Durante los últimos meses,
el Centro para Nanociencias de la Universidad de Cambridge sirvió de marco a
un experimento inusitado. Inicialmente, se reunieron 120 científicos, técnicos
y teóricos para discutir aplicaciones de punta. A medio camino del simposio,
la entidad quebró las convenciones y presentó a Robert Doubleday, el primer
“sociólogo de laboratorio”. ¿Cuál sería su papel? Pues, hacer que sus colegas
reflexionen sobre las implicancias éticas y sociales de tecnología que operan
en una escala de milmillonésimo de metro.
Los motivos de la invitación a Doubleday se resumen en un nombre: General Motors
(aunque pudo haber sido General Electric). Tras años de batallas en torno de
organismos genéticamente modificados, científicos y planificadores buscan desesperadamente
que las nanoaplicaciones -en varias de las cuales GM es líder- no sean escenario
de la próxima guerra entre la tecnología y sociedad.
Razones para preocuparse tienen. Desde mediados del 2003 va surgiendo una oposición
a las nanociencias y los debates no son lo serios que debieran: abundan fabulaciones
tipo Roger Corman, donde locas nanomáquinas se autorreplican sin parar y devoran
al mundo.
Por supuesto, en un plano más racional se esgrime la toxicidad potencial a nanopartículas,
como las que ya se encuentras en filtros solares. Al respecto, Greenpeace se
ha puesto en alerta amarillo.
¿Nuevo diálogo?
La irrupción de Doubleday es señal de que la comunidad científica trata de abordar
el tema en forma diferente. Lo de Cambridge no es una iniciativa aislada. En
Gran Bretaña y otros países avanzados, los contactos entre académicos y público
lego equivalen a una revolución, que se profundiza a medida que alcanza las
fases iniciales en materia de investigación y desarrollo (I&D).
Hace cuatro años, un informe emitido por la cámara de los lores detectaba “nuevas
actitudes de diálogo” entre ciencia y sociedad. Consultas interdisciplinarias,
grupos de foco y organizaciones ciudadanas, de pronto se pusieron de moda en
cenáculos científicos. El interés social empezó a ser tenido en cuenta, aunque
no siempre con entusiasmo, en buena medida porque ciertas controversias en torno
de grandes empresas y su uso de la tecnología obligaba a comprometerse ante
la opinión pública.
No obstante esa apertura, los nexos entre compromiso social y las opciones y
prioridades de las prácticas científicas cotidianas siguieron siendo poco claros.
El diálogo público tendía a limitarse a etapas específicas de ciclo I&D o a
la explotación. Problemas más profundos sobre valores, concepciones e intereses
creados que influyen en las ciencias duras permanecían en el limbo.
Ciertas aplicaciones nanotecnológicas de algunas empresas grandes fueron un
caso piloto. Cuando el gobierno británico tomó cartas en el asunto, hace más
de un año, era demasiado tarde para modificar la sustancia o la dirección de
esas aplicaciones. Compromisos políticos, económicos y organizacionales reducían
los alcances de cualquier debate público significativo.
Empezar por el principio
En medio de ese proceso, surge el énfasis sobre las etapas iniciales de I&D.
En un reciente documento sobre nanotecnología, la Royal Society -organismo científico
británico independiente- reclamó “un debate público proactivo” ya mismo, en
niveles capaces de influir las investigaciones antes de que surjan polarizaciones
entre posturas radicales.
De modo similar, la nueva estrategia gubernamental a diez años prevé doblar
partidas para promover el compromiso público. También en esta instancia se busca
asegurar que “las discusiones tengan lugar a medida que emergen nuevas áreas
de aplicaciones”.
Pero, ¿cómo sería un debate sobre nanotecnología en fases tempranas de I&D?
En primer lugar, las presunciones sobre una tecnología deben estar abiertas
a discusión. No sólo centradas en riesgos específicos sino también en cuestiones
más básicas, por ejemplo, ¿para qué sirve determinada tecnología?, ¿quién la
controla?, ¿quién será responsable si algo anda mal?
