Arde Troya en una Europa desconcertada

    PORTADA (II) |


    Por Rubén Chorny

    Los 1.000 años de oscuridad europea en la Edad Media pudieron transcurrir a fuego lento por no estar narrados, como esta crisis iniciada en dos capítulos desde 2008, desde el vértigo mediático ni inyectados por la adrenalina de los mercados.
    En estos días, agoreros titulares de la prensa ametrallan al mundo con el default griego, su merma récord bursátil y las sucesivas caídas de sus Gobiernos, los barquinazos del ajuste español, la zozobra bancaria, la indignación francesa y los operadores financieros bajándole esquizofrénicamente el pulgar a la moneda única que abrazaron 17 de los 27 naciones europeas, antes siquiera de que haya sido anunciado el salvataje que puso en marcha su Banco Central.
    Si alguien conoce de cerca, aunque en miniatura, crisis como esta es el actual embajador argentino ante la Unión Europea, Jorge Remes Lenicov, quien vivió una experiencia análoga como ministro de Economía de la posconvertibilidad de 2001.


    Jorge Remes Lenicov

    –¿Por qué no terminan de surtir efecto las medidas financieras en curso?
    –Cuando se lanzó el euro, hace 11 años, no se previó una autoridad económica común ni un presupuesto federal; las decisiones se tienen que definir entre todos los países a partir del consenso, no se incorporaron mecanismos de control que incluyeran, además de las variables fiscales (déficit y deuda), las cuestiones reales (costo laboral unitario, productividad, déficit en la cuenta corriente). Y falló la disciplina interna, porque desde 2000 hubo 68 violaciones al Pacto de Estabilidad y Crecimiento y no se aplicó ninguna sanción. Además, no hubo plan de prevención ni resolución de crisis, como la vivida a partir de 2008. Finalmente, y si bien hubo importantes avances en la política común, falta alcanzar una mayor integración en los mercados de factores, bienes y servicios para facilitar la convergencia entre los países.
    Especialista en estudiar costos de defaults soberanos y la relación entre crisis financieras y productividad (para publicar trabajos en el Journal of International Economics, International Review of Economics and Finance, Journal of International Money and Finance y por Oxford University Press), Guido Sandleris advierte que el riesgo de haber financiado, sin mediar un compromiso firme, a tasas bajas a los bancos y que estos volcaran parte de esa liquidez en los mercados de deuda soberana (lo que se dio en llamar el carry trade soberano), es que no se logre revertir la desconfianza y solo se estreche aún más la solvencia del sector público con la del sector bancario”.
    Para el economista y docente de la Universidad Torcuato Di Tella Lucas Llach, “en el fondo en Europa están haciendo, aunque cuatro años después, algo parecido a lo de Estados Unidos en 2008 y se esperanzan en que ese mecanismo genere cierta confianza. Pero la diferencia es que acá estamos hablando de distintos países: el temor es que Grecia caiga en default, y estaría por verse si el Banco Central Europeo gira fondos a los bancos o al banco central griego, con lo cual obviamente le estaría dando la plata a un Estado en default. Una dificultad de credibilidad en el sistema bancario es una falta de credibilidad sobre la solvencia de los Estados”.
    Según la visión del catedrático en CEDES, UBA, Universidad de San Andrés y Conicet, José María Fanelli, “los países con problemas en Europa tienen dos tipos de cuestiones a resolver: liquidez y solvencia. Las acciones del BCE para manejar la liquidez están en la línea correcta porque evitan que la aversión al riesgo sea afectada por eventos de corto plazo”. Pero “hay que separar lo que ocurre con la confianza a corto y a largo plazo. A largo plazo, lo que importa para ganar credibilidad es la solvencia, no la liquidez”, aclara.

    Austeridad o crecimiento
    –¿Hay diferencia entre los Estados que deben recortar y los que tienen margen fiscal para maniobrar? –le pregunta Mercado a Remes.

