La decepción crea condiciones para que surja un cisne negro


    Por Rubén Chorny


    Martín Dealessandro

    Llega fin de año, víspera del año electoral en que Cambiemos buscará ser reelecto. 92% de los argentinos afirma estar peor que el año pasado, con un balance en la percepción de la actualidad económica altamente negativo para 50% de quienes lo votaron. Afecta no solo las decisiones de invertir o abstenerse, sea de empresas o particulares, sino que abre un largo compás de espera. Un cóctel de pronósticos especializados de consultores y entendidos habrá de llenar el impasse: si habrá paz social o desbordes callejeros, y si en una instancia como esa, subirían las acciones de Patricia Bullrich.
    La fluidez de los acontecimientos que se avecinan en las esferas del poder requiere de más respuestas frente a las múltiples hipótesis, en general poco y nada optimistas, que ensayan los estudios económicos, y es así como un semillero de más de 18 mil politólogos egresados de la carrera de Ciencias Políticas pide pista.
    A muchos se los encuentra empadronados en la asociación que nuclea a los politólogos a nivel nacional, la Sociedad Argentina de Análisis Político (SAAP), que preside Martín Dealessandro, magíster en Investigación en Ciencias Sociales y doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires, profesor de la carrera en la UBA e investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet).
    A boca de jarro, dibuja durante esta entrevista una posible escenografía con Macri como candidato oficialista a la reelección, porque “ya dijo querer competir (salvo que la situación económica se deteriorara tanto que decidiera no hacerlo) –fundamenta–, si bien asigna chances a que “el radicalismo tenga un candidato alternativo potente para presentar en las PASO”.
    Resalta que “podrían aparecer más sorpresas en el campo de la oposición, que no es de izquierda sino peronista” y que “está por verse la actitud que los diferentes sectores que lo componen tendrán hacia Cristina, y la de ella al respecto. Ahí anidaría la respuesta, que por ahora no parece ser muy viable, de lo que podría suceder el año que viene”, redondea.

    –¿Por qué aclara que la oposición no es de izquierda, sino peronista?
    –Desde hace mucho hay cuestionamientos serios a que en los países de América latina se pueda utilizar la escala izquierda-derecha para clasificar la política. En Europa esa escala es más útil porque hubo o hay partidos socialistas y comunistas muy fuertes y partidos liberales ligados a intereses económicos y empresariales muy potentes. En América latina, salvo los casos aislados de Chile y Uruguay, en la mayoría no encontramos una competencia entre la derecha y la izquierda.
    Y en Argentina, en particular, no estoy para nada convencido de que pueda decirse claramente que Cambiemos sea de derecha y el kirchnerismo de izquierda. Más bien me interesan los enfoques que entienden a la política argentina en términos de peronismo–no peronismo, que contienen ambos reivindicaciones de izquierda y derecha en su interior.

    Descontento con la democracia
    –¿Cómo encuadraría, en ese contexto, a emergentes triunfadores como Trump en Estados Unidos y Bolsonaro en Brasil?

    –Fueron, mejor que nadie, quienes interpretaron un descontento con la democracia, que es una forma de organización social en la que las élites de los partidos dialogan con élites económicas y con las intelectuales y las periodísticas. Como vemos en varios países, ese sistema está empezando a tener problemas de legitimación.

    –¿Ha sido sorpresiva esa irrupción no tradicional para los analistas de la política?
    –Los nuevos líderes con tendencias autoritarias (de los últimos 20 o 25 años) atacan pilares tales como las instituciones, la legitimidad de los adversarios, la no violencia física o verbal, y la prensa. Pero no es algo que nos sorprenda a los politólogos, porque lo venimos viendo y escribiendo hace tiempo, como indicadores emergentes de problemas democráticos estructurales.
    En Estados Unidos, por ejemplo, desde hace unos 40 años hay una polarización económica fenomenal que explica la elección de Trump. Por eso las soluciones no pasan por encontrar un candidato mejor, sino en un compromiso de las élites en generar mejores formas de articulación de intereses dentro de las reglas del régimen democrático.  

