La Argentina no tendrá industria mientras sus gobiernos no aprendan a
defender el valor interno de su moneda mediante recursos extra cambiarios.
Sucesivos ministros de Economía han aplicado, durante décadas,
la misma receta para curar la inflación: abaratar el dólar.
No importa si lo hicieron mediante control de cambios, “tablita” o
“convertibilidad”. El hecho es el mismo: sujetaron precios internos
mediante un dólar bajo.
La revaluación del peso les permitió:
1) Que la industria nacional, obligada a competir en el mercado interno con
productos extranjeros artificialmente baratos, se defendiera (hasta el límite
de lo posible) controlando costos y autorregulando precios.
2) Que nuestras materias primas y manufacturas perdieran mercados internacionales
y se ampliara, así, la oferta doméstica.
De esa manera, se bajó (o suprimió) la inflación…
sacrificando competitividad.
Cada una de esas experiencias terminó, como era inevitable, en caos.
Es notable que, mientras no se produjo el derrumbe, se haya defendido la sobrevaluación
del peso como un hallazgo genial.
No hacía falta ser un Premio Nobel de Economía para saber qué
sucedería si, por unos años, los productos importados resultaban
más baratos que los argentinos. Más temprano que tarde, se producirían
quiebras en cadena, desempleo y caída del producto.
GLOSARIO
En el léxico cambiario
suelen usarse, como sinónimos, términos que no lo son. Para
que no haya dudas sobre la acepción que damos a cada vocablo, he
aquí un minidiccionario:
Apreciación: Aumento del valor del peso, dispuesta
por las autoridades.
Depreciación: Disminución del valor del
peso, por razones de mercado.
Desvalorización: Depreciación.
Devaluación: Disminución del valor del
peso, dispuesta por las autoridades.
Revaluación: Aumento del valor del peso, dispuesta
por las autoridades.
Sobrevaluación: Revaluación que establece
una tasa de cambio desequilibrada, la cual desalienta la exportación
y subsidia la importación, provocando un déficit artificial
en la balanza de pagos. En el corto plazo, sirve para “enfriar”
una economía “recalentada” por la inflación; en
el largo plazo, destruye capacidad productiva y crea desempleo.
Subvaluación: Devaluación que establece
una tasa de cambio desequilibrada, la cual estimula la exportación
y desalienta la importación, provocando un superávit artificial
en la balanza de pagos. En el corto plazo, sirve para reactivar una economía
en receso o depresión; en el largo plazo, promueve la ineficiencia.
Tasa de cambio: Cantidad de pesos que se necesita para adquirir un dólar,
o viceversa. La expresión común es “tipo de cambio”,
pero el uso de la palabra tipo no se justifica, ya que significa
“clase”. Lo apropiado es hablar de tasa, que significa “relación
entre dos magnitudes”. En el recuadro “Diamand y la cadena de
la felicidad” el autor citado, siguiendo la costumbre, emplea la
expresión “tipo de cambio”.
Valorización: Apreciación.
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Altri tempi (antes del GATT y la OMC), una revaluación no era tan grave:
podía sacarnos, igual que ahora, de la competencia internacional; pero,
al menos, no guillotinaba a las empresas locales. El mercado interno podía
protegerse, en esas épocas, mediante aranceles. Se perdía el mundo
pero, siquiera, se conservaba la demanda propia.
Aun así, la revaluación era indeseable. La industria nacional
quedaba confinada al mercado interno, y no lograba la escala necesaria para
producir con eficiencia. A la vez, los consumidores se convertían en
cautivos. Se constituía, de hecho, un oligopolio de empresas nacionales.
Hoy, el proteccionismo está muy restringido. Revaluar significa, por
lo tanto, asumir los dos males al mismo tiempo: pérdida de mercados exteriores
e inundación del mercado interior.
Una sana política antiinflacionaria se basa en la reducción de
los medios de pago; no en la revaluación de la moneda.
El mito de la moneda fuerte
Cuando el dólar se abarata, se advierte satisfacción (y hasta
euforia) por el hecho de tener una moneda “fuerte”.
¿Cuándo una moneda es fuerte de verdad? ¿Cuando se cotiza
“a la par” o “por encima del dólar”? No necesariamente.
Por empezar, las unidades monetarias son convencionales: la Argentina podría
decidir hoy quitarle un cero al peso (como ha hecho tantas veces) y, entonces,
un peso valdría hoy 31 centavos de dólar. Eso no lo haría
más fuerte. La denominación no tiene importancia alguna.
De hecho, si el famoso “1 a 1” tuvo un efecto mágico (hizo
creer que la moneda argentina valía lo mismo que la norteamericana) fue
gracias a un decreto ley de 1969, una ley de 1983, otra de 1985 y otra de 1991,
que fueron quitándole ceros a nuestro signo monetario. Contando esos
ceros perdidos, podríamos decir que –durante la convertibilidad–
el dólar se mantuvo fijo en… m$n 10.000.000.000.000 (diez millones
de millones de pesos moneda nacional) (ver tabla).
Un yen se cotiza US$ 0,00831174, y a nadie se le ocurriría decir que
la moneda japonesa es débil, o que vale 120 veces menos que el dólar
(¥ 120 = US$ 1).
Aspectos formales a un lado, tampoco es cierto que el “fortalecimiento”
de una moneda respecto del dólar sea, en cualquier circunstancia, una
buena noticia.
Una moneda encarecida artificialmente no es una moneda fuerte. Es una moneda
sobrevaluada.
Tasa de cambio y competitividad
Si hoy el dólar vale hoy $ 3 y mañana vale $ 1,50, los exportadores
sufrirán un duro golpe: desde mañana, por cada dólar que
exporten, recibirán la mitad de lo que recibían hasta hoy. También
será un duro golpe para la industria nacional que opera en el mercado
interno: desde mañana, los productos importados entrarán a mitad
de precio.
La moneda es la representación de la riqueza de un país. No se
puede decir que una moneda se “fortalece” cuando le resta valor transable
a esa riqueza.
