Las cartas están echadas y parece haber solo dos caminos: o la Argentina
va hacia un soft landing, desde el hiperneoliberalismo de los noventa hacia
un liberalismo de mayor pragmatismo de mercado, un capitalismo menos dogmático,
pero liberal al fin; o va hacia un profundo cambio de modelo económico,
basado en una reconfiguración de alianzas internacionales y de grupos
de poder internos, en busca de una recuperación del papel del Estado,
para instaurar un modelo neodesarrollista, que recupere el mercado interno,
apueste fuerte a las exportaciones e intente rebalancear la desigualdad económica
y social de la Argentina actual.
¿Suena ambicioso el debate? Sí, porque lo es
A escasos 17 meses de la huida de De la Rúa y del estallido de la convertibilidad,
con la imagen fresca aún de decenas de muertos en las calles, los saqueos
y el temor de débiles y poderosos a las consecuencias del caos social
instalado tras el estado de sitio decretado a los manotazos por el presidente
aliancista, la Argentina atraviesa una puja fenomenal de intereses económicos
y políticos contrapuestos, que apuntan cada uno a aquellas dos opciones
de hierro: más neoliberalismo pero aggiornado o neodesarrollismo bajo
el paraguas del Mercosur. Un modelo que recientemente el mayor intelectual de
Brasil, Helio Jaguaribe, llamó “neodesarrollismo nacional y neomercosurismo”.
La otra huida, la de Carlos Menem del ballottage, no hizo sino cristalizar la
magnitud del enfrentamiento entre esas dos líneas opuestas de destino
económico, político y social de la Argentina. Kirchner vs. Menem
fue algo más que un enfrentamiento electoral entre líneas internas
del justicialismo. Hay detrás proyectos antagónicos y factores
de poder real dispuestos a dar batalla por imponer su modelo.
Ahora, menos vencido de lo que muchos quisieran verlo, es previsible imaginar
al ex presidente riojano como una de las cabeceras de playa de los sectores
económicos y políticos que alientan un “regreso a las fuentes”:
realineamiento carnal con Estados Unidos, un veto al veto que Lula propone al
Alca, respaldo irrestricto a los bancos, aumentos inmediatos de tarifas, renegociación
y reinicio inmediato de los pagos de intereses de la deuda.
Ricardo López Murphy, más prolijo y republicano, previsiblemente
constituirá la segunda cabecera de playa del bando neoliberal, pero poniendo
el acento en aspectos de reforma institucional y política, que le permitan
alcanzar mecanismos para desactivar el sistema de control bipartidista de la
política, montado por el acuerdo Menem-Alfonsín y sellado en el
Pacto de Olivos que dio curso a la reforma constitucional del ’94. López
Murphy no sólo quiere rigurosidad fiscal, reforma del sistema de coparticipación,
alineamiento con Estados Unidos y quitar al Estado “del lugar de los privados”;
también busca los medios para que su fuerza de centro-derecha pueda dar
batalla real al justicialismo y a los restos del radicalismo.
Enfrente de los intereses que pugnan por una ratificación del rumbo neoliberal
consolidado en la década de Menem, por ahora está el discurso
del nuevo gobierno y un heterogéneo mix de intereses económicos
y políticos, más unificados por su rechazo al modelo neoliberal
y por su vaga ambición de recuperación de cierta soberanía
económica de la mano de un relanzamiento del Estado, que por la claridad
de su proyecto en términos de estrategias de corto y mediano plazo, la
existencia de acuerdos programáticos y de alianzas de poder que den sustentabilidad
al modelo buscado.
Si hubiera que ponerle nombre a los bandos dentro del universo de los grandes
grupos económicos, aparecerían las privatizadas y los bancos extranjeros
del lado de los que buscan una cabecera de playa, y Techint, junto a las constructoras,
autopartistas y alimentarias nacionales y el grupo Clarín del lado de
los que apuestan al modelo neodesarrollista.
