Las modas suelen ser vanguardias, conceptos innovadores. Pero a veces también reflotan viejas ideas, que se corresponden maravillosamente con otra época, y que resurgen por exceso de nostalgia, por anacronismo inexplicable o por una simple pobreza de pensamiento.
Éste es un fenómeno bien conocido en la Argentina. Pero la reaparición de un debate sobre la necesidad de una burguesía nacional, va más lejos de lo esperado. Primero fue un banquero en ascenso quien arrojó la piedra inicial para instalar el debate. Luego, el mismo Presidente recogió la pelota al vuelo y la retuvo para su equipo. Otros empresarios creyeron atisbar una ventana de oportunidad para ingresar a círculos áulicos y se despacharon a gusto con un vocablo cuya precisión desconocen o desprecian.
De modo que entre los falsos debates que aparecen incesantes en la superficie de la política argentina, aunque sea efímero, un lugar se ha ganado ya la famosa burguesía nacional.
Con alguna ligereza, varios analistas han descubierto que la idea se emparienta con las concepciones setentistas de Néstor Kirchner. Nada más lejos de la verdad: el Presidente suele testimoniar un compromiso emocional con aquel momento histórico, pero en sus acciones prefiere asociarse a la búsqueda de un capitalismo más moderno y responsable, el mismo que persiguen en Estados Unidos los que combaten el síndrome Enron, y que se caracteriza, esencialmente, por el reclamo por mayor regulación.
Político veloz de reflejos, incorporó la frasecita que ganó tan buena prensa, pero seguramente con un contenido muy lejano al que le asigna la mayoría de los desconcertados repetidores del eslogan.
Dicho de otra manera: ¡esto es una antiguedad! Por esta senda pronto se recobrarán palabrejas como empréstitos; colonos e inmigración europea convocando al espíritu del gran Alberdi.
Hace 50 años
Durante los dos primeros períodos de gobierno del peronismo (1946-1955) se conformó lo que se dio en llamar burguesía nacional debido al impulso que el Estado le dio a la industrialización mediante la sustitución de importaciones. José Ber Gelbard fue el dirigente empresario que los organizó en la Confederación General Económica (CGE).
Producían bienes y servicios para el mercado interno, por lo que altos salarios y pleno empleo más que un costo eran decisivos para la demanda de sus productos, en una economía fuertemente protegida de la competencia externa.
Es cierto que muchas veces actuaron como si el mercado interno fuera un coto de caza cerrado y en poco contribuyeron básicamente porque no podían a crear una estrategia exportadora, ya que la calidad de sus productos era aceptable para un mercado cautivo pero no para exigentes compradores externos. El funcionamiento económico y social se sustentaba en esta comunión de intereses, por lo cual el pacto social fue el eje de la política de la CGE.
Su momento de mayor poder político se registró entre 1973 y 1974 cuando Gelbard fue ministro de Economía y la CGE fue la única entidad empresarial reconocida por el Gobierno.
Sin ir mucho más atrás y sin necesidad de remontarse a siglos anteriores la idea aparece con nitidez en el ideario revolucionario de Mao Tse Tung en la China comunista. En un mensaje de 1947, decía Mao:
La burguesía nacional es una clase políticamente muy débil y vacilante. No obstante, la mayoría de sus componentes por ser perseguidos y restringidos por el imperialismo, el feudalismo y el capitalismo burocrático pueden, o incorporarse a la revolución democrática popular, o bien adoptar una posición neutral. Forman parte de las amplias masas populares pero no constituyen ni su cuerpo principal ni una fuerza que determine el carácter de la revolución. Sin embargo, es posible y necesario que nos unamos con ellos porque son económicamente importantes y pueden incorporarse a la lucha contra Estados Unidos y Chiang Kai-shek o permanecer neutrales en esa lucha. Antes del nacimiento del Partido Comunista de China, el Kuomintang, dirigido por Sun Yat-sen, representaba a la burguesía nacional y desempeñaba el papel dirigente en la revolución china de esa época (revolución democrática inconsecuente de viejo tipo).
Idea vieja, ropaje nuevo
La idea es que burguesía es un concepto anacrónico. Puede haber burgueses nacionales no productivos. Solamente rentistas. Burguesía es una palabra que, en sí misma, no implica actividad. Puede haber burguesía pasiva. En verdad, sólo define a una clase acomodada o rica.
De hecho, muchos de los empresarios locales que vendieron sus negocios a precios millonarios durante la década de los 90, se dedicaron a vivir de rentas o peor a importar productos superfluos que agravaron la situación de la cuenta corriente de la balanza de pagos.