    –¿Juzga positivos estos liderazgos atípicos?
    –Son buenos y necesarios porque condensan una cantidad de opiniones, y renuevan, movilizan y entusiasman a la política. El problema es cuando entran en colisión con las reglas institucionales, cuando en función de consolidar un liderazgo personal se deslegitiman las reglas que hacen al funcionamiento institucional que es, justamente, impersonal.
    En resumen, liderazgo e instituciones son tendencias antitéticas que durante muchas décadas pudieron convivir. Durante el kirchnerismo, la estructuración del poder fue tan personalista que avanzaba por sobre reglas que no deberían haber sido avasalladas, en cuanto a organismos de control, decisiones de la Corte Suprema, o la libertad de prensa, por ejemplo.

    –¿Macri encarna una disrupción de ese estilo, como se pretendía mostrar en las campañas que lo proyectaron a la Presidencia o a ganar la elección de medio término?
    –En principio, Macri no es militar, ni peronista ni radical. Este dato parece una pavada pero es sintomático de una ruptura con el funcionamiento de la política argentina de los últimos cien años. Sería el emergente de un descontento con los partidos tradicionales y, en ese sentido, es solo la punta del iceberg.
    Lo que sucedió fue que los problemas que surgieron en estos últimos meses hicieron que las viejas formas y estructuras vuelvan a tener protagonismo. Se había abierto una esperanza con lo nuevo, pero en la medida en que los errores no permitan avanzar, se expande la sensación del estancamiento al estilo del Día de la Marmota.

    –¿En qué incidieron los cuadernos en la experiencia que viene desarrollando la gestión Cambiemos?
    –En términos políticos, la causa de los cuadernos desgasta a las figuras del kirchnerismo, pero en el plano social también se suma a una serie de experiencias económicas frustrantes que ha vivido la Argentina durante muchas décadas, al ser la confirmación de que el capitalismo argentino no funciona y de que es muy difícil lograr un modelo de desarrollo genuino con una clase empresaria que lo lidere.

    –¿Por qué le asigna semejante trascendencia?
    –Porque entre esta causa, en la que están involucrados importantes representantes de la burguesía y del capitalismo argentino, y la crisis de Cambiemos mostrarían la inviabilidad de la estructuración política de la Argentina.
    Entonces, este año salió a la superficie con toda crudeza no solo un país que no puede tener un modelo de desarrollo económico, sino tampoco un sistema político capaz de administrar las pujas y tensiones que existen en cualquier sociedad compleja. Se trata de un sentimiento desolador que prima en gran parte de la ciudadanía, sobre todo de la clase media y media alta, que es la que depende de estos factores macro para poder desarrollarse.

    –¿Sería necesaria una autocrítica del Gobierno en tal sentido?
    –Si bien es cierto que nunca contó con una mayoría parlamentaria ni social como el kirchnerismo, que desperdició grandes oportunidades que se le presentaron a la Argentina por miopía e intolerancia, Cambiemos también las ha tenido y desaprovechó en parte por debilidad institucional y, en parte, por torpeza en el manejo político de muchas cuestiones, como las tarifas o la reforma previsional.

    –¿Es atendible la excusa de las herencias y bloqueos de la oposición?  
    –No solo tropezaron con una parte de la oposición que torpedea todo lo que puede, sino también con la poca muñeca y pericia en el manejo de los temas. Poca fuerza y poca maña. En el buen sentido, la maña se adquiere con la experiencia de la formación de cuadros en los partidos políticos durante muchos años.
    Aquí hubo una falsa creencia de que esas mañas de la elite política tradicional no sirven para nada y que con la dirigencia empresarial podía gestionarse mejor el Estado. El interesante experimento del Pro mostró que no es así. ¿Es bueno que haya partidos nuevos y liderazgos nuevos? Sí, desde ya, pero no necesariamente todo lo nuevo es bueno, ni todo lo viejo es malo. Hubiera hecho falta (sé que es fácil decirlo con el diario del lunes) articular la maña de la experiencia con el aire fresco de la ejecutividad privada.

