Nada de eso ocurre ahora donde la elección es obligada entre varios tópicos, casi siempre muy imbricados entre sí. Interconectados, y con algunos territorios en común.
Es fácil de ejemplificar esta afirmación. ¿Cuál es en verdad el tema dominante en este momento? El lector puede elegir uno –o varios, como hacemos nosotros– entre los que se mencionan a continuación.
Mercados financieros en caída. Favorito en países emergentes, como el nuestro. Está ocurriendo en distintos lugares del globo. Al principio, los inversionistas abandonaban presurosos las economías en desarrollo a medida que aumentaban los riesgos económicos y financieros. Devaluaciones, alza de intereses, aumento significativo en el nivel de inflación, y un clima de ansiedad –cuando no de angustia– en las economías menos desarrolladas, a medida que los inversores extranjeros abandonaban sus tenencias en dólares, y buscaban refugio en economías más sólidas, en especial, en Estados Unidos.
Economías muy diferentes entre sí, como Argentina, Turquía, Sudáfrica o Rusia, se encontraron enfrentando la vorágine de los últimos meses y semanas (especialmente por tener abultada deuda externa en función de la propia capacidad para generar dólares).
El caso argentino lo tenemos bien presente. La devaluación del peso comenzó en abril y duró –al menos parece estable ahora– hasta hace pocas semanas. En ese lapso, el dólar medido en pesos duplicó su valor. (Además los inversores extranjeros tienen buena memoria y recuerdan, al menos, las crisis de 1975, 1980, 1982, 1984, 1987, 1989 y 2001).
Si los opinantes militan en la oposición, cuando se mencionan los indudables factores externos que estimularon la crisis local, dicen que son paparruchas. La culpa total es del Gobierno. Sin embargo, nadie puede dudar de alguna incidencia externa: “el vuelo” a la seguridad de los inversores y decisiones tomadas en los países centrales, como por ejemplo el alza en las tasas de interés que se pagan en esas latitudes.
Es que mejores tasas de interés en Estados Unidos, un dólar fortalecido y buenas noticias de la economía convierten a ese país en un polo magnético que atrae capitales que buscan seguridad.
¿Ahora se contagia EE.UU.?
Opiniones que están apareciendo, especialmente en los últimos días en territorio estadounidense. Durante los últimos meses, la realidad de la economía estadounidense confirmó el eslogan de Donald Trump: “America first”. Todo iba a pedir de boca, aunque no faltaban los agoreros que predicaban problemas futuros. Pero en el futuro que parecía distante.
De pronto en las últimas semanas algo cambió. Casi una década de “bull market” pareció vacilar, a pesar de las inmejorables condiciones económicas.
En pocas jornadas el índice industrial Dow Jones perdió 5% de su valor. Alzas y bajas en los mercados bursátiles era algo casi olvidado en ese país.
Para agregar incertidumbre, el titular de la Casa Blanca la emprendió contra la Reserva Federal, un intocable en la política estadounidense. Es porque la FED está elevando la tasa de interés básica, porque el desempleo está muy bajo, y teme que la economía se recaliente y lleve a un aumento de la inflación.
El contratiempo puede ser una molestia momentánea, o tal vez el anticipo de una tendencia que se insinúa. Pero en una visión general, no se puede negar la indudable expansión económica de los últimos años. Los buenos indicadores llevan ya 109 meses seguidos, desde junio de 2009, cuando comenzó la recuperación de “la gran recesión” de 2008 (el ciclo más largo fue de 120 meses y terminó en marzo de 2001, cuando llegó la hora de “la burbuja dot.com”).
Todavía la marcha de la economía trae muchas buenas noticias. El crecimiento del segundo trimestre estuvo en 4,1% (anualizado), la mejor marca en cerca de cuatro años.
Pero comienza a avanzar un temor: la diversidad de guerras comerciales por los aranceles punitorios unilaterales impuestos desde la Casa Blanca amenaza con complicaciones. Especialmente la escalada del conflicto con China, el mayor socio comercial estadounidense.
El actual crecimiento interno es producto de las reducciones impositivas –en especial para las empresas–, que impuso Trump el año pasado, que estimulan el consumo interno. Los gravámenes corporativos bajaron de 35% a 21%, supuestamente para que las firmas favorecidas reinviertan utilidades y generen nuevos empleos. El costo de este paquete económico se estima en US$ 1,5 billones (millones de millones en español).
Muchos analistas comienzan a manifestar dudas sobre la eficacia de estas medidas que, si no funcionan, acumulan una deuda impresionante que puede amenazar a la economía en el largo plazo.
