Peter Drucker
La primera idea es que las empresas son cada vez más competitivas. La mayoría de los libros en circulación, dejan la sensación de un mundo hípercompetitivo donde los gigantes instalados son arrasados por las fuerzas de la disrupción.
Una rápida mirada a los números debería bastar para dejar esta ficción al descubierto. La tendencia más notable no es hoy la competencia sino la consolidación. Desde 2008 en adelante se vio un mercado ferozmente activo en fusiones y adquisiciones, con un promedio de 30.000 operaciones al año por valor equivalente a 3% del PBI. La consolidación avanzó especialmente en Estados Unidos, dice el informe 2016 del Consejo de Asesores Económicos, que también mostró que las empresas que recurrieron a la consolidación, gozan hoy de ganancias extraordinarias.
Las empresas tecnológicas son las que más se están concentrando. En los años 90 Silicon Valley era la meca de las startup. Ahora es el feudo de unos pocos mastodontes.
La segunda es otra idea muerta. Es la que afirma que vivimos en una era de emprendedorismo. Los grandes gurúes –incluidos Peter Drucker y Tom Peters– predican desde hace mucho tiempo las virtudes del emprendedor. Los gobiernos intentaron alentarlo para compensar una posible declinación de las grandes empresas.
La realidad cuenta una historia diferente. En Estados Unidos la tasa de creación de empresas viene cayendo desde finales de los años 70. En años recientes fueron más las empresas que desaparecieron que las que nacieron.
En Europa siguen siendo raras las empresas con gran crecimiento y la mayoría de las startup se mantienen pequeñas, en parte porque los sistemas impositivos castigan a quienes tienen muchos empleados y también porque a muchos emprendedores les interesa más buscar un buen equilibrio entre trabajo y vida privada que hacer crecer el negocio.
Ganar velocidad
La tercera idea que domina entre los teóricos es que la empresa está ganando velocidad. En esto hay algo de verdad. Las firmas de Internet pueden adquirir cientos de millones de clientes en pocos años. Pero existen otros lanzamienos anteriores que fueron más impresionantes: bastante más de la mitad de las familias norteamericanas tuvieron auto antes de cumplirse los 20 años de la primera línea de ensamblaje de Henry Ford en 1913.
En muchos aspectos las empresas están más lentas. A veces pierden meses o años coordinando decisiones con diferentes departamentos (problemas de auditoría, legales, de cumplimiento regulatorio, privacidad y demás) o adaptándose a la burocracia cada vez más complicada que imponen los gobiernos. Internet saca con una mano lo que da con la otra. Ahora que es tan fácil conseguir información o consultar con todo el mundo, las organizaciones se muestran más vacilantes que nunca.
Una cuarta idea equivocada es que la globalización es inevitable e irreversible, producto de fuerzas tecnológicas que las decisiones humanas no pueden torcer. Esto se ha repetido en cantidad de libros, como el famoso de Thomas Friedman “El mundo es chato” publicado en 2005 y propagado en campañas publicitarias como aquella del HSBC “El banco local del mundo”.
Pero una mirada a la historia basta para descalificar esa noción. Entre los años 1880 y 1914 el mundo estaba tan globalizado como lo está hoy; y aun así sufrió guerras y autarquía. Hoy la globalización muestra señales de estar en retirada. Donald Trump predica el fortalecimiento del nacionalismo norteamericano y amenaza a China con implantarle aranceles. Gran Bretaña se está separando de la Unión Europea. Las multinacionales con mayor visión se preparan para un creciente nacionalismo en el futuro.
Las reacciones contra la globalización señalan una importante debilidad básica en la teoría del management: su inocencia frente a la política. Las ortodoxias gerenciales modernas se forjaron entre 1980 y 2008, cuando florecía el liberalismo y los políticos moderados deseaban adherir a las reglas globales. Pero el mundo actual es muy diferente.
El crecimiento de la productividad es mínimo en Occidente, el emprendedorismo tambalea, el populismo crece y las viejas reglas comerciales han dejado de regir. Los teóricos del management deben examinar su religión y someterla a una reforma semejante a la que Martín Lutero usó para apartarse de la Iglesia Católica hace 500 años.