El ocaso de EE.UU.

    PORTADA (I) |

    Por Miguel Ãngel Diez

    Hace 20 años el debate transitaba estos carriles: “EE.UU. sigue siendo la única superpotencia, pero hay indicios preocupantes sobre su posición hegemónica en el futuroâ€. Hace 10 años la discusión era en torno a cuán veloz sería la declinación que muchos consideraban inevitable.
    Hoy la polémica continúa con dos bandos nítidos, enfrentados. Los que dicen que ya ocurrió, que China es ahora la primera economía mundial y declaran el fin del mundo unipolar, y los otros, los que sostienen que eso tal vez ocurra algún día, pero que todavía no ha sucedido. Admiten que el inmenso poder de Washington se ve obligado a hacer algunas concesiones, pero avizoran posibilidades de recuperación que mantendrán, en el futuro, al país en la cumbre.
    Para algunos analistas, esta es la comparación más acertada: Estados Unidos está hoy en la misma situación que el vasto imperio otomano en su decadencia. Todavía con enorme influencia mundial, poderoso, con una gigantesca deuda y ya sin el liderazgo mundial.
    Es un país con empresas entre las más ricas del mundo, pero que tiene cada vez menos puestos de trabajo que ofrecer a sus ciudadanos. La economía industrial tradicional ha perdido más de cuatro millones de empleos en poco menos de 15 años. Su educación, sostienen los críticos, ya no es lo que solía ser.
    Igual aflora, otra vez, un clásico del pensamiento de este país: la esencia y naturaleza de la excepcionalidad estadounidense. Una idea con más de dos siglos, que entronca con el nacimiento de la nación, y que resurge siempre en épocas turbulentas. Alude a lo que, en teoría hace distinto a este país entre todos los del planeta, y a una democracia que surgió como fruto de una revolución. Una idea potente que no acepta fácilmente la tesis de la declinación.
    Lo cierto es que hasta ahora el estatus de banquero del mundo ha protegido a Estados Unidos de las duras realidades económicas durante más de medio siglo. Ya no más. El honor de imprimir la moneda de reserva mundial no le fue conferido al país ni por accidente ni con facilidad; el ascenso del dólar luego de la Segunda Guerra Mundial no se habría producido si la nación no hubiera demostrado un fenomenal poderío económico, militar y tecnológico que lo mereciera. Pero ser el banquero del mundo trae beneficios y obligaciones. Una de las obligaciones, no tener nunca problemas de insolvencia. Si tiene la posibilidad de imprimir más moneda cuando necesita, ¿por qué habría de ser insolvente? El mundo necesita tener la tranquilidad de que el país no se va a declarar nunca en cesación de pagos.
    Lo que es una bendición a corto plazo se puede convertir en maldición a la larga. Un país que controla la moneda internacional corre menos riesgo financiero cuando toma préstamos, pero va a estar menos alerta al riesgo de las burbujas financieras. Puede su­bes­timar los costos e ignorar los problemas durante mucho tiempo. Eso es lo que recién ahora está advirtiendo Estados Unidos.

    Un rol para este siglo
    Veamos los hechos en los que se asienta su posición privilegiada. El país es un continente que da a dos océanos, con enormes recursos naturales (todavía se pueden descubrir más, como en el caso del shale gas). Hace más de 100 años que es economía nacional más grande del mundo y –todavía– la de mayor producción per cápita.
    El capitalismo ha sido un sistema innovador y eficiente para generar riquezas, sus mercados financieros son la referencia obligada para el resto del mundo, es el país con mayores importaciones y emisor de la única divisa internacional.
    Su tecnología es de vanguardia permanente, sus fuerzas armadas son las mejor equipadas en el planeta, cuenta con excelentes universidades –aunque ahora abundan las críticas– y su democracia puede estar maltrecha pero sigue funcionando.
    Durante más de un siglo venció a todos sus rivales, generó un tipo de economía casi universal, y tiene más influencia cultural y de modelos que cualquier otro país.
    Si es cierto que entró en decadencia, ¿se retrocederá en todos estos rubros? ¿Será China quién la reemplace en el podio? ¿Alguien se imagina al renminbi como divisa internacional plenamente aceptada?
    La economía estadounidense ya no está generando los enormes beneficios de antaño. Esto afecta la capacidad de Estados Unidos para desempeñar un rol histórico en el mundo. Las presiones fiscales seguramente debilitarán el gasto militar. La crisis financiera y otros grandes errores desdibujaron el prestigio de los modelos político, económico y social que supo tener. Europa no está mejor, pero eso solo significa que Occidente en su totalidad es menos creíble y hasta ahora menos capaz de funcionar como líder.
    En definitiva, no parece arriesgado afirmar que pase lo que pase dentro de Estados Unidos, su influencia será menor en el siglo 21 de la que fue en el 20. Aunque sin embargo podría retener enorme influencia gracias a que sus principales rivales tienen problemas todavía mayores.

