“Como sujeto político, la clase media no existe”

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    Ezequiel Adamovsky

    Por Gustavo Baiman

    Hasta el día de hoy los sectores medios no pudieron recuperar el poder adquisitivo que tuvieron hasta antes del “Rodrigazo” a mitad de la década del 70, sin embargo la inmensa mayoría de los argentinos sigue teniendo un fuerte sentido de pertenencia a esta clase social. A partir de la etapa de la posconvertibilidad hubo una recuperación, parcial, de los ingresos de estos sectores y el debate, ahora con cruces más políticos, surgió de nuevo: ¿qué es la clase media argentina?
    Por lo menos en las tres últimas décadas, este posicionamiento entró en discusión. Para Ezequiel Adamovsky, historiador, investigador de Conicet y autor de Historia de la clase media argentina, la idea de que la Argentina tiene una clase media poderosa que la distingue de Latinoamérica forma parte de una narrativa de la identidad nacional, de un cierto orgullo que pasa por ser un país supuestamente más parecido a Europa y más “blanco” que los demás: “En esto sí hay mucho de mito con visos racistas y de imagen desfigurada de lo que somos”.

    –¿Cómo se podría definir a la clase media argentina, cuáles son las variables que se usan para identificarla?
    –Tanto los académicos como los especialistas en marketing utilizan criterios objetivos para definirla. En general usan la ocupación para trazar la frontera con la clase baja: clase media sería todo aquel que no realiza trabajo manual poco calificado. La frontera con la clase alta se establece por un criterio económico o funcional: son de clase alta los que ganan más de tanto, o manejan los resortes del poder.
    El problema es que así la clase media queda como una categoría residual, que mete en la misma bolsa a personas de condición social, niveles de ingreso y estilos de vida muy diferentes. No se tiene en cuenta cómo se identifica cada persona. Por ejemplo, para un sociólogo un operario de Toyota es clase obrera y una maestra clase media. Pero la maestra en realidad gana bastante menos que el operario. Y el operario, además, piensa de sí mismo que es de clase media. La realidad no coincide con los esquemas abstractos.

    –¿Se pueden establecer un denominador común en la clase media sin reparar en las circunstancias de cada momento histórico? ¿Es un sector que actúa siempre igual?
    –En verdad yo no creo que exista una clase media en el sentido de un grupo homogéneo que actúa de tal o cual manera. Eso es un estereotipo. En muy pocas ocasiones históricas los sectores medios actuaron unificados y con una conducta que los distinguiera de las otras clases.
    En general primó la diversidad: parte de los sectores medios en los años 70 eran de izquierda, otra parte conservadora, otra liberal. Algunos eran peronistas, otros anti. Lo mismo vale para casi todos los momentos. Contrariamente al prejuicio que hay, en la Argentina una porción enorme de los sectores medios casi siempre tuvo solidaridad política con los trabajadores, más que con las clases altas.

    –¿Cómo impactó el proceso de empobrecimiento que se dio entre la década del 80 y 90 sobre gran parte de los sectores medios?
    –Esos años marcaron la aparición de un fenómeno nuevo, el de los llamados “nuevos pobres”, personas de sectores medios que vieron como se deterioraba su situación hasta quedar en condiciones materiales parecidas a las de los pobres aunque mantenían pautas culturales diferentes.
    Fueron años de gran fragmentación de la sociedad argentina, en todos sus niveles. En los sectores medios hubo una polarización entre los que ganaron con las reformas neoliberales y los que perdieron. La brecha entre ambos se evidenció por ejemplo en estilos de consumo diferentes, en el acceso a una educación diferenciada y de manera muy evidente en la aparición del fenómeno de los countries, con personas que elegían vivir autosegregadas de los demás. El muro del country fue la imagen más evidente de la fragmentación que afectó a los sectores medios.
    Para los sectores que perdieron, esos años significaron una transformación muy fuerte del imaginario. Siempre habían pensado que el futuro sería mejor que el presente, que sus hijos tendrían una situación económica mejor. Pero ahora aparecía en las encuestas un gran pesimismo, la mayoría imaginaba que sus hijos estarían peor. Eso produjo una herida muy grande en la idea de la Argentina como país de oportunidades y de ascenso social garantizado.