Cierto es que estas divisiones esquemáticas no siempre ayudan a ver más
claro. No ayudan porque dentro de cada sector hay enormes diferencias y matices.
Del lado “neoliberal”, son cada vez mayores las distancias entre los
subgrupos que confrontan, aquellos que parecen no haber comprendido la magnitud
de la reacción social que mostró el corte trágico del gobierno
de la Alianza y de la política económica de los ’90; y el
subgrupo de los que pretenden un capitalismo liberal que equilibre las cargas
distributivas en la economía y no repita los horrores y desmanejos de
la segunda mitad de los ’90. Con nombre y apellido, en el primer subgrupo
militan las privatizadas más combativas, que piden (¡ya!) aumentos
de tarifas superiores a 50%; mientras, en el segundo tándem, aparecen
nombres como el de Luis Mario Castro, presidente de Unilever y miembro influyente
de la Asociación Empresaria Argentina (AEA).
Aparte de estas diferencias, el grupo neoliberal tiene “un problemita”:
por ahora no sólo no tienen presidente que los escuche, sino que ven
en Kirchner un hombre mucho más inclinado para el bando neodesarrollista,
o neokeynesiano como gusta autodefinirse el primer mandatario.
Del lado neodesarrollista, es todo confusión y un gran, excesivo, catálogo
de buenas intenciones, que oculta diferencias muy significativas de visiones
de país, tanto para el corto como en el largo plazo. ¿Ejemplos?:
Techint apuesta a un dólar alto o muy alto, que apalanque la competitividad
de los productos argentinos y –además de beneficiar sus negocios
exportadores– den a la Argentina la caja necesaria para soportar el relanzamiento
de un Estado igualador y más activo en su apoyo a determinados sectores
económicos. Pero ese dólar alto es el equivalente a un mercado
interno hiperdevaluado, gente sin capacidad de compra y garantía de fracaso
para todos los que no exportan: las constructoras, el grupo Clarín, la
mayoría de las pymes…, sólo para poner ejemplos de algunos militantes
del bando neodesarrollista que no están dispuestos a firmar el contrato
de dólar alto que promueve Techint.
Al margen de sus diferencias, el sector neodesarrollista sí tiene interlocutor
en Balcarce 50, pero está muy lejos de lograr el nivel de cohesión
interna imprescindible para devenir en factor de poder de largo plazo, como
aquella alianza de poderosos que dio sustento y marcó el rumbo a la gestión
menemista durante la década del ’90.
La realidad y lo posible
La realidad…, la realidad es otra cosa. Aquello que buscan los que impulsan
un cambio de modelo neoliberal por otro de perfil neodesarrollista y lo que
quiere el presidente Kirchner choca en muchos aspectos con la realidad, ese
ámbito de lo posible. De allí que muchos analistas y académicos,
como Federico Sturzenegger, ex secretario de Política Económica
y director de la Escuela de Economía Empresarial de la Universidad Torcuato
Di Tella (UTDT), sostengan que no hay chances para un nuevo modelo. “Veo
un soft landing o corrección del modelo de los ’90 –dice–,
porque la realidad irá acotando el margen para llevar adelante un modelo
estructuralmente distinto al de la última década. El gobierno
puede estar más o menos preocupado por lo social, por el desarrollo de
un plan de infraestructura, pero el marco estratégico es el de una participación
central del sector privado en la economía”.
El economista dice que, tras el shock de realidad que impuso Duhalde (“por
el reacomodamiento de salarios, el menor gasto público y el mayor ajuste
fiscal de la historia argentina”), “la pregunta es si Kirchner se
va a dejar seducir por la fantasía de la riqueza posible, o si va a vivir
en la realidad. Lo otro, la creación de una aerolínea estatal
con la ex Lapa, el proyecto de modificación del sistema de AFJP, son
sólo matices que no marcan un rumbo, son episodios aislados”.
