ANÁLISIS | Entrevista
Por María Teresa Lavayén
Paul Hobbs
Foto: Gabriel Reig
El nuestro es un país que produjo vino desde antes de ser país. Cuando estas tierras eran parte del imperio español y se llamaban Virreinato del Río de la Plata recibían por oleadas sacerdotes y misioneros que llegaban desde Perú vía Chile para difundir la fe entre los lugareños. El vino era la bebida litúrgica de la santa misa, de modo que traían consigo las vides para cultivarlo. El simbolismo religioso permitió que el consumo se expandiera por todo el territorio y que su producción creciera sin trabas.
Con la llegada masiva de inmigrantes a finales del siglo 19 y principios del 20, desembarcaron aquí europeos acostumbrados al vino de sus lugares de origen. Llegaron con ellos nuevas técnicas y nuevas cepas: Chardonnay, Malbec, Cabernet Sauvignon, Pinot Noir, Chenin, Merlot, Syrah, Riesling y muchas otras. En 1885 el presidente Julio A. Roca inauguró el ferrocarril a Mendoza y la región andina, antes aislada, pudo abastecer por primera vez la creciente demanda de Buenos Aires. Las bodegas crecieron y sus dueños hicieron vida de millonarios con poca inversión y mucho disfrute. Extirparon viñedos de alta calidad para sembrar variedades de alto rendimiento y mala calidad. Vendieron durante muchos años y con mucha facilidad aquel famoso “vino común de mesa” a un enorme país acostumbrado a acompañar con vino las dos comidas diarias de los siete días de la semana.
Todo eso cambió cuando el país se inundó de gaseosas. Los hábitos cambiaron y el vino fue desplazado. Hacia 1970 la industria estaba al borde del colapso y los años que siguieron vieron bodegas quebradas y campesinos desocupados. El renacimiento comenzó a principios de los 90, cuando llegaron inversiones extranjeras y también consultores que ayudaron a modernizar la industria vinícola nacional. Es en este contexto que se inserta en nuestro país la figura de Paul Hobbs.
Hobbs, apasionado del vino y de las viñas que lo producen, llegó a esta actividad por un sinuoso camino de circunstancias. Así lo cuenta.
Historia de una pasión
“Crecí en Buffalo, donde prácticamente todos mis amigos tomaban cerveza. Como muchos jóvenes de mi generación, soñaba con ser astronauta. Pero eso no pudo ser porque mi vista no era perfecta. Mi madre había prohibido el vino en la mesa y eso lo rodeó de un atractivo especial, el de lo no permitido. La historia es que mi padre trajo una noche a casa una botella de un gran vino. Esa fue la semilla inicial pero no el acontecimiento crucial que me hizo estudiar enología y dedicar toda mi vida a la vinicultura.
Lo que aquella botella hizo fue que mi padre quisiera plantar vides y que yo me interesara por primera vez. Nosotros cultivábamos manzanas, duraznos y cerezas, estábamos en el negocio de la fruta. Esto era algo nuevo, un negocio diferente. Comencé a ayudar a mi padre a plantar vides mientras me preparaba para entrar a medicina. Pero antes decidí tomar algunos cursos para fortalecer mi conocimiento de agricultura. Fue entonces cuando conocí a quien sería el responsable del giro en mi vida. Un hombre que había sido bodeguero y que me tentó a estudiar enología”.
–¿Y quién lo tentó a venir a la Argentina?
–Fue una sucesión fortuita de acontecimientos. A mediados de los 80, los vinos chilenos tenían muy buena prensa y la gente que yo respetaba decía que Chile era la próxima gran región del mundo. Quise conocerlo y viajé en 1988 con ayuda de mi amigo Marcelo Kogan, a quien había conocido en UC Davis. Marcelo me organizó una serie de visitas a bodegas.
Ya que iba a Chile, le avisé a mi amigo argentino Jorge Catena (hermano menor de Nicolás Catena), ex compañero de la universidad. Jorge llevaba años pidiéndome que viniera a la Argentina y cuando supo que estaría a un paso no quiso dejar pasar la oportunidad. Fue a Chile para convencerme. Por lo que yo sabía de este país, la visita iba a ser una total pérdida de tiempo y le dije que no.