    –Si el capitalismo argentino fracasó, ¿por qué habría que ilusionarse con dirigentes políticos provenientes de la actividad privada?
    –Podría decirse que en la dirigencia empresarial hay una formación mucho más apegada a parámetros de eficiencia que en el Estado. Pero también es cierto que, como actor social estratégico, el empresariado argentino prefirió siempre ganancias aseguradas en mercados controlados por el Estado antes que una competencia abierta en la que la prevalecen la eficiencia y el riesgo. Sin embargo, por el lado del Estado también hubo un atajo que implica no tomar muy en serio los problemas de gestión y abusar de los impuestos sobre la riqueza que generan los sectores empresariales.
    Hubo ahí un círculo vicioso durante décadas entre las dirigencias política y económica. Eso debería cambiar. Cambiemos aparecía como una oportunidad para que la relación entre la política y la economía se volviera virtuosa, pero quedó demostrado que no lo logró, al menos hasta ahora. Quizás en un próximo mandato, por qué no. Pero no dejan de ser decepcionantes los resultados que se están viendo para los que pensamos en el desarrollo de una Argentina moderna.

    Atrapados en la grieta
    –¿Macri quedó prisionero de su propio cepo de la polarización con Cristina?

    –El propio Gobierno se empantanó con una serie de actitudes tendientes a minimizar algunos problemas y escuchar poco a otros interlocutores, sean los socios de la coalición u otros sectores que también podrían aportar. Si las soluciones quedan en la interna del Pro, no creo que surjan de allí miradas amplias ni a futuro. Por supuesto que los políticos siempre están preocupados en ganar la próxima elección, pero en este caso el Pro se construyó su propio callejón sin salida: al fomentar la polarización, el Gobierno amenaza a la sociedad con que Cristina regresará si no se vota a Cambiemos.
    Esto que le sirve en lo inmediato, en el mediano y largo plazo es demoledor, porque si Cristina representa una amenaza con posibilidades, entonces los mercados y los inversores se asustan y se van. Gran parte de los problemas (reales y comunicacionales) del Gobierno son autoinfligidos por carecer de una visión de largo plazo.

    –Ante esta realidad, ¿qué aportaría un posible paso al costado de Macri para que vayan en su lugar María Eugenia Vidal u Horacio Rodríguez Larreta, como se habla en el interior de Cambiemos?
    –La recuperación de la Argentina no se va a dar resolviendo una interna entre tres personas. Debería haber muchos más actores pensando salidas. La dirigencia empresarial tiene una oportunidad de asumir un liderazgo para abordar integralmente los problemas profundos de la Argentina.
    En ese sentido, el último coloquio de IDEA dio una señal de querer pensar estos problemas de otra manera. Marcó una oportunidad para seguir profundizando qué se entiende por cambio cultural, qué tipo de liderazgo podría generarse desde el sector empresarial, cómo podría articularse con otros sectores para fortalecer el sistema político. Hay un liderazgo social que, de alguna forma, se espera de los sectores empresariales en Argentina, pero hasta ahora no lo cumplieron nunca y sus prácticas y actitudes fueron bastante decepcionantes durante el kirchnerismo.

    –Por descarte, ¿habría espacio agotadas aquellas instancias para que surja algún tapado?
    –Sí, las condiciones están dadas para que aparezca algún cisne negro en la política argentina: falta de legitimidad de liderazgos políticos y económicos, estancamiento, descontento generalizado. No obstante, aun con todos sus defectos, el Gobierno de Cambiemos ha otorgado cierta previsibilidad al funcionamiento del sistema político argentino, y eso es muy importante. Un outsider que articulara todo ese descontento entrañaría riesgos altos tanto para las libertades democráticas como para la previsibilidad económica.
    En cambio, sería dable esperar que el sistema político desarrollara sus propios anticuerpos como para generar una opción viable dentro de Cambiemos (Macri u otro actor) y una alternativa viable en la oposición. Una ruptura mayor del actual sistema político sería muy negativo. Si nos parece que le faltó experiencia a Macri, que creó un partido, gestionó dos períodos en la ciudad, formó cuadros de funcionarios e hizo mucha política, no me podría ni imaginar el daño que podría hacer alguien proveniente del ámbito del entretenimiento, o de la ciencia, o de donde sea, que nunca tuvo siquiera un tour por la política o por los partidos.