Tener un DNI argentino no significa que uno sea un empresario valioso. Un señor como Wainart que es un brasileño-alemán, exporta vinos por valor de US$ 80 millones. He aquí un empresario de origen extranjero que contribuye a generar divisas auténticas para la Argentina cuando más las necesitamos. Se trata, entonces, de un auténtico empresario nacional.
Tiene más sentido hablar de empresariado nacional. Podríamos expresarlo así: queremos empresarios, no burgueses.
Por otra parte, el adjetivo nacional es equívoco. Nacionales deben ser los efectos de la acción empresarial. El DNI no importa. Hay muchos argentinos que se han comportado para usar una palabra tan moderna como burguesía como cipayos, y han bombeado recursos de la Argentina al exterior. Nacionalismo de resultados, no de DNI, es lo que necesitamos.
¿Renacionalización?
Otra consigna exitosa, que siguió a algunas modestas adquisiciones de emprendimientos extranjeros por parte de capitales locales, es que estamos frente a una renacionalización del aparato financiero o productivo.
Los entusiastas avizoran, en medio de la globalización, el surgimiento de un nuevo modelo económico. Sostienen que otro proyecto de país sólo puede existir con una burguesía nacional, y aseguran que desde el mismo establishment se alienta el apoyo estatal a las empresas locales.
¿Cuánto hay de cierto en esta supuesta renacionalización?
Después de la devaluación, con el dólar por las nubes, se esperaba una nueva ola de transnacionalización de la economía con multinacionales comprando activos locales a precio de remate. A principios de 2003 el diagnóstico era el opuesto, en medio de la incertidumbre y la lenta normalización económica, parecía que se estaba a las puertas de una fuerte renacionalización en la propiedad de las firmas que operan en el mercado doméstico. La realidad es más compleja y no permite confirmar la existencia de una tendencia nítida en esa dirección.
Apostando al poder simbólico de sus anuncios el presidente Néstor Kichner afirmó, al recibir $ 500 millones para obras públicas de los bancos nacionales: Es imposible un proyecto de país si no consolidamos una burguesía nacional. Luego de más de una década de hablarle al mercado eufemismo para referirse a los grupos de poder económico, operadores financieros, acreedores externos o lobbistas ahora desde el poder político se interpela directamente a los empresarios locales.
No es una cuestión menor: al fin de cuentas se trata de comenzar a discutir un nuevo proyecto económico que, a diferencia de la ortodoxia de los 90, tendría que ser inclusivo y generar empleo, consumo e inversión porque debería ser capaz de revertir los actuales niveles de desempleo y pobreza.
Los banqueros nacionales fueron los primeros en mover el tablero para diferenciarse de la banca extranjera. Reflotaron la Asociación de Bancos Argentinos (Adeba) y su titular, Jorge Brito, afirmó que tienen una agenda distinta al resto del sector ya que sus intereses se encuentran únicamente en la Argentina. Los industriales no dieron a conocer su postura oficial, pero Héctor Méndez, vicepresidente 1º de la UIA, destacó que la toma de decisiones empresariales debe estar en el país, debe existir una vocación argentina. Si los hombres de negocios sólo miran los éxitos económicos no son nacionales. Desde la Confederación General Económica (CGE), cuna de la burguesía nacional, destacan su coincidencia plena con el planteo del presidente Kirchner; se debe apoyar a las pequeñas y medianas empresas. Es la forma de crecer y combatir el flagelo del desempleo.
No hay país que haya crecido sin empresas locales, es la categórica respuesta de un alto directivo del grupo Roggio, uno de los tradicionales grupos locales. Bernardo Kosacoff, titular en la Argentina de la Comisión Económica para América latina y el Caribe (Cepal), precisa: Es bueno que nos preocupemos por discutir qué significa la existencia de una burguesía nacional porque, excepto Irlanda y Singapur, hay pocos ejemplos de países que lograron crecer únicamente con empresas extranjeras.
Por las dudas, ninguno de los especialistas y empresarios consultados cree que se trate de la vuelta a un proteccionismo anacrónico ni a la distribución de prebendas estatales. Se debería lograr un mix adecuado entre políticas públicas y acción privada local que permita crear un nuevo régimen económico. Entonces, la pregunta es: ¿existen las condiciones políticas y sociales necesarias?, ¿o sólo se trata de obtener ventajas para hacer buenos negocios?
Nacionales y extranjeras en las 1.000 de MERCADO
El Ranking de las 1.000 empresas que más venden, publicado en la edición anterior de MERCADO, permite tener una idea precisa de la gravitación de las empresas de capital extranjero dentro de la economía nacional. |
¿Más empresas argentinas?