Una moneda es fuerte, en estricto sentido, cuando: (a) se cotiza en mercados
internacionales, y (b) su poder adquisitivo –tanto interno como externo–
está exento de grandes variaciones.
La sobrevaluación, usada como instrumento antiinflacionario, es propia
de economías no industriales. Lo prueba la lista de los países
que han recurrido a esa estrategia:
>Dolarización. Es el modo extremo: el país
no puede tener déficit fiscal y, si lo tiene, debe financiarlo con reservas
o con deuda. No hay ninguna posibilidad de emitir. Este sistema fue adoptado
en Latinoamérica por:
– Panamá. El primer país en dolarizar (1904), conserva una moneda
propia, pero ésta es sólo virtual. Los precios internos se denominan
en balboas, pero se cancelan en dólares, a la tasa 1 = 1. El modelo estuvo
cerca del colapso en los ’70 y los ’80, cuando Panamá se endeudó
en exceso. Para resolver la situación, el país se vio obligado,
en los ’90, a una feroz disciplina fiscal.
– Ecuador. El 13 de marzo de 2000, el Congreso aprobó un nuevo sistema
cambiario por el cual se adoptó el dólar como moneda principal.
El 20 de marzo, el Banco Central empezó a cambiar sucres a la tasa fija
de 25.000 sucres por dólar; el 30 de abril, murió el sucre: desde
entonces, el dólar es la única moneda. Ecuador confió en
que el petróleo le proveería suficientes dólares y le permitiría
estabilizar sus precios, luego de dos décadas de inflación constante:
nunca bajó de 24% anual. El año 2001 hizo sonar las alarmas porque,
con la economía ya dolarizada, la inflación se mantuvo en 23,5
y las tasas de interés llegaron a 13%.
– El Salvador. En enero de 2001 optó por una dolarización parcial:
el dólar es una de las dos monedas de curso legal. La otra es el colón.
Los colones pueden cambiarse a una tasa fija: 8,75 colones = 1 dólar.
> Convertibilidad con tasa de cambio fija. El Estado no
renuncia a la moneda propia, pero la respalda con reservas, a una tasa de cambio
fija, y se obliga a sí mismo –por ley– a: (1) no emitir si
no aumentan las reservas, y (2) retirar circulante si las reservas disminuyen.
Los países o colonias que adoptaron la convertibilidad con tasa de cambio
fija son:
- Argentina
- Bermudas
- Brunei Darussalam
- Djibout
- Estonia
- Gibraltar
- Hong Kong
- Islas Caimán
- Islas Malvinas
- Lituania
Si el país o colonia que aplica el sistema no está subsidiado
por la metrópoli (Gibraltar, Malvinas), no exporta servicios financieros
(Hong Kong) ni es una plaza off shore (Bermudas, Caimán), el sistema
es poco durable. Como la dolarización, convierte el déficit fiscal
en recesión o deuda (o ambas cosas a la vez), y allí comienza
un proceso retroalimentado. En sus formas atenuadas, la convertibilidad puede
tolerar que el respaldo en reservas cubra menos de 100% del circulante. Eso
puede prolongar la vida del sistema, pero no lo exime de su principal peligro
de muerte: el ataque especulativo. Como el Banco Central está obligado
a vender, en el momento que convenga, los mercados financieros pueden “desvalijarlo”.
> Crawling peg. Es una suerte de convertibilidad con tasa
de cambio variable. El valor de la moneda local se establece en dólares
y, luego, se ajusta según la inflación norteamericana. Es un sistema
menos rígido que el de convertibilidad con tasa fija, pero también
está sujeto a los ataques especulativos.
> Banda cambiaria. Se establece un “piso” y un
“techo”. La moneda local no puede valer menos de x ni más de
y. El propósito es evitar tanto la subvaluación como la sobrevaluación.
Aparece como un método más atractivo, pero combina las desventajas
de los otros: le fija a la moneda un valor artificial, y no se exime de los
ataques especulativos. Europa lo adoptó (fue el famoso Exchange Rate
Mechanism), no para combatir la inflación sino como parte de la convergencia
monetaria que condujo a la moneda única: el euro. Durante el proceso,
Gran Bretaña e Italia se salieron del sistema cuando advirtieron que
la libra y la lira estaban sobrevaluándose, en perjuicio de la industria
de ambos países.
En 1991 la Argentina adoptó (según el gobierno de entonces, “inventó”)
la convertibilidad.
La convertibilidad con tasa de cambio fija ya tenía una larga tradición
en el mundo. Había sido, durante la descolonización, el sistema
monetario preferido por (o impuesto a) las ex colonias británicas que
pasaron a integrar el Commonwealth: moneda propia, convertible a libras según
una tasa fija. El propósito no era, por cierto, impulsar el desarrollo
industrial de los nuevos países. El sistema se justificaba por la necesidad
de otorgar una “fianza” a monedas incipientes que carecían
de valor fiduciario.
El “invento” de 1991, por otra parte, tenía una larga tradición
en la Argentina:
> Primera convertibilidad (1810-1826). El “peso fuerte”
fue convertible (a oro o plata) desde el primer gobierno patrio hasta 1826,
cuando la provincia de Buenos Aires estableció el peso inconvertible,
llamado “peso papel”, o “moneda corriente (m/c)”, que viviría
41 años.
> Segunda convertibilidad. El 3 de enero de 1867 se estableció
la convertibilidad, a una tasa fija: 25 m/c por peso fuerte, y duró hasta
1876.
> Tercera convertibilidad (1881-1885). La anarquía
monetaria, durante la cual el país tuvo distintas monedas provinciales,
terminó en 1881 (ver recuadro “Breve Historia del Circulante”)
con la sanción de la ley 1.130, que creó una moneda nacional,
convertible a una tasa fija. Se renovó toda la moneda, retirándose
los pesos papel (m/c), los cuales fueron reemplazados por pesos moneda nacional
(m$n) a razón de 25 m/c = 1 m$n. La moneda de oro de menor denominación
fue el Argentino, de o$s 5. Esta nueva convertibilidad duró cuatro años.
