Síntoma de un nuevo orden mundial con desequilibrios

    ANÁLISIS | Escenario global

    Por Carlos Scavo

    Ambos aspectos marcarán la diferencia entre un ajuste mundial suave y uno signado por brutales crisis financieras, como la occidental de 2006/09 o la que atraviesa hoy la Unión Europea. Un nuevo estudio del McKinsey Global Institute explora las profundas implicancias estratégicas de la transición entre una globalidad y otra.
    Hasta cierto punto, el desplazamiento de actividades entre un contexto “desarrollado” y mercados emergentes simplemente refleja una especie de ley gravitatoria económica. En un mundo donde las ideas fluyen libres y la mayoría de los países pasa por diversos estadios en la adopción –o no– de medios de producción, comunicación o distribución, los menos desarrollados debieran crecer más que sus contrapartes en Occidente. Al menos, tal como eran las tasas de crecimiento antes de las crisis iniciadas en 2006 con el colapso inmobiliario estadounidense.

    Ventajas
    También es importante comprender que los mercados emergentes tienen ventajas estructurales asociadas a la nueva fase de la economía global. Muchos funcionarios occidentales suelen obsederse con paridades “anormalmente bajas” en países como China. Justamente, esas tasas de cambio forman parte de las ventajas estructurales aludidas.
    Pero el fenómeno tiene raíces más hondas y remite a un hecho fundamental: la mano de obra no puede negociarse libremente en un mercado mundial único, algo normal en cuanto a productos primarios, insumos intermedios, alimentos y capitales. Cualquier compañía que contrate servicios en economías de bajos salarios relativos lo hace para ahorrar enormemente en costos laborales.

    Improbabilidades
    Ello es doloroso para los trabajadores occidentales sustituidos por rivales más baratos. Pero resulta positivo en materia de utilidades, precio final que paga el usuario y –exagerando– “los ciudadanos globales que provienen de fábricas, centros de llamadas y otras especialidades baratas del mundo emergente”.
    Pero ¿y si esos componentes no funcionan como se supone? Esta monografía sostiene que debieran considerarse esas aparentes improbabilidades y analizar el riesgo de que una crisis financiera acelere la transición a un contexto global donde el intercambio, el flujo de capitales y la demanda sean más equilibrados. Al respecto, las cúpulas empresarias han de aprestarse para un mundo que –según muestra la flexibilización del yüan– afronte y modifique nexos económicos insostenibles.
    Este proceso tendrá implicancias probables a largo plazo para las prioridades estratégicas del sector privado. Por ejemplo, mudanza de instalaciones o actividades, tipos de mercados y clientes a cubrir, etc. También importa la necesidad de estar preparados por si el proceso es repentino o abrupto. Si bien el mundo marcha a otros modelos de equilibrio, la transición tal vez no sea paulatina ni, muchos menos, fácil.

    Adam Smith y la globalidad
    Generalmente, se concibe la economía mundial en términos de resultados tangibles. Vale decir, la verdadera integración arranca de factores de producción, entre los cuales sobresalen las materias primas, el capital y el trabajo, claves para entender los problemas estructurales básicos. Un mercado se halla plenamente formado cuando todos los clientes obtienen las mismas cosas al mismo precio, extrapolando costos y márgenes transaccionales.
    Esto se conoce como “ley de precio único” y, originalmente, la postuló Adam Smith. En lo atinente a productos primarios –hidrocarburos, minerales, metales, alimentos básicos–, se trata de condiciones de mercado existentes desde hace tiempo. La misma ley vale además para el dinero y la mayoría de los instrumentos financieros. Pero no para el caso de la mano de obra, para los ortodoxos el obstáculo estructural por excelencia.
    Para aprehender el papel del trabajo, por supuesto, es preciso hacerlo con el arbitraje. Por ejemplo, su expresión transfronteriza en la economía financiera se centra en instrumentos transables cotizados en monedas. En la economía real, esos arbitrajes o transacciones captan diferencias en costos de producción entre diversos puntos. A medida como se abrían los mercados, especialmente especulativos, bajaban esos costos y, también, se agotaban las oportunidades de arbitraje en el plano financiero global, con lo cual se cumplía la ley del precio único.