Mientras algunos grupos económicos focalizan sus actividades, como Pérez Companc en alimentos, otros se expanden a nuevas actividades como el grupo Werthein que se quedó con la parte francesa de Telecom. Hay chances que el modelo Werthein grupos locales comprando activos a filiales extranjeras se replique en este esquema, porque el tenedor extranjero tiene dudas de lo que pasa en el país ya que todavía no puede negociar con nuevas reglas de juego ni hacer proyecciones de mercado para el mediano y largo plazo, analiza Jorge Vasconcelos, investigador del Ieral de la Fundación Mediterránea. Y agrega: Es lógico que se aprovechen estas oportunidades, pero todavía son casos aislados. Es decir, el negocio de ocasión es la compra de activos ya existentes que permitan consolidar el core business de las empresas o aprovechar la situación de las firmas en default, negociando con sus accionistas y logrando una importante quita de la deuda con sus acreedores.
En esta coyuntura dicen presente los fondos de inversión. Su actividad es intensa y respetan una regla de oro: comprar empresas endeudadas, pero con un importante volumen de facturación y potencial de crecimiento en el mediano plazo. Así, Pegasus se quedó con Musimundo, que controla 55% del mercado de discos del país; Coinvest, liderado por Martín Ruete, es uno de los fondos más activos por su presencia en comunicaciones (CTI, MetroRed), agroalimentos y textiles. Lo más destacado, sin embargo, fue la compra de la Compañía General de Combustibles, la empresa insignia del grupo Soldati, por parte de Southern Cross Group (SCG), el fondo liderado por Norberto Morita, ex directivo del grupo Bemberg. De esta forma, SCG participa de uno de los negocios más rentables, el petrolero.
Muchos sospechan que los recursos de estos fondos no son precisamente extranjeros: sería más bien una repatriación protegida de activos financieros de argentinos que permanecían en el exterior.
Pero lo cierto es que los extranjeros siguen muy activos: hay inversiones canadienses en minería; Siemens se quedó con el control total de Itrón-Siemens; el Grupo Empresarial Alimentos Europeos, de España, adquirió 25% de Química Estrella; el fondo canadiense Clearwater Seafoods aumentó a 70% su participación en Glaciar Pesquera; el grupo holandés Salentein compró la bodega Casa Vinícola Antonio Pulenta; Endesa pasó a controlar 63,9% de Central Costanera. Pero también hacen negocios algunos capitales de América latina que conocen los riesgos de la región y están acostumbrados a la inestabilidad, como los brasileños, mexicanos o chilenos.
Las multilatinas
Están presentes en toda la región, y a veces a escala mundial, son líderes en sus países y compiten exitosamente con otras corporaciones transnacionales. Son las multilatinas. La crisis que en los últimos años afecta a América latina, les ofrece una inmejorable oportunidad para expandirse ante el retiro de muchas de sus rivales europeas y norteamericanas.
Brasil y México lideran las inversiones extranjeras en la Argentina posconvertibilidad. El año pasado, Quilmes pasó a manos de la brasileña Brahma y todos los activos de energía (petróleo, gas y combustible) de Pérez Companc fueron adquiridos por la estatal brasileña Petrobras.
A partir de sus últimas inversiones, los mexicanos tienen creciente importancia en alimentos y telecomunicaciones. El grupo Bimbo pagó US$ 5 millones por 30% de Fargo, empresa que controla más de 50% del mercado de pan lactal en la Argentina. Mientras que Carlos Slim, titular de Teléfonos de México (Telmex), se transformó en un nuevo peso pesado de las telecomunicaciones locales: es dueño, en sociedad con Techint, de Techtel; ambos adquirieron CTI Móvil con un desembolso de US$ 300 millones; controla una operadora de celulares en Brasil y también AT&T Latinoamérica con presencia en la Argentina (con clientes corporativos y telefonía básica en Rosario, Capital Federal y el Gran Buenos Aires), Brasil, Chile, Perú y Colombia.
Estas nuevas multis son el resultado de la última etapa de inversiones extranjeras en la región y no es casual la importancia que adquieren en la Argentina. En Strategy & Competition, una publicación de la consultora Booz Allen Hamilton, se destaca que la mayor competencia le permitió a las firmas locales desarrollar nichos específicos para sus negocios, explotando las ventajas de su mayor conocimiento de los mercados, fundamentalmente del consumidor latinoamericano y la capacidad de moverse en medio de la incertidumbre política y económica. Entre las habilidades estratégicas desarrolladas en el último decenio se encuentran:
- reconocer cuándo es apropiado expandirse a otros países y entender cómo afecta a sus negocios;
- definir la escala mínima y la cobertura que es necesaria para competir en cada sector;
- lograr escala a través de combinar la consolidación local con adquisiciones regionales.