Concluyó con la sanción de la ley 1.734, el 14 de octubre de 1885.
El m$n dejó de estar, desde ese año, ligado al oro.
> Cuarta convertibilidad (1902-1914). En 1902 se volvió,
por 12 años, al peso convertible a tasa fija: m$n 1 = o$s 0,44.
> Quinta convertibilidad (1927-1929). La tasa, que seguía
siendo 1 = 0,44, estimuló la conversión. En dos años, las
autoridades se vieron obligadas a declarar que el peso era inconvertible. Lo
sería por los siguientes 62 años.
> Sexta convertibilidad (1991-2002).
Cuando se les recordaba que la convertibilidad de 1991 no era un “invento”,
sus defensores más sofisticados lo reconocían; pero enseguida
argumentaban que los antecedentes la hacían aun más valiosa: la
Argentina se había “hecho grande” gracias a la convertibilidad,
que le había asegurado una “moneda sana”.
El 7 de agosto de 1914, Estanislao Zeballos pronunció en la Cámara
de Diputados un encendido discurso a favor de la inconvertibilidad:
“Las leyes económicas oportunas en Europa no son las leyes económicas
aplicables en la República Argentina. Por eso fracasa la universidad
teórica, que no enseña sino libros y prescinde de la situación
y caracteres peculiares del país. Y voy a citar, para comprobarlo, un
solo hecho. Este país, señor Presidente, se ha formado a papel,
contra la ciencia europea”.
Zeballos sostuvo en aquel debate:
“La prosperidad de la provincia de Buenos Aires, el Estado más rico
de América del Sud, se debe al papel inconvertible de su viejo Banco
de la Provincia. Con ese papel se ha habilitado a los estancieros y a los agricultores
de Buenos Aires durante 60 años. Con préstamos de papel timbrado,
a pagar en cinco años, con 5% de amortización. Y esos préstamos
han hecho el engrandecimiento de esa provincia y echaron bases para la riqueza
argentina”.
Hacia el fin de su discurso, Zeballos recomendó:
“Si los libros europeos lo aconsejan y las necesidades argentinas lo rechazan,
primen nuestras necesidades y quémense los libros”.
Eso fue lo que se hizo en la Argentina de fines del siglo XIX y principios del
siglo XX. Aun la tasa de cambio fijo fue adoptada con pragmatismo: no para regular
indirectamente los precios internos, sino para favorecer la industria y la exportación.
Cuando ya no servía a ese fin, la convertibilidad era desechada como
se lo hizo en 1914, sobre la base de aquellos criterios tan ardorosamente expuestos
por Zeballos.
La EPD
La subordinación de la política cambiaria, convertida en un arma
contra la inflación, vino a agravar los problemas de una estructura productiva
desequilibrada (EPD): expresión acuñada por Marcelo Diamand para
definir a la economía argentina.
Cuatro décadas atrás, Diamand –ingeniero en telecomunicaciones,
industrial y aficionado a la economía– formuló advertencias
que ojalá hubiesen sido escuchadas por los economistas profesionales.
Él sostenía que esa estructura productiva desequilibrada era el
resultado de la siguiente evolución histórica:
- El país desarrolló primero un sector primario, que gozaba
de ventajas naturales y podía trabajar a precios internacionales.
- Luego se produjo el nacimiento de industrias que –sin escala, con
escasa tecnología y debiendo competir en el imperfecto mercado mundial–
no podían trabajar a precios internacionales.
- La industria, en consecuencia, exportaba muy poco, y no generaba ni las
divisas que ella misma necesitaba para financiar sus insumos importados.
- El abastecimiento de divisas quedó, así, a cargo del sector
primario, que crecía a un ritmo demasiado lento y, además, debía
satisfacer el creciente consumo interno.
- Como resultado, la provisión de divisas se atrasaba permanentemente.
Al principio, el problema se subsanaba sustituyendo importaciones. Pero la
falta de escala y las limitaciones tecnológicas fueron haciendo cada
vez más difícil que las importaciones se sustituyeran por producción
nacional, y que se lo hiciera a la velocidad suficiente.
- Como las exportaciones no crecían al ritmo necesario para financiar
las erogaciones, mermaban las reservas del Banco Central.
- Si las reservas se agotaban, o no alcanzaban para pagar los bienes y servicios
importados, se producía un estrangulamiento. Así como un puente
angosto puede paralizar a cientos de autos en una carretera, la insuficiencia
de divisas paralizaba gran parte de la producción interna.
- El principal método utilizado para superar las recurrentes crisis
del sector externo fue el crédito externo.
El recuadro “Diamand y la cadena de la felicidad” –que resume
un antiguo texto de este pensador heterodoxo– describe con rigor lo que
pasaría en la Argentina en los años ’90, cuando las concepciones
monetaristas agravarían las condiciones de la estructura productiva,
provocando depresión, desempleo y deuda.
El monetarismo no sólo desnaturaliza la política cambiaria. Cuando
se le da más importancia a la moneda que a la riqueza representada por
ella, se producen serias distorsiones.
Nadie puede negar que un exceso de medios de pago provoca inflación.
Nadie puede negar, tampoco, que la inflación tiene efectos económicos
y sociales deletéreos.
Ahora bien, ¿cómo se evita el exceso de medios de pago? Si se
lo hace mediante tasas de interés exageradamente altas, disminuye el
circulante pero crecen la recesión y el desempleo. El dinero huye hacia
la especulación, abandonando a la producción a su suerte.
Si se practica el sobreajuste fiscal, se tienen efectos contraproducentes. Un
ajuste racional –cuanti-cualitativo– puede eliminar gasto ocioso y
aumentar la productividad del sector público. En cambio, un mal ajuste,
meramente cuantitativo e indiscriminado, puede traducirse en una suerte de keynesianismo
al revés: menor inversión pública en el momento en que
es necesario aumentarla o, por lo menos, mantenerla.