No está tan claro si son “sólo matices” aquellas medidas
de mayor intervención estatal en el mercado que impulsó en su
gobierno Duhalde y las que prometió en su campaña el presidente
Kirchner, o implican el principio del fin de una concepción neoliberal
que excomulgó a todo aquel que osara plantear la posibilidad de un Estado
activo en decisiones de matriz sectorial.
Hace dos semanas, en un reportaje de Telma Luzzani en Clarín, Helio Jaguaribe,
influyente consejero de Fernando Enrique Cardoso y de Lula Da Silva, pronosticó:
“Por lo menos por un tiempo largo los neoliberales no van a tener predominio
en la orientación de la economía argentina. Ya está emergiendo
un neodesarrollismo nacional y un neomercosurismo extremadamente importantes.
La gente se dio cuenta de que el neoliberalismo es una porquería. Ahora
hay expectativas de una economía más equilibrada, más socialdemócrata,
un capitalismo socialmente orientado como el de los europeos”.
La mirada externa es útil para balancear cierta tendencia extrema que
muestran los analistas argentinos a la hora de ponderar “el peso de la
realidad” como condicionante de cambios estructurales. Al margen de la
innegable vocación de hegemonía latinoamericana que muestra Brasil
(Lula necesita construir un socio fuerte en el Mercosur y para ello es funcional
apalancar un modelo neodesarrollista y de recuperación del rol del Estado
en la Argentina), el cambio global de corrientes ideológicas que señalan
muchos analistas internacionales genera espacio para cuestionar aquella certeza
acerca de la imposibilidad de sacar los pies de aquel plato, servido durante
la década del noventa.
Tierra adentro, la realidad muestra una economía con un fabuloso nivel
de internacionalización en la propiedad de las empresas que más
peso tienen en el producto bruto; un alto grado de dependencia externa, y desequilibrios
fiscales que obligan a una constante agenda de ajuste y rigurosidad “fondomonetarista”.
Este panorama es el que fija límites estrictos a cualquier agenda política,
al margen del rol más o menos activo que quiera darse al Estado en su
función económica. Además, entre los grupos de poder económico
existe un sistema de alianzas fragmentado por las consecuencias de la devaluación,
pero con las cosas claras respecto de qué caminos no volver a transitar.
Aun así, en el toma y daca entre la realidad y lo posible, durante 2002
“la política” fue rompiendo ciertas barreras que antes parecían
infranqueables. Bajo el paraguas de excepcionalidad que generó la crisis,
Duhalde y Lavagna se animaron a filtrar medidas de política económica
impensables dos años atrás, medidas que en todos los casos mostraron
a un Estado que no sólo recuperó el tono muscular de la mano de
la recuperación de la política monetaria, sino que se animó
a entrar en caminos vedados: cambio de reglas de juego en la negociación
con el Fondo; intervención sectorial directa, como aquella subvención
brindada a los trenes y aerolíneas para garantizar su funcionamiento;
aumento salarial de emergencia por decreto; doble indemnización para
frenar los despidos, etc. Medidas que se correspondieron en el tiempo con el
“mayor ajuste de la historia” que menciona Sturzenegger, pero que
demuestran un cambio evidente en la relación de fuerzas entre Estado
y mercado.
Ahora, el triunfo de Kirchner frente a Menem deposita en la Casa Rosada a un
presidente que ganó agitando su bandera de “político neokeynesiano”,
lo que traducido al idioma de las promesas electorales implica: acuerdos estratégicos
con Brasil para enfrentar el Alca, planes de obras públicas para generar
trabajo y recuperación de la demanda interna; mayor control de las empresas
de servicios; subsidios directos a las pymes y sectores con mayor potencial
competitivo y una defensa cerrada de criterios culturales y sociales asociados
al valor del Estado como defensor del bien común. Promesas y discursos,
hay que admitirlo, que ni la propia Alianza en épocas de lucha antimenemista
se animó a pronunciar.
