La asombrosa carrera de José Trozzo

    Estoy dispuesto, incluso, a ser juzgado por alta traición a la patria y hasta aceptaría la pena de muerte, pero siempre que haya reglas de juego parejas”, declaró diez años atrás, en México, José Rafael Trozzo, quien manifestó además su deseo de que el tribunal que eventualmente lo juzgara estuviera presidido por el general Antonio Domingo Bussi, a la sazón comandante del Primer Cuerpo de Ejército.

    Como se sabe, Bussi acaba de fracasar en el intento de ser elegido gobernador de Tucumán, Trozzo continúa prófugo de la justicia argentina y quienes realizaron depósitos en dólares en su Banco de Intercambio Regional (BIR) mantienen sus reclamos, aunque con remotas posibilidades de recuperar sus ahorros, no garantizados por el Banco Central.

    La causa judicial abierta el 13 de mayo de 1980 por la quiebra del BIR ha acumulado, mientras tanto, 89 cuerpos de 200 folios cada uno y comprende cargos por vaciamiento, préstamos a empresas insolventes y delitos de “subversión económica”.

    Trozzo, sobre quien recae, además, la acusación de “asociación ilícita”, obtuvo en 1981 el permiso para residir en México, cuyo gobierno rechazó en dos oportunidades los pedidos de extradición formulados por Argentina.

    Pero el banquero, quien llegó a autocalificarse como un perseguido político (“aunque durante algún tiempo estuve de acuerdo con el ministro José Martínez de Hoz, nuestras diferencias ideológicas eran cada vez menos amables, lo que provocó esta situación”, aseguró en México), podría poner fin a su voluntario destierro.

    “Lo más probable es que Trozzo espere a que prescriba la causa para volver al país. Y estamos al borde de que eso ocurra”, dijo a MERCADO el fiscal encargado del caso, Roberto Amallo.

    A once años de la quiebra del BIR -que en su momento provocó una retirada masiva de ahorristas de la banca privada, el casi inmediato derrumbe de otras 37 entidades financieras, y la adopción de restricciones crediticias que llevaron a la economía argentina a una recesión-, no más de una docena de personas permanecen bajo proceso por esta causa. Algunos de los colaboradores de Trozzo (a quien no es posible juzgar “in absentia”) fueron sancionados con prisión preventiva.

    Pero todos ellos se encuentran actualmente en libertad, afectados sólo por la obligación de solicitar permiso para salir del país y residir en la zona de jurisdicción del tribunal.

    Antes de que esta historia ingrese en la impunidad definitiva del olvido, vale la pena recordar sus tramos esenciales, tal como los recogió, en su momento, la prestigiosa revista “Euromoney”, que realizó una extensa cobertura del caso. Lo que sigue es un informe elaborado a partir de este trabajo, que llevó la firma de los analistas Steve Downer, Nigel Bence y Julio Bright.

    Un Destino Truncado.

    La cena del 19 de noviembre de 1979 en el Royal Thames Yacht Club de Londres constituía una espléndida ocasión. Los invitados pertenecían a la crema de la banca y las empresas británicas.

    El anfitrión era sir David Nicolson, miembro conservador del Parlamento, presidente de Industrias Rothmans y ex presidente del directorio de British Airways. El invitado de honor, regordete y de mirada astuta, era un banquero argentino: José Rafael Trozzo, quien, pocos meses después de esa cena, se convertiría en un prófugo, con una orden de detención a sus espaldas.

    Trozzo era el presidente y dueño del Banco de Intercambio Regional (BIR), que hasta el 28 de marzo de 1980 fue la institución financiera privada más grande de Argentina, con depósitos que superaban los US$ 1.000 millones. Sus contactos se extendían por todo el mundo. Sir David Nicolson era sólo uno entre sus distinguidos amigos.

    Este banquero de personalidad magnética había impresionado no sólo a los británicos. Uno de los asesores del Banco de Intercambio Regional fue -hasta su muerte, en 1979- el ex embajador de Estados Unidos en Argentina, Robert Hill. Más aún, el banco de Trozzo era un muy activo miembro de un exclusivo club, el “Centre Européene de Cooperation International”, o Ceci, cuyo presidente y fundador era Oliver Giscard d´Estaing, hermano del entonces presidente de Francia.