La reducción excesiva de los medios de pago conduce a la recesión
innecesaria y destruye, de ese modo, capacidad industrial.
Breve historia del
circulante
Monedas coloniales.
En 1565 se establece la ceca de Lima; en 1573, la de Potosí. Las
monedas potosinas circularán por años en la Argentina independiente.
Son monedas de plata y oro.
Potosí de mano en mano.
La expedición al Alto Perú culmina con la toma de Potosí
en 1813. Se acuñan monedas, con igual denominación y valor
que las coloniales, pero con símbolos patrios. La ceca volverá
a manos realistas (tras Vilcapugio y Ayohuma), será reconquistada
por los patriotas (con José Rondeau) y caerá otra vez en
poder de los realistas (luego de Sipe-Sipe).
Las monedas provinciales.
Perdida la ceca potosina, la guerra de la Independencia (que sólo
culminará con la victoria de Ayacucho, en 1824) provoca una escasez
monetaria en el territorio del antiguo Virreinato del Río de la
Plata. Algunas provincias se lanzan a acuñar moneda propia. Lo
hacen:
- Córdoba (1815; no
llega a troquelar. Luego, licitará la acuñación.
- República de Tucumán
(1820-1821).
- La Rioja (1821).
- Mendoza (1822).
- Santiago del Estero (1823).
La ceca riojana.
A partir de 1824, La Rioja lleva adelante un ambicioso proyecto: aprovechar
la plata de Famatina para crear una moneda nacional, a cuyo fin, crea
en 1824 una empresa (con Facundo Quiroga como socio) y lanza una suscripción
pública de acciones. Asesinado Quiroga, en 1835, se acuña
una moneda con la efigie de Juan Manuel de Rosas, quien rechaza el homenaje
y solicita que se restablezcan en la moneda “los símbolos
de Unión y Libertad”. En 1840, Rosas derrota a la Coalición
del Norte (La Rioja, Catamarca, Tucumán, Salta y Jujuy) y, en 1842,
el nuevo gobierno de La Rioja acuña monedas con el busto del “Restaurador
de las Leyes”. Éste comunica el 20 de mayo que no admitirá
“distinciones ni honores incompatibles con los invariables principios
republicanos que profesa”. Sin embargo, las monedas entran en circulación.
A la caída de Rosas, la ceca acuña monedas para la Confederación,
hasta 1860.
El Banco Nacional de la Confederación.
Creado en Paraná el 9 de diciembre de 1853. Se lo autoriza a recibir
moneda cordobesa y riojana. Hace acuñar (en Europa) monedas de
cobre, de 1, 2 y 4 centavos.
Monedas privadas y psicóticas.
– La Colonia San José es un emprendimiento privado de
Urquiza, que destina tierras propias para instalar allí a laboriosos
colonos suizos e italianos. En 1867, por iniciativa del mismo Urquiza,
la colonia comienza a acuñar moneda propia. Tiene el escudo de
Entre Ríos y circula como moneda local. El grabador es el exquisito
orfebre italiano Pablo Cataldi, que enloquece y comienza a troquelar monedas
con figuras exóticas. La historia de Cataldi terminará con
su suicidio.
– El autoproclamado Rey de Araucania y Patagonia –el francés
Orélie-Antoine de Tounens– hace acuñar en Francia,
en 1874, monedas de plata y cobre que no llegan a circular en el país.
– El rumano Julio Popper descubrió oro en Tierra del Fuego y en
1889 acuñó “medallas” de 1 y 5 gramos, que llevan
su nombre, las cuales circulan por un tiempo como moneda.
Monedas bonaerenses.
En 1824, Rivadavia hace fabricar en Birmingham, Inglaterra, monedas de
cobre que circularán entre 1825 y 1827. Un botánico inglés,
John Miers, obtiene por entonces una curiosa adjudicación directa:
se le paga para que monte y entregue una ceca “llave en mano”.
Funcionará muchos años y cumplirá un papel importante
durante el período de segregación de la provincia de Buenos
Aires (1852-1860).
Monedas fracasadas. A partir de 1881 no se acuñó
ni emitió moneda metálica en el país. Mientras tanto,
fracasaron varios proyectos de crear un papel moneda de validez nacional:
– El billete del Banco Nacional de la Confederación Argentina,
no logra la aceptación del público, que prefiere las onzas
españolas, la libras, las águilas y las monedas de plata
bolivianas.
– El colón, creado en 1854, no llega a acuñarse.
– El peso plata es una mera unidad de cuenta: sirve sólo para fijar
el valor de las distintas monedas circulantes.
– El peso fuerte (1 2/3 de oro de 900 milésimos de fino), creado
por ley de 1875, no llega a acuñarse.
l El argentino (8,064 gramos de oro y 900 milésimos de fino), tampoco
llega a acuñarse.
Fin de la anarquía monetaria.
En 1877 se autoriza la instalación de la Casa de la Moneda y, dos
años más tarde, ya está lista para operar. En 1881,
la ley 1.130 crea el peso oro (1,612 gramos y 900 milésimos de
fino). La moneda de 5 pesos oro se llama argentino. Hay también
monedas de plata.
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Diamand
y la cadena de la felicidad
Si los créditos
que demanda una EPD (estructura productiva desequilibrada) se destinaran
a sustituir importaciones y aumentar las exportaciones –generando
así las divisas necesarias para superar el estrangulamiento–
estaríamos frente a la solución. En la práctica,
casi todas esas divisas se usan para financiar gastos corrientes o, en
el mejor de los casos, promover el crecimiento interno de sectores que
no sustituyen importaciones ni exportan, sino que aumentan la demanda
de divisas.
En muchos casos, ese ingreso de dólares disimula el estrangulamiento.
Aumentan las reservas del Banco Central, se superan las necesidades inmediatas,
y las autoridades caen en la ilusión de que, gracias a “la
confianza del exterior”, el problema de balanza de pagos
está definitivamente solucionado. No queda, así, nada que
se oponga a las múltiples presiones importadoras,
favorecidas además por el discurso ideológico de los economistas
ortodoxos, que recomiendan la promoción de importaciones
para que los productos importados creen competencia y permitan
“subsanar la ineficiencia industrial” y “beneficiar
al consumidor”.
