Unos tres meses atrás, Tailandia terminaba de pagar antes de tiempo la deuda con el Fondo Monetario Internacional, según el acuerdo contingente (stand by) firmado en 1997. Horst Köhler, director gerente de la entidad, atribuyó el hecho a un excelente desempeño macroeconómico y financiero desde 1998.
Los créditos directos sumaban US$ 4.000 millones y el pago final fue de US$ 96 millones. Por tanto, en octubre las principales calificadoras Standard & Poors y Moodys sacaron los bonos externos tailandeses de la categoría chatarra.
Tras una devaluación de 60%, forzada en 1997 por los mercados y el FMI, el producto bruto interno (PBI) empezó a contraerse a razón de 10% anual. El resto del sudeste asiático y Surcorea sufrieron el cimbronazo, pero el Fondo fue mucho menos eficaz que en Tailandia. En su caso, el organismo armó en seis semanas un paquete de US$ 17.200 millones (incluidos aquellos 4.000 millones). Pero Bangkok aceptó condiciones más duras que las rechazadas de plano por Malasia o las que llevaron a Indonesia a la violencia social y, casi, a la balcanización.
No todo fue fácil. Desde fines de1997, la resistencia sociopolítica al plan en extremo ortodoxo impuesto por el FMI fue demoliendo un gabinete tras otro. Al mismo tiempo, le permitió a cada sucesivo gobierno resistir nuevas presiones financieras. En esas condiciones, Anne Krueger segunda de Köhler le hizo firmar a Bangkok una carta de intención (agosto de 1998) que, cinco años después, no terminaba de cumplirse. Sus exigencias eran draconianas:
- vender proporciones relevantes de los paquetes de Thai Aiways y Bangchak Petroleum;
- lanzar programas para privatizar las telecomunicaciones, el transporte urbano y la energía (en este caso, por lo menos una usina grande);
- reducir o privatizar ferrocarriles, aeropuertos y el monopolio estatal de tabacos;
- privatizar aguas corrientes y obras sanitarias.
Fue tan escaso el resultado algunas privatizaciones eléctricas que, según las filiales locales de ING Barings y ABN Amro Securities, los compromisos ya no tienen vigencia. Pero, como sucedió en Malasia, la Argentina y otros rebeldes, la economía real comenzó a rehacerse en 1999 y, este año, crece 6,3%.
Sólo buena letra
¿Qué había ocurrido? Simple: la reticencia a cumplir las promesas al FMI se combinó con exportaciones y consumo interno expansivos. A su vez, esto reflejaba mejores precios agrícolas y aumento del ingreso familiar junto con el endeudamiento de las personas. Los dos últimos factores contradecían abiertamente el recetario del Fondo.
Sin embargo, hoy se descarta que Tailandia vuelva a la situación económica previa al derrumbe de 1997. Tampoco la Argentina, aunque en este caso se esgriman argumentos inversos pero reconociendo un mismo pecado original: sobreapreciación de la moneda local y agotamiento de reservas en divisas para financiar la paridad rígida con el dólar y el movimiento de capitales especulativos de corto plazo.
Por otra parte, se mantiene la buena letra posterior a 1997-8. Hace dos meses, el Banco Central anunció nuevas medidas para sanear el sistema financiero privado. La Thai Asset Management Company fundada en 2001 ya ha comprado US$ 19.000 millones en carteras desactivadas. Pero restan las instituciones estatales, cuyos incobrables cuadruplican los privados. No obstante, Tailandia aprovecha el beneficio de la duda: ya en junio, Bangkok Bank el mayor prestamista del país y otros tres fueron sacados de la categoría chatarra por Moodys Investors Service.
Con China como nueva locomotora (papel tradicional de Japón hasta la recesión iniciada en 1991), no sólo Tailandia se ha enganchado al tren. Las proyecciones sobre PBI para este año apuntan a 4% en Malasia, 3,7% en Surcorea y 4,5% en Filipinas, Hongkong y Singapur.
