“Con el corralito, los bancos son de papel”

    –En un país en el que no parece haber interés en demandar pesos, ¿cómo se reconstituye la certidumbre cambiaria para retomar la inversión y el consumo?


    –No estoy de acuerdo con que no haya demanda de pesos. Lo que no hay es tasa de interés. ¿Cómo demandarlos, entonces? Y si no hay tasa de interés es por el corralito, el default y la incertidumbre de las grandes empresas. En cualquier economía organizada hay tres grandes emisores de deuda: el Estado, los bancos y las grandes empresas. En la Argentina, el Estado está en cesación de pagos, los bancos tienen el corralito –por lo que nadie deposita dinero–, y en cuanto a las grandes empresas, su solvencia está seriamente cuestionada. En este marco, insisto, no es que no haya demanda de pesos: lo que no hay es un emisor de deuda creíble. Detrás de quienes hablan de esa falta de demanda creo reconocer el argumento de quienes apoyan la dolarización.


    –¿No cree que más allá de la dolarización ha desaparecido la confianza en la moneda?


    –El peso fue una de las monedas más estables en los últimos 10 años. Todos sus problemas aparecieron en los últimos seis meses. No exageremos. Estamos ante un panorama de default, de devaluación y de corralito. Hacer política monetaria en este contexto no tiene sentido. Si se hubiera hecho esta misma pregunta en Rusia, sobre la demanda de rublos, o en Turquía, con su moneda, la respuesta sería no.


    En medio del caos no hay demanda, pero no debemos sacar conclusiones extrañas. En primer lugar, tenemos que reconstruir el sistema financiero. Hay que salir del corralito y restablecer una tasa de interés y volver a un mercado interempresario, que lo hemos tenido aun en lo peor de la hiperinflación de 1989. De hecho, cuando flotamos muy exitosamente la moneda en 1990 había una tasa de interés a pesar de la inflación. Había motivos para no confiar en el peso. Pero, ¿se puede decir seriamente que hay más motivos ahora para no confiar que en 1989-1990? No es que no haya confianza, lo que no hay es a quién llevarles los pesos.


    –¿Hay otras alternativas para el ahorrista?


    –No hay alternativas al dólar. Si se restablece una alternativa para el tipo de cambio tendríamos un mercado flotante. Me sorprendo diciendo esto: siempre estuve a favor de la flotación cambiaria. Pero en este contexto, sin una tasa de interés, no pienso lo mismo. Si se vuelve a la idea de tener un mercado comercial controlado y otro financiero libre, lo entiendo. Porque no creo que exista una causa para subir el precio de la carne en función del pánico, si éste hace que suba el tipo de cambio financiero. Creo que el precio del pánico se refleja en el dólar porque no hay alternativas de inversión. Estamos en una situación de ruptura de las más elementales instituciones monetarias y así, jugar a la libre flotación me parece un disparate.


    –Sigue pensando que hay que abrir el corralito de un modo contundente.


    –Sí. En diciembre dije que había que indicar que el corralito era una joda para Tinelli y salir. Esto no significa, como algunos interpretan, que digo que haya que emitir $ 25.000 millones. Hay que salir y reprogramar los plazos fijos porque es inevitable, con algún esquema. Y en la parte transaccional hay que licitar los redescuentos, para que no sean regalados y ver qué bancos los quieren tomar. Entonces, habrá una mezcla de cierta emisión monetaria y bancos que cierren, porque algunos no aceptarán esta licitación y el Banco Central no dará tanto redescuento. Y habrá que vender US$ 4.000 o 6.000 millones para absorber esa expansión monetaria.


    –Sin embargo, se dice que ése sería el fin del sistema financiero.


    –Se caería una buena cantidad de bancos. Pero es preferible que se caigan de una vez a lo que sucedió en los últimos seis meses, cuando, a los efectos de otorgar créditos, vivimos como si se hubieran caído todos los bancos, ya que todos están bajo la misma sospecha. Al mismo tiempo, el país sigue parado y se perdieron US$ 4.000 millones de reservas. Si se hubiese hecho esto hace seis meses estaríamos saliendo de esta situación. Por demorar el mal trago, hemos agravado las cosas. Esto mismo ocurrió en Chile, México y Turquía, pero en esos países las decisiones se tomaron rápidamente y se cerraron los bancos que hubo que cerrar.