Esos economistas predican las bondades del modelo aperturista y la “seriedad”
de las políticas que se llevan adelante. Las opiniones de los heterodoxos
son rechazadas más que nunca, y se olvida que la “eficiencia”
industrial, aunque dependa de la competencia, depende mucho más
del grado de desarrollo; y que el bienestar del consumidor depende mucho
más de que éste tenga empleo e ingresos que de los precios
a los que compra.
Se reducen los derechos de importación y otras formas de
protección, se revalúa momentáneamente la moneda,
se estimula la compra de bienes importados, se gastan divisas en consumos
suntuarios, se abandonan las políticas exportadoras, y, en suma,
se actúa al revés de lo indicado; como si el bienestar del
país dependiera de su capacidad de gastar la máxima cantidad
de divisas en el menor plazo posible. De esta manera, se desatan “cadenas
de la felicidad” financieras durante las cuales se destruyen industrias,
se empeora la tendencia de mediano y largo plazo al estrangulamiento externo,
se retrocede en la industrialización, perdiéndose
eficiencia, y los consumidores se quedan, a la corta o a la larga, sin
empleo o con salarios más bajos, lo que disminuye su bienestar
real.
Estas “cadenas de la felicidad” financieras se cortan porque
el repago de las divisas consumidas requiere más préstamos.
Como la proverbial bola de nieve, los créditos nuevos se agregan
a los créditos viejos, en un rápido endeudamiento acumulativo
que –tal como sucede con las famosas “cadenas del dólar”–en
algún momento llega al límite. Entonces, basta un
suceso cualquiera para que la corriente de capitales se invierta:
un aumento, incluso muy leve, en las tasas de interés internacionales,
un problema político, una alarma sobre el equilibrio fiscal…
En poco tiempo se revierte el ingreso de capitales, caen las reservas
del Banco Central y el país se encuentra de pronto con el problema
de su déficit externo inicial, agravado por el aumento de las necesidades
de divisas que se produjo ad interim, por la necesidad de pagar las deudas
contraídas y hacer frente a la remisión de utilidades de
las nuevas inversiones extranjeras, así como por la pérdida
de capacidad para sustituir importaciones y exportar.
Por supuesto, los economistas ortodoxos adjudican todo el problema
al suceso que desencadenó la crisis, y no al esquema que condujo
a ella. Incluso alegan que la apertura no fue lo suficientemente
profunda, que las pretensiones de ingresos de los sectores populares impulsaron
la inflación haciendo que la confianza se perdiera, que el gasto
público llevó al déficit del presupuesto afectando
también la confianza, que la situación internacional cambió
en forma imprevisible, o cualquier otro argumento.
Una variante de estos esquemas es la del tipo de cambio fijo,
recomendada por los monetaristas, o sea por el ala más
dura de la ortodoxia. Estos esquemas son una reproducción refinada
del patrón oro, que tanto criticó Lord Keynes, y que los
países comenzaron a abandonar hacia los años ’20, ante
la evidencia de que ajustaban el sector externo a expensas del nivel de
actividad, llevando a la desocupación y a las quiebras masivas.
Básicamente, la “cadena de la felicidad” financiera con
tipo de cambio fijo es igual a la ya descrita, pero con un desenlace diferente.
Como la cantidad de moneda nacional está atada a la cantidad
de reservas, y el tipo de cambio no se mueve, el ingreso y el egreso de
capitales dependen exclusivamente de la diferencia entre la tasa de interés
local y la internacional. Estos esquemas parten induciendo el ingreso
de capitales a través de tasas mucho más altas que las internacionales.
Cuando sobrevienen los primeros síntomas de la crisis externa,
el Banco Central vende dólares y compra pesos. Con ello, la liquidez
disminuye y las tasas aumentan. Este aumento de las tasas comprime
el consumo y la inversión, aumenta el desempleo, y con todo ello
reduce la demanda de importaciones, restableciendo el equilibrio a costa
de la recesión y la desocupación. A veces, durante
las primeras etapas de la crisis, se consigue que el aumento de la tasa
de interés detenga en parte la fuga de capitales. Pero
llega un momento en que no hay tasa de interés suficiente para
detener esa fuga, entre otras razones porque el nivel de la tasa crece
tanto que se convierte, ella misma, en un indicador del creciente riesgo.
Así, el penúltimo paso de la crisis, en los esquemas de
tipo de cambio fijo, es la profundización de la recesión
y de la desocupación y, en este sentido, se dice que estos esquemas
no explotan sino que “implotan”.
El último paso, cuando ya la tasa de interés no logra detener
la fuga, es una aparición de quiebras en cadena porque, con la
caída del nivel de actividad y con el aumento de las tasas, los
créditos se vuelven incobrables. Generalmente esta situación
hace insostenible el esquema de tipo de cambio fijo, y fuerza a abandonarlo,
produciéndose así la temida explosión, típica
de todos estos procesos de endeudamiento. Como en el caso anterior,
los economistas ortodoxos adjudican la culpa de la crisis al último
suceso y no al esquema, argumentando que lo que sucedió se debió
a que se abandonó el tipo de cambio fijo por falta de firmeza ante
las presiones de los políticos, los industriales y los asalariados,
y que si se hubiese mantenido la firmeza no habría habido crisis,
asumiendo implícitamente que la recesión y el desempleo
constituyen el sacrificio indispensable para mantener el equilibrio macroeconómico
y sanear la economía.
Frente al estrangulamiento del sector externo hay dos opciones posibles.
