Riesgos sistémicos de la brecha transatlántica

    La brecha causada por la guerra entre Estados Unidos y el núcleo histórico
    de la Unión Europea (UE – Francia, Alemania, Benelux) afectará
    las relaciones económicas y financieras. No sólo de los países
    directamente involucrados sino, además, de Gran Bretaña, España
    –aliados de Washington– y el resto de los 15. En paralelo, la virtual
    quiebra en la Organización del Tratado Atlántico Norte (Otan)
    involucra también a estados del ex bloque soviético, varios de
    ellos futuros miembros de la UE.
    Así definían el contexto, poco antes del ultimátum, académicos
    de la escuela Wharton y colegas franceses. Si bien no se sabía hasta
    dónde puede llegar la brecha atlántica, nadie hablaba aún
    de guerra de aranceles, aunque los minoristas –en ciertas zonas de Estados
    Unidos– hubiesen empezado a retirar de vidrieras y estanterías marcas
    francesas o alemanas, rechazadas por consumidores u objetos de “linchamientos”.
    Claro, algunos recordaron que la independencia norteamericana empezó
    tirando al mar un cargamento de té importado desde Inglaterra.
    “Todos ignoramos adónde irá a parar esto. A mi juicio –opinaba
    el profesor Howard Pack–, las reacciones del público no tienen sustancia.
    Pero hay factores de fondo. Por ejemplo, Alemania sufre alto desempleo y, al
    mismo tiempo, exporta a Estados Unidos US$ 30.000 millones anuales más
    de lo que importa. Cualquier represalia comercial por nuestra parte sería
    demoledora para esa economía o para otras de la UE, debido a su actual
    vulnerabilidad.”
    Bruce Kogut, experto en estrategias de una institución francesa que opera
    en conjunto con Wharton, venía de Davos, Suiza. “En la edición
    2003 del Foro Económico Mundial, la atmósfera era terriblemente
    antinorteamericana. Y eso se notaba entre líderes de opinión,
    gente de la economía, banqueros y empresarios. Incluso, había
    gente de ese país irritada por las actitudes perdonavidas de su gobierno”.
    Más tarde, en febrero, el mismo analista detectaba en Francia y Bélgica
    temores sobre reducción de importaciones estadounidenses. “Europa
    depende del mercado transatlántico y ha invertido muchísimo allá
    en los últimos 15 años”.

    El lado comercial

    El clima fue enrareciéndose desde entonces, sin duda. “París
    veía a George W. Bush presionando sobre la UE y buscando apoyo, entre
    futuros socios de Europa oriental, para atacar Bagdad. Pero, como se sabe, la
    UE gira en torno del eje francogermano. Por ende, esta alianza fundadora reaccionó
    velozmente contra Gran Bretaña, España, Dinamarca e Italia, por
    su adhesión a Washington. Tarde o temprano, habrá consecuencias
    comerciales, financieras y económicas”. Así sintetizaba el
    cuadro John McDermott (Wharton, también), días antes del mensaje
    de Bush.
    El experto fue más lejos y advirtió que las fuertes divergencias
    en torno de Irak “pueden afectar la actual ronda de negociaciones en la
    Organización Mundial de Comercio, irónicamente llamada Doha”.
    Por cierto, Doha es la capital de Qatar, emirato petrolero del golfo Pérsico.
    En diferente plano, McDermott no descarta que la Comisión Europea endurezca
    sus posturas en casos de mono u olipolios relacionados con empresas norteamericanas.

    Tentaciones hacia el este

    Volviendo al último simposio en Wharton, Kogut presumía que la
    brecha entre el eje francoalemán y Estados Unidos “podría
    inducir una marcha hacia el este entre muchas empresas norteamericanas. Aparte
    del apoyo checo, polaco, eslovaco, báltico y rumano a la guerra, aun
    contra la posición rusa, la mano de obra y los insumos son más
    baratos –más hacia oriente, la Comunidad de Estados Independientes
    (CEI), o sea la ex URSS, es una fuente potencial de hidrocarburos comparable
    con la península arábiga– y, aparte, existe un capitalismo
    casi sin restricciones”.
    Tiempo antes, William Drozdiak –ex Washington Post, ahora ejecutivo en
    el German Marshall Fund– había detectado una tendencia sin relación
    con Irak. “Aseguradoras, supermercados, bancos, automotrices y metalúrgicas
    se han lanzado a Europa oriental y sudoriental, en pos de explotar mercados
    potencialmente muy amplios”.
    Sin embargo, Pack le restó relevancia al factor político. “Si
    hay capitales estadounidenses no dispuestos a seguir invirtiendo en Alemania,
    Francia o el Benelux, quizá sea, simplemente, porque ven mejores oportunidades
    en otra parte. Así ocurre con sectores informáticos en China o
    India, dos economías cuyo producto bruto por habitante sigue creciendo
    impetuosamente y, juntas, significan un mercado de 2.200 millones. Dentro de
    10 a 15 años, por otra parte, ese grupo más la CEI pueden dejar
    atrás a los europeos”.

    Disentir, pero sin ponerse desagradables

    Las divergencias en torno de Irak han puesto en primer plano concepciones y
    perspectivas distintas, pero no son la única fuente de tensiones. Washington
    y sus aliados clave también disienten respecto del protocolo de Kyoto
    (ecología, ambiente), el Tribunal Penal Internacional, el despliegue
    conocido como Guerra de las Galaxias o el conflicto Palestina-Israel.
    En estas controversias, casi nadie se ha mostrado muy maduro ni ecuánime.
    Los críticos europeos de Bush lo tachan de vaquero de gatillo fácil
    y aislacionista, aunque ambas características se opongan entre sí.
    Washington ha ido más lejos. A las posturas del eje francogermano ha
    replicado con rabietas tan domésticas como la de Donald Rumsfeld (titular
    de Defensa), cuando embatió contra la “vieja Europa que no mira
    al este”, precisamente mientras Rusia y China sumaban sus vetos al de Francia
    en el Consejo de Seguridad.
    En último término, ninguno de los contendientes quiere admitir
    lo obvio: Estados Unidos y la UE tienen intereses, perspectivas y concepciones
    geopolíticas muy distintas en una amplia gama de asuntos. El colapso
    de la Unión Soviética y el “socialismo de mercado” chino
    han privado a la Otan de un claro enemigo en común (como suelen decir
    Henry Kissinger, o Eric Hobsbawn).
    Por ende, las relaciones transatlánticas retornan a sus orígenes,
    anteriores a la segunda guerra mundial. Los intereses estadounidenses y europeos
    vuelven a divergir en lo geopolítico, lo económico y hasta lo
    ideológico. Tampoco debe sorprender que, sin la amenaza colectiva al
    este, Gran Bretaña retome su aislacionismo previo a la Gran Guerra, aunque
    sin imperio ni dominio de los mares (que, por otra parte, ya no sirve de gran
    cosa). Los roces entre aliados durante las últimas guerras balcánicas
    son muy parecidos a los de 1878 a 1923 en la misma región. Finalmente,
    el presumible contexto post Irak quizá no sea un “choque de civilizaciones”,
    sino un “choque entre ex aliados”. M

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