¿Es posible que tengamos pronto otra “edad de oro”

    Es una de teorías más sólidas sobre los ciclos de cambio tecnológico y económico y fue articulada por la historiadora Carlota Perez en su libro Technological Revolutions and Financial Capital: The Dynamics of Bubbles and Golden Ages (2002).
    “Esto que puede sonar disparatado, ya ha ocurrido cuatro veces. Estamos en el medio de la quinta ola de cambio tecnológico y económico desde la Revolución Industrial”, dice. La última, la era del petróleo, de los automóviles y de la producción masiva, duró casi todo el siglo 20 y todavía influye en las actitudes de mucha gente. El ciclo actual, el de la computación e internet, comenzó alrededor de 1970 y desparramó información y comunicaciones por todo el mundo.
    Cada una de las olas sigue el mismo patrón. Primero, hay una ola de grandes tecnologías nuevas que generan profundos cambios en la producción industrial y la vida cotidiana. Durante unos 20 o 30 años –periodo que Pérez llama de “instalación”– esas tecnologías se financian con inversión especulativa que busca ganancias rápidas. Esa era de gran crecimiento de riqueza conduce a una burbuja, que explota y es seguida de un periodo de crisis, que la autora llama punto de inflexión.
    Esa fase de turbulencia económica y social duró en otras oportunidades desde dos a 17 años. Se hacen muchos esfuerzos por volver a la normalidad, generalmente recurriendo a la regulación de excesos financieros o al estímulo de la producción y el empleo.
    Cuando termina la crisis comienza la tercera parte del ciclo. Consiste en 30 años más o menos de crecimiento económico estable, con un alto nivel de retorno sobre la inversión y una economía financiada por capital de producción, no por especulación. Pérez llama a este periodo una edad de oro: una ola de prosperidad, que aumenta la riqueza de todos, inclusive de los que quedaron atrás años antes. Finalmente, las oportunidades tecnológicas se agotan, los mercados se saturan y el ciclo comienza nuevamente.
    Por supuesto estas son observaciones generales y nada garantiza que el patrón se mantenga. Pero su lógica general es convincente. Según el libro, las tecnologías súper poderosas de Wall Street, Silicon Valley y la industria 4.0 han provocado una revolución económica mundial que comenzó en los años 70 y cuestionan otras tecnologías poderosas de la cuarta ola: petróleo, automóviles y producción masiva.
    Para pasar de esta crisis a una nueva edad de oro haría falta un gran consenso económico y político: un gran marco político global que diera una dirección única a la inversión y a la innovación para asegurar el crecimiento de la rentabilidad. En todo el mundo. Esta tesis de Pérez se discutió en una mesa redonda organizada por Strategy& en la que conversaron con la autora del libro, Leo Johnson, socio de PwC de Gran Bretaña y Art Kleiner, director en jefe de Strategy &.

    Causas de la crisis actual
    –Según su teoría, estamos a unos 45 años de aquella ola que comenzó a principios de los 70. Es el ciclo más largo que hemos conocido y el más largo periodo de crisis.

    –También, probablemente, el que más ha transformado la vida cotidiana y el que más se ha globalizado. Además, dado que ahora la gente vive más, en estos años la vieja generación tarda más en entregar el poder a los jóvenes digitales nativos. Incluso después de 40 años, la revolución de la tecnología informática está lejos de terminar. Todavía no ha cambiado totalmente nuestro modo de vida como ocurrió con revoluciones tecnológicas anteriores. Y ha traído un cambio político peligroso y separó los intereses de las grandes empresas globales de los de los pueblos donde están insertas.
    Durante la edad de oro de la producción masiva, en los años 50 y 60, los intereses de las empresas y de la sociedad coincidían. Con el bienestar y la suburbanización, la clase trabajadora en muchos países occidentales podía comprarse una vivienda y consumir. Por lo tanto, cuando las empresas pagaban buenos salarios y también impuestos altos, todo eso contribuía a aumentar la demanda interna. La educación y la salud en manos del estado liberaba el efectivo para que la gente gastara en productos de consumo. La alta demanda de esos productos creó las condiciones para el crecimiento y las ganancias. Todos ganaban. La mayoría de la población tenía buenos ingresos y un buen nivel de vida.
    Luego, en los años 70, la revolución de la producción masiva tocó su techo. Los productos nuevos eran menos viables, cayó la productividad y los mercados se saturaron. El Estado de bienestar se volvió insostenible y la solidaridad nacional se quebró. Desde entonces, las fábricas se mudaron al exterior por ventaja de costos. Los salarios bajos ya no dañan los negocios como antes, de modo que el nivel de vida viene decayendo desde hace varias décadas. Eso, junto al desempleo generado por el traslado de la manufactura al exterior, contribuye a explicar el referéndum a favor del Brexit y el fervor de las elecciones norteamericanas en 2016.

     

    –Un factor que puede agravar esas tensiones es la naturaleza de la tecnología actual. El tema clave es la intención con que aplicamos el nuevo arsenal de tecnologías. En una economía capitalista, hay dos temas fundamentales. ¿El esfuerzo se propone aumentar la productividad para crear riqueza? Y ¿se propone luego distribuir la riqueza entre muchos en lugar de concentrarla entre pocos?
    –Esas dos cosas –creación de riqueza y distribución– deben combinarse. Los nuevos gigantes tecnológicos, como Google, Facebook y Apple, junto con otras tecnologías en desarrollo, como la robótica por ejemplo, comprenderán los sectores de mayor productividad.
    Pero no conducirán a una sociedad mejor a menos que fomenten la distribución. De otro modo, son monopolios inaceptables. Pero tampoco alcanza solamente con redistribuir la riqueza, también hay que fomentar actividades que creen empleos nuevos, esos que históricamente vienen asociados a los cambios en el estilo de vida.

