El “crucero del amor” en versión tercera edad.

    Con algunos ajustes, los
    cruceros podrían brindar a la gente mayor todos los cuidados que obtienen en
    las instalaciones de vivienda asistida, o geriátricos. La propuesta proviene
    de un trabajo de la Universidad del Noroeste en Chicago, Illinois. No resultaría
    mucho más caro y sí mucho más divertido.
    En realidad se trata de una alternativa que hasta puede resultar más barata.
    Un año en una “instalación de vivienda asistida” les cuesta a los estadounidenses
    un promedio de US$ 28.500. En grandes ciudades, como Chicago, eso mismo puede
    superar los US$ 40.000. En cambio, usted puede vivir un año a bordo del Majesty
    of the Seas, instalado en uno de sus lujosos camarotes, por US$ 33.260.
    Las ventajas saltan a la vista. En lugar de vegetar en la exasperante parsimonia
    de un hogar de ancianos, soportando comidas insulsas y largas tardes de naipes
    y televisión, la vida en un crucero de lujo ofrece muchos de los servicios que
    brinda un buen geriátrico: comida, limpieza y cuidado de la habitación, inodoros
    y duchas provistos de agarraderas, lavandería y planchado de ropa, peluquería
    y hasta compañía a la hora de las comidas. Además de todo eso, los barcos ofrecen
    posibilidades más atractivas que la alternativa en tierra firme: el aire más
    puro que se pueda imaginar, el incomparable y cambiante panorama que ofrece
    el mar, vista de playas exóticas, entretenimientos nocturnos y acceso a cuidados
    médicos las 24 horas de cada día.
    “Los barcos de crucero podrían considerarse como una “vivienda asistida flotante,”
    dice Lee A. Lindquist, doctora especializada en geriatría de la Escuela de Medicina
    de la citada Universidad. Tras participar de un crucero el año pasado, descubrió
    el sorprendente potencial no aprovechado de vivir en el mar. Ahora acaba de
    proponer un nuevo modelo para la oferta de vivienda a la gente de edad. Su trabajo,
    preparado en colaboración con Robert M. Golub, “Cruise-ship care”, apareció
    en la edición de noviembre del Journal of the American Geriatrics Society. Allí,
    ambos profesionales enumeran una enorme lista de estupendos argumentos en favor
    de la idea.

    Mejor servicio
    Además de la competitividad del precio, en opinión de Lindquist, los cruceros
    brindan mejor servicio a la gente mayor. Difícil competir con ellos en la relación
    personal/cliente: un empleado cada dos o tres pasajeros, contra uno por cada
    10 a 40 residentes en un hogar promedio. Y aunque las habitaciones son más pequeñas,
    el tamaño de los salones y la amplitud de las cubiertas sobrecompensan esa diferencia.
    También está el incentivo de hallarse en movimiento, algo que puede sumar años
    a la vida de un anciano.
    En los cruceros, dicen los autores, es rutina que el personal recuerde los tragos
    que prefieren los pasajeros y los tengan listos cuando llegan a su mesa; los
    remedios podrían suministrarse en forma similar. “Quién sabe, sugiere Lindquist,
    “tal vez hagan falta menos remedios: casi la cuarta parte de los ancianos sufre
    depresión. El efecto combinado del sol y la socialización puede ayudar a combatir
    ese mal.”
    Tal como lo conciben Lindquist y Golub, no más de 15% de un barco podría destinarse
    a vivienda de ancianos -entre 15 y 20 cabinas- para que así puedan mezclarse
    con los pasajeros de corto plazo, por lo general más jóvenes. Como premio adicional,
    está el potencial entusiasmo que generaría en los nietos la visita a sus abuelos,
    si ésta implica un paseo por el Caribe en lugar de un viaje hasta el geriátrico.

    Beatrice Muller, una viuda de 85 años de Nueva Jersey, ya ha probado el concepto.
    Luego de la muerte de su esposo a bordo del Queen Elizabeth II en 1999, ella
    decidió llevar adelante el plan que ambos habían trazado y pasó el resto del
    año en el barco. Le gustó tanto que nunca lo dejó. Para poder pagarlo vendió
    su propiedad y todas sus pertenencias.
    Aunque 40% del pasaje de un crucero ronda los 60 años, no se sabe cuántos estarían
    dispuestos a seguir el ejemplo de Muller, dicen personas allegadas a la industria
    naviera. Y el precio de habitaciones permanentes, que tal vez tendrían que ser
    más grandes y mejor equipadas, podría resultar más costoso.