Las señoras de las galerías

    La hora apropiada: el atardecer. El lugar, siempre amplio, con grandes paredes blancas sobre las que una variedad de pinturas acapara la mirada de casi todos los presentes. Señoras y señores de edad mediana, vestidos con cuidada -o descuidada- elegancia, jóvenes inquietos, algunos críticos. También la fauna, puntual e infaltable, más atenta al arte de los canapés que al que se despliega en los muros.

    Conversaciones asordinadas, copas que se vacían rápidamente; el o la anfitriona que circula con soltura entre los corrillos, quizá del brazo del padre -o madre- de las criaturas exhibidas, presa de la tensión característica de cualquier estreno. El rito del vernissage se celebra casi a diario, y aun en varios lugares a la vez.

    Buenos Aires -dueña de records peculiares- ostenta un elevado puntaje en la proporción de galerías de arte por habitantes. Se estima que hay más de 120 espacios dedicados a ese fin, y que la cantidad sigue en ascenso. Pero, así como el hecho de habitar en una de las ciudades más psicoanalizadas del mundo no expresa necesariamente el estado de salud mental de los porteños, la proliferación de marchands no guarda relación con el desarrollo real del mercado.

    Amén de la expansión, otra característica de esta actividad empresaria radica en que, en ella, las mujeres compiten prácticamente a la par de los varones, tanto en cantidad como en calidad. Y esto desde hace mucho tiempo. En cuanto al número, se calcula que regentean más de la mitad de los salones de exposición, y prácticamente la totalidad de lo que se describe como venta a domicilio: una suerte de circuito informal armado en base a relaciones sociales, en el que se llevan a la casa del potencial comprador una serie de obras para que las evalúe con tranquilidad y en el mismo ámbito donde las va a colocar.

    Arte y Oficio.

    Las motivaciones y vías de llegada de las mujeres a este metier son tan diversos como sus opiniones sobre el negocio y el mercado local.

    “Yo empecé empujada por una circunstancia adversa, un problema que me obligó a intentar conectar todo lo que sabía para hacer algo que me proveyera ingresos”, afirma Ruth Benzacar, desde su impactante galería -públicamente reputada como una de las grandes- que se despliega subterráneamente entre los confines de la calle Florida y las primeras estribaciones de la Plaza San Martín.

    “Yo venía de campos que tenían que ver con la educación y la psicología, y además tenía todo un rollo con el tema de que el arte debía ser para los museos públicos y todo eso. Como uno es demasiado idéntico a sí mismo, terminé armando una movida con gente no iniciada en el arte. Era en el año 1965, tiempos en que profesionales, comerciantes, pequeños industriales, tenían otras posibilidades; había mucha gente que poseía una formación universitaria, que quizá había viajado, pero que nunca había llegado a la cosa artística. Por eso yo no le pedí ningún mailing a nadie, justamente porque no quería dirigirme a los iniciados, que finalmente llegaron solos varios años después. Eso fue ser idéntica a mí misma, porque era de alguna manera un activismo pedagógico junto a un relevamiento de campo, que era lo que yo sabía hacer. Lo junté al arte, y dio como resultado una experiencia fascinante que aún hoy muchos recuerdan con nostalgia; la casa-galería de la calle Valle, en Caballito, donde yo vivía. Y no salí a instalar una galería “a la calle” hasta que los chicos se fueron de casa: mi hija porque se casó, y mi hijo porque ya era “demasiado viejo para vivir con mamá”.

    Esculturas y Choripanes.

    El año 1965 marcó también el ingreso a la actividad de Mónica de Carrizo Carricarte, titular de Atica, otro nombre de peso aquilatado. El antiguo edificio de la calle Libertad al 1200 que la alberga desde hace siete años supo ser caballeriza y luego inquilinato, hasta que fue respetuosamente reciclado. En

    el despacho del primer piso, un escritorio/escultura compite en belleza con un cuadro de Páez colgado a sus espaldas. En voz baja y serena, Carrizo recuerda aquellos buenos viejos tiempos.

    “Yo pude empezar gracias a la ayuda material y a la comprensión de mi padre, que era consciente de mi pasión por esto. Teníamos una casa en Olivos, con un jardín muy lindo, que permitió no sólo exponer esculturas en forma permanente, sino organizar otros eventos. Recuerdo especialmente una muestra que hizo Edmund Valladares dedicada al tango, durante la cual tocó Astor Piazzolla mientras el mismo Valladares dibujaba en un gran papel extendido un tema de tango. O aquella vez que, con fines benéficos, se juntaron en una misma noche Les Luthiers, Nacha Guevara y Facundo Cabral; o cuando, para una exposición de obras de Xul Solar, vino Borges a dedicar una palabras de recuerdo a su amigo muerto. Y los jardines permitían alguna extravagancia, como invitar a exponer conjuntamente a Líbero Badii, Aldo Paparella y Ennio Iommi, y, durante la inauguración, tener un parrillero haciendo choripanes.”