La pregunta es, ¿qué cambió y qué puede cambiar
para que haya espacios para un modelo de capitalismo “socialmente orientado”?
El cristal con que se mire
La pregunta anterior encuentra varios enfoques según venga la respuesta
desde el rincón de los economistas, de los empresarios, de los políticos,
de los sociólogos o de la opinión pública.
La postura de los políticos, que coincide en parte con la de los sociólogos,
sostiene que la Argentina enfrenta un escenario de “cambio forzado”,
producto del agotamiento e implosión de un modelo económico que
generó niveles de segmentación e inequidad social tan elevados
que socavaron la totalidad del consenso con que contaron las reformas neoliberales
de los noventa. Esta explicación no agota su análisis a la realidad
argentina, y presenta el triunfo de Lula en 2002, las luchas antiglobalización
y el ocaso general de las políticas inspiradas en el Consenso de Washington
como pruebas de un cambio de clima que favorecerá no sólo un rechazo
al neoliberalismo, sino que dará espacio a la recuperación del
papel estatal en la economía, sumado –desde Latinoamérica–
a un relativo alejamiento del tutelaje de Washington.
Entre los economistas más influyentes del mercado prima la postura que
habla de “corregir errores de la segunda mitad de los noventa”. Una
posición que asume que la pérdida de consenso social de las políticas
neoliberales hijas del Consenso de Washington se explica más por las
desviaciones de quienes las implementaron (por ejemplo, la corrupción),
que por un rechazo popular al fondo de las mismas. Desde esta perspectiva, la
Argentina no sólo no tiene chances de sacar los pies del plato porque
la realidad del mercado así lo impone, sino que la propia sociedad no
aceptaría cambios “estatizantes”.
Por su parte, los mayores empresarios, pragmáticos y desconfiados, miran
con más dudas que certezas la evolución del proceso político
que, con los cacerolazos, reinstaló las demandas de la gente en la agenda
de la clase política. Aunque en general suscriben la tesis de los economistas
que habla de los límites de la realidad, los empresarios tomaron nota
del mensaje emanado del estallido social que acabó con De la Rúa,
y también con la idea que políticos, ejecutivos y poderosos cultivaron
durante buena parte de los ’90: es posible hacer cualquier cosa porque
las demandas de la sociedad siempre se amortiguan y diluyen en los sistemas
de representación.
Empresarios, economistas y cierto sector –pequeño– de los políticos
más jóvenes sí concuerdan en varios puntos clave:
l La desaparición del Estado promovida durante los ’90 no sólo
generó la desaparición de toda malla de contención social,
sino que afectó directamente a las empresas, privándolas de una
poderosa maquinaria de desarrollo de mercados que ningún país
desarrollado se da el lujo de no utilizar;
l La desarticulación del Estado en la Argentina impidió la construcción
de una tecnocracia autónoma sobre la cual, en países como Chile,
se asienta la alta capacidad de gestión que demanda cualquier economía
desarrollada a sus estados.
l A diferencia de Brasil, en donde los empresarios poseen un alto prestigio
social, en la Argentina las empresas no lograron, durante la “década
del mercado” (los ’90), construir mínimas dosis de consenso
social, lo cual terminó generando un efecto reflejo perverso: “si
lo piden las empresas es malo”.
Al margen de lo que piensan “los especialistas”, el estado de ánimo
colectivo, las encuestas y, sobre todo, el voto del 27 de abril, muestran en
la gente un consenso relativamente elevado a favor de un cambio de modelo de
gestión, basado en un rechazo frontal a la corrupción, una pérdida
de los prejuicios “antiestatistas” de los que se alimentaron las políticas
de liberalismo más extremo en los noventa, y, consecuentemente, un creciente
apoyo al discurso que, como el del presidente Kirchner, alienta la construcción
de un Estado no sólo activo en su función social, sino en el rol
dinamizador de la economía, que acompañe al mercado, controle
a las empresas de servicios públicos y funcione como árbitro real
en la puja de intereses.