En segundo término, empresas y universidades involucradas en nanotecnología
deben acercarse a la gente. Las compañías han de expandir sus investigaciones
de mercados y formular preguntas fundamentales a usuarios, clientes y consumidores.
Equipos y laboratorios universitarios podrían promover vínculos con sociólogos
y grupos de presión.
Interacciones
Para que tales debates tengan sentido, los innovadores -opina la Royal Society-
deben estar dispuestos a dejarse influir, en su trabajo, por conclusiones originadas
en el diálogo público. Al mismo tiempo, grupos de presión y medios tienen que
generar un clima más constructivo, apoyando a empresas que traten de hacer las
cosas de forma diferente.
Esto les plantea un reto a los actuales modelos de innovación y algunos críticos
podrían argüir que frenaría el progreso. Pero la mayor lección de algunos casos
típicos es que hace falta tomar más en serio las inquietudes de la gente. Si,
en materia nanotecnológica, las empresas quieren eludir errores cometidos en
otros campos, deben prever conflictos potenciales antes de lanzar al mercado
un producto.
Ello evitaría el ciclo auge-caída de innovaciones que caracterizaba a GM, por
ejemplo. En su caso, miles de millones de dólares en inversiones se hicieron
humo porque el cliente dijo “no”. No es casual que, años más tarde, y en otro
contexto, General Electric esté cambiando su propio modelo de negocios con el
objeto de aprovechar nanotecnología para diversificarse en áreas más rentables
(la medicina paga, en particular).
Pequeños milagros
Al fin, ¿qué es nanotecnología? Derivado del griego nanos (enano), el término
define el dominio de objetos y materiales cuyo tamaño no pase de 100 nanómetros.
En un metro hay 1.000 millones de nanómetros (?, ene griega) y apenas una fracción
de nanómetro, en escala espaciotemporal, se interpuso entre la nada y la explosión
primigenia (big bang).
Fuera de la astrofísica, la nanotecnología es uno de los campos más dinámicos
en materia de ciencia, industria y comercio. Ahora, llega a la sociología política.
Las nanoaplicaciones han sido posibles gracias a los avances en microquímica,
microingeniería y microscopía. El mundo nano promete nuevos materiales, medicinas,
terapias y componentes electrónicos. Ya existen productos que emplean nanotécnicas
en la casa, la farmacia, la ropa, etcétera.
Naturalmente, esta gama de posibilidades seduce a las grandes empresas (General
Electric es un ejemplo múltiple, para no mencionar las telcos). Un gigante,
IBM, ha hecho firmes avances en nanoinformática, al igual que Intel. Dow Chemical,
DuPont, Mitsubishi y fabricantes de computadoras apelan a esas tecnologías en
sus respectivos dominios.
Todo nano, menos los costos
El sector está, claro, repleto de emprendimientos y hasta firmas originadas
en laboratorios universitarios, como ocurría hace 20 años en TI. Nanophase,
una de las primeras compañías registradas, fabrica nanoesferas de óxido de aluminio
para cremas contra el sol.
Son tan chicas (40 ?) que se distribuyen solas en forma uniforme y protejen
más que las cremas convencionales. NanoTex sostiene que su propia tecnología
crea ropas exentas de arrugas y manchas. Similares bondades, aparte de las específicas,
caracterizan a una creciente línea de artículos deportivos y vestimenta muy
especializada (verbigracia, trajes espaciales).
Pero los desafíos siguen siendo enormes para las pequeñas empresas. La complejidad
en I&D a menudo trastorna los propios procesos y demanda equipamiento caro.
Además, la nanotecnología exige extraordinaria precisión en manufactura, lo
cual presupone altas inversiones en plantas.
Gigantes como GE, GM, IBM, etc., poseen no sólo recursos necesarios para I&D
básica, sino también instalaciones, laboratorios, bancos de prueba y equipos
tecnocientíficos. En esencia, tienen capital y acceso fácil al crédito. Por
eso, inspiran un poco de miedo a los sociólogos de la tecnología.