    Los términos del debate
    La hipótesis de Robert Kagan, un ensayista provocador, no es en verdad sobre la declinación de Estados Unidos. Su hipótesis central de trabajo es qué pasaría en el mundo si el líder global se retirara a sus fronteras a confrontar exclusivamente con sus problemas internos.
    Su libro más reciente –The World that America Made– comparte una curiosa coincidencia. Se ha convertido en bandera de combate del partido Republicano, pero a la vez ha sido elogiado por el Presidente Barack Obama que manifiesta su acuerdo con el contenido central.
    El principal argumento del libro es analizar lo que podría ocurrir en el mundo si Estados Unidos no fuera capaz de continuar siendo la potencia predominante y pasara a estar en un plano de igualdad con otras potencias, como China. Tal vez resulte optimista creer que China planteará solo un desafío económico a Estados Unidos. Los efectos de un nuevo mundo multipolar podrían ser enormes.
    Kagan comienza diciendo que en 1969 Estados Unidos tenía aproximadamente la cuarta parte del ingreso mundial, que hoy sigue produciendo más o menos eso y que su participación en el PBI mundial se mantiene estable (ambos datos son controvertidos).
    En 1969, el país representaba 35% del ingreso global a precios de mercado, según datos del “Panorama Económico Mundial†del Fondo Monetario Internacional. Para el año 2000 su participación había caído a 31% y luego comenzó el desplome. Para 2010, EE.UU. representaba solo 23,1% del ingreso mundial. En una década perdió 7% de la participación mundial. Más de la mitad de esa pérdida ocurrió antes de la Gran Recesión de 2008.
    Mientras tanto, la economía china era en 2000 apenas una octava parte de la estadounidense. Hoy, es 41%, y eso basado en actuales tasas de cambio. Si Beijing dejara flotar el renminbi, la economía asiática podría tener un valor muy superior.
    Pero el tema central del libro es la excepcionalidad de Estados Unidos. El autor cree que les cabe a los norteamericanos decidir si su país seguirá o no dominando el mundo. Su temor es que la potencia occidental esté perdiendo su deseo de llevar adelante el liderazgo mundial. “La decisión está en manos del pueblo. Declinar es una elecciónâ€, sentencia.
    Naturalmente el libro de Kagan originó una intensa polémica, tanto dentro de Estados Unidos, como de Europa, envuelta en su propia crisis, pero que espera bastante todavía de la antigua superpotencia. Se mezclan además huellas de otros debates, como si hay un colapso del capitalismo como se lo conocía y si se insinúan nuevas formas de reemplazo. O también si hay un efectivo desplazamiento de poder del Atlántico al Pacífico.

