Construir juntos es la ventaja competitiva

    “Fue allá por 1950 cuando Alberto, mi padre, comenzó a trabajar con sistemas de riego para mejorar la eficiencia en el uso del agua –recuerda José Alberto ‘Pepe’ Zuccardi, director gerente de la bodega mendocina Familia Zuccardi, emblema de la vitivinicultura argentina–. Como sabemos, Mendoza es un desierto; irrigamos solamente el 3,5% de la superficie, y la única fuente de agua es la que proviene del deshielo de la nieve de la Cordillera de Los Andes. Unos años más tarde, en 1963, decidió implantar un viñedo para mostrar a otros productores cómo funcionaba su sistema de riego. Poco tiempo después, se apasionó con el viñedo, descubrió su vocación con la agricultura y especialmente por la viticultura. Mi padre amaba la vid”.

    Casi veinte años más tarde, en 1968, comenzó la construcción de la primera bodega, bandera de largada de un proceso largo de integración y llegada al mercado. Desde 1976, José Zuccardi forma parte de la empresa familiar y hoy ya son tres generaciones que, codo a codo, trabajan en las distintas áreas de negocios que la conforman. “Mis tres hijos están incorporados en la actividad y todavía Emma, mi madre, contribuye en el trabajo dentro de la empresa”, relata.

     

    –Zuccardi está cumpliendo un aniversario muy representativo para la vida empresarial y también personal de la familia. ¿Cuáles son los hitos que podría destacar en este marco?

    –Creo que los 20 años de Zuccardi Q en el mercado, el primer vino que llevó el apellido de la familia, marcó un punto de inflexión en la vida de Familia Zuccardi. Fue un hito porque reafirmó la vocación de la familia de desarrollar productos de alta calidad.

    En 1996, comenzamos a trabajar nuestros mejores viñedos con vistas a este proyecto. En 1997 elaboramos el primer vino, que fue un Tempranillo, que salió al mercado en 1999 como Zuccardi Q Tempranillo. En los años siguientes fuimos desarrollando Malbec, Cabernet Sauvignon, Chardonnay y, muy recientemente, Cabernet Franc, dentro de este rango de vinos Zuccardi Q.

     

    –¿Cuál el diferencial que brinda a la compañía el hecho de ser 100% familiar? ¿Cómo ha logrado superar las “debilidades” típicas de este tipo de empresas, como los cambios generacionales y la profesionalización?

    –Somos una empresa 100% familiar y con mucho orgullo de serlo.

    Creo que es muy importante que no se pierda el espíritu fundacional, por lo cual las nuevas generaciones se sumaron sobre la base de nuevos proyectos. Tengo tres hijos y cada uno de ellos comenzó en la empresa a partir de nuevas actividades, muy vinculadas con su vocación y creatividad.

    Sebastián, el mayor, es el responsable de los vinos y fue quien comenzó el proyecto Zuccardi Valle de Uco, donde construimos una bodega y hemos implantado una serie de viñedos.

    Miguel, el menor, comenzó con el proyecto de aceites de oliva de alta calidad.

    Julia desarrolló el tema hospitalidad, con tres restaurantes (Piedra Infinita, en Valle de Uco; Casa del Visitante, en la bodega Santa Julia; y Pan y Oliva, en el marco de la almazara donde hacemos la extracción de los aceites de oliva).

    Creo que las empresas familiares tienen una virtud que es la mirada de largo alcance. Es decir, no hacemos proyectos que deban ser validados cada año sino que compartimos sueños y apuntamos a actividades de largo plazo. En el vino, y también en el aceite de oliva y la hospitalidad, se necesita tiempo, una construcción cualitativa, pensando hacia adelante. Es esta la virtud más importante que una empresa familiar puede tener. Una nueva generación puede construir sobre lo que una generación previa hizo; podemos compartir sueños y pensar en proyectos a mucho tiempo; a diez o quince años, y llevarlos adelante.

     

    –¿Cuánto importa, en la gestión de la producción y el resultado obtenido, el manejo del capital humano? ¿Qué estrategias se llevan adelante al respecto?

    –Creo que en las actividades en que estamos  insertos el desarrollo de las personas es muy importante. Tanto los vinos como los aceites y las experiencias que la gente vive en hospitalidad tienen muchísimo que ver con el compromiso de las personas y, por supuesto, eso se logra con capacitación y sueños compartidos.

    Para mí las empresas familiares expresan mucho más que una relación sanguínea. La verdadera familia es la comunión de objetivos y de valores, y esto es muy importante; construir un grupo humano con valores y objetivos comunes. Eso es lo que en definitiva hace al desarrollo de la empresa, a la consolidación de la marca. Y las políticas en la gestión de la producción son muy importantes, porque la innovación, la precisión con la que trabajamos, especialmente en nuestros viñedos y olivares, hacen al resultado del producto final. La base de la calidad está construida desde la tierra y este es un factor determinante.

