Estados Unidos: la gran incógnita

    Se sabía que algún día llegaría la hora de la verdad. Pero como duró 20 años hubo quien llegó a pensar que nunca se sabría. Y tal vez no ocurra. Pero esta vez los síntomas alarman a todo el mundo.


    Durante dos décadas, Estados Unidos consumió mucho más de lo que produjo y se financió con la incesante marea de capitales financieros que depositaron el ahorro de todo el mundo en la mayor economía del planeta. El mismo FMI, tan cauto cuando se trata de Estados Unidos, dijo en su última revisión de la economía mundial que la brecha entre la demanda doméstica y la producción total, no puede sostenerse indefinidamente. Por lo tanto, concluyó, la propia estabilidad financiera global está amenazada.


    La ilusión de crecimiento permanente que reinó durante la década pasada permitió que esta economía actuara como una formidable aspiradora que chupaba US$ 2.000 millones diarios, según calculó The Economist.


    El déficit de cuenta corriente (combinación de la balanza comercial y de la balanza de pagos) fue de US$ 242.500 millones en el primer semestre de este año, y se calcula que alcanzará los US$ 500.000 millones a fin de 2002. Para financiar este déficit, Estados Unidos absorbe 6% del ahorro mundial (1,5% proviene de Japón).


    Si los inversionistas piensan que la economía estadounidense no va a crecer o temen que tras el crac bursátil y la burbuja tecnológica sea el tiempo de una devaluación del dólar, este flujo puede cesar. Una caída brusca en el valor del dólar encarecerá las importaciones y facilitará el aumento de las exportaciones. El consenso es que habrá una corrección en el valor del dólar de entre 10 y 20%.


    El verdadero riesgo es que si se confirma una recesión, no será del tipo de las tradicionales, incentivadas por la Reserva Federal para combatir la inflación, bajando las tasas de interés. Éstas están más bajas que nunca. Sería más parecida a la Gran Depresión, caracterizada por un exceso de oferta y de sobreinversión.


    Si este diagnóstico es correcto no hay remedio sencillo, ni mucho más que pueda hacer la Reserva Federal, excepto bajar el nivel de las tasas de interés a casi cero, como en Japón. Los excesos en el área de telecomunicaciones, Internet y energía tardarán un tiempo en ser deglutidos, quizás hasta 2004.


    Una respuesta posible -sostienen los economistas pro keynesianos- es proveer estímulos fiscales, como reducir los impuestos a los sectores de ingresos medios y bajos para estimular el consumo y extender los beneficios de desempleo que fueron tan recortados en el pasado cercano.


    ¿Quién pagaría por este gasto no previsto? Habría que sacrificar la reducción de impuestos que George W. Bush prometió a los ricos a lo largo de los próximos años.


    Sin embargo Bush tiene otro remedio keynesiano: la guerra, lo que aumenta la posibilidad del conflicto con Irak si además se lo percibe como solución económica.


    El margen de maniobra es tan limitado, que la impecable reputación de Alan Greenspan, el titular de la Reserva Federal (“El Maestro” -así, en español- como se llama el libro de Bob Woodward), está empezando a sufrir un desgaste. Las decisiones del hombre que reinó sobre la mayor expansión económica de posguerra, logró pasar indemne por una breve recesión, por la pinchadura de la burbuja punto com y por los escándalos corporativos recientes, están siendo sometidas a revisión. ¿Pudo hacerlo mejor? ¿Pudo evitar algo de lo que ahora está pasando?


    Las dos críticas que se le hacen tienen, en verdad, poco fundamento. Una, que debió actuar y elevar las tasas de interés para evitar la “exuberancia irracional” en 1996, al comienzo de la gran burbuja. La segunda, es que esta advertencia estimuló aún más a los sobreexcitados inversionistas.