    Ascenso y caída del imperio americano
    El autor del libro, Robert Kagan, y un prestigioso analista europeo, Gideon Rachman, (autor de “Zero-Sum Futureâ€) mantuvieron durante días un debate a través de Internet, que sintetiza todos los argumentos a favor y en contra de la supuesta declinación estadounidense.
    Rachman coincide en la importancia del poderío estadounidense para la estabilidad y prosperidad del mundo, pero en su opinión estamos presenciando una grave erosión de ese poder. Y eso es parte de un fenómeno más amplio: el mundo dominado por Occidente está dando paso a un nuevo orden donde el poder económico y político es más cuestionado.
    El ensayista británico es quien acuñó la frase: “la era de la ansiedadâ€. Significa que la globalización no fue solo un fenómeno económico. También fue el desarrollo geopolítico central de los 30 años antes de la crisis financiera. Creó una red de intereses comunes entre las principales potencias del mundo, reemplazando el mundo dividido de la Guerra Fría con un único orden mundial en el que todas las grandes potencias estaban enlazadas por un sistema capitalista común. China, Estados Unidos y Europa, todos decían cosas similares sobre la necesidad de fomentar el comercio mundial, la inversión extranjera y demás.
    Pero –a su juicio– el período entre 1991 y 2008 fue una “era de optimismo†porque todas las grandes potencias del mundo tenían motivos para estar satisfechas con la forma en que el sistema globalizado funcionaba para ellas. Las reformas en India comenzaron en 1991 y llevaron a un boom económico y al surgimiento de la confianza nacional. La Unión Europea más que duplicó su tamaño. América latina tuvo sus crisis de deuda, pero para finales del período, Brasil ya era visto como una seria potencia global por primera vez en su historia. Hasta los líderes de la nueva Rusia participaban con entusiasmo en un mundo globalizado.
    Ese período también fue de optimismo para Estados Unidos y China. La economía china creció tan rápidamente que duplicaba su tamaño cada ocho años y sus habitantes se volvían prósperos. Con todo, Estados Unidos era la única superpotencia. El crecimiento de Silicon Valley más el surgimiento de Google, Apple y otros reafirmó la confianza de los estadounidenses en la capacidad creativa única del capitalismo nacional. Las ideas económicas y políticas de ese país fijaban los términos del debate global.

    El ascenso de China
    Esa confianza de los estadounidenses fue muy importante para el sistema mundial. Le permitió al país abrazar un desarrollo que, en otras circunstancias, habría parecido amenazador: el ascenso de China. En la era del optimismo, hubo varios Presidentes de EE.UU. que aplaudieron el desarrollo económico de China. Pensaban que el capitalismo actuaría como caballo de Troya y transformaría el sistema chino desde adentro. Si China adoptaba la libertad económica, seguramente pronto le seguiría la libertad política. Pero si esto último no ocurría, seguramente fracasaría económicamente.
    Cuando en 2008 se produce una masiva crisis económica y financiera, afecta a Occidente, no a China. En consecuencia, aceleró el traslado del poder económico de Occidente a Oriente. Desde entonces, es más difícil argumentar que la globalización ha creado un mundo donde todos ganan. Tal vez una China rica signifique un Estados Unidos pobre. Por eso el título del libro de Richman es Un futuro de suma cero.
    Lo cierto –agrega el autor– es que hoy la esperanza de muchos países es China, no Estados Unidos.
    Este giro en poder económico y político se refleja en el orden mundial. Estados Unidos, más débil, tiene menos posibilidades, y menos disposición, para resolver las crisis económicas y políticas del mundo. No habrá un Plan Marshall para Europa. Ni siquiera habrá un compromiso, liderado por EE.UU., para “salvar el mundoâ€.
    Mientras tanto, se retira de Irak y de Afganistán. Ningún Presidente estadounidense puede ahora decir que el país “soportará cualquier carga†para asegurar sus metas.
    Con relación a la crisis interna europea, la idea con la Unión Europea era que la cooperación y la prosperidad compartidas crearían una dinámica política positiva. Y eso funcionó magníficamente durante 50 años. Pero esa lógica “win-win†se dio vuelta. En lugar de sentirse más fuertes juntos, los países de la Unión temen que unos tumbarán a otros y el resultado es tensión política y, en particular, crece un sentimiento anti-alemán.

