Una discusión central de nuestro tiempo pasa por definir cuán grande o pequeño es el abanico de posibilidades de acción política real que se abre ante nosotros una vez que descartamos (por inviables) las posiciones extremas, a ambos lados del espectro. Para algunos, ese “tramo central”, por así llamarlo, es suficientemente amplio y rico en matices como para permitir una pluralidad
ideológica significativa. Para otros, en cambio, el campo real de la acción política, fuera de las fracciones extremas, es relativamente estrecho. De aquí a deducir que ese campo se corresponde con el concepto de lo pragmático hay sólo un paso. Para decirlo de otro modo, si ese andarivel de lo posible es muy reducido, también quedaría limitado el espacio para la expresión ideológica
En este punto surge la necesidad de definir una relación entre ese campo de lo “pragmático posible” y el territorio propio de las ideologías. ¿Cuán incompatibles son, en verdad, ambos conceptos?
Porque muy bien puede suceder que nos encontremos frente a una de esas falsas antinomias que, con bastante frecuencia desconciertan al hombre contemporáneo. Las ideologías, en último análisis, son sistemas de interpretación y de acción de cara a la realidad; del hombre frente al contexto social.
Desde este punto de vista, el pragmatismo no significa ausencia de ideología ni a la inversa Se puede profesar una ideología y ser, al mismo tiempo, absolutamente pragmático frente a los problemas de todos los días.
De hecho, ambos abordajes ocurren en el mundo de hoy: se busca con frecuencia dotar de fundamentos ideológicos al accionar pragmático, tanto como se busca aproximar los sistemas de ideas a la realidad cotidiana. No es un debate cerrado y nadie sabe cómo concluirá. Hay solamente expresiones de deseos, como el tan proclamado fin de las ideologías.
El escenario que nos rodea, en esta última década del segundo milenio, parece demostrar, sin embargo, algunas cosas: en primer lugar, el espectro de posibilidades de acción de que disponemos cuando se descartan los extremismos se muestra más bien reducido, antes que amplio. En términos teóricos, es posible imaginar una gran diversidad de matices, a la hora de la acción concreta, el abanico se estrecha dramáticamente. Véase si no a la Unión Soviética privatizando empresas o a Estados Unidos destinando cada vez más fondos al HEW (Health, Education and Welfare; algo parecido a lo que es, entre nosotros, el Ministerio de Salud y Acción Social). En ambos casos, se trata de cursos de acción dictados por la necesidad y que contradicen principios generalmente aceptados acerca del papel del Estado en un sistema socialista y en uno capitalista.
Sin ir tan lejos, en la Argentina tenemos abundantes ejemplos de lo mismo: las privatizaciones iniciadas por el último gobierno radical y continuadas por el justicialismo violentaron profundas convicciones doctrinarias de ambos partidos, pero se hicieron sencillamente porque no quedaba otra alternativa. En el ejercicio del poder quedó demostrado que los márgenes de maniobra eran más reducidos de lo que se pensaba desde afuera Es algo similar a lo que le sucede al capitán de un barco que quiera ir de Buenos Aires hacia Europa. A menos que elija una ruta exótica, no tendrá más remedio que poner proa hacia el Nordeste; podrá variar el rumbo en algunos grados más o menos, pero, en cuanto a la dirección general, no tiene mucho para elegir.
Otra realidad que se comprueba a diario es que, en la dialéctica entre ideología y pragmatismo, las posiciones han dejado de ser absolutamente rígidas y antagónicas. Las ideologías buscan, como dice el antiguo pensamiento latino, mantener la mirada hacia las estrellas, pero con los pies en la Tierra; el accionar pragmático es difícil de concebir en forma absolutamente despojada (¿despojado de toda ética, de toda finalidad?). En este caso estaríamos frente al pragmatismo como fin en sí mismo, lo cual evidentemente no tiene sentido. Y en cuanto nos proponemos dotar a la praxis de objetivos, de normas éticas, de fundamentos filosóficos, de contenido social, inevitablemente ingresamos en el campo ideológico.