    Exponente de la última generación de galeristas, Sara García Uriburu integra una familia con genes plásticos. Ella misma dedicada al dibujo, como su madre, y por supuesto el antecedente de su hermano Nicolás, un pintor de conocida trayectoria. “Yo antes trabajaba decorando jardines y balcones; hace unos diez años puse esta casa -un viejo y soleado ex inquilinato de la calle Uruguay- para vender mis plantas. En sus paredes, inmensas, empecé a colgar cuadros; primero de pintores amigos, conocidos… De a poco, la pintura se fue devorando a las plantas, y resolví empezar a hacer exposiciones en forma sistemática. Al principio me ayudó bastante mi hermano Nicolás; después me fui armando, puliendo. Ahora hago una muestra cada veinte días, y funciona también un taller de plástica.”

    Oferta y Demanda.

    La relación con los artistas y las condiciones que debe reunir un marchand suscitan distintas reflexiones. Según Mónica Carrizo, “es primordial que el galerista tenga sensibilidad y comprenda el quehacer artístico; debe compenetrarse con la obra de cada expositor y seguir su evolución, respetándola. Su función, tal como yo la concibo, es compleja: debe hacer una especie de clearing, de compensaciones recíprocas de requerimientos estéticos, personales y económicos”.

    Para Sara García Uriburu el punto clave es la sensibilidad del galerista; “tiene que establecer con el pintor una relación muy especial, una mezcla de comprensión, ayuda y negocio; no sé mucho por dónde va, pero sí que debe haberla, porque el marchand no es solamente un vendedor de arte.

    Aunque haya quienes venden un cuadro como si fuera un par de zapatos, la cosa pasa por otro lado; hay que preocuparse por el artista, conseguirle auspiciantes, becas, porque mientras crece tiene que vivir”.

    Ruth Benzacar cree que “el galerista asume un compromiso cultural muy grande; implica adquirir o promover obra de gente que está en gestión, que por lo tanto es susceptible de todos los riesgos de futuro a que están expuestos los seres humanos. El marchand se arriesga, pues, en otro plano, a la par del artista. Yo me veo a mí misma como una especie de casamentera: trato de buscarle a cada creador su espectador y, por supuesto, su comprador”.

    Entusiasmada con sus experiencias en otros países, admite que “en el exterior, trato de hacer lo que están intentando quienes producen otras cosas; no se puede llevar zapatos negros número 40 porque es lo que yo fabrico, tengo que ver si es eso lo que quieren, o si quizá necesitan marrones. A mí me interesa el movimiento estético, que es uno y tiene un mercado, el gran mercado del arte, que es un circuito de muy difícil acceso; allí apunté y he tenido bastante suerte. Quizá porque no soy la típica argentina resentida, nunca pensé que no nos quieren o nos desprecian; sólo imaginé que no nos conocían y por eso peleo para que nos conozcan, porque estoy orgullosa de nuestro arte contemporáneo”.

    Casa Chica.

    A la hora de referirse al mercado argentino, las voces -matiz más o menos- coinciden en que es muy reducido y tiende a empequeñecerse más aún. Como suele machacar un veterano marchand, “hay muchos que pintan y poquísimos que compran”; esa profusión de artistas, sumada al aparentemente bajo costo de la inversión inicial, explicaría la abundancia de galerías.

    Pero los compradores brillan por su ausencia; según ese mismo galerista, “hasta hace unas décadas, había una clase alta bastante culta, que cuando viajaba iba a los museos y sabía ver; hoy, las fortunas del dinero rápido son mucho más incultas”.

    Lo cierto es que hay pocos coleccionistas, y el arte se suele considerar como algo distante y hasta inaccesible. “La gente común no entra a una galería -dice García Uriburu- porque supone que le van a hablar de 25.000 o 30.000 dólares; o aun algo más elemental: que quizá lo van a interrogar a ver si sabe o no…”

    Sin embargo, hay obras de pintores jóvenes o que aún no han accedido al podio de la popularidad que se pueden adquirir por 200 ó 300 pesos; un valor similar o menor al de ciertas reproducciones de obras famosas.

    “Uno a veces va a casas estupendas -prosigue García Uriburu- donde se han gastado miles y miles de dólares en decoración, y arriba de un sofá carísimo ves colgada una lámina de esas que se imprimen por millones, cuando podrían tener un buen original”.

    Para Mónica Carrizo, “no hay una real demanda y valoración de la obra como en sociedades más desarrolladas, y tampoco se le da la ubicación que debería corresponderle en la arquitectura y la decoración”. En ese sentido, es llamativa la diferencia con lo que ocurre por ejemplo en los Estados Unidos, donde las grandes galerías suelen trabajar con equipos de especialistas en esas disciplinas.

    Buena parte de los galeristas apuestan hoy, por un lado, a interesar a los “jóvenes profesionales exitosos” (los yuppies locales) quienes tímidamente han comenzado a asomarse por las muestras, acompañados en muchos casos de asesores, y también a comprar, ya sea para disfrute o inversión. El otro campo, que ha comenzado a abrirse de modo incipiente, apunta a las grandes empresas; su interés por auspiciar, promover e invertir en arte puede ser la muleta salvadora para un mercado que renquea ostensiblemente por el lado de la demanda.


    Verónica Rímuli.