    –Es cierto que se están pagando los costos de la crisis de 2008: la deuda pública creció casi 30 puntos entre 2007 y 2011 y se acerca a 90% del PIB, el déficit fiscal pasó de 0,9% del PIB en 2007 a 6% en 2011, y los bancos están debilitados, a pesar de que se estatizó su deuda con los ahorristas y se evitó el crack del sistema debido a los altos niveles de la deuda privada: 230% del PIB. El PIB sigue siendo más bajo que en 2007, la desocupación llegó al récord de 10,8% y se registraron fuertes cambios políticos: cayeron seis Gobiernos y en todas las elecciones triunfó la oposición. Pero si se continúa aplicando una política de ajuste fiscal en un contexto de estancamiento o recesión el resultado será más recesión.
    Por sobre todo, Remes previene: “En una crisis que ya lleva muchos años hay que discutir quién la paga: hasta ahora han sido solo los asalariados y la clase media”, dice.
    Fanelli relativiza la dicotomía entre austeridad y crecimiento, ya que “es clave desde el punto de vista del discurso político, pero en economía a veces puede llevar a confusión exagerarla”. Señala que si por un lado el desempleo fuera exagerado y la economía cayera en una depresión, el crecimiento no sería sostenible, porque el Gobierno no recaudaría lo suficiente para gastar y pagar la deuda. Y, por otro, si para garantizar un nivel de empleo razonable a corto plazo hay que generar déficits fiscales muy altos, debería entonces mostrarse un plan creíble a largo plazo respecto de que la deuda será repagada, porque de lo contrario nadie le prestaría hoy al Gobierno.
    “¿Cómo se enfrenta este dilema? Con política expansiva a corto plazo y consolidación fiscal a largo plazo”, se pregunta y se responde Fanelli.
    “¿Y cómo hacer creíble que habrá consolidación en el futuro? Solo puede hacerse si los países con superávit (como Alemania y probablemente con ayuda de otros extra zona) expresan claramente que apoyan la generación de déficit a corto plazo en los países con problemas, a cambio de compromisos políticos de cada uno de consolidar con reformas cuando la crisis esté superada”, repite.
    Agrega que “los países que están en mejor posición deberán hacer una contribución adicional: permitir que su tasa de inflación interna sea menor que la del resto, a fin de mejorar la competitividad de los países en crisis por esa vía, lo cual podría afectar el empleo en las naciones más sólidas. ¿Difícil? Sí, claro, si no ya lo hubieran hecho”.

