“Yo fui presidente provisional del Senado antes de que mi hermano fuera presidente de la Nación, y estoy ahora reemplazándolo porque fui elegido por mis pares para estar al frente de la Cámara Alta y por aplicación de las normas de sucesión presidencial”, dijo el doctor Eduardo Menem al justificar, frente a la ira radical, su condición de senador “a cargo del Poder Ejecutivo”, debido al viaje del titular a Viena.
Eduardo se trasladó directamente desde Ezeiza, donde despidió a su hermano, al despacho presidencial de la Casa de Gobierno, como si quisiera poner de manifiesto desde el vamos que cumpliría a rajatabla con la condición de presidente provisional a cargo del P.E., una situación que la oposición llego a titular de “nepotismo”.
Curiosamente, Eduardo es la contracara de Carlos: mientras éste transmite impetuosidad, audacia, desenfado, aquél es sobrio, cerebral, recatado.
¿Será bueno para la imagen política, tanto interna como externa, que dos hermanos se alternen en la conducción del país?: es lo que está por verse a partir de esta singular circunstancia.
Eduardo Menem tiene a su favor un argumento de hierro: puede ocupar provisionalmente el sillón de Rivadavia no por ser familiar del titular del P.E., sino por ser presidente del Senado.
La oposición esgrime también contundencia: cargo vacante hay que llenarlo, y la vicepresidencia de la Nación está acéfala.
La historia señala, de cualquier manera, que nunca un vicepresidente que dejó su cargo tras ejercerlo fue reemplazado: allí están los ejemplos de Carlos Pellegrini, José F. Uriburu, Victorino de la Plaza y José Figueroa Alcorta, que llegaron al sillón de Rivadavia tras ser sus custodios, pero que luego no
fueron sucedidos en la condición de vice.
La flamante elección de Antonio Cafiero como senador nacional por la provincia de Buenos Aires a partir del 10 de diciembre plantea una alternativa sugerente: podría ser a partir de entonces, como integrante del Senado, candidato a la presidencia del alto cuerpo y, por ende, sucesor presidencial, algo que daría al gobierno nacional más transparencia, con relación a la situación actual. ¿Está
preparado el “menemismo” para una jugada política de esa envergadura?.
SIN BURBUJAS.
Se cumplieron, en estas últimas fiestas navideñas, dos años de una circunstancia crucial para el país: el momento de la salida del gobierno del “clan Bunge y Born” y la incorporación al frente del Palacio de Hacienda del entonces ignoto Erman González.
Fueron momentos realmente duros, para un Carlos Menem recién llegado a las alfombras del poder: la gente en las estaciones de servicio clamando por nafta; los supermercados sin precios de referencia; en fin, la hiperinflación nuevamente instalada en la Argentina.
En aquellas vísperas, Carlos Menem desandó el hall de los Bustos de la Casa de Gobierno camino a su provincia para celebrar (¿celebrar?) las fiestas. Antes saludó a los periodistas que lo observaban en aquel lugar: era la imagen de la preocupación. Luego confesaría: “La noche de Navidad, luego del brindis, me fui a mi habitación y lloré pensando en la gente…”.
A partir de ese punto las cosas mejoraron, obviamente, pero entre la gente del gobierno sigue latente una pregunta: ¿por qué fracasó la gestión económica del más fuerte grupo empresario de la Argentina?
LA MARCHA DE SAN LORENZO.
La actualización de la separación matrimonial del presidente de la Nación trae el recuerdo de un antecedente vivido en la Casa de Gobierno.
El 24 de mayo de 1990, el conflicto familiar aún latente obligó al presidente de la Nación a pernoctar, solo, en Balcarse 50, donde en la mañana del 25 debió ser saludado por la fanfarria de granaderos con la “diana de Gloria”, antes de concurrir a la Catedral, bien que con un bastón de mando de uno de sus antecesores del Museo de la Casa de Gobierno.
Fue aquella ceremonia en la explanada de la Casa de Gobierno -extrapolada de la residencia de Olivos- inusual, apurada, nerviosa por las circunstancias que vivían los protagonistas.
Sin embargo, cuando el protocolo se esmeró por terminar cuanto antes la improvisada ceremonia, el autodominio presidencial se hizo notar: “¿No me tocaría la marcha de San Lorenzo…?”, le dijo Menem al jefe de la fanfarria que ya había ordenado poner los instrumentos en pabellón.