    Sir David nunca estuvo en la nómina de pago de Trozzo, pero fue su invitado durante una breve visita a Argentina (en agosto de 1979), un hecho que preferiría olvidar. Nicolson había conocido a Trozzo a través de Robert Hill en 1977, y escuchó la ambiciosa propuesta del banquero de crear un comité asesor internacional para el BIR, en que participarían Hill y el propio sir David.

    “Trozzo tenía un número asombroso de contactos influyentes”, rememoró Nicolson. “El hizo los arreglos para que yo apareciera en televisión y hasta pude conocer a los miembros de la junta gobernante: un almirante, un brigadier y un general”.

    En esos momentos, Trozzo vivía su hora de mayor gloria. Pero el 28 de marzo de 1980, después de una serie de investigaciones llevadas a cabo por el Banco Central argentino y luego del incendio de la sede del banco en Buenos Aires, que redujo a cenizas sus archivos y documentos, cayó el hacha. El Banco Central ordenó la liquidación del BIR y se emitió un auto de detención contra su presidente.

    Nada que Temer.

    “Fac rectum nec time” (trabaja bien y nada tendrás que temer) era el lema escogido por Trozzo para su banco. El escudo de la institución mostraba a un cóndor, como símbolo del poder. El fondo azul, explicaba el banquero, representaba a la justicia. El hecho de que las alas del cóndor se extendieran más allá del contorno del emblema era “un signo de nuestras ambiciones

    internacionales”, agregaba.

    Trozzo tiene ahora 66 años. En 1974, uno de sus nueve hijos falleció en un accidente, a los 23 años. Fue un duro golpe para el banquero, que esperaba incorporarlo algún día a sus negocios.

    Devoto católico, vinculado al Opus Dei, Trozzo solía decir con orgullo: “Vivo como un hombre pobre. No fumo, no bebo, y como frugalmente”. Al parecer, su único vicio era la ambición de poder. El informe anual de su banco exhibía, junto a las imágenes de próceres argentinos, fotografías de Trozzo acompañado por gente famosa, como el entonces ministro de Economía, José Martínez de Hoz, y hasta el presidente Jorge Videla.

    Cuando un periodista de “Euromoney” le preguntó a Martínez de Hoz acerca de las ambiciones políticas de Trozzo y su amistad con el almirante Emilio Massera, el ministro replicó lacónicamente: “El era un hombre que conocía a mucha gente”.

    Veloz Crecimiento.

    El 5 de febrero de 1965, José Rafael Trozzo, que en esa época era un joven abogado, compró, junto con un reducido grupo de amigos, el pequeño Banco Popular de Corrientes, cuya sede se encontraba muy cerca de la frontera con Paraguay. Se decía que el edificio del banco estaba tan deteriorado que, cuando llovía, el agua pasaba a través de su techo de cinc. Sin embargo, esta institución, fundada en 1898, constituyó el punto de partida del BIR.

    Hasta marzo de 1977, el BIR ni siquiera integraba la nómina de los doce bancos más grandes de Argentina. Pero al año siguiente sus depósitos aumentaron 1.049%, mientras que el promedio de incremento del sistema bancario en su conjunto era de 276,3%. En un país donde la inflación llegó a superar 1.000%, el crecimiento nominal de un banco puede dar una impresión falsa. Sin embargo, comparándolo con otras entidades, el BIR evidentemente creció en forma acelerada.

    Trozzo llegaba a ofrecer hasta 9 puntos más que cualquier otro operador del mercado. Y luego prestaba ese dinero a deudores de segunda o tercera clase. Quería convertir al BIR en el banco más grande del país, y lo logró: cuando cerró sus puertas, la institución ocupaba el segundo puesto, precedida sólo por el Banco de la Nación.

    En una entrevista con “Euromoney”, Alejandro Reynal, entonces vicepresidente del Banco Central, afirmó: “El BIR constituía el sistema de cloacas del negocio bancario”.