¿Es posible la reinvención económica de la Argentina?
Del mismo modo que a principios de la década de gobierno menemista, pero
en sentido contrario en términos ideológicos, parece haber una
conjunción de factores internos y externos que dan cabida política
a cambios más que cosméticos al modelo económico actual.
El posicionamiento del tándem Kirchner-Lavagna; la paulatina consolidación
de un frente de empresarios “nacionales” (como grupo antagónico
de los “gerentes” de empresas multinacionales) que ponen su foco en
el desarrollo del mercado interno y el crecimiento de la capacidad exportadora;
la sutil y aceptada presión hegemónica de Brasil y el rediseño
del rol de Estados Unidos frente al resto del mundo, incluida Latinoamérica,
que promueve un alejamiento de Washington y un acercamiento a Europa, dan el
marco a lo que muchos analistas vislumbran como el marco de un reemplazo del
predominio neoliberal. Veamos.
Kirchner llegó al poder con un programa de gobierno que obligó,
en el último tramo de la campaña, a aggiornar el propio discurso
de López Murphy y, tras la primera vuelta, llevó Menem a nombrar
ministro de Economía potencial a Carlos Melconian, como forma de mostrar
a una cara joven, representante de un “capitalismo progresista”. Detrás
de la curiosidad oportunista de ambos ex candidatos, quedó claro por
dónde venía el humor social. Sin embargo, ahora el plan de Kirchner
es un mapa que marca el límite entre las dos opciones: emprolijamiento
del modelo de mercado aplicado en los ’90 o cambio sustancial, en busca
de una reinvención económica de la Argentina.
Kirchner propuso un plan económico de gobierno ambicioso como se estila
en las campañas, pero que implica transformaciones que van más
allá de una “corrección de errores”. El listado es largo:
a) un plan de obras públicas (políticas neokeynesianas); b) reestructuración
del sistema impositivo (progresividad impositiva y mayores penas para evasores);
c) consolidación de exportaciones, sustitución de importaciones
y subsidios; d) revisión de los contratos de servicios públicos
(“que el Estado recupere los instrumentos macroeconómicos y estas
empresas contribuyan a un proyecto estratégico del Estado”); e)
recuperación de la renta petrolera y de la acción de oro (de Repsol-YPF);
f) defensa de la banca pública (“conformación de un Banco
de Desarrollo); g) reprogramación de la deuda externa (“la Argentina
tiene que hablar de entre 50 y 70% de quita para lograr sustentabilidad”);
h) eliminación de cuasimonedas y quiebra de provincias y municipios (“hay
que crear un fondo anticrisis en el Presupuesto Nacional antes de la distribución
primaria de fondos entre Nación y provincias”); i) reformulación
de la coparticipación (“a Buenos Aires deben restituirle los 8 puntos
de coparticipación federal”); j) prioridad al Mercosur (“tendremos
que elegir entre los que proponen el Alca y los que proponemos el Mercosur”).
Al mismo tiempo, Lavagna acaba de lanzar para el público de economistas
y académicos un breve paper en donde apunta toda su artillería
a prácticas básicas del modelo de la última década,
y propone, por acción u omisión, medidas de política económica
que están en las antípodas. En la presentación que el ex
de Duhalde y actual ministro de Economía hizo de un estudio sobre políticas
industriales y estrategias de desarrollo, coordinado por Cepal y financiado
por el BID, que MERCADO anticipó en su número de abril pasado,
Lavagna pasa lista a las “lecciones de los noventa”:
1) Al contrario de lo que se piensa, los mayores daños en términos
de crecimiento y de desarrollo con equidad se producen en períodos de
alta liquidez internacional. Ante lo cual propone dar menor importancia a los
flujos financieros externos, mayor importancia al financiamiento local, a la
inversión extranjera directa, rechazar las políticas de endeudamiento
constante y dar un papel absolutamente preponderante al equilibrio fiscal permanente
y al efecto que sobre el mismo tiene el endeudamiento permanente.