Pero dos circunstancias torcieron mi decisión. La primera fue la actitud de los bodegueros chilenos al negarse a que mi amigo argentino –bodeguero por añadidura– fuera conmigo a ver los viñedos. La segunda fue que no estaba del todo satisfecho con lo que veía en Chile, las vides no estaban bien plantadas y no se veía mucho interés por la calidad. Entonces pensé que no me costaba nada ir a dar un vistazo. Así fue que visité Mendoza en marzo 1988.
–Usted cambió hábitos de producción. Los agricultores llevaban años haciendo las cosas de la misma forma. ¿Cómo lo hizo?
–No lo hice solo, tuve ayuda. Yo trabajaba con Nicolás (Catena), y él quería hacer vinos para exportación. Sabía que sus vinos no eran adecuados para exportación. Por eso le dijo a toda su gente que tenían que hacer lo que yo dijera.
En una oportunidad llegó a decir, con ese hablar tan suave que lo caracteriza: “O usted obedece a Paul o yo lo echo”. Le tomé mucho aprecio y me sentí muy respaldado por él y su equipo. Todos me apoyaban en lo que yo trataba de hacer. De todas maneras no fue fácil, ni siquiera con todo ese apoyo.
–Usted fue asesor de Catena durante nueve años antes de arrancar con Viña Cobos en Mendoza. ¿Cómo surgió la idea de un proyecto propio?
–Además de asesorar, yo ayudaba a promocionar los vinos Catena en Estados Unidos y Gran Bretaña; buscaba distribuidores y trataba de convencer a la gente de que la Argentina era un lugar a tener en cuenta. Cuando Nicolás invitó en 1993 a la prensa más especializada a probar el Chardonnay, los periodistas se quedaron pasmados con la calidad del vino que estábamos haciendo.
El experimento del Malbec
Pero más los sorprendió un pequeño proyecto piloto que estaba haciendo por mi cuenta, era un vino experimental hecho con viñas de Catena, pero no formaba parte del programa que teníamos juntos. Quería hacer vino tinto. Así fue como comencé con el Malbec, porque tenía curiosidad por ese varietal y quería trabajar con él. Al primer Malbec le pusimos Álamos, por los árboles que se ven en todo Mendoza. Era un nombre fácil de pronunciar en inglés. Nicolás me pidió ser el importador en Estados Unidos, que él financiaría la operación. Durante dos años fui el embajador del Malbec en Estados Unidos. La primera vez me lo compraron por compromiso. La segunda, por el reclamo insistente de los clientes.
Crecimos sin prensa, a través de los consumidores. Cuando vi ese éxito pensé que había llegado el momento de iniciar otra etapa. Luego de nueve años de trabajo conjunto, con Catena decidimos que era tiempo de separar los caminos. Él debía recuperar protagonismo y apropiarse de su marca; yo quería tener mi propio proyecto aquí, de lo contrario perdería una gran oportunidad. Entonces fue cuando comencé a buscar socios. En 1997 conocí a Andrea Marchioli y Luis Barraud.
–¿Cómo se toman las decisiones en Viña Cobos?
–Al principio yo tomaba casi todas, pero ahora ellos saben mucho y toman casi todas las decisiones diarias. Luis es el capitán del barco, maneja la producción y controla el aspecto comercial. La compañía comenzó con un capital de US$ 80.000. Ellos pusieron 40 y yo 40. Pero el primer año perdimos todo. 1998 fue la cosecha más desastrosa en 30 años. Nicolás Catena nos ayudó a salir.
–El Cobos Malbec 2006 mereció un puntaje de 99 puntos de Robert Parker, el gurú del vino. Eso es buena noticia desde el punto de vista del prestigio. ¿Y desde el punto de vista de las ventas?
–Todo está lento en esa gama de precios. El año pasado se vendió mucho más. Hasta las ventas de los grandes vinos del mundo hoy se han reducido drásticamente. Sin embargo, es interesante lo que está ocurriendo con los vinos argentinos. Nuestro distribuidor en Brasil nos dice que la única categoría que no sufre allí es la de los vinos premium argentinos.