La primera, la expansiva: ensanchar el puente; o sea, ampliar la provisión
de divisas a fin de mantener el pleno empleo y crecer. La segunda es restrictiva:
regular el tránsito; reducir el volumen de actividad y el empleo
hasta hacerlo compatible con el estrangulamiento externo. Esta segunda
alternativa –elegida tradicionalmente en la Argentina– no suele
ser expresa: se la disfraza bajo el lema ajustarse el cinturón
y no vivir por encima de las posibilidades. En los hechos, para optar
por la segunda alternativa basta con no hacer nada en el sector externo,
con lo cual el nivel de actividad se reduce solo. Los países exitosos
adoptan la primera alternativa y tratan de exportar más.
Marcelo Diamand.
Extractado de un texto previo a la convertibilidad.
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Gesell &
Keynes
“El dinero debe
ser un medio de cambio, y nada más. Está destinado a facilitar
el intercambio de mercancías. No se lo emite para que alguien lo
sustraiga de la circulación y lo atesore. Si la moneda envejeciera
como un diario, o se pudriera como una papa, el poseedor preferiría
tener el diario y la papa; no quedarse con la moneda. Debemos, pues, empeorar
al dinero como mercancía, si hemos de mejorarlo como medio de cambio.
Así como los poseedores de mercancías tienen apuro en cambiarlas
por dinero, justo es que los poseedores del dinero tengan apuro en cambiarlo
por mercancías. Para eso, es necesario que el tenedor de un billete
pierda si lo retiene.”
Esto era lo que pensaba, en los años ’30, el dueño
de Casa Gesell: la más prestigiosa firma de artículos para
bebés que tenía la Argentina.
Silvio Gesell no era un economista; era un emprendedor. Sabía organizar
y administrar: virtudes que heredaría su hijo Carlos, fundador
de Villa Gesell.
No era un economista. Sin embargo, un gigante de la economía, Lord
Keynes sentenció en 1936: “Yo creo que el futuro aprenderá
más del espíritu de Gesell que del espíritu de Marx”.
Se lo puede leer en el capítulo 17, página 355, de la Teoría
General, la obra cumbre del gran maestro británico. Sí,
se refería a Silvio: el hombre que vendía corralitos y mamaderas
en Buenos Aires.
Keynes analizó, en particular, una propuesta de Gesell: la creación
de la libremoneda; dinero “perecedero” u “oxidable”.
La idea era que el billete tuviera la fecha exacta de emisión,
y que el portador pudiera usarlo sin costo alguno durante una semana.
A partir de entonces, y mientras no se desprendiera del billete, tendría
que comprar y adherirle al dorso, cada siete días, una estampilla
cuyo costo equivaldría a 10/oo del valor nominal. En caso contrario,
el billete perdería su valor. De todos modos, a fin de cada año,
todos los billetes caducarían y serían reemplazados por
nuevos.
Gesell consideraba absurdo que se le diera un premio (llamado “interés”)
a quien retuviera dinero, sustrayéndolo de la circulación.
Su esquema, por el contrario, castigaba a quien lo hiciera.
Aunque Keynes no apoyó incondicionalmente el esquema, escribió
que “imponer un costo al dinero mediante el requisito de un estampillado
periódico, a un costo prefijado” era una idea que estaba “en
la buena senda” y merecía “ser considerada”.
Era una idea que merecía ciertos reparos. El ahorro (cuando no
es especulativo) tiene un efecto económico útil: el ahorro
diferido forma capital que permite acceder a bienes que, de otro modo,
serían inalcanzables. Y crea oportunidades de inversión
que no existirían con un sistema económico en el cual, como
en una central hidráulica de paso, nada se embalsa y todo lo que
entra sale de inmediato.
No obstante, el principio era inobjetable: las finanzas no podían
asfixiar a la industria. Si se permitía que la especulación
financiera disminuyera la velocidad de circulación del dinero,
la depresión y el desempleo serían la consecuencia obligada.
Por eso Keynes decía que la idea de Gesell merecía consideración.
No sólo fue considerada sino que, en muchos países, se la
puso en práctica.
Antes de examinar esas experiencias, veamos quién era este hombre
de quien, inexplicablemente, se sabe tan poco en la Argentina.
Minibiografía
Silvio Gesell nació el 17 de marzo de 1862, en Saint-Vith: una
ciudad alemana que, después de la primera guerra mundial, pasaría
a manos de Bélgica. Fue el séptimo hijo de un prusiano y
una valona.
Tenía 16 años cuando entró, como dependiente, en
la oficina local del Correo. A los 19 se hartó del correo y se
fue a trabajar, con sus hermanos, en la tienda que ellos habían
abierto en Berlín. Tampoco eso le duró mucho: emigró
a España, para trabajar un par de años en Bodegas Heredia
Hermanos, de Málaga, y luego regresar a su país, de mala
gana, a cumplir con el servicio militar.
A los 25 años, se embarcó para la Argentina. No tardó
en fundar su comercio y casarse con Anna Boettger, con quien tuvo varios
hijos. Carlos fue el tercero.
El manejo de los negocios fue internándolo en el bosque de la economía.
La crisis argentina de 1891 lo hizo meditar mucho sobre el valor de la
moneda.
Ese año publicó en Buenos Aires dos folletos (en alemán)
y lanzó la idea del dinero que fuera perdiendo valor con el tiempo.
Ya no dejaría de escribir: escribió, en total, 14 libros
sobre economía, el más importante de los cuales es El Orden
Económico Natural, en dos tomos, que fue publicado en alemán,
español, inglés y francés.
En 1900 dejó la Casa Gesell a cargo de un hermano –a quien
había hecho venir de Alemania– y se fue a vivir como agricultor
en su hacienda de Suiza. Volvió a Buenos Aires seis años
más tarde, tras la muerte de su hermano, pero en 1911 regresó
a Alemania.
Cautivado por el utopismo y el carácter no marxista del anarquismo,
Gesell adhirió a las ideas de Pierre Joseph Proudhon y llegó
a ser ministro de Economía de la revolucionaria República
Bávara, que se estableció el 7 de abril de 1919 y cayó
24 días más tarde. Como parte del gobierno derrocado, Gesell
fue a parar con sus huesos a una cárcel, pero no por mucho tiempo.