    –¿Cuál fue el impacto político o social de este empobrecimiento de una parte, por lo menos, de la clase media?
    –Hay una noción de aparente sentido común que se demostró falsa. Se suele pensar que, cuando la clase media se empobrece, aparece el fenómeno del pánico de estatus. Al verse más cercana a la pobreza, la clase media reacciona adoptando posturas derechistas y autoritarias. Es una explicación que se dio para el nazismo, por ejemplo, que luego fue refutada.
    En la Argentina, en los años 90, pasó lo contrario: los sectores medios empobrecidos se fueron corriendo políticamente más bien hacia la izquierda y hubo renovados lazos de solidaridad que la vincularon con los más pobres.

    –Durante los últimos años la clase media recuperó gran parte de su poder adquisitivo, sin embargo en los últimos meses, principalmente después de los controles cambiarios, es un sector que, pareciera, cuestiona fuertemente al Gobierno. ¿Cómo se podría definir la relación entre el kirchnerismo y la clase media?
    –No estoy de acuerdo con esa afirmación. Primero porque la clase media no existe como sujeto político. No hace ni deja de hacer nada en bloque, porque no es un bloque. Pero además, porque el kirchnerismo tiene una cantidad muy apreciable de votos que viene de gente de sectores medios.
    En las últimas elecciones nacionales se vio perfectamente, con la victoria del kirchnerismo incluso en distritos como la ciudad de Buenos Aires. El kirchnerismo no reconoce esto en su discurso: desde 2008 –antes no pasaba– hay un discurso oficial más bien de crítica hacia la clase media, a la que se acusa de tener orientaciones pro-oligárquicas. Pero en la realidad eso no es así; en todo caso, es una parte de los sectores medios la que nutre el fuerte antikircherismo que se notó desde 2007 y que hoy parece furibundo. Pero no el todo.

    –¿No pueden considerarse a las manifestaciones como las que convocó Juan Carlos Blumberg en 2004, las de la mesa de enlace en 2008, o la de los “caceroleros” del mes pasado, como una reacción de clase media contra el modelo K?
    –Desde los propios símbolos que usan: las cacerolas, y desde los medios se trató de relacionar esas movilizaciones con lo que fue 2001. Pero para mí son exactamente lo opuesto. 2001 fue un momento de solidaridad entre pobres y no tan pobres.
    Las manifestaciones recientes son mucho más restringidas y ciertamente no muestran ninguna solidaridad, más bien lo contrario. Ninguna de ellas representó a la clase media en su conjunto. Son expresiones muy parciales, no de toda una clase.

    –¿Y qué representan?

    –Representan una conjunción de reclamos. Por un lado, el reclamo de quienes quieren quedarse con toda la renta agraria y son afectados parcialmente por las retenciones. Por otro, gente históricamente antiperonista que ve con malos ojos las políticas sociales en general, porque no acepta que hay causas estructurales para la pobreza y cree que cada individuo debería arreglárselas solo.
    Junto o combinado con eso, hay gente que piensa, equivocadamente, que el problema de la seguridad se origina en los pobres y que la solución es la mano dura con ellos. Y finalmente, gente que tiene buenos motivos para rechazar políticas o estilos de Gobierno del kirchnerismo que efectivamente están mal planteados o son dañinos para la sociedad en su conjunto. Todo esto muy fogoneado por parte de los medios de comunicación que tienen su propia guerra con el Gobierno.

    –¿Puede ser que sean convocatorias que al no ser capitalizadas políticamente terminen sin tener ningún tipo de efecto?
    –Efectos han tenido: la de Blumberg provocó modificaciones muy negativas en el Código Penal, propiciadas por Kirchner; la de 2008 revirtió las retenciones móviles y causó un fuerte reordenamiento del mapa político. Pero es cierto que por ahora no encuentran un canal de expresión electoral y, en ese sentido, sus efectos son limitados. Parte de ese fracaso tiene que ver con que los sectores más bajos de la sociedad desconfían de ellos, porque perciben correctamente que, detrás de esos movimientos, se vienen políticas más antipopulares, más represión y mayor transferencia de ingresos hacia los más ricos. La experiencia de los 90 no pasó en vano.
    Otra parte tiene que ver con lo que hablábamos antes: detrás de la apariencia de que la clase media se volvió de derecha, permanece una realidad más compleja. Una porción importante de los sectores medios sigue sosteniendo lazos de solidaridad con los más pobres y, por eso, no puede sentirse atraída por Blumberg, Biolcatti y compañía, ni por los políticos preferidos por la gente que los sigue. 2001 tampoco pasó en vano.