Llega un nuevo factor: miedo a la disrupción

    El cambio completo de un modelo de negocios exitoso y tradicional se producía con alguna lentitud. Ahora, muchos ni advierten lo que está ocurriendo hasta que ya es tarde para reaccionar.
    El impacto tecnológico, tanto en profundidad como en escala, hace que los empresarios recurran a una nueva palabra: disrupción. Esa es la nueva gran obsesión. Tanto, que a veces el temor a la disrupción suele ser más nocivo que la propia disrupción (aunque algunos usan este argumento para no hacer nada).
    En la mente de todo directivo hay un recuerdo sombrío: lo que los teléfonos móviles le hicieron al negocio de la fotografía, o los estragos que el e–commerce ocasiona todo el sector del retail. Sin hablar de lo que fintech promete hacer en breve con la banca para individuos.
    En una encuesta de PwC realizada hace pocos meses (sobre un universo de 1.379 directivos de todo el mundo), 60% admitió que el avance tecnológico había reconfigurado totalmente la competencia en sus respectivos sectores, mientras que 75% aseguraba que, inevitablemente, eso ocurriría antes de 2022.
    A pesar de esta percepción, los investigadores del tema sostienen que el temor a la disrupción peca de exagerado. Creen que hay un margen de tiempo en el cual se puede contestar con eficiencia. Entonces, la conclusión es que cuando la disrupción golpea fuerte es porque la empresa estaba mal preparada para su llegada. El temor y la inseguridad pueden conducir a tomar caminos equivocados, con la alta gerencia empeñada en seguir la dirección errónea y desperdiciando valiosos recursos.
    De modo que ya no es estrategia o liderazgo el tema preferido de debate, como era antaño. Ahora es la disrupción. Pero hay otro tema, de los que se llama del “soft management” que también ocupa la atención de los directivos empresariales.

    La “cuestión social”
    Se trata en esencia, de un desafío distinto. La intensa presión para definir posiciones y adoptar retos en torno a la responsabilidad social, y en especial frente a la comunidad en la que está inserta la empresa.
    Escenarios inéditos que ponen a los empresarios en situaciones no previstas, sin antecedentes. Por ejemplo, los directivos estadounidenses –lo digan abiertamente o con prudencia– apoya la reforma tributaria de Donald Trump, que conlleva innegables beneficios y recortes en los gravámenes que tendrán que pagar.
    Pero esa realidad no disimula que a lo largo del primer año de mandato del mandatario en la Casa Blanca, han tenido diferencias relevantes, encontronazos y abiertos debates en temas como el cambio climático, temas ambientales, y de inmigración. Al punto que el consejo asesor empresarial del mandatario dejó de funcionar. Se desbandó.
    Es probable que Trump responda a los intereses del electorado que lo votó, preocupado por el avance de la globalización y la supuesta nociva influencia de los extranjeros sobre la economía y la cultura.
    Pero no debe perderse de vista que las empresas reciben la presión de “otro electorado” y en la dirección opuesta. Apoyar las causas que defienden sus consumidores, suele ser el mejor pasaporte para ascender en la escala de la buena reputación, imagen ética y de transparencia, como en el ranking de los esfuerzos sustentables.
    Pero los empresarios no viven en un lecho de rosas. Las encuestas más recientes advierten que está cayendo la confianza en el CEO. Solamente el 38% de la muestra cree que son muy confiables, 5 puntos menos que la medición del año anterior. Decidir inversiones en el exterior, tratar de pagar lo menos posible (legalmente) en impuestos, o los cuestionamientos a la política de recursos humanos, los pone en la picota, y frecuentemente en un ámbito donde lo empresarial converge con la política o con las ideas dominantes en una sociedad.
    Aunque todavía sea de modo inorgánico, los consumidores han demostrado ser una fuerza potente que no puede ignorarse. Los empresarios no se inquietan solamente por la bondad y calidad de sus productos. También con qué escenarios de la vida cotidiana se los relaciona. Ni hablar de la relación con los empleados. Muchos de ellos esperan que la empresa donde trabajan tome una actitud clara y enérgica en una variedad de temas, como los derechos de preferencia sexual, igualdad de género o apoyo a mejorar el clima y disminuir la contaminación.
    Cada vez más, lo mismo ocurre con los accionistas de las empresas, y las razones por las cuales deciden aumentar o liquidar sus inversiones en determinadas firmas.