2) Para países tomadores de precios internacionales resulta altamente
inconveniente –un error capital– llevar adelante políticas
cambiarias y monetarias muy diferentes de las de sus mayores socios comerciales
o de las políticas predominantes en los mercados centrales.
3) El financiamiento con depósitos en dólares de actividades ligadas
estrictamente al mercado interno y por tanto generadores de ingresos en pesos
–las empresas privatizadas de servicios públicos por ejemplo–
hace que la fragilidad de las estructuras de financiamiento de estas empresas
se traslade, con efectos sociales mucho más graves al sistema financiero
como un todo.
4) La concentración de crédito al sector público, tanto
al gobierno central como a los de las provincias, debe ser tomada como un indicador
de fragilidad potencial del sistema.
5) Cuando se trata de introducir la noción de reformas estructurales
sin conocimiento real del medio, de la situación social y política
y en el mismo momento de una crisis, lo más probable es que no sólo
se la profundice, sino que se bloqueen los efectos positivos derivados de políticas
macro correctas.
A este frente oficial (Kirchner-Lavagna), debe agregarse la creciente influencia
de Brasil en el contexto latinoamericano y el acuerdo estratégico en
ciernes entre Lula y Kirchner, cuyo alcance geopolítico parece trascender
el objetivo de reforzar el Mercosur como una barrera que frene las presiones
de Estados Unidos por el Alca. La sintonía de políticas, por ejemplo
en el lanzamiento conjunto de medidas para el control de entrada y salida de
capitales financieros de corto plazo, previsiblemente generará en la
Argentina un marco para el desarrollo de políticas activas y en cuyo
horizonte aparece más la búsqueda de un Estado de Bienestar a
la europea que un dejar hacer – dejar pasar hiperliberal.
Lula prepara el lanzamiento de un Plan Cuatrianual que incluye un programa de
obras públicas, de desarrollo de sectores con problemas de infraestructura
o que operan en el límite de la capacidad instalada, como el caso de
las industrias siderúrgica, química, de papel y celulosa, y electrónica,
y el lanzamiento de una nueva política industrial con incentivos fiscales,
subsidios y líneas especiales de crédito. Este plan 2003-2007
no sólo se ajusta matemáticamente al período de gobierno
de Kirchner, sino que incluye condimentos de políticas neokeynesianas
que Kirchner admira y propone aplicar en la Argentina. El plan de Lula será,
indudablemente, un elemento clave de referencia de la política del nuevo
gobierno argentino.
Finalmente, el aislacionismo internacional en el que ha caído la administración
Bush tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 cambió el mapa de
relaciones geopolíticas con América latina, y plantea un escenario
imprevisible tras el rearmado de alianzas internacionales dentro del subcontinente.
Parte de ese “espacio libre” pretende ser ocupado, en términos
de mercado y de papel político, por la Comunidad Europea. Pero a la vez
genera una consecuencia interna en países como la Argentina, que ya no
sienten el peso de Washington en todas y cada una de las medidas económicas
o políticas que ponen en marcha.
Si la Argentina va camino a un cambio profundo de modelo por la vía del
gradualismo que proponen Kirchner y Lavagna en sus modos de hacer política,
o si lo que viene es un cambio de estilo, más prolijo y teñido
de cierto grado de sensibilidad social que el modelo cristalizado durante la
década de gobierno de Carlos Menem, lo definirán principalmente
los primeros 12 meses de gestión del santacruceño, espacio en
el que todas las viejas alianzas entre política y mercado deberán
confirmarse o buscar un nuevo molde. M
| MERCADO On Line le amplía la información: • “Entrevista: Helio Jaguaribe. “Uno de nuestros peligros |