    Costo laboral y monedas
    Por el contrario, subsisten vastas oportunidades de transacción salarial, pues la misma tarea puede significar salarios muy variables alrededor del planeta. Esto, como se ha indicado, lo aprovechan al extremo las empresas multinacionales, cuyo ahorro de costos actúa por dos vías: salarios más bajos en el ex “tercer mundo” y creciente desempleo en economías centrales.
    Al margen de factores sociales regresivos en ambos extremos de la ecuación, surge un problema estructural. En el curso de un decenio, lo afrontarán las economías en desarrollo y subdesarrolladas.
    Reside en puestos laborales de calidad que irán abandonando los países desarrollados rumbo a China, India, Indochina, Latinoamérica y parte de África.
    Serán cientos de millones, en tanto la fuerza laboral estadounidense no sube hoy de 150 millones. De no ser por aquellos factores sociales regresivos –aunque ventajosos para el sector privado–, el estudio del MGI concluye que se vive un proceso global maravilloso para la humanidad. Sobre todo para el empleo en mercados emergentes y la dupla demanda-consumo en economías avanzadas.
    Sin embargo, el mayor empleo emergente implica menos demanda laboral en EE.UU., Japón o Europa occidental. Ya España, una economía intermedia enganchada a la tambaleante Eurozona, sufre 20,5% de desocupación, con EE.UU. y el resto de la Unión Europea promediando 10%. Por ello, el desempleo en las economías centrales se torna más estructural que cíclico; como en Alemania en los años 20 o EE.UU. en los 30. En el primer caso, la salida fue el Tercer Reich; en el segundo, su resultado: la Segunda Guerra Mundial.

    Replanteo de la globalización

    Básicamente, el impulso transnacionalizador ha pasado de Occidente al mundo en desarrollo, debido al aumento de habitantes en mercados emergentes. Así lo perciben los ejecutivos de muchas compañías multinacionales, habituados a actuar en ambos contextos.
    El nuevo, heterogéneo, bloque es clave de negocios. En lo tocante a rentabilidad, lo será más de ahora a 2015 y después. Al respecto, surgen otros aspectos, tales como tecnologías informáticas, su flujo de alcance planetario o mercados laborales integrados. Ellos y otros surgen como fundamentales en la sexta encuesta anual del instituto global McKinsey sobre tendencias futuras.
    Por supuesto, los principales factores ya son objeto de acción por parte de cada vez más ejecutivos en cada día más empresas. Eso indica la mitad de los sondeados durante las indagaciones. Sin embargo, como en las dos encuestas previas (2008, 2009), no cambia el énfasis en las tendencias, aunque sí los alcances del contexto geo-económico.
    Sorprende que la crisis sistémica occidental y la recesión resultante no hayan afectado tendencias básicas ni la fe casi inconmovible en la globalización como idea. Sólo va transfiriéndose del corto al largo plazo. Este desplazamiento es consistente con otros estudios de McKinsey en otros planos económicos.
    La transición que vive el contexto globalizador se refleja en (a) cambios en el lenguaje de los cuestionarios y (b) diversificación temática. Por ejemplo, a los aspectos individuales se agregan cinco materias interconexas que subrayan oportunidades y desafíos que la propia integración plantea a quienes desean sacarle réditos en mercados emergentes. En particular cuando se trata de productividad –vía bajos salarios reales–, información, recursos naturales y relación con Gobiernos.
    Los sondeos revelan que la economía, es decir lo que de ella perciben los ejecutivos, afronta pronunciados cambios de orientación a medida como va reintegrándose. Así, 63% de la muestra estima que el aumento de volatilidad genérica será un rasgo global permanente. Otro 23% espera abruptos niveles de lo mismo, capaces de deteriorar la solidez de varios sectores.
    Por otra parte, ya hay síntomas alarmantes en el núcleo de la “vieja” globalización. En la Unión Europea, Eurozona inclusive, el endeudamiento excesivo –interno y externo– surte efectos muy negativos en los productos brutos internos y regionales.
    Existen asimismo desafíos en el sector privado. La mitad de respuestas son sólo cautamente optimistas en cuanto a ubicar los profesionales adecuados a sus nuevos retos estratégicos. Igualmente, una similar proporción de los ejecutivos consultados manifestó que sus compañías han iniciado acciones para encarar desplazamientos de actividades de países industriales a emergentes.