Seda, oro y casimires

    La austeridad del amplio salón no revela, a primera vista, las exquisiteces que albergan los estantes que cubren las paredes del piso a techo. “Todo lo que uno hace debe ser hecho con cariño; si no, es preferible no hacerlo”, dice Alfredo Otturi, mientras se pasea entre las mejores telas que se fabrican en el planeta.

    El hombre de setenta y tantos años, enfundado en un impecable terno de gabardina satinada gris, muy british, no deja de recordar su otra pasión: los automóviles. Tuvo durante muchos años un taller de carburación, “el mejor: llegué a tener 35 especialistas trabajando conmigo”, dice; “preparé los coches para aquella famosa carrera de Caracas. Además, yo era el único que tocaba el auto presidencial, el descapotable, que aún hoy se usa en algunas ceremonias”.

    Pero un buen día resolvió escuchar los consejos de un amigo y alejarse de la nafta, “porque tiene un veneno que intoxica: el plomo”. Por eso, o quizá porque había llegado su hora de cambiar amores, se sumergió en el mundo de las texturas y las tramas. “Siempre me gustó ir bien vestido. Eso quería decir un traje inglés, una corbata francesa, una camisa de poplin -ya que todavía no se usaba el voile-“.

    Su primera incursión lo llevó a Panamá, zona franca donde se daban cita los más importantes corredores textiles de Gran Bretaña. Frecuentarlos, aprovechar la bodega de uno de sus hermanos, leer todo lo que había sobre la materia e iniciar una ininterrumpida ronda por los lugares debidos lo transformó en un especialista.

    Como al pasar, recuerda haber sido quien impuso los composée -saco sport y pantalón combinados-, el cashmere con visón, “que por el ´80 me lo compró todo Christian Dior”; y también su carácter de proveedor número uno de Harrod´s (“cuando todavía era Harrod´s”).

    Rehúsa dar nombres de sus clientes “por una cuestión de ética; ellos valoran la privacidad”. Sin embargo, es sabido que lo frecuentan banqueros, empresarios, profesionales, miembros del gobierno. “El presidente Menem me compraba bastante; lo conozco desde 1971 y soy amigo de su médico, el doctor Tfeli. Pero hace unos dos años dejó de venir. Sin embargo, ahora llegan a menudo personas que adquieren cortes y me dicen que son regalos “para Carlos”. Aunque yo no pregunto nada; nunca”.

    Con autoridad en la materia, afirma que “el argentino viste bien y sabe lo que quiere”. Mientras acaricia la textura increíble de la cachemira, la alpaca kid mohair, la ultrafine, las sedas de Mario Capra, lamenta el reciente cierre de J. Crombie, “la fábrica de telas de abrigo más grande del mundo”, y comenta sus periplos de rutina: seis veces al año a Inglaterra, Francia, Suiza e Italia. Esta última por la seda: “La mejor, sin duda, la de Como, que se manda a Londres para fabricar las más finas corbatas, las Michelson. Porque pocos saben que el alma de las corbatas es la lanilla interior que impide que se deformen”.

    En las vitrinas, botones bañados en oro (“livianos, porque si el botón cuelga, pierde toda elegancia”), de nácar, de madreperla, de ónix, de cuerno de búfalo; escudos ingleses, corbatas, fajas y moños para ceremonias; “cosas que traigo para prestar un servicio, porque aquí muchas veces no se consiguen los accesorios adecuados”.

    En cuanto a precios, reivindica su mesura en los márgenes; un corte de cashmere con visón para un sobretodo puede rondar los US$ 1.500, mientras que si la tela elegida es pelo de camello, el costo baja a US$ 900. Con un gesto dirigido a buen entendedor, Otturi comenta: “Usted no va a encontrar un Rolls al precio de un 3CV”.

    Alfredo Otturi: Maipú 859, 1º piso, tel. 393-7327 y 322-5697.