El ministro Roberto Lavagna volvió de Washington sin acordar con el FMI,
lo que encerraba una paradoja, ya que varios analistas afirmaban que, tanto
el ministro como el presidente Eduardo Duhalde no tenían mucho que perder
con la falta de acuerdo. Porque en el statu quo la situación económica
se mantendría en calma si el Gobierno no cometía el error de desembolsar
reservas del Banco Central para pagar las deudas con los organismos internacionales.
Seguiría la calma financiera y habría un mayor consenso de que
cierta reactivación estaba en marcha, profetizaban los analistas. Pero
había un costado malo. El Estado y muchas empresas privadas estaban en
cesación de pagos y eso no se solucionaría rápidamente.
Por su lado, el FMI enfrentaba un dilema: si concedía un acuerdo liviano
enviaba al mundo la señal de que las conductas “a la Argentina”
no sufrían su escarmiento.
En diversos círculos se estimaba que el incumplimiento con el Banco Mundial
provocaría una incertidumbre que podía generar algunas turbulencias
en el mercado minorista de cambios. Pero parecía indiscutible que el
Banco Central, con casi US$ 10.000 millones en reservas, estaba en condiciones
de dominarlas. Éste era el escudo protector.
Resultaba irrefutable que, si el gobierno argentino pagaba los vencimientos
con los organismos multilaterales de crédito con reservas, la Argentina
caería en la hiperinflación. Si bien Lavagna hizo bien en no cumplir
en tiempo y forma con el Banco Mundial, esto no significaba que de allí
en adelante cualquier política se justificase.
Pero las negociaciones con el FMI no estaban rotas y el titular de Economía
avanzaba en su modelo de reactivación con default y sin acuerdo con el
organismo. También se estimaba que sin acuerdo, el Gobierno tenía
libertad para llevar adelante su política, ya que la postergación
de un pacto con el FMI facilitaba el equilibrio en los frentes monetario y fiscal,
porque la demora en los pagos de la deuda mejoraba la caja del sector público
y moderaba las presiones de emisión.
Había quienes iban más allá. Ernesto Talvi, cabeza del
think tank uruguayo Ceres, analizó a fines de octubre las perspectivas
que la Argentina tenía en su carrera por la deuda.
Con respecto a los pagos de intereses, Talvi estimó que aun en un escenario
optimista, en los próximos años habría que generar excedentes
primarios del orden de 5-7% del PBI para poder cumplir con el servicio de la
deuda. ¿Será posible?
Economía política
En el terreno de la economía real, la firma de un acuerdo fiscalmente
contractivo con el FMI tendría un alto costo: se mataba la reactivación.
Se observaban indicios de reanimación del aparato productivo –según
un estudio de la Universidad Torcuato Di Tella había optimismo en cuanto
a demanda de empleo de octubre–, y el Gobierno no quería introducir
novedades que abortasen la leve expansión.
La Argentina tenía, además, un alto grado de capacidad productiva
ociosa y un stock de capital que no requerían renovación. Entonces
lo que importaba desde este punto de vista era insuflarle optimismo a la demanda.
La pregunta era: ¿se podía apurar la reactivación? ¿Cuál
es el camino más eficaz para lograrlo? Se decía que si había
oferta excedente de dólares en el mercado cambiario, lo mejor era permitir
que las divisas bajen su cotización de modo que los precios de los bienes
importados y los exportados bajasen sus precios con el consecuente aumento de
los salarios reales.
Muchos economistas ortodoxos sostenían que para lograr dicha reactivación
era suficiente reconstruir las instituciones monetarias, fiscales, financieras
y hasta políticas. Desde el Gobierno, en la otra vereda, se afirmaba
que el veranito cambiario extendido en el tiempo era la condición necesaria
y suficiente. Ninguna de las dos posiciones llegaba al nudo de la cuestión:
de dónde provendría la demanda.
Se recreaban las suspicacias políticas. El presidente Duhalde había
dado muestras de que pensaba montar sobre la tibia recuperación una campaña
política de envergadura, basada en que por primera vez desde la reinstalación
de la democracia las autoridades desplegaban una política económica
independiente frente a los organismos internacionales, con buenos resultados.
En otras palabras: si la economía evolucionaba como Duhalde quería
podía permanecer en el poder hasta fines de 2003. Mientras tanto, la
inflación de noviembre fue de 0,5% y acumulaba 40,7% en el año.
Y lentamente crecía la confianza de los consumidores. M