El presidente de la compañía dio un fuerte puñetazo en el escritorio y gritó: “¡Hay que hacer algo con esto, ya mismo!”. Si bien no podríamos deducir una pauta de comportamiento empresario a partir de esta anécdota mínima y sin conocer más sobre las circunstancias en que se originó, es altamente probable que nos encontremos frente a un caso típico de impromptu en la conducción de la empresa. Habitualmente el impromptu es el arrebato de desesperación (o de impotencia), es el manotazo de ahogado, es, en suma, lo más alejado que existe de una política empresaria. La política se origina a partir de ideales y de objetivos, se ejecuta con determinados medios o instrumentos, en ciertos períodos de tiempo.
La política requiere de profesionales que la tracen y la ejecuten; el impromptu suele ser la consecuencia de impulsos, muchas veces descontrolados, que se originan en diferentes niveles de la empresa, sea el presidente, un directivo, un gerente, a veces un técnico y con bastante frecuencia personal que no tiene una visión de conjunto del organismo.
Como que es un término originado en la música, el impromptu era el arranque de genio, la improvisación que servía para el lucimiento del solista, en cierto sentido era lo mejor de la interpretación. Pero esos supremos arrebatos de inspiración no valían de nada sin la partitura; tal vez se necesitaban ambas cosas, en las proporciones justas. No es muy diferente lo que sucede en el mundo de las empresas: la pulsión del genio quizás sea imprescindible, pero sin trazar políticas, sin planificación, sin estrategias no hay management posible.
Cierto es que las empresas argentinas han vivido muchos años en contextos de alta turbulencia y volatilidad, tanto en el campo político como en el económico. En tales condiciones no hay planificación posible, se termina por aceptar como norma un constante cambio de parámetros y se vive improvisando sobre la marcha. Tal fue la política empresaria básica en la Argentina en las últimas décadas. Cabría ahora iniciar un debate profundo acerca de si tales condiciones están pasando definitivamente al desván de los malos recuerdos. Muchos seguramente dirán que sí, otros tendrán motivos para ser prudentes en sus juicios.
Sin embargo, y a pesar de lo dicho, cabe una reflexión: el modelo de conducción empresaria basado en la anticipación, el manejo de grandes masas de información y el análisis permanente de escenarios es un producto del mundo desarrollado occidental. Nadie duda de que se ha llegado a un nivel de sofisticación en este campo difícil de imaginar hace sólo unos pocos años. Sin embargo, también es cierto que el mundo desarrollado no ha logrado superar el desconcierto: nunca como ahora se reunieron tales cantidades de datos, nunca hubo tantos equipos humanos y técnicos procesando e interpretando la información… y al mismo tiempo nunca se cometieron errores tan graves y nunca como ahora lo realmente imprevisible sorprendió a todos.
Es decir, mientras el mundo que se ha dado en llamar “serio” utiliza y exporta estas herramientas de toma de decisiones, jamás en la historia se había alcanzado un grado tan alto de confusión e irónicamente de desinformación en medio de verdaderas cataratas de cifras. ¿Significa esto que el mundo marcha hacia escenarios cada vez más turbulentos y caóticos? Hay buenas razones para sospechar que tal vez sea así. Y en ese contexto la improvisación vuelve a ser una habilidad indispensable para sobrevivir. Los argentinos tenemos una notable capacidad para el impromptu, ¿habrá llegado el momento de enseñarles sus secretos a quienes hoy nos dan lecciones de madurez?