    En mayo de 1977, cuando se aprobó la nueva ley de instituciones financieras, 740 entidades quedaron bajo la supervisión del Banco Central. Hasta entonces, apenas la mitad de las instituciones estaba sometida al control de la autoridad monetaria. Algunas se encontraban, incluso, bajo la jurisdicción del Ministerio de Bienestar Social. El resto del sistema era completamente clandestino, manejado por casas de cambio, compañías financieras no autorizadas y traficantes de dinero.

    “La situación era tan mala, que en 1977 se tomó la decisión de eliminar la mayor parte de los controles sobre el sistema financiero”, explicó Reynal. “Se abandonaron los topes máximos para los tipos de interés. El Banco Central ya no controlaba el destino final del crédito. Al mismo tiempo, se tomó la decisión política de garantizar todos los depósitos.”

    Mientras tanto, Trozzo abría oficinas en el extranjero y soñaba con crear un consejo consultivo internacional semejante a los del Morgan Guaranty y el Chemical Bank. En 1978 abrió sus puertas en Nueva York una agencia del BIR, y en Washington se inauguró una oficina de representantes del banco.

    Pero en realidad su conexión más importante estaba en París, sede del Ceci, un club internacional fundado en 1975 por bancos y corporaciones europeas preocupados por la incursión de compañías norteamericanas y japonesas que los estaban desplazando de los negocios y oportunidades de inversión en el Tercer Mundo. El BIR se convirtió en miembro de ese club y actuaba como su representante en Argentina.

    París se mostró útil, y no sólo por las conexiones del Ceci. Como se pudo ver más tarde, los bancos franceses fueron los que mantuvieron hasta el final su línea de depósitos con el BIR.

    Con su proverbial encanto, Trozzo logró ganarse la confianza de un banquero francés para convertirlo en su representante europeo: André Anstett, ex director del Departamento Latinoamericano del banco más grande de Francia, el Crédit Lyonnais.

    Muerte Anunciada.

    Muchos banqueros, dentro y fuera de Argentina, afirmarían luego que contaban con informaciones confidenciales que preveían el colapso del banco de Trozzo. Lo que ciertamente estuvo a la vista de todos fue el incendio de la casa matriz del BIR en Buenos Aires. Allí perecieron tres personas y quedaron destruidos el centro de cómputos y los archivos del banco.

    Tanto la policía como los bomberos declararon que el incendio fue accidental. Inmediatamente después, Trozzo anunció que construiría un edificio de 80 pisos para reemplazar la estructura desaparecida. (Quería que ésta fuera la torre más alta de Sudamérica.)

    Trozzo vivía protegido por guardaespaldas noche y día, tanto en el banco como en su lujoso departamento de la avenida Alvear. Su vida privada, a diferencia de su actividad en los negocios, nunca dio pie a los titulares de prensa. Por lo general, vestía con descuido e irritaba a los clientes de los restaurantes elegantes de Buenos Aires al presentarse sin saco ni corbata.

    Un importante banquero argentino recordó que, cuando empezaron a intensificarse los rumores, se registró un cambio notable en Trozzo. “Su habitual tranquilidad se transformó en un manifiesto nerviosismo.”

    Pero Trozzo seguía llevando invitados a pasar fines de semana en una isla cercana a Bariloche, que le había comprado al empresario Jorge Antonio. “El dinero que tengo lo gané en las finanzas. Nunca estuve afiliado a ningún partido político. Soy un hombre de centro, un tipo social-cristiano”, solía afirmar.

    Pero, ¿era cierto que Trozzo carecía de ambiciones políticas? En un momento dado, en Buenos Aires circularon fuertes rumores en el sentido de que el banquero pretendía reemplazar a Martínez de Hoz como ministro de Economía, posiblemente bajo la presidencia del almirante Massera, si éste sucedía a Videla.

    Pero, para muchos, el principal interrogante sigue siendo por qué, si se sospechaba desde hacía tiempo que el BIR estaba en dificultades, el Banco Central no decidió antes su liquidación.

