En 2001, con un salario de $ 700 se podían comprar 720 sachets de leche
de primera marca. En la actualidad, el mismo salario alcanza para 420 envases.
Como el de casi todos los productos alimenticios esenciales, el precio de la
leche rebasó –aunque sin llegar al nivel del aceite y las harinas–
el promedio de los aumentos del último año.
Un estudio realizado por la encuestadora MKT y la Fundación Mediterránea
indica que, en el interior del país, 5% de la gente simplemente dejó
de consumir leche en el último año. A escala nacional, cálculos
extraoficiales confirman que el promedio de consumo cayó de 230 litros
al año por persona en 2001 a 170 en 2002.
Durante todo el año pasado, los alimentos de primera necesidad fueron
el motor de la inflación. El precio de los productos lácteos,
que ya acumula una suba que se acerca a 80% desde la devaluación, tiene
una incidencia de 4% en la canasta relevada por el Índice de Precios
al Consumidor.
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La Vascongada, A mediados de mayo se produjo la venta de la marca La |
Si se interroga a los participantes de la formación del precio sobre
las razones del aumento, se produce una cadena de acusaciones mutuas. El sector
industrial (las marcas que comercializan la leche) considera que, durante mucho
tiempo, los tamberos recibieron un pago injusto de su parte. Cuando la leche
empezó a escasear, decidieron que, para pagar más a los tamberos,
tendrían que subir el precio del producto. Por su parte, los supermercados
insisten con el viejo argumento de que se limitan a trasladar al consumidor
los precios que reciben de la industria. Los productores tamberos aseguran que
todos los aumentos no solucionan la crisis. Y subrayan que su participación
en el precio del producto es cada vez menor.
Fuego cruzado
La consecuencia de este juego en el que nadie se queda con la pelota es una
reducción del sector productivo que deja al país al borde del
desabastecimiento de un alimento esencial, y sin resto para exportar en un momento
en que los precios de nuestros productos son altamente competitivos en el ámbito
internacional.
Guillermo Draletti, presidente de la Unión General de Tamberos, revela
que de cada peso que genera un sachet de leche en la venta al público,
$ 0,20 son para el productor, $ 0,30 quedan para el sector industrial y $ 0,50
para el supermercado. “El problema de esta distribución es que el
supermercado se queda con la parte más importante y la industria traslada
sus problemas al tambero. La participación del productor tiene que estar
en el orden de 40%”, opina Draletti. “De otro modo será imposible
aumentar la producción local. Es cierto que últimamente se le
está pagando mejor al tambero, pero igualmente nuestra participación
en el precio sigue siendo la más baja del mundo”.
Tanto los productores como las asociaciones de consumidores hacen hincapié
en los “amplios márgenes” de rentabilidad que tienen los industriales
y los supermercados, señalándolos, asimismo, como principales
causas del aumento desmedido de precios y de la crisis del sector. Sin embargo,
un estudio realizado por la consultora ACNielsen demuestra que los márgenes
de ganancia de los supermercados en ningún caso es mayor a 20%, cuando
se trata de productos de primera necesidad.
“En este momento, las mayores ganancias de un supermercado provienen de
aportes de proveedores, esto es, de venderle a las marcas promociones, lugares
destacados en las góndolas o en las publicaciones. Los productos de almacén
dejan un margen mínimo porque sus precios están en la cabeza de
la gente y no se pueden modificar mucho”, dice una fuente de una cadena
de hipermercados que prefirió no dar su nombre. “Un súper
tiene gastos enormes que un almacén no tiene. Por ejemplo, más
de 10% de la facturación bruta se va en personal. Y, sin embargo, nuestros
productos de almacén se venden más baratos o, en el peor de los
casos, al mismo precio que en un local de barrio.”
Más allá de cómo se reparten las culpas, lo cierto es que
el sector productivo está en una profunda crisis. Sólo el año
pasado desapareció más de 10% de los tambos. En cifras concretas,
aproximadamente, 1.500 productores de leche quedaron fuera del mercado. Algunos
decidieron cambiar de rubro recurriendo a la agricultura, debido a los buenos
dividendos que en la actualidad deja el cultivo de soja.
Consumo y producción, en caída libre
La reducción del sector puso al país en el camino del desabastecimiento.
La razón por la que no se llegó a ese límite fue peor que
el problema: el consumo cayó aún más que la producción.
Durante 2002, la producción de leche se redujo 20%, mientras que la reducción
del consumo superaba abiertamente esta reducción, llegando a 25%.
