Para poner la firma

    Corría el año 1883. El laborioso agente de seguros estadounidense Lewis Edson Waterman se aprestaba a cerrar una importante operación. Había redactado el contrato con minuciosidad, y llegó por fin el momento de firmar. Allí fue cuando su estilográfica le jugó la mala pasada: un borbotón de tinta se precipitó por la pluma -accidente común en los instrumentos de escritura de la época- y arruinó el documento. En el tiempo que tardó en rehacerlo, la contraparte concretó el negocio con otro.

    Marcado por el incidente, Waterman resolvió no cejar hasta fabricar una pluma fuente exenta de esos males. Y lo logró, inventando el sistema de capilaridad que aún hoy utilizan todas las plumas del mundo. Sus herederos vendieron la pequeña industria, que terminó radicada en Francia. Más precisamente en Nantes, donde un plantel de quinientos operarios produce ahora elementos de escritura del más alto nivel de excelencia. Con una Waterman se firmó el tratado de Versalles y, de ahí en más, muchos protocolos entre jefes de Estado se rubrican con su presencia.

    En 1987 la compañía Gillette la incorporó a su emporio, prometiendo no alterar su dedicación artesanal y su obsesión por la excelencia. Básicamente art nouveau, todas las piezas se caracterizan por su elegancia. Desde mediados de este año, cuatro líneas de plumafuentes y bolígrafos -Man, Gentleman, Exclusive y Laureat- ocupan las vitrinas de librerías y joyerías de Buenos Aires. La línea Man 100 -en honor al centenario del invento de Waterman- exhibe modelos más sofisticados, realizados en plata, raíz de brezo y laca, con valores que oscilan entre los $ 600 y los $ 1.000. Hay, también, alternativas más accesibles, como el bolígrafo Laureat, de laca ($ 84), y la pluma de la misma línea ($ 112).

    Pero quien aspire a algo realmente impactante, puede encargar -sólo se hacen sobre pedido- la de oro sólido, que ronda los $ 9.000.

    Centro de atención Waterman, Florida 890, piso 19.