Es más fácil vender una botella de vino argentino de US$ 200 que un Bordeaux del mismo precio. Yo creo que los 99 puntos ayudan. Porque la gente quiere probar algo nuevo y porque hay mucho entusiasmo ahora por la Argentina. La categoría premium ha sufrido pero todavía está activa.
–En Estados Unidos el consumo de vino argentino creció 32,44% entre 2008 y 2009, pero el de vino chileno creció 126,3% en el mismo período. ¿Será que ellos exportan vinos de calidad media a precios más accesibles?
–El precio es un factor importante. La situación actual es fabulosa para Chile y la están aprovechando muy bien. Pero es una situación pasajera. Yo espero que los productores argentinos no imiten el modelo de sus vecinos. Chile siempre fue un productor que buscó introducirse con gamas bajas y márgenes muy estrechos. Está vendiendo mucho, pero es un negocio muy diferente.
–¿Cómo piensa aprovechar ese interés en vino argentino con su marca Viña Cobos?
–Mis socios y yo queremos una marca prestigiosa basada en calidad. Todo nuestro interés está puesto en calidad, prestigio y exclusividad. Entre mis objetivos está el de ser uno de los que ayude a la Argentina a convertirse en una de las grandes regiones del mundo del vino.
La nueva etapa
–Los innovadores como usted nunca están totalmente satisfechos y siempre buscan algo más. Después del Malbec, ¿cuál es la próxima gran idea?
–Cuando comencé a trabajar aquí, se me ocurrió que la región es buena para el Cabernet. Creo que puede ser una de las tres grandes regiones en el mundo para Cabernet (las otras dos son Napa Valley y Bordeaux, en ese orden). La Argentina tiene todas las condiciones para ser la tercera.
Pero todavía falta, hay mucho trabajo por hacer porque cultivar Cabernet de alta calidad es mucho más difícil que cultivar Malbec de alta calidad. Hay que trabajar muchos detalles, hay muchos trabajos que hacer en el viñedo. Tenemos que subir un nivel. En eso estamos trabajando actualmente.
–Usted es agricultor, bodeguero, consultor y empresario ¿Cuál de todas esas actividades le produce más placer?
–Me gustan todas. Dedico la mayor parte de mi tiempo al viñedo. Eso está primero, ya sea que esté en Napa Valley, Argentina, Europa, Hungría o Francia. Pero también dedico mucho tiempo a la bodega, me encanta, y también me gusta el aspecto comercial del negocio. Aunque debo confesar que la etapa más difícil fue llegar a sentirme cómodo con el aspecto comercial.
–¿Recuerda alguna anécdota que muestre pueblos diferentes haciendo las mismas cosas de diferente manera?
–Una diferencia entre la Argentina y Chile. En la Argentina los bodegueros toman vino en el almuerzo. No tanto como antes pero el vino es parte de su vida diaria. En Chile –estoy hablando de mis primeros 13 años en Sudamérica– tomaban Coca-Cola. La gente no ponía su alma en el vino que producía. Creo que eso ahora ha cambiado. Pero antes los chilenos miraban el vino como un negocio. No le ponían pasión.
La Argentina es tan diferente… aquí los bodegueros tienen un sentido artístico, hasta romántico del vino. Creo que esa es una de las razones por las que me enamoré de este país. Aquí hay pasión, incluso obsesión por el vino.
–¿Y cómo cree usted que evolucionará el negocio en cinco años?
–Va a depender de las condiciones económicas mundiales, pero creo que el panorama es prometedor. Por un lado, advierto una tendencia mundial en la que la gente cuida más lo que consume y busca comida y bebida más sana. Eso incluye vino bueno.
Por otro lado, vamos a ver variedades regionales convirtiéndose en marcas poderosas, si bien no populares. Cuando la gente viaja a Italia, Grecia, Armenia o Georgia, va a ir a buscar las variedades locales, algunas muy antiguas. Aunque el mundo se está volviendo más global, al mismo tiempo defiende los productos artísticos y diferenciados. Justamente la globalización hace que mucha gente busque experiencias únicas.
La versión completa de esta entrevista está en:
http://mercado.com.ar/nota.php?sec=1&id=363773