    –¿Quitar las restricciones generaría una suba del dólar?


    –Gran parte del dinero queda en los bolsillos de la gente. No todo puede emplearse para comprar dólares.


    –Entonces, ¿por qué temen en el Banco Central o en Economía la apertura del corralito transaccional?


    –De acuerdo con todos los estudios, la demanda potencial de dólares a partir de una apertura del corralito transaccional podría ser de $ 12.000 a 14.000 millones: son US$ 3.000 o 4.000 millones. Es preferible entregar dólares. Porque en la situación del país no tiene sentido que haya reservas por US$ 9.000 o 10.000 millones, mientras se mantiene el corralito. El precio por mantener el corralito transaccional en términos de actividad económica, recaudación impositiva y falta de alternativa al dólar, es que cada peso que se fuga se vaya al dólar. Si se libera, la conducta será distinta. Esto es central. Creo que hay que hacer un plan Bonex, con la figura que sea; idealmente, con alguna garantía de los bancos que se queden. Si esto significa una expansión monetaria que implique una posterior venta de dólares, habrá que hacerlo.


    –¿Habló usted últimamente de las bondades de cierta inflación?


    –Queda claro que no estoy a favor de un golpe inflacionario o hiperinflacionario, como se dijo por ahí. No hay peligro de ninguna de las dos cosas. Hay inflación cuando hay un exceso de demanda. Tampoco hay un déficit fiscal de 18% del PBI como en 1989. Estamos ante la corrección de un precio relativo como es el tipo de cambio que, a su vez, genera la corrección de varios precios. Pero la economía sigue en recesión y con comportamiento cuasideflacionario. Los precios no han subido como el tipo de cambio y hay un gran esfuerzo por mantenerlos.


    En este contexto el riesgo de híper o de inflación no existe. Hubo necesidad de transformar las cuentas corrientes en billetes. Eso es lo que genera una explosión de precios, y no una mayor capacidad adquisitiva o un déficit fiscal. Este aumento de precios puede ser único. Hay una alta probabilidad de que la inflación que hemos tenido hasta ahora no se mantenga, si es que se libera el corralito y se restablece lo macroeconómico. No le tengo miedo a la híper ni estoy a favor.


    –¿Por qué en ciertos sectores se habla de esta posibilidad?


    –Son los mismos que antes adoraron la convertibilidad y ahora están a favor de la dolarización. No se dan cuenta de que la híper que tenemos es el hiperhambre, la hipermarginación social y la hiperrecesión. Al sacudir el fantasma de la hiperinflación pretenden mantener políticas monetarias de mayor ajuste. Esto equivale al final de la República, y provocará que a estos agitadores los cuelguen en Plaza de Mayo, porque la gente se va a hartar de esta clase de comentarios. Y la dolarización no haría otra cosa que agravar las cosas, porque congelaría sueldos de US$ 100. Se trata de salir del corralito y poner el país productivo de pie, a través de las exportaciones y de la muy buena infraestructura que tenemos. El tema no pasa por dolarizar o evitar la próxima hiperinflación. Que no me hablen de hiperinflación y comparen esta situación con 1989. En ese año había US$ 60 millones en el Banco Central y un déficit de 18% del PBI, cuando ahora es apenas de 3%.


    –¿Qué más se requiere para que el sistema financiero sea confiable?


    –Tener la sensación de que no sólo se salió del corralito sino, también, de que se terminó el ajuste del sistema financiero. Con el corralito los bancos son de papel. Hay que salir y terminar la reestructuración. Hay instrumentos que podrían estar ligados a un mercado a futuro de cambio. Pero lo fundamental es concluir el proceso de reestructuración financiera y bancaria y restablecer la liquidez. En 30 años de economía argentina no he encontrado un disparate semejante al establecimiento del corralito, que hirió de muerte a la credibilidad del sistema financiero. Era preferible que cayeran 10 entidades y poner las reservas a disposición de la banca para evitar que caigan más.


    Es más: si Suiza establece el corralito, se cae la economía suiza. Y si Estados Unidos hace lo mismo, es el final del capitalismo moderno. En cualquier economía, por más sólida que sea, si los depositantes tienen dudas sobre la posibilidad de hacerse de los fondos, se acaba la credibilidad. Desde el 30 de noviembre, la economía argentina no fue capaz de recomponer la credibilidad en el sistema financiero y estamos en terapia intensiva por esto.