En las universidades estadounidenses se dictan en este momento 500 cursos dedicados a la ética en los negocios. Abunda la bibliografía sobre la materia y cada vez hay más centros de investigación sobre estos asuntos. Los datos los suministra Andrew Stark, quien escribe un ensayo sobre el tema en la última edición de la Harvard Business Review. Sin embargo, advierte el profesor de la Universidad de Toronto, no hay correlación entre el auge y la repercusión de la ética de los negocios en el medio universitario y cierta frialdad que se percibe entre los empresarios.
El divorcio es explicable. Los métodos de gestión tradicionales no se detenían en este campo y, al contrario, dejaban sin tratar demasiadas reas grises. Cuando se percibió que lo esencial era un conflicto entre intereses económicos y nociones éticas, la reacción académica fue inclinarse por criterios de filosofía moral y principios abstractos. En consecuencia, predicaban que el gerente podía estar motivado por razones de interés económico, o altruistas, pero nunca por las dos a la vez.
Lo cierto es que los hombres de negocios enfrentan en forma cotidiana dilemas éticos de extraña complejidad. El mundo académico ha reaccionado y una nueva ética de los negocios admite que se puede manejar la empresa tratando de optimizar las ganancias y a la vez mostrar auténtica preocupación por los fines sociales y de interés público.
En Italia, la Fiat acaba de dar a conocer el código de ética que regir las relaciones de sus empleados con gobierno, políticos y funcionarios públicos (curiosamente, nada se dice de las relaciones con el sector privado, como si la corrupción fuera jurisdicción exclusiva del ámbito estatal). Es obvio que en la decisión pesa definitivamente la situación que se vive en ese país -la compañía Fiat tiene procesados a sus principales directivos-, pero también es cierto que asumir códigos públicos de conducta es una tendencia que se está imponiendo en toda Europa Occidental y, antes aún, en Estados Unidos.
El código ético de la Fiat, contenido en tres páginas, no da pista alguna sobre lo ocurrido en el pasado. Establece en cambio que ningún funcionario de la empresa puede prometer o dar dinero o bienes de ninguna naturaleza para promover los intereses de una compañía -o varias- del grupo, incluso aunque mediara de la otra parte una presión ilegítima en tal sentido. Por ahora, estas normas se aplican exclusivamente dentro de Italia.
Al igual que antes lo hiciera Carlo De Benedetti, de Olivetti, los directivos de Fiat se empeñan en practicar esta distinción: hay empresas que aparecen involucradas en escándalos de comisiones (como la misma Fiat), pero esencialmente son productores industriales. En cambio, hay otras que deben su éxito exclusivamente a relaciones espurias con el sector político.
Lo más singular de este proceso es la creciente convicción de que la aceptación ética que obtenga una empresa de parte de clientes, proveedores, los mismos empleados y la comunidad en términos generales estar en relación directa con el nivel de ganancias que se obtendrá.