    Habrá populismo para largo rato

    Cuando las explicaciones a los hechos históricos son demasiado complejas o enmarañadas, el camino obligado es simplificar y presentar una historia creíble con fuerte argumentos. Pero nunca es toda la verdad, que suele ser más esquiva.

    Así, cuando fue necesario explicar el triunfo de Donald Trump en Estados Unidos, el impulso que tuvo el Brexit británico, el avance de la ultra derecha en Francia (Marine Le Pen con un tercio de los votos totales), en Alemania (ahora hay diputados nazis en el Bundestag), o los avances en Holanda, en Polonia, en Hungría y los más recientes en Austria, la tentación optó por una explicación sencilla.
    Resulta que la globalización provocó en muchos países desarrollados una oleada de desempleo y desindustrialización. Escasea el trabajo bien remunerado. Los viejos tienen ahorros, pensiones y propiedades, pero los jóvenes no pueden soñar con repetir ese modelo. No hay posibilidad.
    Sin duda, esos argumentos forman parte de la explicación, pero no son toda la realidad completa a tener en cuenta.
    En Estados Unidos, la Pew Research, un gran centro de investigación de la opinión pública, avanzó en una “tipología política” con nueve categorías de su invención, para tratar de capturar el “estado ideológico” de la nación.
    El gran hallazgo es que la polarización política de hace un año, persiste. El electorado básico del Partido Republicano y del Partido Demócrata, viven vidas diferentes tanto en la geografía que habitan, en la sociedad a la que pertenecen, y en la ideología que asumen.
    Hay fisuras también hacia adentro de los grandes partidos. El electorado Republicano está muy dividido en temas como el papel de EE.UU en el mundo; sobre la inmigración, y sobre la equidad de la economía del país.
    La coalición Demócrata está sólidamente unida en su oposición a Trump. Pero ahí se termina la unidad. Casi sobre los mismos temas hay diferencias entre la base citadina y trabajadora, y las élites liberales e intelectuales.
    Estas divisiones en ambos grandes partidos pueden transformar definitivamente la escena política estadounidense. El hallazgo importante va más allá de la existencia de dos sólidos bloques. Dentro de cada uno de ellos hay toda una escala de diferencias, que ahonda las divergencias internas y fuerza alianzas renovadas y circunstanciales. Son tan importantes las visiones distintas entre los dos grandes bloques, como también lo diferente dentro de cada uno de esos bloques.
    Un fenómeno político que no debe soslayarse en el análisis. No exactamente igual, pero con notable similitud se registra el mismo fenómeno en las viejas democracias republicanas europeas.
    A pesar de los temores y sobresaltos, el año terminado no fue un triunfo resonante para los partidos populistas y de ultraderecha en toda Europa. La aparición de Emanuel Macron en Francia significó que el Frente de Marine Le Pen no logró imponerse, aunque obtuvo un tercio de los votos. En Holanda, pese a todos los pronósticos, no pudieron alzarse con el poder. En Alemania, socialcristianos y social demócratas –aunque con menos votos que antes– ocuparon los primeros puestos. El auge populista en Polonia y Hungría no guarda relación con el caudal electoral. Solamente en Austria, donde ganó un partido de derecha, obtuvo ventajas la ultraderecha populista que ayudó a formar gobierno y se alzó con tres ministerios de gran importancia.
    Pero eso no significa que el populismo europeo haya sido derrotado. Solamente postergado. Y hay serios indicios de que habrá populismo por largo rato. En Francia, la ultraderecha nunca antes, desde la posguerra, había obtenido uno de cada tres votos populares. En Alemania hay diputados que se dicen nazis, por primera vez desde la derrota de Hitler.
    En suma, fue erróneo el pronóstico de que la marea populista durante 2017 tumbaría los regímenes republicanos y democráticos de Europa. Pero no habría que repetir el error y suponer que las fuerzas populistas están en desbandada o listas a desaparecer.
    Por el contrario, tuvieron, en todas las elecciones del año pasado, ganancias importantes en votos y en influencia. Algunos analistas piensan que en varios casos han quedado a las puertas de alcanzar el poder.