Retenciones: ¿a favor o en contra?

    Usted, estimado lector, ¿está a favor o en contra de las retenciones impuestas a las exportaciones? Puede que ya tenga una idea muy definida al respecto. Si no es así le puede resultar interesante confrontar los distintos argumentos que se esgrimen.


    Hay tres posiciones nítidas: las que están a favor, las que están en contra y, finalmente, las que se oponen pero admiten que en este contexto, su aplicación ­transitoria­ es inevitable (como suele ocurrir con la “tercera posición”, es la que concentra mayor número de seguidores).


    Obviamente, las más interesantes son las dos primeras.


    A favor. Veamos los argumentos de los que respaldan las retenciones. En primer lugar, hay una razón fiscal. Hay “cerrar las cuentas” públicas. Es razonable, dicen, que el Estado se quede con parte de la importante ganancia que obtienen los sectores beneficiados, los exportadores de bienes y servicios transables en el mercado externo. Es una manera sencilla de equilibrar el déficit fiscal, una necesidad imperiosa exigida por el FMI.


    En segundo término, opinan sus defensores, este tipo de ajuste fiscal no aumenta la recesión. Por el contrario, es anticíclico, y en teoría debe convertirse en un factor expansivo de la economía ya que, por ejemplo, al controlar el precio de los alimentos, beneficia a los asalariados.


    Por último, es absolutamente equitativo ­sostienen­ porque evita una ganancia excesiva de parte de los actuales beneficiados con esta situación, y permite una más armónica distribución de las cargas que soportan los ciudadanos, especialmente los de más bajos recursos. Entre los voceros de esta posición, se destacan naturalmente, los más importantes funcionarios del Ministerio de Economía.


    En contra. Los que se oponen a imponer retenciones, argumentan de esta manera: la prioridad es lograr que la economía salga de una vez por todas de la recesión. ¿Cuál es el motor, la locomotora, que logrará cumplir con esa misión? (ver página 28).


    Sin duda no será la demanda interna. Los salarios han quedado deprimidos (en dólares) por la devaluación y (en poder adquisitivo) por la inflación. Hay, además, un alto desempleo (casi cuarta parte de la población económicamente activa) que disminuye la demanda por dos vías: el que no trabaja no cobra y, además, reprime toda aspiración de mayores salarios de parte de quienes, al menos, tienen empleo.


    Por si esto no alcanzara, para reducir el déficit el Fondo requiere una disminución de erogaciones fiscales que implican una drástica reducción del gasto de capital (inversión pública cero) y del gasto de personal (despido o rebajas salariales en el sector público consolidado). Es Keynes patas para arriba.


    Como complemento, el propio Fondo reclama que se eliminen todos los bonos provinciales o nacionales, a fin de “secar” la plaza y evitar una presión sobre el dólar y, por consiguiente, sobre los precios internos.


    Quedan las exportaciones. La devaluación (que ha traído tantos efectos negativos) tiene, como efecto positivo, una mejora de la competitividad. El peso, que antes equivalía a un dólar, ahora equivale a 32 centavos de dólar. Esto, en principio, abarata nuestros productos en el mercado internacional y encarece los productos extranjeros en el mercado interno.


    Pero la mejora no es de 68 centavos de dólar, porque de ellos hay que descontar: el encarecimiento de los insumos importados, variables según rubro y empresa (que triplicaron su valor unitario), el incremento del servicio de las deudas contraídas en el exterior (que también se triplicó), los aumentos en pesos provocados por la inflación y la amortización de los costos que representó la sobrevaluación del peso durante un largo período.


    En este complejo cuadro, el Estado, para satisfacer sus necesidades, quiere agregarle las retenciones; es decir, un impuesto a la importación. Disminuir la rentabilidad del único sector capaz de dinamizar la economía no parece sensato.


    Nos quejamos de Europa, Estados Unidos y Japón porque subsidian a sus productores (US$ 325.000 millones anuales), a fin de que éstos puedan vender más barato en el mercado porque, parte del precio, la perciben del Estado. Y nosotros ­sigue el razonamiento­ les otorgamos un subsidio indirecto adicional a esos mismos productores europeos y estadounidenses.


    En materia petrolera, lo que se va a lograr con las retenciones es que las compañías, en vez de exportar desde la Argentina, exporten desde otras partes. Nosotros no somos Arabia Saudita ni mucho menos. El mundo ni va a notar que deja de recibir petróleo argentino.


    En síntesis ­concluye el razonamiento­ las retenciones son, en definitiva, pan para hoy, hambre para mañana. No ayudan a recuperar el PBI y, por lo tanto, conspiran contra el ingreso fiscal. Esta tesis ha sido defendida por varios economistas y empresarios, pero tal vez quien con más nitidez fijó su posición fue un político: Rodolfo Terragno, senador por la capital federal.


    ¿Y cuál es la posición de MERCADO? Definitivamente en contra de las retenciones. Quienes las defienden creen tener un buen punto alegando que el costo de oportunidades hace tan favorable la exportación que, si no se reduce la rentabilidad, el precio de la nafta o el pan puede dispararse. Eso puede solucionarse mediante acuerdos con los distintos sectores que contemplen el interés general, el interés fiscal y la rentabilidad de aquellos que pueden sacarnos del pozo. Eso sí, afortunadamente, no estamos en el gobierno y podemos aislarnos de las presiones del famoso “contexto”.