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La esperanza de las economías industriales es mejorar rendimientos, o sea producir más con menos horas trabajadas. Paradójicamente, hacerlo bien es la única manera de generar incrementos estables del empleo. En Estados Unidos, por ejemplo, cada punto extra del producto bruto interno ligado a productividad, históricamente, equivale a 750.000 puestos laborales nuevos.
Según los consultores de McKinsey, autores de esta investigación, en ese plano surgen tensiones sociopolíticas que no deben subestimarse. Con el transcurso del tiempo, claro, aumenta la necesidad de equilibrio entre gastos/consumo, en alza, y el ahorro en baja, en los países en desarrollo y aun en varios industriales. En especial, EE.UU., hasta las crisis de 2000/1 a 2007/ 09 invertía y exportaba a buen ritmo.
En la actualidad, impulsar productividad y evitar o alterar políticas en sentido opuesto puede asegurar transiciones suaves. Al revés, no rendir al menos modestos ingresos y empleo en economías ricas suele generar reacciones políticas (proteccionismo, por ejemplo) que repercuten tanto en otros países de ese grupo cuanto en los emergentes.
McKinsey se refiere a todo eso como “imperativo” porque plantea exigencias inescapables. En la situación presente, para obtener siquiera módicos incrementos del PBI, los miembros de la Organización de Cooperación pro Desarrollo Económico (OCDE, 30 países líderes) deben alcanzar alzas titánicas de productividad. Es que las cosas han cambiado: en los años 70, EE.UU. podía apoyarse en una fuerza laboral expansiva que generaba 80% de cada dólar de alza en el PBI.
Por el contrario, durante la década de 2011 a 2020, descartando todo aumento abrupto de horas trabajadas, la mano de obra aportará menos de 30% por cada dólar adicional en el PBI. En otros términos, mantener un crecimiento de 2 a 3% anual –nada digno de entusiasmo– presupondrá que la productividad cubra el restante 70%.
Dilemas complejos
El problema se agrava en Europa occidental, donde no se espera crecimiento alguno en la fuerza laboral, salvo por aportes inmigratorios. Por ende, el alza entera del PBI depende de la productividad. En Japón, la cosa es aún más seria: la contracción de la fuerza laboral exigirá hacia 2020 que cada trabajador eleve su rendimiento anual a US$ 160 para generar 100 de avance en el PBI. Un imposible que podría repetirse en Alemania, Italia, Francia y el propio EE.UU.
Para complicar el panorama, existen crecientes desajustes en materia de educación, preparación y adiestramiento de recursos humanos. Las economías occidentales han formado trabajadores y profesionales aptos para cánones nacionales “congelados” al promediar el siglo 20. Pero hoy los puestos o cargos nuevos corresponden a patrones globales de esta década y las siguientes, que privilegiarán el conocimiento y la tecnología, no las labores de taller.
Al respecto, desde alrededor de 1980 hasta hoy, los modelos industriales estadounidense y europeo van siendo sustituidos por los de Asia oriental o meridional. En dos de ellos –China, India– hay gran oferta laboral, perfil que comparten “satélites” como Vietnam, Indonesia, Pakistán, Bangladesh, etc.
Volviendo a EE.UU., por ejemplo 85% de los nuevos puestos en 2001/10 requerían o requieren aptitudes tan complejas como analizar datos o resolver problemas. Por una buena razón: procesos relativos a marcas, propiedad intelectual, biogenética, diseño industrial, tecnología de punta, etc., generaron más de 70% del valor de mercado en el lapso 1980/2009.
Otra ecuación
Sin duda, las economías occidentales debieran cambiar los términos de la ecuación, aunque –sostiene el estudio– la desregulación sea un instrumento que, hasta cierto punto, ha elevado productividad en el pasado y tal vez siga haciéndolo.