    Guido Sandleris
    Foto: Gabriel Reig

    Teorema de los ajustes
    Sandleris desarrolla un planteo coincidente: “Paul Krugman le ha encontrado un lindo nombre a la teoría de que los ajustes fiscales, en este contexto, pueden ser expansivos, porque restaurarían la confianza. Lo ha llamado the confidence fairy” [el hada de la confianza].
    Tras prevenir que “los ajustes fiscales presentes no serán expansivos y pueden llevar a un país hacia el círculo vicioso del ajuste, caída del PIB, más ajuste”, opta por la estrategia de “mejorar el valor presente de los déficits fiscales futuros, vía reformas y recortes en gastos por venir. El desafío es lograr que un plan en este sentido sea creíble”.
    Sin embargo, afirma que es “incorrecto poner a todos los países en problemas en la misma bolsa. Mientras que la incontinencia fiscal fue un claro problema en Grecia, no es este el caso en Irlanda o España, por ejemplo. En Irlanda, los problemas fiscales aparecieron cuando la Unión Europea la presionó para que rescatase a sus bancos. En España, el Gobierno tuvo superávit fiscal durante buena parte de la última década (tal vez insuficiente, pero superávit al fin) y ratios de deuda pública-PIB en baja hasta la crisis financiera global de 2008”, diferencia.
    Llach hace la salvedad de “si se cree que el problema que afecta a los Estados de Europa es ante todo fiscal, o si sus economías crecen poco y, por lo tanto, tienen un problema fiscal. Quizá tiene otra raíz, que es la competitividad”.
    En esto de sumas y restas, Sandleri diferencia entre políticas sociales y despilfarro fiscal: “Las crisis en general sirven para corregir sobrestimaciones de la riqueza –reflexiona–. Si los Estados de bienestar son acordes a flujos de ingreso futuros superiores a los verdaderos, entonces es posible que la crisis los haga reducir. De todas formas, varias economías con grandes Estados de bienestar, como Alemania y los países escandinavos, no son las que hasta el momento posean su solvencia puesta en duda”.
    “Posiblemente la Unión Europea haya acudido al FMI para reforzar la postura alemana de seguir la secuencia ‘ajuste fiscal y reforma laboral y después vendrá el crecimiento…’”, ensaya Remes, si bien entrevé que más allá de los paliativos financieros destinados, el bloque tendría con qué emerger por sí mismo.
    En todo caso, Sandleris afirma que “con lo que no cuenta es con un Banco Central dispuesto a inyectar la suficiente liquidez en los mercados y, ante la inflexibilidad de los países del centro de Europa de aceptar una mayor inflación, recurre al Fondo Monetario como complemento”, completa.
    Fanelli advierte que “si la crisis se extendiese a España bajo la forma de inestabilidad financiera, se necesitarían todos los fondos que puedan conseguirse para llevar adelante la estrategia de expandir en el corto y consolidar fiscalmente en el largo”. Sin negar que el FMI sea necesario, “también lo es la iniciativa política del G-20 para coordinar el esfuerzo y movilizar los fondos que se precisen”, indica.
    Ante la pregunta de si Estados Unidos y alguna región importante como China realmente querrían ayudar, Llach responde que “no mucho, porque prevalece la creencia en que Europa tiene una solución posible europea, para la que se cuenta, en general, con la fortaleza de Alemania”.
    Para Sandleris, el origen de las crisis de las economías en la periferia europea es que experimentaron una reversión en los flujos de financiamiento luego del estallido financiero global.
    “Durante los años de vigencia del euro, España, Irlanda, Grecia, Italia y Portugal fueron focos de importantes flujos de financiamiento desde los países del centro y norte de la Eurozona –narra–. La fuerte entrada de capitales generó una sobrevaluación de su tipo de cambio real, que les deterioró la competitividad y, por ende, incrementó el déficit de la cuenta corriente.
    Es así como llega a la conclusión de que “la integración monetaria trajo una enfermedad holandesa (versión financiera) a las economías de la periferia europea, que las colocó en una posición de vulnerabilidad ante un posible sudden stop. Y economías como la alemana se beneficiaron también de esta bonanza e incrementaron sus exportaciones netas al resto del continente”.
    Sostiene como colofón que “si ambas regiones se beneficiaron en los primeros años de la unión monetaria, y la crisis actual en varios países de la Eurozona es consecuencia de la formación misma de la UE, hacer recaer todo el peso del ajuste en los países de la periferia implicaría que Alemania estaría free-riding en el euro”.
    Para Fanelli, Alemania no es el villano de esta película sino que “simplemente está impulsando políticas poco correctas: pretende que el ajuste se haga a corto plazo y no a largo. Es la economía que está en mejor posición para aportar al esfuerzo de financiar la expansión a corto plazo por la vía fiscal y de permitir una inflación mayor dentro de su economía para hacer más competitivo al resto. Aunque es lógico que trate de poner lo menos posible, si sobreactúa se equivoca”, advierte.