Uno de los resultados de esta situación es que las ganancias de las multilatinas fueron superiores a las de sus rivales globalizadas, de hecho muchas de las que invirtieron agresivamente en los 90 reconocieron que no generaron suficientes ganancias y crecimiento para justificar los grandes montos erogados. Como afirmó Slim, el hombre más rico de América latina, en su paso por la Argentina: Mientras otros se retiran, nosotros entramos en el negocio. De hecho, con golosinas y alimentos Nestlé y Kraft Foods deben competir fuertemente por imponerse a rivales como Bimbo (México), Arcor (Argentina) o Compañía Nacional de Chocolates (Colombia). En el sector financiero, Citibank y ABN-Amro, dos de los bancos más poderosos del mundo, se enfrentan con la fuerte competencia de la banca minorista de Banco Bradeso e Itaú (Brasil) o Nacional (Colombia).
¿Desarrollo nacional o sólo buenos negocios?
Empresarios y economistas coinciden en afirmar que si las principales empresas del país fueran de titulares argentinos, tendrían una mayor propensión a invertir en el mercado local. Si el concepto es que la Argentina necesita un gran volumen de inversiones, hoy es más lógico que lo realice el empresariado nacional que las transnacionales, afirma Vasconcelos. Algo muy difícil ya que, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Grandes Empresas, casi 69% de la producción total lo realizan empresas extranjeras, situación que se repite si se comparan las utilidades: 68,7% contra apenas 4,8% de las locales.
Para Méndez, de la UIA: Es preferible que la obra pública, las inversiones importantes, estén en manos argentinas; pero que no sea un cambio de empresas. Y agrega: Que existan controles y contratos que se cumplan. Desde Roggio, el planteo es similar: El Estado debe jugar un rol activo apoyando a las empresas. Los embajadores extranjeros hacen gestiones de negocios para sus países. La Argentina debe apoyar a sus empresarios y exigir reciprocidad en términos de comercio internacional. Chile y Brasil son los ejemplos comerciales más citados. Raúl Vivas, el titular de la CGE, reclama apoyo financiero para las pequeñas y medianas empresas pero aclara: No pedimos privilegios sino normas específicas para poder producir en el mundo actual. Se necesita recrear el empresariado nacional a partir de agregar cadenas de valor y fomentar la asociatividad de los productores.
Se trata de redefinir las reglas del juego donde se rompieron los contratos. Hay que recrear el ambiente para la toma de decisiones privadas con base en el costo y beneficio de las inversiones. El Estado debe poner los nuevos parámetros, afirma Vasconcelos. Para Kosacoff: Hay que avanzar con acciones cotidianas para saber construir empresas innovadoras, competitivas. Hay un enorme potencial en los sectores minero, forestal, de software o alimentos.
Sin embargo, la situación actual muestra que el capital, tanto nacional como extranjero, aprovecha las oportunidades para realizar negocios puntuales. Nada indica que exista la posibilidad en estas condiciones de articular un proyecto económico de largo plazo.
Los más críticos recuerdan la enorme transferencia de recursos que recibieron muchas empresas nacionales: los subsidios y la promoción industrial en los años 80 y durante la posterior privatización de las empresas públicas. En un trabajo sobre fusiones y adquisiciones en los 90 realizado para Cepal, Matías Kulfas demuestra que las empresas locales salieron de las privatizadas, en la segunda mitad de la década, obteniendo significativas ganancias patrimoniales. Los que participaron de la privatización de Entel, por ejemplo, obtuvieron en promedio un valor casi cuatro veces superior al invertido, con un rendimiento anual equivalente al 41,6%, destaca Kulfas.
A lo largo de los últimos años la cúpula empresarial local recibió una enorme masa de recursos. Sin embargo no existe una burguesía nacional o doméstica. El problema es que, en términos sociológicos, una clase social no es un agregado estadístico sobre el origen de los titulares de las principales empresas, ni la suma de buenos negocios que se realizan en un país. Se trata de la construcción de un proyecto común que involucre a toda la sociedad; en definitiva es nada más, y nada menos, que la capacidad política para articular actores sociales en las actuales condiciones socioeconómicas locales e internacionales. Al menos, ya arrojaron la primera piedra.