Murió en 1930, en Eden Oranienburg: una cooperativa agrícola.
Monedas auxiliares
A partir de las ideas de Gesell, se desarrollaron en el mundo distintos
esquemas monetarios no convencionales. No todos crearon “moneda oxidable”,
pero todos procuraron estimular el uso antes que la acumulación:
Worgl. En 1932, una ciudad austríaca (Worgl),
abatida por la desocupación (35%), creó su propia moneda,
llamada “certificado de trabajo”, con una “oxidación”
de 1% mensual y 12% anual. Para no perder, los tenedores de esos certificados
debían desprenderse de ellos cuanto antes, o revalidarlos mediante
una estampilla que debían comprar y fijar todos los meses al dorso
de cada certificado. Worgl logró superar así el desempleo
y su éxito provocó la imitación: unas doscientas
comunas emitieron dinero oxidable, hasta que la autoridad nacional prohibió
toda forma de moneda local.
Ligniers-en-Berry. Una experiencia similar se inició
en Francia, hacia 1956, cuando la ciudad de Lignieres-en-Berry, encontró
su propio modo de aumentar el circulante para reactivar la economía
y detener el éxodo. Los vales tenían respaldo en francos
(98%) y, si no los usaba, perdían 1% de su valor cada mes. El éxito
de Ligniers-en-Barry hizo que otras ciudades imitaran el ejemplo, hasta
el punto que la Asamblea nacional sancionó en 1957 una ley penal,
prometiendo cárcel a quien impulsara un esquema semejante. Tres
años más tarde, la ciudad de Marans desafió la ley
sin consecuencias.
Stamp scrips. En Estados Unidos, más de 400 ciudades
emitieron en los años ’30 alguna forma de stamp scrips, o
“monedas de emergencia”, como se las llamó.
El experimento Exeter. Fue lanzado por Ralph Borsodi
en Exeter, New Hampshire, en 1972. Se basaba en una moneda –el constant,
o constante– que, si bien no se “oxidaba”, tenía
un valor ligado a la economía real y no a las finanzas. Para demostrar
la viabilidad de su idea, Borsodi depositó en una cuenta bancaria
todos los dólares necesarios para respaldar una emisión
del constante, cuyo valor quedó fijado a partir de allí
por el precio internacional promedio de una canasta compuesta por 30 materias
primas:
Algodón Cacao Cemento
Estaño Níquel
Soja
Aluminio Café Centeno
Hierro Oro Sulfuro
Arroz Carbón Cobre
Lana Petróleo
Trigo
Avena Caucho Copra
Maíz Plata
Yute
Azúcar Cebada Cueros
Maní Plomo
Zinc
Los constantes eran emitidos por un instituto creado al efecto (el Bank
for the Issue of a Stable Currency, o BISC) y podían venderse al
valor que otra organización ad hoc, Independent Arbitrage International,
calculaba mensualmente sobre la base de los precios internacionales de
las 30 commodities.
El BISC tenía, como reservas, lingotes de oro, barras de plata,
y “futuros” de las otras commodities; pero Borsodi sostenía
que sólo hacía falta respaldar una fracción del constante:
a diferencia de otras monedas, que dependían del arbitrio de los
gobernantes, ésta dependía de un conjunto de precios fijados
por los mercados internacionales.
Según Borsodi, si el constante reemplazaba al dólar, desaparecerían
tanto la inflación como la depreciación. Ni Estados Unidos
ni nadie se autoabastecían de los 30 productos; todo país
del mundo producía alguno de ellos e importaba otros. Una moneda
sujeta al precio internacional de esas 30 materias primas aseguraría,
por lo tanto, el valor adquisitivo de todas las monedas del mundo.
Aunque el gobierno de Exeter no aprobó la creación del constante,
los 9.000 habitantes de la ciudad lo aceptaron rápidamente. Una
vez que el éxito del sistema quedó demostrado, Borsodi mismo
le puso fin: dijo que, a su edad (86), no podía asumir la responsabilidad
de operar el BISC a mayor escala.
WIR. En 1934, Werner Zimmermann y Paul Enz –dos
seguidores de Gesell– fundaron en Zurich un sistema que aún
sigue operando. Se trata del WIR (Wirtschaftsring o círculo económico).
Había algunos antecedentes en Escandinavia y el Báltico,
así como hubo después experiencias similares en otros países;
pero ningún esquema tuvo el éxito del WIR. En algunos países,
como en Dinamarca, un sistema similar fue prohibido por presión
de la banca comercial. En definitiva, el WIR es sistema monetario para
Pymes que necesitan capital de trabajo y no pueden obtenerlo de la banca
comercial. Hay un comité que adjudica los créditos, siempre
que tengan una garantía. El monto del crédito se expresa
en francos suizos, pero el titular no recibe francos sino una chequera,
y una tarjeta de débito. Con eso puede pagar lo que sea (bienes
y servicios), siempre que se lo pague a una de las infinitas empresas
o de los innumerables particulares que están afiliados al círculo.
Wara. Hans Timms, un amigo de Gesell, ideó este
sistema en Alemania, como parte del Movimiento de la Economía Libre
(Freiwirtschaft). Consiste en una moneda privada convertible, respaldada
por una materia prima. En Schwanenkirchen, Bavaria, se emitían
wara respaldados por carbón Fue un éxito, y provocó
que la Freiwirtschaft se extendiera por todo Alemania. Hasta que, en 1931,
el gobierno federal prohibió esta moneda rebelde.
Lets (Local Exchange Trading System). Es un sistema establecido en 1983
en Comox Valley, British Columbia (Canadá) por el escocés
Michael Linton. Hoy existen más de 1.000 esquemas similares en
distintas partes del mundo. Los miembros efectúan operaciones entre
sí, utilizando una moneda propia, y todas las transacciones son
registradas por un control central. Algunos esquemas utilizan chequeras
y otros recurren a las tarjetas de débito. Los esquemas muy numerosos
han fracasado, porque es difícil asegurar que los miembros no entren
masivamente en rojo.
