“Hace cinco años, cuando fundamos el primer club de trueque, nos miraban como si fuéramos un grupo de excéntricos”, dice Carlos De Sanzo. “La televisión vino a hacernos muchos reportajes: éramos una buena nota color. En el ´98 ya habíamos crecido y nos empezaron a ver como una forma ingeniosa de ayuda social. La TV volvió, pero para hacer notas de interés humano. Ahora somos casi medio millón de personas. Tenemos moneda propia, manejamos un presupuesto mayor que el de muchas intendencias e incluso pensamos crear, algún día, un sistema jubilatorio.”
La historia de la Red Global de Trueque bien podría graficar el crecimiento de las nuevas organizaciones de la sociedad civil: agrupaciones comunitarias, fundaciones, cooperativas, redes barriales y asociaciones que integran el amplísimo abanico de grupos que no pertenecen al Estado ni al mercado.
“Nos conocimos en los pasillos del Concejo Deliberante, mientras esperábamos a algún concejal para pedir comida o trabajo”, resume Ernesto. El hombre es un viejo militante del radicalismo, pero en la Red de Barrios de La Matanza convive con peronistas, simpatizantes del Frepaso o afiliados del Partido Comunista. La Red se armó hace poco más de un año y se encargó, en sus comienzos, de hacer una encuesta para registrar las necesidades de cada zona. Meses más tarde centró sus esfuerzos en armar, con éxito desparejo, un sistema alternativo de salud y un banco de medicamentos. En eso están. Hay épocas de una actividad acelerada, y otras en las que el trabajo en conjunto entre los barrios decae, o los contactos se espacian.
Como una forma de entender qué hay de nuevo en esta nueva militancia, se señala que sus miembros se agrupan según intereses acotados e inmediatos, como defender los derechos del consumidor, o por necesidades compartidas, como la de conseguir medicamentos.¿Cómo medir el peso económico del sector? Sólo es posible contar con datos muy parciales. Si se trata de la generación directa de empleo, por ejemplo, en el Centro Nacional Organizaciones de la Comunidad sostienen que no es para nada despreciable. Según sus relevamientos, una de cada cinco personas que trabajan en organizaciones de la sociedad civil recibe un sueldo por su tarea.
En el caso de los cultores del trueque, esa proporción se multiplica, básicamente porque se trata de una experiencia dirigida a reinsertar en el sistema a los desocupados, creando un mercado protegido con reglas particulares. En los clubes no se maneja dinero, aunque sí una moneda social que bautizaron crédito. Se intercambia de todo, desde comida hasta servicios de turismo o de salud, con la sola exclusión de drogas y pornografía.
Cada club es parte a su vez de una red que cubre todo el país. El último de sus pasos ha sido integrar al trueque a algunos pequeños empresarios en problemas. En Munro, por ejemplo, trabajan con un fabricante de medias dueño de una Pyme de unos 50 empleados. Diez integrantes del club van todos los días al lugar y se dedican a empaquetar el producto. El acuerdo es que, en lugar de recibir un sueldo, se quedan con una parte de la producción. Las medias se intercambian después en los clubes de todo el país.
“El criterio es que un mayor intercambio genera mayor bienestar”, concluye De Sanzo. Para sintetizar su situación, en la Red de Trueque optan por remitirse sólo a dos cifras: en 1995 su producción de bienes y servicios fue equivalente a $ 5.000. Hoy están llegando a los 600 millones por año. No tienen autoridades ni burocracia. Uno de sus principios consiste en fomentar el consumo y no el ahorro. Otro, que estamos en un mundo de recursos abundantes y no de escasez. Otro, que todos tienen algo para ofrecer, produzcan o no con tecnología.
