Los desequilibrios financieros del sudeste asiático a partir de 1997, la posterior devaluación brasileña y las recientes crisis de Turquía y de la Argentina, han servido para alimentar el debate más intenso de los últimos años: la verdadera utilidad y función de los organismos multilaterales de crédito, en especial del Fondo Monetario. Todo lo que leemos ahora acerca del FMI está iluminado por esta perspectiva.
Hay quienes creen que el gran culpable del desastre argentino (y antes del de Tailandia e Indonesia) es el Fondo por la ciega adopción de los preceptos del Consenso de Washington, cuyos criterios fueron el pensamiento central y dominante en la región durante toda la década pasada. Otros dicen que es co-responsable de todo lo ocurrido por acompañar a gobiernos con políticas equivocadas e insistir en recetas empobrecedoras.
Entre las voces críticas, sobresale una que tiene especial relevancia. Se trata de Michael Mussa quien acaba de publicar un extenso ensayo sobre lo que denomina “Triunfo y tragedia de la Argentina”, que será la base de un libro de próxima aparición.
Lo interesante es que Mussa nunca estuvo en la “vereda de enfrente” del FMI. Por el contrario, hasta junio del año pasado –y desde 1991– fue consejero y director del Departamento de Investigaciones del Fondo. Por eso su palabra cobra relieve: es una visión interna de una institución a la que quiere y admira, y sabe defender con elocuencia. Pero su rigor y honestidad intelectual le impiden obviar los errores cometidos y los puntualiza con singular crudeza.
Mussa es ahora investigador del Institute for International Economics con sede en Washington, institución para la que escribió este análisis a finales de marzo. La condensación que ofrecemos aquí es apenas 20% de la extensión total del trabajo, una minuciosa historia de una década económica de nuestro país cuya versión completa se ofrece, junto con otros trabajos críticos sobre el FMI, en el sitio de MERCADO en Internet.
Sin excluir en momento alguno la responsabilidad de los diferentes gobiernos locales en la catástrofe actual, Mussa reconoce que el Fondo falló en no exigir una política fiscal responsable –especialmente durante los buenos años de 1995 a 1998–. Admite que al organismo nunca le gustó la idea de la Convertibilidad, pero la aceptó en silencio en vista de su aparente éxito, y fracasó en no insistir en una salida ordenada del uno a uno entre el peso y el dólar, cuando aún era posible. Para el autor, el Fondo cometió su principal error a mediados del año pasado con la aprobación de un paquete de respaldo masivo cuando ya era claro para sus técnicos que el desenlace era inevitable, y aún se podía reclamar un cambio de políticas que hubiera podido reducir las proporciones del daño que se avecinaba.
La parte final del ensayo –tras una crónica exhaustiva y minuciosa de una década– analiza lo que el país puede hacer para recuperarse y cuál deberá ser, en ese caso, el papel del Fondo y de los demás organismos multinacionales de crédito. Sobre todo, insiste Mussa, es preciso aprender del caso argentino para evitar la repetición de los errores del FMI en el futuro.