No obstante, las empresas pueden y deben apoyar cambios de políticas con efectos en el largo plazo. Entre ellos, levantar o atenuar restricciones inmigratorias, exactamente lo contrario de lo que fomentan los republicanos en este momento. Pero, al final, tocará a las innovaciones alterar el horizonte: la historia demuestra que más de dos tercios del aumento en productividad proviene de aquellas fuentes.
Amén de deparar fuertes incentivos a las empresas para entregar productos y servicios habituales en forma más eficaz, el nuevo orden puede “vender productividad”, esto es formas de “hacer lo mismo pero con inteligencia”. Ello implica apuntar a modelos más transformadores con vistas a la década entrante. Estos impulsos tienden a una dinámica insoslayable: “no hay ganancia sin sufrimiento”.
Por antonomasia, sin duda, todo proceso innovador es rupturista. Así lo señala la industria editorial: apenas dos años después de presentar Kindle, Amazon.com vende electrónicamente la mitad de sus títulos y, si bien conserva separados los formatos físicos y digitales, Kindle ha puesto en cortocircuito toda la cadena tangible de abastecimiento. En esta fase, la tableta iPad de Apple seguramente acelerará el mismo proceso.
Capacidad mal aprovechada
Un fenómeno similar sacude la computación en las economías centrales, negocio considerado emblema de productividad con buenos motivos. Pero basta escarbar un poco para hallar evidencia de desaprovechamiento. Las empresas gastan en promedio 5 a 10% de sus ingresos totales en tecnología informática.
No obstante, diversas estimaciones sugieren que hasta 70% de la capacidad en servidores no se explota. Máxime en firmas pequeñas y medianas, que generalmente no alcanzan escala operativa comparable en sus propios sistemas.
Sin duda, los progresos en computación por enjambres (cloud computing, esto es compartir recursos a distancia sin almacenar software ni datos en una máquina local) muestran gran potencial de elevar tasas de uso. Simultáneamente, ayudan a las compañías a aumentar capacidad de computación y permiten recortar costos en 20% o más. No sorprende, entonces, que gigantes amigos de la productividad como IBM, Google o la india Wipro Technologies inviertan intensamente para pelear la batalla por “cloud computing”.
La medicina rentada –destaca McKinsey– es campo propicio para que prosperen los negocios inteligentes. En promedio, desde 2008 el gasto en atención médica comercial en la OCDE sobrepasa en casi dos puntos porcentuales el aumento anual del PB conjunto, con EE.UU. superando ambas cotas.
Sin embargo, en la mayoría de los países el aumento del gasto médico suele generar atraso respecto de cada economía, porque el sector privado ha ido postergando medidas para adoptar o mejorar productividad. Tomando un solo índice, las compañías gastan anualmente en TI apenas 20% de lo que insumen las financieras.
Síntomas promisorios
La innovación múltiple, en cambio, promete mejorar resultados e ir reduciendo costos. Por ejemplo, alrededor de 75% de las erogaciones privadas en salud se destina en la OCDE al tratamiento de enfermedades crónicas o terminales. En este dominio Orange (France Télécom) se ha asociado a prestadores médicos para ofrecer servicios capaces de seguir constantemente casos de diabetes y males cardíacos en pacientes remotos. Mediante dispositivos móviles de bajo costo, se vigila el correcto cumplimiento de terapias y se disminuyen episodios riesgosos y caros de manejar.
En Alemania, T-Systems (Deutsche Telekom) se ha vinculado con la aseguradora médica Barmer para equipar a sus pacientes y a los profesionales con monitores móviles y modelos gimnásticos. Por ende, ambos grupos pueden atacar riesgos con mayor efectividad y a menor precio.
Una gama de industrias, sectores y servicios podrán beneficiarse, entonces, vía mejoras de productividad. Así, apreciables utilidades serán factibles con sólo aplicar las enseñanzas de los últimos 15 años en las áreas más avanzadas –por ejemplo, empresas de telecomunicaciones y financieras– a actividades tan retrasadas como salud, educación y –subraya McKinsey– el sector público.