Si bien en los últimos meses se llegó a importar leche en polvo
y larga vida de Uruguay, esto se debió a precios más convenientes
(producto, según algunos tamberos, de la evasión de aranceles
intraMercosur), antes que a la falta de leche en el país. En los últimos
meses, ingresaron 150.000 litros de leche larga vida a la Argentina, importada
vía Conaprole (la mayor empresa láctea del Uruguay) y destinados
a las cadenas de supermercados. “Uruguay necesita exportar 60% de su producción
de leche en polvo y larga vida, por eso se la sacan de encima a precios bajos”,
informa Draletti.
Tradicionalmente, la producción nacional cumplió con todas las
necesidades de la población. Hasta 1998 se llegaban a producir más
de 10.000 millones de litros al año. En 2002, la producción se
achicó a 8.000 millones. La cifra viene en caída desde 1999 como
consecuencia de pagos considerados insuficientes por parte de los tambos. Cuando
le leche comenzó a escasear en los últimos meses, se empezó
a revertir esa situación. Los que aguantaron sin cerrar o cambiar de
rubro recibieron mejor pago, fruto del traslado a los precios finales realizado
por el sector industrial y los supermercados, conservando su porcentaje de ganancia.
Los más pesimistas imaginaban que este otoño –estación
en la que usualmente baja la producción– faltaría leche para
el consumo interno, debido tanto a las cuestiones estacionales como a las oportunidades
de lograr mayor rentabilidad a través de la exportación. Sin embargo,
según explica Draletti desde la Unión de Tamberos, “la industria
lechera jamás abandonó el mercado local. Las empresas siempre
vivieron del mercado interno; pensar lo contrario es no conocer este negocio.
El mercado mundial de la leche es muy errático porque está muy
subsidiado. Sería demencial abandonar el mercado interno para lanzarse
a la aventura de vender en el exterior. En la Argentina se produce leche en
polvo a US$ 1.500 la tonelada. En Europa o Estados Unidos la misma cantidad
se produce a US$ 2.700 y se vende a 1.400. La diferencia –casi 50%–
la cubren los subsidios”.
Contención, se busca
Aunque la industria no abandone el mercado interno, todo indica que intenta
vender su producto a un precio de exportación. El gobierno de Duhalde
intentó reiteradamente contener el precio, generalmente alcanzando acuerdos
con las empresas más importantes. A comienzos del año, Pascual
Mastellone, titular de La Serenísma, aceptó dar marcha atrás
con una serie de aumentos programados.
No obstante, esta contención duró apenas unos meses: en marzo
hubo nuevas alzas en los precios. Para Draletti, “en el Gobierno no hay
un solo funcionario que conozca el sector. Hay que exportar, pero se aumentan
las retenciones para que haya leche en el país cuando la industria jamás
va a abandonar sus posiciones locales. Se necesita crédito y las autoridades
terminan refinanciando a los deudores 4, 5 y 6 con lo que solucionan la cartera
morosa de los bancos, en lugar de apoyar a los deudores 1 y 2 que son perfectamente
viables”.
El sector productivo parece necesitar desesperadamente políticas favorables.
Por su dimensión en la industria nacional y su importancia en la salud
de la población, el tema lácteo debería ser una prioridad
de Estado. En la Argentina, los tambos y la industria lechera generan 70.000
puestos de trabajo en forma directa, que se amplía a 150 familias si
se toman en cuenta las actividades ligadas indirectamente a la comercialización
de lácteos. Los tambos mueven aproximadamente $ 150 millones por mes
en insumos, servicios y salarios, y facturan unos $ 2.500 millones al año,
por la carne y la leche.
La respuesta más concreta del Gobierno, hasta mayo, fue una propuesta
de suba de las retenciones a la exportación como estrategia para contener
los precios en el mercado interno. Esta medida fue muy mal recibida en el sector,
ya que no contribuye a paliar la crisis ni a que aumenten la producción
o exportación de leche.
Así fue como la industria contraatacó con una propuesta para reducir
el IVA de toda la cadena láctea de 21 a 10,5%, lo que alcanzaría
para bajar el precio de la leche fluida en 10%. La medida perjudicaría
a los evasores que ya no podrían competir a nivel precios. Para Draletti,
“el Gobierno se hace el distraído. Trata de apagar incendios llamando
a Mastellone para que no suba el precio, en lugar de convocar a toda la mesa
lechera para buscar soluciones conjuntas. Hasta ahora nadie se animó
a convocar a los supermercados a una negociación. Si pudiéramos
negociar juntamente con los sectores involucrados tal vez llegaríamos
a un acuerdo favorable para todos”. M
| MERCADO On Line le amplía la información: • Informe de coyuntura del sector lácteo, N° 19, enero 2003, |
