Pues bien, no cometamos otro error pidiendo tiempo para llevar adelante la reconversión de las ex economías comunistas. Hay que olvidarse de gradualismos, tímidas reformas, y marchas y contramarchas que pueden hacer fracasar lo ganado en el terreno político. La tibieza económica de Mijail Gorbachov llevó a la ex Unión Soviética al desmembramiento y a la actual situación.
Lo único recomendable para los países de la ex Europa Oriental y de lo que era la URSS es la terapia de shock. De un día para otro se liberan los precios, se eliminan todos los subsidios, se privatizan todas las empresas estatales, se abren las importaciones y se establece la libre convertibilidad de la divisa. Habrá conmociones, algunos sufrirán en el corto plazo, pero en dos o tres años habrá un pleno sistema capitalista operando “casi” con normalidad, y se habrán sentado las bases para un proceso de crecimiento.
Es cierto, en Estados Unidos y en Europa Occidental se vuelve a hablar de “política industrial” o de la activa intervención del Estado para guiar o impulsar algunos sectores económicos. Pero quienes levantan esa bandera están obsesionados por el modelo de Japón, un ejemplo de buenos resultados capitalistas sin verdadero capitalismo. En todo caso, no pasa de ser una moda pasajera, un ejercicio de distracción. No hay inconveniente en aceptar la conveniencia de una política industrial siempre que funcione y que no lesione otros sectores de la economía.
– ¿Crisis capitalista? –
SI, PERO CONDUCE AL DESASTRE TOTAL.
La ceguera de los economistas del “capitalismo salvaje” que asesoran a los antiguos satélites soviéticos está preparando el escenario para una catástrofe de proporciones desconocidas. El colapso total de esas economías, incapaces de convertirse al capitalismo de la noche a la mañana, y despojadas a la vez de cierta lógica de funcionamiento y de organización que les quedaba del rígido centralismo comunista, será inapelable.
Grandes movimientos migratorios, resurgimiento del autoritarismo, conflictos étnicos y fronterizos en profusión, amenaza de usar armas nucleares o misilísticas, son algunas de las hipótesis plausibles surgidas de la desesperación del fracaso económico.
Muchos teóricos de la economía en los países industrializados y del mundo en desarrollo, pero también casi todos los de los países donde se practica el experimento, están en contra de la terapia de shock. Lo que ignora esta concepción del libre mercado es el inmenso impacto de tales políticas sobre la extendida capa de población con alto nivel de educación o de entrenamiento laboral.
La reforma en Checoslovaquia produjo en 1991 una caída del producto industrial de 22%; un aumento en la tasa de desempleo de 2 a 8%; una inflación de 58%; una caída en la demanda interna de 33%; y un “hundimiento” de 14% en el producto bruto interno. En Polonia, el deterioro ha sido mayor. Estas tendencias parecen estar acelerándose, tanto que han dado lugar a una nueva teoría: lo que ocurre es más debido a la terapia de shock que a las deficiencias estructurales en el conjunto de la economía.
Nadie discute la necesidad de ir a economías de mercado. El problema es la celeridad. Es mejor hacerlo en diez años que en dos o tres. La cuestión crítica en estos países es que capitalismo sin red de seguridad -sin welfare-state- provoca un desplazamiento de gente entrenada a posiciones donde no se requiere ninguna de las habilidades adquiridas.