Una microtarjeta con macrofuturo.

    A diferencia de las comunes, estas tarjetas incluyen un chip de memoria para almacenar datos y un microprocesador para manipularlos. Dado que pueden cubrir aplicaciones diversas, gozan de creciente demanda en oficinas gubernamentales, compañías y usuarios especializados.
    Durante el 2003, se colocaron cerca de 1.100 millones de microtarjetas de control alrededor del mundo. Por primera vez, representaban más de la mitad del mercado para tarjetas inteligentes (59,1%, para ser exactos) y su aumento habrá acumulado 70% en cuatro años. Eso proyecta un volumen cercano a 1.900 millones.
    El resto del mercado consiste en tarjetas inteligentes que únicamente contienen chips de memoria y, por ende, pueden ejecutar una sola función. El grueso de la categoría está compuesta por tarjetas telefónicas convencionales.
    Muchas actividades emplean ya microtarjetas. Entre ellas, los sistemas de transporte. Por ejemplo, la londinense Oyster Card permite a los pasajeros abordar trenes y omnibuses pasando la tarjeta por sensores de control. En dos a tres años, OC podrá usarse para acumular puntos en comercios o entrar en edificios.
    Naturalmente, en la actualidad la aplicación dominante es en teléfonos móviles -donde las microtarjetas se llaman “módulos para identificar suscriptores” (MIS)-, posibilitando conectar dispositivos manuales con una red GSM. Esto involucra a dos tercios de las microtarjetas vendidas cada año.

    Cuestión de identidad
    No obstante, el mayor potencial reside en los programas gubernamentales asociados a documentos únicos de identidad (DUI). Así lo muestra el DUI puesto en marcha por Hong Kong: posee capacidad biométrica vía impresiones digitales, funciona como tarjeta para bibliotecas y -en el 2006- también como licencia de conducir. Aparte, provee un servicio opcional por abono: e-Cert, una firma digital para enviar por Internet formularios a reparticiones públicas, bancos, etc., con máxima seguridad.
    En mayo, la tarjeta inteligente fue proclamada “proyecto innovador del año 2003”, en un encuentro sectorial celebrado en Washington. Se tuvo en cuenta el alto nivel de seguridad involucrado en Multos, un sistema operativo creado por Mondex, firma británica hoy propiedad de Mastercard.
    Multos es una de dos recientes plataformas de software de fuente abierta que han surgido como opciones a los usuales sistemas bajo licencia (Gemphus y Axalto, en el caso de tarjetas inteligentes). El otro sistema abierto es Java Card, basado en el lenguaje de programación redactado por Sun Microsystems para la Web.
    Por ahora, Java Card es hegemónica. De acuerdo con F&S, se convirtió en norma “de facto” para tarjetas inteligentes en 1999 y todavía representa 96% de las micros de control que operan con sistemas abiertos. Un líder en este campo es International Business Machines, que ofrece JC/OP (Java Card/Open Plattform) en versiones para banca, transportes y similares.
    Con tantas opciones disponibles, los integradores de sistemas tradicionales, como IBM, van suplantando a los productores de tarjetas inteligentes en el reclutamiento de emisores. Éstos ven sus proyectos como oportunidades de consultar no sólo sobre la tarjeta en sí sino también sobre la infraestructura requerida.
    “Las organizaciones que desean sacar el mayor partido de tarjetas inteligentes advierten que ello exige adaptar sus propios procesos de negocios”, explica Paul McKeown, gerente de IBM en la materia. “Por eso, recurren cada vez más a compañías con perspectivas más amplias”.
    Por lo común, la Big Blue aporta gestión de proyectos, manejo de cambios y soporte
    al cliente. Como apunta F&S, “este tipo de consultoría puede resultar muy lucrativo,
    pues se centra en el último eslabón de la cadena de valor agregado, o sea el
    emisor de la tarjeta como usuario final”.