     

    –¿Cómo afectaría el pase hacia una edad dorada los empleos y el desempleo?
    –Toda revolución tecnológica destruye viejos empleos. Al resolver problemas de la ola anterior, aumenta la productividad produciendo más bienes y servicios con menos gente. La nueva productividad toma una forma diferente cada vez, pero en última instancia no tiene que implicar menos empleos en general. Significa un cambio en la forma en que se definen los empleos.
    Al inicio del siglo 20, la producción masiva (la cuarta ola) hizo lo mismo con la producción fabril que lo que está haciendo la producción electrónica ahora con la producción masiva. Eliminó puestos de trabajo… al principio. La producción masiva pudo crear muchas unidades idénticas a bajo costo. La política ideal, entonces, era hacer que la energía y los materiales fueran baratos y el trabajo más caro. Así creaban un mercado masivo de consumidores que usaban electricidad y combustibles baratos.
    Después de la Segunda Guerra Mundial, los Gobiernos en el mundo industrializado hicieron justamente eso, elevar el costo del trabajo apoyando a los sindicatos, instalando impuestos a la nómina de personal y aprobando leyes de salario mínimo. La energía y las materias primas baratas venían del mundo en desarrollo. Aunque a las empresas les irritaban los salarios altos, se beneficiaban con el aumento de la productividad y de la demanda.
    Hoy, lo que está caro son los materiales y la energía y necesitan ser reducidos para recortar costos. Las amenazas ambientales refuerzan este incentivo. Entonces las emprseas están rediseñando productos para generar menos emisiones de dióxido de carbono, usar menos materiales y producir desperdicio cero. Muchos productos también se están convirtiendo en servicios, como la música pregrabada que se convierte en streaming, por ejemplo. La cantidad de trabajo que hace falta también se reduce, entonces hay una doble ganancia en productividad. Los robots y la inteligencia artificial ya están reemplazando muchos empleos y van a reemplazar más.

     

    –Si se mantienen las actuales tendencias, parecería que los empleos comunes van a ser aniquilados. Miles de empleos medios en las grandes empresas están desapareciendo. Ipsoft tiene un chatbot llamado Amelia que puede mantener 25.000 conversaciones al mismo tiempo. IBM está desarrollando un bot que puede interpretar las regulaciones financieras.
    –¿Hasta qué punto podría verse afectada la economía?

     

    –Hay varios cálculos. El estudio Frey y Osborne de la Oxford Martin School estima que 47% de los actuales puestos administrativos en Estados Unidos y Gran Bretaña podrían automatizarse para 2035. Un estudio reciente del Banco Mundial sugiere que 69% de todos los puestos en la India son vulnerables a la automatización.
    –Pero siempre hay algo que compensa. Y se relaciona con una nueva visión de la buena vida, lo cual se convierte en el tema predominante de cualquier era de oro. En la segunda ola, fue la vida urbana, como en las ciudades de la Inglaterra victoriana a partir de los años 1850. En la tercera fue la vida cosmopolita de la Belle Époque, en la cuarta fue el “american way of life” desde los años 1950, que compensó los empleos perdidos por la tecnología con el empleo masivo en la construcción, el retail, los servicios y el Gobierno.
    Algo parecido podría pasar esta vez. Esta próxima edad de oro podría tal vez involucrar huellas de carbono más pequeñas, una economía de colaboración, sistemas sanitarios de prevención, creatividad, experiencias, ejercicio físico, menor uso de materiales y ecología industrial.
    Significaría un giro de los productos hacia los servicios, de los tangibles a los intangibles, de la producción masiva a la customización. Mientras la producción masiva ponía el acento en las economías de escala –hacer productos idénticos baratos– las nuevas tecnologías digitales favorecen la diversidad y la adaptabilidad. Cuanto mayor el precio, mejor pagos serán los empleos.
    También puede haber un gran cambio: nos alejaríamos de la propiedad de los productos para ir hacia los productos compartidos. Incluso hoy, cuando la gente usa una tarjeta de crédito para comprar un electrodoméstico, en realidad lo está alquilando hasta que cancela el pago. Si se rompe, muchas veces es más barato comprar uno nuevo que arreglarlo.
    Podríamos convertirnos en una sociedad de mejores empleos si tomamos este modelo y lo llevamos al siguiente estadio lógico: que las tarjetas de crédito evolucionen para convertirse en portales de alquiler con sitios como el de Amazon, digamos por ejemplo, para electrodomésticos. Eso significaría empleo masivo para empleados en instalación y mantenimiento (usando disgnóstico electrónico de desperfectos e impresión de repuestos en 3D) mientras que los productos cambiarían de manos muchas veces y ayudarían a todos aquellos que acaban de entrar a la escalera del consumo a alquilar electrodomésticos más viejos, pero todavía buenos, por una pequeña cantidad de dinero.

     

    –¿Y qué pasaría con los fabricantes?
    –El modelo de alquileres sería bueno también para ellos. El modelo de producción masiva estaba basado en la obsolescencia planificada, en el cual las compañías producían enormes cantidades de productos malos. Eso creaba una demanda artificial en mercados saturados al hacer que la gente reemplazara productos que se rompían o se gastaban.
    Pero si los mercados están creciendo en todo el mundo, como en otros momentos de despliegue mundial, entonces las empresas podrían producir bienes lujosos, caros, con tecnología top y durables que durarían muchos años y serían actualizados continuamente a medida que evoluciona la tecnología. No habría más grandes acumulaciones de repuestos, solo software para hacerlos en el momento necesario Y los nuevos millones de personas que entran a la clase media tendrían bienes durables sin que los materiales escaseen o sean caros, sin dañar el planeta y con creciente eficiencia.