Recién se ve el daño de la crisis de 2008. Se la llamó la “gran recesión” por ser superadora de la tan famosa de 1930. Costó remontarla, pero con la generosa asistencia del sector público a los bancos, se logró salir de la emergencia. Con un curioso resultado: los grandes bancos que debieron ser asistidos están buenas condiciones de salud y con buenas ganancias. Los que les prestaron, los Estados, acumularon deuda y agravaron la situación de desigualdad económica en la población de los países de economía avanzada.
Es en estos países apareció una categoría de ciudadanos que se sienten perjudicados y postergados, con malos empleos y con bajos ingresos. Para muchos analistas políticos esa es la razón del triunfo electoral de partidos o candidatos de ultraderecha, autoritarios, en contra de la globalización.
Lo curioso es que esta crisis financiera de las grandes potencias occidentales, se terminó trasladando al resto del planeta convirtiéndose en crisis económica global.
Esta es la doble conclusión del último informe del FMI (otra opinión importante): el efecto de la crisis de 2008 perdura hasta nuestros días, y se diseminó mucho más allá de los países que tuvieron la crisis bancaria.
Con lo cual, muchos economistas recomiendan ahora: a) normalizar la política monetaria en un mundo mucho más endeudado; b) tener diseñadas políticas adecuadas para responder si una crisis similar pugnara por aparecer, c) hacer caso omiso de las quejas de los banqueros en contra de las regulaciones de la actividad.
En síntesis: los bancos son ahora más seguros, pero el gran riesgo es la deuda contraída por todos los actores. El sistema financiero es más saludable que en 2008. Pero la economía global tiene la amenaza de una deuda excesiva. Diez años después de la crisis, no solo perduran algunos de sus efectos, sino que muchos observadores temen que se esté gestando una nueva crisis financiera.
China y EE.UU.: el nudo del conflicto
La guerra comercial de Estados Unidos parecía, en principio, que era contra todo el mundo. Pero ahora aparecen otros indicios. Hubo acuerdo con sus vecinos, Canadá y México. Hay un camino de negociación planteado con la Unipón Europea y con Japón. Pero queda China, donde no hay progresos sino al contrario, intenciones de agudizar la guerra comercial hasta un punto donde toda negociación es imposible.
A la luz de este desarrollo, aparecen nuevas opiniones. El comercio es una forma de enmascarar la realidad. El verdadero eje –dicen algunos sinólogos– del conflicto es la intención de EE.UU. de frenar el impetuoso avance científico, tecnológico (en especial en inteligencia artificial) y militar de China. Para que la nueva superpotencia no tenga chance de alcanzar o de superar a Estados Unidos.
Hay quienes sostienen que esta estrategia hubiera sido eficaz hace diez años. Pero no ahora, cuando mucha agua ha corrido bajo el puente.
Entretanto, Beijing viendo los movimientos de todos los actores, sospecha que puede quedar aislado, y renueva vínculos con Rusia, India y otros países asiáticos.
La famosa opción nuclear. En este contexto, aparecen los que afirman que China tiene un arma inmensa en su poder: es el principal tenedor de bonos y títulos de la deuda estadounidense, por un monto que supera US$ 1,2 billones. La pregunta es qué pasaría si China deja de comprar deuda estadounidense, o peor aún, si decide un día lanzarla al mercado abierto, provocando un enorme descenso en su valor y provocando una corrida generalizada de deuda de ese país.
Algunos comentaristas se entusiasmaron con la posibilidad. Pero están en clara minoría. El argumento en contra transita por este camino. Primero, China no tiene intención de auto infligirse un daño importante. Pero además, en el supuesto negado que procediera de esa forma, no sería una catástrofe financiera para EE.UU. Es que el planteo inicial no es valedero. China no es un banco; no le ha prestado ese dinero a Estados Unidos. Solamente es el tenedor más grande de deuda estadounidense. La adquisición de esa deuda fue un elemento clave en su estrategia de crecimiento económico.
Antes y después de la crisis de 2008, los excedentes comerciales chinos eran inmensos. Tanto que hubieran llevado obligatoriamente a una revaluación del yuan, si hubiera habido comercio libre de la moneda. Lo que hubiera significado una desventaja en el plano comercial. Por eso, lo que hizo Beijing fue pegar el valor del yuan al del dólar. Para eso, adquirió títulos y valores del Tesoro estadounidense. Esto es lo Trump llama “manipulación de la divisa china”. Por último, si China decidiera liquidar esos títulos, la Reserva Federal estadounidense es el único actor mundial que puede comprar más que todo lo que China pueda vender.