FMI: todo es historia (o no)
Incluso Tokio, tras años de estancamiento y esporádicos retrocesos logró subir 1,9% anual en el tercer trimestre, pese a la revaluación del yen ante el dólar. Beijing, por supuesto, sigue adelante, con un estimado de 7,4% para 2003. Entretanto, los mercados bursátiles cuyo motor continúa siendo Tokio cerraban el mismo trimestre con avances de dos dígitos en el año.
Mirando por encima y más lejos, Marshall Auerbach, gerente de cartera internacional en David W. Tice & Associates, subraya la creciente brecha socioeconómica entre el área Asia Pacífico y su modelo inicial, Estados Unidos. A su juicio, la zona marcha hacia un nuevo orden, centrado en China, pero no divorciado de Japón.
Más directo fue Thaksin Shinawatra, primer ministro tailandés. Al anunciar que el país había terminado de cancelar obligaciones un año antes de tiempo, auguró que nunca más seremos presa de recetas capitalistas ortodoxas ni volveremos a 1997 ni acudiremos al FMI. Hasta el 1° de septiembre, sólo el malayo Mahathir Mohammed hablaba así. Cabe preguntarse, a esta altura, qué sucedió en 1997.
Esa historia empieza el 2 de julio en el sudeste asiático y, a mediados de 1998, se había contagiado a la ex URSS (no sólo Rusia), Turquía, Latinoamérica, el mercado internacional de deuda y la gama más compleja de especulación a futuro: los fondos de riesgo, que crean y usan derivados.
Como lo puso en evidencia el derrumbe de Long-Term Capital Management, esta globalización tenía y tiene una característica: el mercado especulativo actúa como agente libre, arbitrario e inorgánico. No hay una sinarquía, sino apenas dos centenares de megaoperadores humanos, munidos de información imperfecta y fáciles presas del pánico. Este grupo obra como un gusano tipo SoBig mutante, pero inteligente, que detecta puntos débiles y ataca en el momento de mayor vulnerabilidad. Mientras gobiernos, emisores y entes multilaterales tratan de contener la infección, ésta gira por encima del planeta en pos de nuevas víctimas.
Claves previsibles
No obstante, las claves de la crisis 1997-98 habían sido previstas por técnicos del Banco de Ajustes Internacionales (BAI, Basilea), la Organización de Cooperación pro Desarrollo Económico (Ocde, París), el FMI y el Banco Mundial. Por supuesto, hubo componentes aleatorios en los eventos, su irrupción simultánea y su magnitud.
El impacto psicológico de 1997 se acentuó porque el desastre involucraba economías exaltadas como ejemplos, los tigres asiáticos. Sea como fuere, al cabo de la crisis, muchos analistas admitieron que cierto grado de previsión y prudencia hubiese acotado daños. ¿Cuáles eran los síntomas perceptibles? Varios. Entre ellos, sobreexpansión crediticia problema que Bangkok aún tiene, exceso de capitales especulativos, sistemas mal supervisados, burbujas de activos (mobiliarios e inmobiliarios) y regímenes cambiarios rígidos o anacrónicos.
Pero también obraban factores preexistentes. En esta oportunidad, desajustes macroeconómicos que, en Asia oriental y sudoriental, se combinaban con el retraso de ideas e instrumentos en el propio FMI. Otra clave fueron los desajustes entre ciclos o fases, en economías centrales, que se prolongaron más de lo esperado. La intensa demanda estadounidense chocaba con el estancamiento alemán y la contracción japonesa. La fortaleza del dólar sobre el marco alemán y el yen hasta fines de 1997 era resultado de aquellas divergencias entre ciclos. Seis años después, persisten el sobreconsumo norteamericano y el subconsumo germano, sólo que con un dólar débil, un euro caro y un yen en tímido repunte. Casi todo lo anterior fue ignorado por el FMI.
En medio de crisis socioeconómicas, se manda reestructurar, despedir gente, dejar caer empresas, elevar tasas y bajar gastos para atraer capitales externos. De ese modo sostiene Auerbach, el FMI exacerba los problemas. En vena similar, Joseph Stiglitz observa: La receta, promovida por la secretaría de Hacienda, es exactamente opuesta a la aplicada en Estados Unidos, donde se rebajan impuestos e intereses y el déficit fiscal se proyecta en más de US$ 500.000 millones para este ejercicio.
