Hijo de un abogado y de una instructora de vuelo a vela, educado en un confortable hogar de la alta clase media británica, Richard Branson decidió abandonar el colegio a los 18 años para fundar su propia revista, Student. El intento naufragó poco después, pero el último número de la publicación, en 1971, indicaba el rumbo de las ambiciones del joven entrepreneur. En un aviso a página completa, Branson invitaba a los lectores a suscribirse a su servicio de venta de discos por correo.
Pocos hubieran sospechado que ésa era el acta de nacimiento de un emporio musical hábilmente dirigido por un hippie de cabellos largos que vivió durante años en un bote y arriesgó su vida muchas veces cruzando océanos a bordo de un globo.
En 1973 tropezó, literalmente, con el éxito y con su primer millón de dólares. El álbum Tubular Bells, grabado por su amigo Mike Oldfield, batió records de ventas y sacó del anonimato a Virgin Music, una empresa donde parientes y amigos de Branson integraban un staff entusiasta, aunque resignado a cobrar bajos salarios.
Detrás de la excentricidad de este personaje eternamente enfundado en pulóveres chillones se escondía, sin embargo, el talento comercial de un empresario capaz de amasar una fortuna desde la nada, y de conquistar la lealtad de grandes figuras de la música contemporánea: los Sex Pistols, Phil Collins, Genesis, Boy George, UB40, los Rolling Stones y Peter Gabriel, entre otros.
Ese fue, en esencia, el capital por el que la compañía Thorn-Emi acaba de pagar US$ 963 millones. El grupo Virgin Music no cuenta con plantas de producción ni con cadenas distribuidoras propias.
Tampoco las necesitó para facturar, el año pasado, US$ 620 millones y registrar ganancias por US$ 45 millones.
A LAS GRANDES LIGAS.
Lo cierto es que, con esta adquisición, la también británica Thorn-Emi acaba de asegurarse el ingreso al club de los grandes de la industria discográfica: controla ahora 18% del mercado mundial con ventas cercanas a los US$ 2.600 millones anuales.
Además de los nombres estelares que compró con el sello Virgin, incorporó 25.000 canciones a su ya imponente colección de 800.000 títulos registrados, entre los que se cuentan clásicos tan conocidos como Cantando bajo la lluvia, Bajo el arco iris y la versión original en inglés del Feliz cumpleaños.
Según la mayoría de los analistas, el destino de la última de las grandes empresas discográficas independientes quedó determinado, en parte, por el gradual desinterés de Branson en el negocio de la música y su creciente pasión por la aeronáutica. El ex hippie de 41 años ha apostado fama y fortuna a su pequeña pero pujante aerolínea, Virgin Atlantic, donde invertirá buena parte de lo recaudado por la venta de la compañía que fundó hace 20 años.
Pero, en mucha mayor medida que el capricho o la visión de su creador, lo que cuenta en esta moderna saga es el contexto mundial que convirtió a Virgin Music en obligado bocado para el apetito de alguno de los grandes.
Hasta el año pasado, Thorn-Emi ocupaba el cuarto lugar en el ranking mundial del sector, con 14% del mercado y ventas por US$ 1.980 millones anuales. Sus esfuerzos por ubicarse más cerca de la cima son, sin embargo, anteriores. Ya en 1990 había intentado la adquisición del sello norteamericano Geffen, pero su poderoso rival MCA ganó la partida.
La anexión de Virgin era, por lo tanto, su última oportunidad para trepar, como lo hizo, al tercer puesto, precedida sólo por PolyGram y Time-Warner. La operación, por otra parte, no fue sencilla.
Durante más de un año, Thorn-Emi vino luchando a brazo partido con MCA y con el grupo alemán Bertelsmann para adquirir el control de Virgin, cuyo atractivo se había incrementado con la renovación de los contratos de los Rolling Stones y Janet Jackson.
MUCHO MAS QUE DISCOS.
La situación de Thorn-Emi parece particularmente vulnerable si se considera que es el único miembro de la Gran Liga dedicado casi por entero al negocio musical. Todos los otros grandes grupos han convertido a la producción discográfica en una rueda más de un engranaje en el que participan la industria electrónica, el cine y la televisión.
El gigante holandés Philips es dueño de 80% de las acciones de PolyGram y anunció recientemente que invertirá US$ 200 millones en la expansión de su negocio cinematográfico. Las películas para cine y televisión son parte fundamental del emporio Time-Warner. Las grandes compañías japonesas dieron mayor impulso a esta tendencia: Sony, con la adquisición de CBS Records y Columbia Pictures, y Matsushita, con la compra de MCA y Universal Pictures.
Una nueva lógica va imponiéndose en el negocio de la música. Ya no basta con asegurarse los contratos de artistas exitosos o de promover, con certero olfato, a nuevas figuras. Se trata, ahora, de controlar toda la estructura: desde la grabación de cintas, discos y películas, hasta la fabricación de los equipos necesarios para reproducirlas. Incluso el trabajo de músicos y cantantes se adapta a este nuevo modelo: un disco es apenas el paso previo a un video-clip, que a su vez puede expandirse en un show de televisión o una película.
Lo que está en juego es, por otra parte, un mercado en el que durante el año pasado se movieron US$ 24.000 millones, exactamente el doble de la cifra registrada en 1981. Los principales promotores de este crecimiento fueron los compact-discs (CD), cuyas ventas sumaron 770 millones de unidades (un aumento de 28% en apenas un año). Los cassettes, en cambio, vienen exhibiendo una persistente declinación. Y el tradicional disco long-play ha desaparecido virtualmente del mapa en el mundo desarrollado.
Esta transición al nuevo formato del CD ha alimentado un crecimiento explosivo que, en opinión de los expertos, no puede prolongarse indefinidamente. Al mismo tiempo, los gigantes de la electrónica, dominantes ahora en el negocio discográfico, se preparan para librar una guerra tecnológica. El reinado del CD se ve amenazado por la inminente aparición del Digital Compact Cassette (DCC), de formato idéntico al de un cassette convencional, pero con calidad digital. Y Sony se apresta a dar batalla con una versión miniaturizada del CD que ofrece, además, la posibilidad de volver a grabar.
Según muchos analistas del sector, la prevista desaceleración del crecimiento, la guerra de los formatos y las sumas astronómicas exigidas por las figuras estelares pueden dejar fuera de juego a más de un gigante del negocio. Con la compra de Virgin, la británica Thorn-Emi ha procurado protegerse de la hecatombe, buscando refugio en el capital artístico acumulado por el irreverente Richard Branson, a quien se apresuró a contratar de inmediato como presidente vitalicio del sello que durante dos décadas se identificó con la crema y nata del rock and roll.
