con una dotación de sólo 125 empleados, de los cuales, por cierto, 75 ostentan títulos de ingenieros.
En España, la búsqueda de un puesto relevante entre los proveedores de tecnología y calidad se combina, además, con experiencias singulares. Tal es el caso del Grupo Cooperativo Mondragón, varios de cuyos integrantes acudieron a la muestra de Buenos Aires. Con más de un centenar de empresas y 23.000 empleados, es la cooperativa más grande del mundo en el sector industrial, una actividad que le genera ingresos por US$ 2.500 millones, de los cuales una cuarta parte proviene de la exportación.
Mondragón obtiene, además, US$ 3.000 millones merced a la operación de una de las principales redes de distribución comercial de España, y su soporte financiero, la Caja Laboral Popular, recauda depósitos por US$ 4.000 millones al año.
El grupo nació hace casi medio siglo en el pueblo que le dio su nombre, enclavado en el empobrecido País Vasco de la posguerra, merced a la iniciativa de un sacerdote, José María Arizmendiarrieta, quien se propuso generar fuentes de empleo aplicando la doctrina social de la Iglesia. Desde entonces, el crecimiento de la cooperativa ha sido monumental y sostenido, pero los principios fundacionales siguen a la vista.
Consultado por MERCADO acerca de las dificultades para mantener un estilo de gestión moderno y una dotación profesional adecuada sin los estímulos de una empresa convencional, uno de los gerentes de la firma Danobat (miembro del grupo y productora de máquinas-herramienta) aludió a los permanentes esfuerzos de formación de recursos humanos con admirable sencillez: “Somos un club de fútbol que paga poco, así que nos ocupamos de tener a muchos jugadores en el banco”.