Sería muy sencillo atribuir el nuevo escenario internacional a la paranoia,
al extremismo ideológico o a las profundas convicciones de George W.
Bush. Ningún presidente, ni siquiera el de Estados Unidos, tiene tanto
poder.
La clave habrá que buscarla en el entorno presidencial (desde el vicepresidente
Dick Cheney; el secretario de Defensa Donald Rumsfeld; su segundo, Paul Wolfowitz;
la asesora en Seguridad Nacional, Condoleeza Rice; o ensayistas republicanos
como Robert Kagan), un equipo que desde hace años viene elaborando teorías
para justificar por qué Estados Unidos tiene la obligación de
rediseñar el mundo según su punto de vista y sus intereses.
Parece que el momento ha llegado para esta concepción radical, compartida
con matices desde las filas del gobernante Partido Republicano y también
por buena parte de la población estadounidense.
Si la guerra iniciada contra Irak termina pronto, esta idea se consolidará
y se extenderá vaticinando una nueva era en las relaciones internacionales,
con la superpotencia dispuesta a intervenir cuando lo crea conveniente en cualquier
parte del globo, sin el consentimiento de nadie. Los aliados deberán
ser incondicionales, o pasar a la categoría de países sospechosos.
Por el contrario, si el conflicto se prolonga –con bajas en las propias
filas y muchos muertos civiles iraquíes, sin que se pueda demostrar la
existencia de las famosas armas masivas de destrucción que fueron el
fundamento de la intervención en solitario contra el régimen de
Saddam Hussein– entonces la rígida posición se debilitará,
perderá apoyo político interno y puede conducir al desastre político
de Bush en la próxima contienda electoral.
Washington tiene peso decisivo en cualquier decisión política
mundial. Con 4,5% de la población mundial acumula 31% del producto bruto
global. Domina las industrias del futuro, produce la mayor cantidad de premios
Nobel en todas las especialidades y tiene graduados universitarios de primer
nivel. Pero actúa en una nueva economía que, por definición,
es interdependiente.
Lo que está ocurriendo, al mismo tiempo, es que la economía de
Estados Unidos sufre y no se reactiva. El dólar desciende en su valor
frente a otras monedas, el déficit fiscal puede ser astronómico,
y la única locomotora de la economía global puede sumir al planeta
en una etapa de nulo crecimiento o incluso, de recesión generalizada.
Aun ganando la guerra, nada garantiza que la reconstrucción de Irak,
y la pretensión de establecer allí ideas democráticas,
sea un esfuerzo de corto plazo o que tal objetivo pueda alcanzarse. Por el contrario,
la desestabilización de todo el Oriente medio puede conducir a nuevas
turbulencias.
Por la razón que fuera, el sólido vínculo con un aliado
fundamental en la región, como Turquía, se ha debilitado de modo
impensable. A Europa le puede ir muy mal si se ensancha la enorme brecha transatlántica
que se acaba de abrir, pero el continente es demasiado importante para que Estados
Unidos pretenda ignorarlo.
La divisa estadounidense, la moneda global, puede debilitarse y para evitarlo
se deberá contar con la buena voluntad del sudoeste asiático,
donde los bancos centrales de estos países son los grandes tenedores
de dólares.
También del resultado de esta contienda dependerá lo que ocurra,
en definitiva, con el precio del petróleo. A nadie le conviene un precio
demasiado alto; pero ninguna empresa petrolera alienta un importante descenso
en el valor de los hidrocarburos.
La incursión militar, al final, seguramente será exitosa. Pero
podría ser una victoria pírrica si no hay al mismo tiempo de parte
de la dirigencia estadounidense un plan para restañar heridas, reparar
alianzas y desarrollar una estrategia de contención del daño.
Este documento –parte del cual se publica en estas páginas y el
resto, mucho más extenso, se puede consultar en nuestro sitio en Internet–
trata de acercar todos los enfoques relevantes posibles.
Así, se pasa revista a los argumentos y razones invocadas para esta guerra,
al probable costo del conflicto y de la reconstrucción de un país
que terminará devastado (en especial, quienes se anotan para ganar jugosos
contratos).
Una mirada esencial es la perspectiva de los países árabes en
esta lucha. Nadie llorará la caída de Saddam Hussein, pero se
temen las consecuencias internas que tendrá el resultado sobre naciones
tradicionalmente aliadas de Washington. M