     

    –¿Qué fue lo que motivó el abrir las experiencias para los visitantes? ¿En qué sentido aporta positivamente al desempeño del producto y de la marca?

    –El motivo fue la convicción de que el vino es más que el vino. El vino encierra una historia, un lugar, personas. Esto nos llevó a generar experiencias. Quizás aquello que uno recuerda, lo que crea un vínculo, son las experiencias. Por eso, nos pareció muy interesante la posibilidad de abrir las puertas de nuestros lugares de producción. Que la gente los pueda vivir a partir de una experiencia gratificante.

    La vinculación con la gastronomía, el conocimiento del lugar, el contar la historia y a su vez el degustar y disfrutar de los productos nos parece un hecho muy positivo para reforzar el vínculo con quienes hacen que nosotros podamos existir; o sea, la gente que consume lo que hacemos.

     

    –¿Cuáles fueron los momentos –y desafíos– más difíciles que recuerda y que ha logrado superar y cuáles han sido los mejores aciertos?

    Desafíos a lo largo de los años han sido muchos. Para actividades de largo plazo, como la vitivinicultura o la olivicultura, los cambios de la economía y política de nuestro país son realmente complejos.

    Creo que lo más importante ha sido ser fieles a objetivos a futuro que tienen que ver con siempre ir un paso delante de la calidad; no solo en cuanto a los productos sino en cuanto a la gestión. También, el mantener siempre la capacidad de innovación, en productos y procesos. Y, además, el ser cuidadosos con el medio ambiente. Transitamos un camino que se basa en la sustentabilidad desde el punto de vista ambiental pero también social; invirtiendo en el desarrollo de nuestra gente, de nuestros trabajadores, y siendo conscientes de que la calidad del producto y de la gestión está vinculada a la calidad de las personas que intervenimos en el proceso.

    Creo que son estos los factores que nos han permitido superar los momentos difíciles e ir fortaleciendo el proyecto.

     

    –¿Cómo evalúa el desarrollo del sector en los últimos años? ¿Cuáles son los obstáculos principales para su despliegue y cuáles las oportunidades que se abren?

    –En los últimos años el sector vitivinícola ha tenido dos grandes aciertos. El crecimiento cualitativo de los vinos argentinos es innegable y también la inserción de la vitivinicultura argentina en el mundo ha sido creciente. Es decir, las oportunidades están allí; en el crecimiento de las exportaciones de vinos argentinos. Todavía somos pequeños en relación al mercado mundial y tenemos un gran potencial de producción.

    Uno de los obstáculos principales es la falta de una política de Estado de promover las exportaciones; el tener que pagar retenciones o superar obstáculos burocráticos nos complica frente a países que tienen una fuerte orientación hacia los mercados internacionales y donde hay verdaderas políticas de Estado.

    El vino es una bandera; de alguna manera expresa y comunica un país; creo que hay grandes oportunidades y donde hay vinos de calidad está identificado como una sociedad desarrollada y culta. Es importante que la Argentina lo valore y lo promueva.

     

    –¿Ha cambiado el perfil de consumidor interno e internacional? ¿De qué manera la marca se adapta a esto?

    –Hay una tendencia de los consumidores a elegir vinos que expresen los lugares en donde se producen las uvas y que hablen de una identidad vinculada con esto; con el lugar y la gente que lo hace. Nosotros vamos hacia allí; a un vino que habla del lugar y de las uvas con que están hechos los vinos, más que de la tecnología que se utiliza para la elaboración. Creo que este es un cambio que está produciéndose en el mundo; hablar menos de las barricas y de la tecnología y más de las características de los suelos, del clima o de cómo interpretamos cada uno de estos lugares.

     

    Variedades y destinos

     

    “La variedad emblema de Argentina es el Malbec. Hay otros varietales importantes, tanto dentro como fuera del país, como son el Cabernet Sauvignon, hoy también creciendo el Cabernet Franc, el Chardonnay, el Sauvignon Blanc. Argentina tiene además varietales únicos, como el Bonarda y el Torrontés, que nos dan identidad; que si bien desde el punto de vista de los volúmenes no son los más significativos, dan identidad a la categoría argentina en el mundo y ayudan a darle diversidad a los amantes del vino en el país”, explica José Zuccardi.

    “El 60% de la producción va a exportación y el 40% al mercado argentino. El primer destino es EE.UU., segundo es Reino Unido, tercero Canadá, cuarto Países Bajos, luego Brasil… Llegamos a más de 50 países. Estamos, además, desarrollando estrategias para comunicar el país. Creo que, cuando elige un vino, la gente presta atención al lugar de origen y, también, a quién es el productor. Por lo tanto, es necesario desarrollar un trabajo de comunicación que permita identificar nuestro origen en la comunicación como país, pero también como bodega productora de vinos de calidad”.