Los dos expertos y Jeffrey Sachs (ex World Economic Forum, Davos) sostienen: El Fondo tiene una mentalidad neoclásica, archiconservadora, que no para mientes en diferencias socioculturales y estructurales. Sus esquemas se destinaban originalmente a problemas de corto plazo en el contexto de los 80. Eran incompatibles con la crisis del sudeste asiático.
Al entrar México en cese de pagos (1982), Latinoamérica tenía pesadas deudas y altos déficit. Por el contrario, en 1997 el este y el sudeste de Asia mostraban acumulación de ahorro interno y disciplina presupuestaria. Los errores del Fondo hacen que la zona revierta hoy a la sinergia entre bancos y conglomerados económicos. O sea señala Auerbach tres figuras vilipendiadas en Estados Unidos: zaibatsu, keiretsu (japonesas) y chaebol (surcoreana).
Naturalmente, Washington, Londres y el sector financiero global quisieran que el área dejase de ahorrar tanto, consumir producción o servicios propios y comprar dólares. Al mismo tiempo, debería seguir comprando deuda estadounidense (bonos de Tesorería) y dejar que las monedas fluctúen libremente. Por el contrario, esos países no quieren volver a sufrir ataques especulativos, por lo cual acumulan papeles norteamericanos. En especial, China y Japón.
¿Adiós al Fondo?
Un repunte de inversiones privadas que dura ya 20 meses (como lo admitieron Standard & Poors y Moodys) influye para que Tailandia, Indonesia, Malasia y Vietnam coincidan en dejar afuera al FMI. También parecen dispuestos a hacerlo Turquía, Brasil, Ecuador, Bulgaria, Kazajstán, etcétera.
Esta tendencia desvela a los analistas afines al mercado. Ocurre que las naciones emergentes y periféricas requerían que la entidad aprobase metas y programas para reasegurar a los inversores. Pero la tolerancia a la contabilidad creativa y la corrupción sistémica durante los 90 en la Argentina ha quitado seriedad a los respaldos fondistas.
Hay otras causas. Así, el Fondo requiere condiciones restricción de gastos, venta de activos públicos, total apertura comercial y financiera que no cumplen las economías líderes. A veces, las exigencias interfieren en asuntos internos (la Argentina) o son políticamente inaceptables (Malasia, Brasil, Indonesia), cuando no contraproducentes.
Una larga serie de errores, equívocos y ambivalencias explica que, en mayo, Indonesia formase un comité para diseñar el plan económico 2004. Factor decisivo: Yakarta dejará de tomar créditos contingentes del FMI, una vez expirado el actual (US$ 5.000 millones). Turquía, uno de los mayores y más privilegiados clientes desde 1946, ha declarado que el actual crédito, por US$ 18.000 millones, será el último.
Siempre es bueno desembarazarse del Fondo, opina Steven Hanke, analista financiero ultraconservador y ex asesor rentado de la Argentina, Bulgaria e Indonesia. Lo suyo es ilustrativo: en los años 90 exaltaba la convertibilidad argentina porque trabajaba para el gobierno de entonces. Hoy, castiga a su máximo sostén (el FMI) porque está entre los nuevos halcones alrededor de George W. Bush y este grupo detesta a todos los organismos multilaterales.
Desde un ángulo opuesto, Guillermo Nielsen subsecretario de Finanzas de la Argentina censuró al Fondo por tratar de influir en negociaciones con acreedores privados. Un grupito interno trató de sabotear nuestras relaciones. La entidad lo negó, pero aseguró que no interferiría en esas tratativas. Economistas tan respetados como Stiglitz o Sachs coincidieron con Nielsen.
El Nobel económico 2001 fue más lejos. Los que compraron bonos argentinos y afrontan pérdidas debieran culpar a los bancos y los agentes que recomendaban esos papeles, declaró a un diario porteño. Políticas promovidas por el Fondo produjeron estos resultados. Exactamente, lo ocurrido en el sudeste asiático años antes.