La incertidumbre puede generar algunas turbulencias en el mercado minorista
de cambios, pero lo que casi nadie discute es que el Banco Central, con sus
casi US$ 10.000 millones en reservas, está en condiciones de dominarlas.
Firmar un acuerdo fiscalmente contractivo con el FMI tendría el peor
de los costos: matar la reactivación.
El ministro Roberto Lavagna ha regresado de Washington sin un acuerdo firmado
con el FMI. Pero tanto él como el presidente Duhalde no tienen mucho
que perder si dicho acuerdo se demora. El “lado bueno” de la actual situación
económica se mantendrá mientras el gobierno no cometa el error
de desembolsar reservas del Banco Central para pagar las deudas con los organismos
internacionales: la calma financiera se prolongará y crecerá el
consenso acerca de que algún grado de reactivación está
en marcha.
El “lado malo” no se resolverá con el acuerdo: el Estado y muchas empresas privadas están en cesación de pagos y eso no se arregla de un día para el otro, como tampoco tiene solución a corto plazo la desconfianza de la sociedad con respecto a los bancos y la consecuente inexistencia de crédito. En cambio, el FMI está enfrentando una situación problemática: si concede un acuerdo liviano puede terminar sugiriéndole al mundo que las conductas “a la argentina” no sufren suficiente escarmiento; si no lo concede, el impacto negativo recaerá sobre el Banco Mundial y el BID. Así está planteada, hasta el momento, esta insólita e inesperada partida de ajedrez.
Lo cierto es que los indicios de reanimación del aparato productivo se acumulan el último es la optimista estimación de demanda de empleo de octubre, elaborada por la Universidad Torcuato Di Tella y el gobierno no quiere introducir novedades que aborten la naciente tendencia expansiva.
La pregunta de moda en el Gobierno es: ¿se puede apurar la reactivación? Y la que le sigue: ¿cuál es el camino más eficaz para lograr la aceleración? Allí comienza el debate. Si, como ocurre ahora, hay oferta excedente de dólares en el mercado cambiario, lo mejor que se puede hacer es permitir que las divisas extranjeras reduzcan su cotización de modo que tanto los bienes que se importan como los que se exportan bajen sus precios y aumenten consecuentemente los salarios reales.
De todas maneras se argumenta el tipo de cambio real seguiría siendo tan alto que una estrategia exportadora como la que necesita la Argentina en el largo plazo no se pondría en peligro. Ésta no es la línea que le gusta a Lavagna. El ministro piensa que la caída del dólar no reducirá necesariamente los precios y, por lo tanto, el efecto reactivante sería casi nulo.
En cambio, el ministro sugiere seguir la ruta actual: aprovechar la oferta de dólares para que el Banco Central acumule reservas internacionales y desaliente un eventual ataque especulativo. En este caso, el efecto reactivador provendría del hecho de que la contrapartida de la acumulación de reservas sería una mayor circulación de pesos.