    Los vínculos con países de Asia
    Esto tiene consecuencias globales. Una de ellas es que Estados Unidos pega el giro hacia Asia por creer que Europa ya no necesita atención. Es lógico mirar hacia Asia, pero es difícil que funcione. Los aliados que Estados Unidos tiene en la región están ante un dilema interesante. Japón, India, Australia y Corea del sur tienen una relación comercial muy importante con China… y su relación estratégica más importante es con Estados unidos. A menos que a China se le vaya mucho la mano y aterrorice a sus vecinos, con el tiempo esos lazos económicos van a pesar más que la relación militar con Estados Unidos. Y entonces la influencia de China en Asia aumentará a expensas de ese país.
    Todo depende de que continúe el crecimiento de la economía china. Sin embargo hay síntomas de que se está desacelerando. Tal vez tanto la economía como el sistema político de China resulten al final inestables. Si les llega una crisis, mucha gente occidental va a decir que el milagro fue un espejismo. Y estarán equivocados. Se trata de un proceso largo de enorme importancia histórica, comparable al ascenso de Estados Unidos en el siglo 19.
    Las cifras con las que Kagan pretende apuntalar su tesis son sin embargo muy cuestionadas. El autor sostiene que ha utilizado las cifras disponibles, del Gobierno federal y del mismo FMI. Pero a renglón seguido advierte que la estadística tiene alguna importancia, pero que no es decisiva.
    Lo que sí enfatiza es que el PBI chino per cápita es apenas una fracción del de Estados Unidos y otras potencias económicas. En este país el PBI per cápita es más de US$ 40.000. En China es poco más de US$ 4.000, más o menos como Angola y Belice. Aunque los pronósticos más optimistas sean correctos, para 2030 el PBI per cápita de China será todavía la mitad del de Estados Unidos, como el de Eslovenia hoy, afirma Kagan.
    En el pasado, las potencias dominantes del mundo, siempre fueron las más ricas.
    Con relación a geopolítica y poder, –dice– el tamaño de la economía de un país no es una medición importante. Si lo fuera, China habría sido la potencia más fuerte del mundo en 1800, cuando tenía la más grande participación en el PBI global. Lo que hay que preguntar entonces es si China puede traducir su poder económico en influencia geopolítica. Hasta cierto punto lo hará, pero poder e influencia no surgen solo de fortaleza económica. En los últimos años Estados Unidos, con su economía a los tropezones mejoró su posición en la cuenca del Pacífico y el sudeste asiático. Precisamente en esa zona la posición de China, con su economía floreciente, se deterioró. Al contrario, cuanto más usa su poder, más reacciones genera en la región, que mira a Estados Unidos para buscar socorro. Que China sea el principal socio comercial de esos países no necesariamente aumenta su poder.
    En síntesis, afirma Kagan, hay muchos obstáculos que superar antes de que China se convierta en potencia mundial como Estados Unidos. Uno, los temores y sospechas de vecinos también poderosos y en ascenso, como India. Estados Unidos fue bendecido por una situación geográfica favorable: no tiene potencias en su hemisferio ni amenazas directas de vecinos. China está rodeada de adversarios pasados y futuros.
    En cuanto a Europa, comparando con el desvastado continente que fue aliado en 1945, la de ahora, con crisis y todo, es una megasuperpotencia para tener como aliada.

    Poder político, poder económico
    A su turno, Rachman coincide en que poder político y poder económico son dos cosas diferentes. Si en 2018 –dice– China es la mayor economía del mundo, Estados Unidos seguirá siendo el poder político dominando por un tiempo. Tiene muchos activos que le faltan a China.
    Aunque no sean la misma cosa, están íntimamente relacionados. Si China es rica, su poder geopolítico crece y se vuelve un desafío más grande para Estados Unidos. Su creciente riqueza le da más dinero para gastar en activos afuera, ayuda extranjera y militar. El atractivo de la inversión china y de su mercado se vuelve una herramienta poderosa para moldear la conducta de otros países. Lo estamos viendo en Europa. Si los europeos consiguen créditos y contratos no van a querer confrontar con ese país. Ni en derechos humanos ni en ambiente.
    Es cierto que el estadounidense promedio será más rico que el chino durante varias décadas, tal vez siempre. Pero el PBI per cápita de Luxemburgo es mayor que el de China y Estados unidos, pero geopolíticamente no importa porque poca gente vive en Luxemburgo, argumenta Rachman.
    Es cierto que la pobreza relativa del chino medio hará de China una superpotencia rara, simultáneamente más rica y más pobre que Estados Unidos. Pero el mayor interrogante sobre el ascenso de China es si su próxima democracia (si llega) provocará la ruptura del país, porque los movimientos separatistas cobran vigor en Tibet y Xinjiang. Aunque esas zonas representen una buena porción de su territorio, significan solo 2% de su población.
    El equilibrio de poder entre Estados Unidos y China dependerá en gran medida de las elecciones que hagan ambos países. A medida que China aumenta su poder, Estados Unidos no puede suponer que aliados tradicionales o que otras democracias se van a inclinar por la potencia estadounidense.
    En la batalla por los corazones y las mentes del mundo la identidad de Estados Unidos como la primera democracia mundial será un activo muy valioso. Pero la capacidad de China para capitalizar el profundo resentimiento generado por siglos de dominio occidental no debe subestimarse.
    Estados Unidos es, lejos, el primero en poderío militar. Pero, sostiene Rachman, China y Estados Unidos no irán a la guerra. Es la fuerza económica, no el poderío militar, lo que importa más en esta contienda. Y en ese terreno, –concluye– el momento en que China pase al frente, está cerca.
    Al final, la coincidencia entre ambos polemistas es que Estados Unidos mantendrá su predominio sobre China por un tiempo. Pero también es que China puede ser un enorme desafío en el futuro.