    Durante los seis meses anteriores al cierre, se hicieron todos los esfuerzos posibles para que Trozzo lo vendiera. Se estudiaron todos los cursos de acción posibles. Cuando la decisión de liquidar se tomó, el 28 de marzo, el banco había perdido el equivalente de tres veces su patrimonio neto en préstamos incobrables. De sus 50 principales deudores, 47 recibieron la calificación de insolventes por parte de los peritos contables.

    Según las investigaciones realizadas luego por la justicia, muchos de esos clientes habían obtenido créditos y renovaciones de préstamos con la condición de adquirir al grupo Trozzo acciones del BIR, a precios que en muchos casos excedían 40 veces el valor nominal de los títulos.

    Los fiscales asignados al caso también sostuvieron que el vaciamiento se consumó, además, por la vía de la compraventa de inmuebles a empresas vinculadas con el grupo. Estas recibían créditos del BIR para la adquisición de propiedades que luego eran revendidas a la misma entidad a precios desproporcionadamente altos.

    Los bancos extranjeros parecían plenamente conscientes de que la entidad tenía graves problemas. Para entonces, el BIR sólo tenía US$ 35 millones en líneas de crédito en el exterior, mientras que instituciones cuatro veces más pequeñas disponían de crédito por US$ 150 millones.

    Los pocos bancos extranjeros que se mantuvieron con el BIR lo hicieron porque nunca creyeron que el Banco Central tomaría una acción definitiva, o bien porque sus ganancias eran tan altas que compensaban el riesgo.

    Intentos de Rescate.

    Durante el último año de vida de la entidad, algunos directivos del Banco Central intentaron en varias ocasiones salvar al BIR.

    Trozzo le dijo a su abogado en Nueva York, Lawrence Levine, que existía la posibilidad de una fusión, o de un aumento de capital. Levine sugirió que Trozzo debería lograr que un banco extranjero tomara una participación mayoritaria en el BIR. Le informó que el representante del BIR en París, André Anstett, tenía noticias de que un banco europeo se mostraba interesado en comprarlo (también circularon rumores sobre las intenciones similares de un banco español).

    Trozzo rechazó la idea, afirmando que el Banco Central argentino no permitiría que el banco privado más grande del país tuviese un accionista mayoritario extranjero.

    Martínez de Hoz solicitó varias veces la presencia de Trozzo en el Banco Central para conversar sobre las posibilidades de salvar al BIR. Sugirió a Trozzo que tratara de obtener nuevos capitales por US$ 125 millones, o bien de vender una parte considerable de su participación accionaria de 95 por ciento

    Caída en Cadena.

    La liquidación del BIR coincidió con la crisis de otras tres instituciones importantes: los bancos Oddone, de los Andes e Internacional. Los presidentes de dos de ellos fueron encarcelados: Luis A. Oddone (quien al parecer inició sus actividades financieras desde una cabina telefónica) y Héctor Greco, del Banco de los Andes.

    A principios de mayo de 1980 se estimaba que el Banco Central había asumido el compromiso de pagar US$ 2.000 millones a los depositantes del BIR y de los otros tres bancos.

    José Martínez de Hoz expuso su punto de vista a “Euromoney”: “Lo que sucedió es que esos cuatro bancos habían violado, cada uno en diferente forma, la legislación establecida por el Banco Central. El hecho de que algunos de ellos tuviesen muchos depósitos demuestra la solidez del sistema que aplicó las leyes, sin importarle su tamaño. Es un caso parecido al de una corte criminal.

    El hecho de que existan ladrones no significa que el grupo social sea malo.”

    Fue evidente que, en cierta forma, Martínez de Hoz y sus colegas en el Banco Central parecieron considerar que este colapso bancario había sido casi un hecho necesario: como algo que serviría para demostrar, de una vez por todas, que la economía argentina no necesitaba ya ser protegida, ni de sus propias acciones, ni de la competencia extranjera.

    “Hemos liquidado 38 instituciones financieras en los últimos tres años”, señaló entonces Reynal. “Esto es consecuencia de que muchas personas no entienden el significado de vivir responsablemente. El sistema tiene que funcionar, con sus recompensas y sus castigos. El destino del hombre que aspiraba a convertirse en el más prominente banquero internacional de la Argentina, José Rafael Trozzo, es una prueba de ello.”