Ithaca Hours. Al menos 21 comunidades en Estados Unidos
emiten bonos desde que el periodista Paul Glover lanzó en 1991
un nuevo esquema de moneda local en Ithaca, estado de Nueva York. “Yo
sentí que las economías locales necesitaban independizarse
de un sistema monetario nacional diseñado para financiar la compra
de armas y alimentar de nafta a los automóviles”. Glover había
administrado un Lets y la experiencia le había mostrado la necesidad
de un sistema más simple y versátil, sin un registro centralizado.
Fundó entonces un diario para anunciar los productos y servicios
de todos quienes participaran de un círculo de intercambio. Al
principio, cobraba los avisos en dólares y devolvía ese
dinero en “horas”: una unidad calculada según el salario
promedio, que actualmente equivale US$ 10. De esa manera se fue desarrollando
un sistema por cual toda persona que provea un bien o un servicio dentro
del círculo crea “horas”: un dinero propio que puede
usar para comprar otros bienes y servicios dentro del mismo círculo.
En este caso no hay (como en un Lets) control centralizado.
Liquid Capital Circuit (LCC), Suiza. Es un sistema de
pagos comunitario, creado tres décadas atrás por Hendrick
Bor en Suiza. Es similar al WIR, Los miembros depositan francos suizos
en una cuenta LCC y reciben una tarjeta magnética con un chip –la
Dynamic Capital Network (DCN)– que permite transar con cualquier
otro miembro del club. Las autoridades obligaron a desmantelar el sistema.
El “dólar tiempo”. Edgar Cahn, profesor
de derecho de la Universidad de Miami, creó los time dollars, que
sólo sirven para pagar cuidados: enfermería, acompañamiento
de personas mayores, baby sitting. El que cuida a enfermos y ancianos
gana un “dólar tiempo” por hora, que puede usar para
comprar similares cuidados para sí mismo, familiares o amigos.
La “carta trueque”. La Bartercard fue creada
en 1990 por Andrew Federowsky y Wayne Sharpe en Queensland, Australia,
y permite canjear bienes y servicios en trade dollars. El sistema registra
los créditos y débitos. La autoridad impositiva ha aprobado
el esquema. La “carta trueque” se ha extendido a Estados Unidos,
Canadá, Gran Bretaña y Sri Lanka.
Millas. Los sistemas de “viajero frecuente”
consisten en un descuento, en forma de unidades –llamadas millas–
que se pueden usar para pagar hoteles, alquiler de autos, comidas y un
universo de bienes y servicios. Operan como dinero oxidable, ya que pierden
valor si no se los usa dentro de ciertos límites de tiempo.
Luncheon vouchers. Son vales emitidos por una empresa,
que el empleado recibe como parte de su sueldo, y que sirven para pagar
comida.
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Para sobrevivir, gobiernos locales, industrias y consumidores suelen recurrir
a métodos heterodoxos.
Durante la convertibilidad, se sostuvo que el sistema no podía modificarse
porque –si el peso perdía respaldo– se desataría una
hiperinflación.
En la práctica, ese respaldo fue menor de lo que se proclamaba (no había
un dólar en el Banco Central por cada peso en manos del público)
y, por otra parte, se crearon múltiples monedas sin respaldo: Bonfe,
Bocadem, Boncafor, Ceacor, Lecop, Lecor, Patacón, Quebracho…
Al mismo tiempo, se multiplicaron formas de “dinero auxiliar”. El
trueque se expandió notablemente, hasta el punto que hoy la Red Global
del Trueque vincula de manera permanente a más de 100.000 personas. El
dinero (cuya unidad es el “crédito”) es creado por cada socio
con su trabajo, y sirve para pagar una cantidad extraordinaria de bienes y servicios;
algunos municipios los aceptan en pago de tasas, y un juez dispuso que una cuota
alimentaria se pagara en créditos.
El esquema está en la tradición de Silvio Gesell, quien décadas
atrás sostuvo que la moneda debía servir exclusivamente como instrumento
de cambio. El recuadro “Gesell & Keynes” resume la idea geselliana
y diversas experiencias internacionales. La Red Global del Trueque, sin embargo,
se diferencia de otras asociaciones de intercambio que emiten su propia moneda:
el “crédito” no tiene respaldo alguno y las transacciones no
pagan impuestos.
Bonos provinciales, “créditos” y otras formas de dinero auxiliar
nos enseñan cuatro cosas:
1) que, cuando los medios de pagos son insuficientes y el Estado no provee más,
la sociedad encuentra modos de crearlos;
2) que, existiendo esa necesidad real, los medios de pago adicionales no provocan
inflación;
3) que, renunciando a satisfacer la demanda de genuinos medios de pago, el Estado
da lugar a una anarquía monetaria y pierde ingreso fiscal;
4) que eso disminuye la capacidad del Estado para promover y orientar el desarrollo
industrial.
Para tener industria –una industria competitiva, capaz de irrumpir en el
mercado mundial y traccionar la economía nacional a gran velocidad–
debemos aprender las lecciones de la historia económica argentina:
1) La política cambiaria no puede ser un instrumento de la política
monetaria.
2) El desequilibrio fiscal no se compensa con sobrevaluación, porque
ésta genera deuda y, en definitiva, mayor déficit fiscal.
3) Los ciclos sobrevaluación/subvaluación impiden el desarrollo
de la industria nacional.
4) La revaluación es pan para hoy, hambre para mañana.
5) También lo es la devaluación.
6) Lo ideal es mantener una tasa de cambio flotante y una moneda vinculada a
la producción, con medidas que desalienten la especulación financiera.
Los economistas tradicionales han seguido, en cada uno de estos seis puntos,
los criterios opuestos. Por eso la Argentina no es un país industrial.
Por eso su participación en el comercio mundial es insignificante. Por
eso nuestro PBI per cápita es tan pequeño y nuestra pobreza tan
grande.
Ha llegado el tiempo de comprender y rectificar. M