    De la omnipresencia a la búsqueda de alianzas

    Aunque protegido con la tranquilizadora teoría de la supremacía militar estadounidense y su liderazgo global, en realidad el DSG de Obama (Defense Strategic Guidance), o plan de prioridades para el siglo 21) es el primer paso en el ajuste de Estados Unidos para terminar con la Pax Americana, el período de 60 años de dominio que comenzó en 1945.
    Como dice el documento elaborado por el Pentágono –sin aclarar las grandes consecuencias estratégicas para el largo plazo– Estados Unidos se encuentra en un “punto de inflexiónâ€. Eso quiere decir, en lenguaje llano, se está operando un profundo cambio de poder en política internacional que obliga a repensar el papel de Estados Unidos en el mundo.
    El DSG es una respuesta a dos factores. El primero, Estados Unidos vive una declinación y se encontrará frente a una grave crisis fiscal para finales de esta década. Como dijo el Presidente, el DSG refleja la necesidad de “ordenar nuestras cuentas fiscales en casa y renovar nuestra fortaleza económica de largo plazoâ€. Los mejores indicadores de la declinación estadounidense son su PBI frente a posibles competidores y su participación en la producción manufacturera mundial. En esto último China pasó al primer puesto y representa casi 19% de las manufacturas globales. En cuanto a PBI, prácticamente todos los principales pronósticos económicos coinciden en que China también superará a EE.UU. para finales de la década. En realidad muchos economistas –midiendo por paridad de poder adquisitivo– creen que ya China es la primera economía del mundo. De cualquier modo, el gigante asiático está a punto de pasar a Estados Unidos. Para finales de esta década, cuando la relación entre PBI y deuda del Gobierno estadounidense supera la peligrosa zona de 100%, Estados Unidos se verá ante una grave crisis fiscal. Además, hay preocupaciones por la futura inflación y la capacidad del país para pagar sus deudas, algo que puede poner en peligro el estatus del dólar como moneda de reserva internacional.
    El segundo factor que impulsa la estrategia del Pentágono es el traslado del poder y riqueza globales de Occidente a Oriente. A medida que van surgiendo nuevas potencias como China y, eventualmente, India, otras importantes potencias regionales como Rusia, Japón, Turquía, Corea, Sudáfrica y Brasil adquirirán un rol más importante en la política internacional. Así, el “momento unipolar†que siguió al fin de la Guerra fría cuando Estados Unidos comandaba el escenario global como “única superpotencia restante†será reemplazo por un sistema internacional multipolar.
    No obstante el “excepcionalismo†estadounidense, Estados Unidos no está exento del patrón histórico de la declinación de toda gran potencia. El país debe adaptarse al mundo de 2025 cuando China sea la primera economía mundial y gaste más en defensa que cualquier otra nación. El retraimiento estratégico requiere algo más que meros recortes en el presupuesto de defensa; significa también redefinir los intereses y ambiciones externas del país. La declinación hegemónica nunca es indolora. Ahora que comienza la segunda década del siglo 21, la historia y la multipolaridad están haciendo su reaparición. La preocupación central de Estados Unidos de los próximos 20 años será su propio descenso y el ascenso de China.