    Lucas Llach
    Foto: Diego Fasce

    Los incentivos a la demanda
    Casi en la escalerilla del avión que lo llevaría de Ginebra a China, Remes Lenicov recuerda que “hubo fuertes discusiones entre Alemania y algunos otros países, promotores de una fuerte restricción fiscal y monetaria y la aplicación del concepto de moral hazard, con el resto, que pretendía no eliminar los incentivos a la demanda. Y el resultado fue algo intermedio: con la asunción de Mario Draghi en el BCE se redujo la tasa de interés y se inyectó liquidez de manera ilimitada para disipar el pánico financiero y evitar la caída de los bancos”. Pero al mismo tiempo se consolidó la obligación de reducir el déficit fiscal (máximo 3% del PIB) y se amplía la flexibilización laboral y el congelamiento o baja de los salarios.
    Atribuye a esa política, más las demoras en definirla, la caída del PIB prevista para este año y fundamenta en que la política fiscal compensaba la actitud extremadamente cauta de los consumidores y empresarios, debido a la desocupación, la capacidad ociosa y el desapalancamiento. “Quedaban solo las exportaciones, pero reservadas para algunos pocos países, como único incentivo de la demanda”, indica.
    “Alemania, Holanda, Austria tienen muy altos niveles de competitividad y sus superávits comerciales equivalen al déficit de los demás” –sostiene el embajador en la UE–, con la salvedad de que “no se puede cargar las tintas sobre los alemanes, por más que se discuta el tipo de política que ellos pretenden que todos apliquen en medio de una crisis”.
    Sandleris rescata que Mario Draghi parece haber entendido la gravedad de la situación, a diferencia de Trichet, pero lo mismo debe enfrentar la oposición alemana.
    A lo que Fanelli interpreta que el BCE sí le está dando apoyo a las finanzas de los Gobiernos: “Cuando compra bonos para que no suba la tasa de interés sobre la deuda soberana está haciendo una gran contribución que lo está llevando, incluso, a poner en riesgo su patrimonio”.
    Llach en cambio subraya que “lo lógico sería que se compraran mucho más bonos, de modo que el riesgo de estos países, como Italia y España, quedase mucho más bajo para que esas economías puedan recuperarse. Y es ahí cuando Alemania diría cuánta deuda española e italiana querría que esté en manos del Banco Central Europeo, ya que no tiene ganas de hacerse cargo de problemas que se generan en otros lugares”.

    José María Fanelli

    Gravedad
    Según Remes, la crisis económica es la más grave desde la terminación de la Segunda Guerra Mundial, y eso tendrá que promover cambios de concepción en los dos grandes agrupamientos políticos (conservadores y socialdemócratas), porque hasta ahora sus propuestas no lograron cumplir con el objetivo de salir de la crisis. Además, se necesitarán mayores niveles de consenso dentro de cada país y dentro de la Eurozona.
    Aduce que la victoria del socialismo en Francia con Hollande abre una esperanza, toda vez que pueda hacer fuerza para cambiar la idea liderada por Alemania de la secuencia “ajuste fiscal, reformas y… después vendrá el crecimiento”. Subraya que “las necesarias reformas se podrán realizar en un contexto de crecimiento y donde la desocupación comience a reducirse y los salarios dejen de caer”.
    Esta discusión es muy parecida a la que tuvimos en la Argentina entre 1999 y 2001, cuando se decía que el problema era fiscal y de rigidez en el mercado laboral, cuando los problemas más serios eran la falta de competitividad y el alto endeudamiento que impedían crecer.
    Para Fanelli, “lo más difícil es que el régimen del euro no permite que los países deprecien la moneda para ganar competitividad. Por ello, la única chance de salvar la moneda, si es que existe, sería utilizar tasas de inflación diferenciales: los países menos competitivos deberían inflacionar más que el resto”.
    Culpa Sandleris de la crisis del euro a los desequilibrios de balanza de pagos que generó tener una moneda común, lo cual repercutió directamente en los balances fiscales de las economías que están en crisis; por lo que hoy, el deterioro en la sostenibilidad de estas deudas es un problema en sí mismo.
    Llach prefiere tomarle el pulso a la crisis y avisa: “Los mercados reaccionan mucho más rápido que la política y se deteriora la situación económica”, mientras Sandleri concuerda en que la crisis política es consecuencia de la económica, aunque en ese aspecto advierte sobre la gimnasia europea para atravesar guerras con tremendos impactos socioeconómicos.
    Fanelli invita a no exagerar la cuestión política: “Gracias a todas las redes sociales y financieras de contención se han amortiguado muchos efectos muy negativos que estuvieron presentes en la crisis del 30 y ahora el desafío reside en coordinar y ganar credibilidad operando en el plano internacional, más que en el nacional”, razona.
    Reconoce sin embargo que sería un desafío para cualquier líder político, por cierto, si bien en el Viejo Mundo son muchos los dirigentes que mandan y las demandas que administran.
    A lo que Llach pregunta ironizando: “¿Qué número habría que marcar para llamar a Europa?”.