La Ana Frank de la era estalinista.

    Sus comentarios sobre las realidades de la vida comunista bastaron para acusarla de conspirar contra la vida de Stalin. Su libro se publicó el año pasado en ruso y en estos días, la versión en inglés le dio fama internacional. Se prevé su traducción a todos los idiomas y, sin duda, el cine ya tiene material nuevo para un éxito de taquilla.
    Recientemente descubierto en los archivos de la policía soviética (NKVD), el diario de Nina Lugovskaya abre una ventana a la vida diaria de una educada familia moscovita durante los años ´30, cuando el miedo a ser arrestado era un hecho corriente. El padre de Nina, líder de la izquierda revolucionaria socialista, era partidario de la New Economic Policy (Nueva política económica – NEP) de Lenin y había prosperado con la propiedad conjunta de varias panaderías. Pero la NEP tuvo vida corta y sus seguidores fueron perseguidos por la policía estalinista.
    El diario de Nina comienza en 1932, cuando su padre regresa de tres años de exilio en Siberia. Su familia sigue viviendo en un departamento grande, sus hermanas hacen canto y danza, pero el dinero escasea y los timbres en la puerta causan alarma.
    Publicado en ruso el año pasado y ahora en inglés, Diario de una escolar soviética 1932-1937, podría hacer para la experiencia rusa del terror estalinista lo que hizo el Diario de Ana Frank para que el mundo comprendiera el Holocausto. Como su antecesor, es un pormenorizado documento de tremenda importancia para confrontar el pasado de la Unión Soviética.
    Desde los 10 años, la vida de Nina estuvo marcada por la constante persecución a su padre antibolchevique, a quien primero arrestaron, luego exiliaron por tres años y, finalmente, negaron un pasaporte interno sin el cual no tenía forma de conseguir dónde vivir.
    Nina tenía 13 años cuando comenzó a escribir sus amargas reflexiones. Consciente de que su diario podría incriminarla, lo escondió desde finales de 1934. Al año siguiente, su madre leyó algunas partes y le sugirió que ciertas observaciones podrían interpretarse como “contrarrevolucionarias” y usarse para arrestar a toda la familia.
    La niña tachó el párrafo donde expresaba su odio por Stalin. Pero sus muchos otros comentarios sobre las realidades de la vida comunista fueron más que suficiente para acusarla de “planear un acto terrorista contra Stalin”. Ella, sus dos hermanas y su madre murieron en el exilio.

    Nina y Ana
    El diario de Nina se parece al de Ana Frank en que ambos mezclan las obsesiones de la típica vida adolescente con un cándido registro de la emergencia que se vive a las puertas de su casa. En ambos las entradas de pensamientos privados se refieren al horror totalitario inmiscuyéndose en los sueños de amor e independencia de una adolescente.
    Nina escribía en Moscú en 1935 y Ana lo hacía en Amsterdam, bajo la ocupación nazi, ocho años más tarde. Ambas niñas son egocéntricas, constantemente en rebeldía con sus circunstancias, pero sumamente perspicaces.
    Tanto Nina Lugovskaya como Ana Frank amaban escribir y soñaban con ser escritoras cuando grandes. El diario de Ana tiene más ritmo y más tensión que el de Nina: primero porque el vivir de incógnito significó concentrarse en un limitado número de personajes en un espacio también limitado, y porque el lector ya sabía cómo terminarían sus ansias de libertad.
    A diferencia de Ana, Nina no fue en última instancia una víctima trágica. Sobrevivió al Gulag, se casó con un prisionero y vivió una vida larga. Sólo que el horror del Gulag silenció su ambición de ser escritora.
    Se convirtió en pintora, y todo lo que sentía sobre su pasado se puede leer en sus telas, que cuelgan en el museo local de Vladimir, donde se instaló con su marido. Un crítico de arte reseñó su exposición de 1977 diciendo que sus cuadros “invitan el pensamiento profundo” y son un tributo a las fuerzas liberadoras de la naturaleza. Ambas características también están presentes en el diario.
    Irina Osipova, quien trabaja en Moscú para Memorial, una organización que lucha para que la gente no olvide a los millones de víctimas de la policía política, fue quien decidió publicar los diarios. Los encontró en tres cuadernos mientras revisaba los archivos del Estado.
    “Me quedé estupefacta. Me sorprendió el talento de Nina, la forma en que ve y describe las cosas, y la forma en que observa el mundo que la rodea”. Osipova se sorprende ante el gran interés que Diario de una escolar soviética ha despertado en el extranjero. Los derechos para reproducirlo ya fueron comprados por casi 20 países. Su objetivo original era colaborar para que Rusia recupere su pasado. Por eso lamenta que la publicación haya generado tan poco entusiasmo nacional: “Aquí la gente está cansada del tema. No quieren seguir escarbando en un pasado horrible”.
    La gran escritora contemporánea Lyudmila Ulitskaya cree que el diario de Nina es especialmente valioso para la Rusia actual porque contrarresta una tendencia reciente a mirar los tiempos soviéticos con cierta nostalgia. “El diario es un buen antídoto contra los que siguen encontrando atractivo el proyecto soviético. Nina Lugovskaya atestigua que no fue más que una gran utopía convertida en una realidad sangrienta”, opina Ulitskaya.
    No era sólo la Rusia de Stalin sino su propia gente lo que horrorizaba a Nina: “¡Qué horrible es vivir entre bárbaros, entre las masas brutas y sin educación del incivilizado pueblo ruso! No entienden nada, no saben nada, sólo reconocen la comida, no tienen honor ni orgullo. ¡Qué horrible vivir con esta permanente malicia contra todo y contra todos! No hay nación en el mundo más vasta que la nuestra, tan dotada y tan retrasada, nuestra pobre y sucia Rusia”.
    El diario termina en enero de 1937, dos días después que la NKVD (la policía de asuntos internos) realizara un minucioso cateo del departamento familiar. Su diario fue confiscado, estudiado cuidadosamente, subrayados los pasajes “incriminatorios” (aún se conservan las marcas en los cuadernos). Después de su arresto en marzo, los pasajes se usaron para condenarla como “contrarrevolucionaria” que se “preparaba para matar a Stalin”. Pasó cinco años en un campo de concentración y otros siete en el exilio. Eso la silenció para siempre y en lugar de escritora se convirtió en pintora. Murió en 1993.