Tras las huellas del historiador inglés Eric Hobsbawm, hay que reconocer que para las nuevas generaciones hay un quiebre donde el presente es todo, ya que es una continuación del pasado y un simple anticipo del futuro. Sin embargo, indagar en el porvenir hace a la esencia del ser humano.
Es precisamente en este contexto de transformación de la economía mundial, de globalización y revolución tecnológica, cuando el pasado 29 de abril, en la Feria del Libro en Buenos Aires, editorial Sudamericana presentó Llegar al Futuro, escrito por Darío Werthein y Carlos Magariños, ambos referentes y especialistas en temáticas relacionadas al desarrollo tecnológico y humano de la Argentina.
En esta obra, dos amigos de toda la vida, uno político y otro empresario, revisan “desde adentro” la lógica de funcionamiento de los centros de decisión del país y el mundo, y develan cómo el conocimiento y la economía de la innovación pueden dar vuelta nuestro país.
Los autores son amigos, graduados en administración de empresas. Darío Werthein desarrolló toda su carrera en el sector privado. Carlos Magariños, en el público. Dos visiones distintas y complementarias.
Autores y editorial accedieron a la solicitud de Mercado, y a continuación se despliega una parte del capítulo final que ayuda a comprender todo lo que encierra el libro.
También una columna de uno de los autores, Darío Werthein, quien aborda un tema sensible: la superación de dicotomías antiguas y desactualizadas.
La era veloz
Es sorprendente, casi mágico, lo que está sucediendo con los desarrollos tecnológicos en este siglo 21, y aunque suene a película de ciencia ficción, es imposible predecir los límites que cruzarán pronto la inteligencia artificial y la robótica, y como modificarán la vida cotidiana.
Pero el hecho de que sea más difícil pronosticar el futuro no debería ser leído como un mal augurio. Si la incertidumbre no es buena en términos de organización económica, en otras materias genera esperanza y estimulación. Así es: la tecnología nos permite augurar con convicción que el futuro nos encontrará con una sociedad civil más activa, abierta y globalizada. Sin embargo, la misma tecnología que nos potencia y nos obliga a repensar la dinámica, también nos pone ante un reto gigante para ser más transparentes y claros. La revolución informática nos fortalece y nos exige de la misma manera. Creemos tanto en la tecnología como en las posibilidades que ella nos brinda, y nuestras ideas nacen en esta tierra fértil que invita a pensar e intentar mejorar. En definitiva, es un momento clave para estar atentos y despiertos.
Aunque, claro, el escenario tecnológico y cultural se forma con la estructura económica que moldea a la sociedad. No se puede pensar a ninguno de estos tres soportes sin el otro. El gran salto cualitativo del flujo de la información y la comunicación tuvo una influencia decisiva en la imposición del capitalismo moderno, y sobre todo en la forma que este se fue adaptando a los panoramas cambiantes. Si hasta finales de los años ochenta había dos sistemas político-económicos en debate, la caída de la Cortina de Hierro ha terminado con las grandes dicotomías, generando una sutil escala de grises más difícil de definir.
Para la tecnología, traspasar muros es mucho más simple que, para los humanos, saltarlos.
El curso de la civilización nos demanda rapidez y valentía para desentrañar lo que viene, pues se plantean desafíos importantes. La tecnología, la clase media en expansión, la creatividad, el emprendedorismo serán algunas de las columnas que sostendrán ese futuro tan cercano. Y la Argentina tiene, en ese sentido, el camino allanado: es una nación con una clase media históricamente fuerte, que está en el top ten de los países con mayor actividad emprendedora y con alta capacidad de adaptación a las nuevas tecnologías.
Red multifacética
Pero lo más sorprendente del paradigma de la tecnología de la información es que no evoluciona hacia su cierre como sistema, sino hacia su apertura como una red multifacética. Sus cualidades fundamentales e indiscutibles son su carácter integrador, su tremenda complejidad y su interconexión. La tecnología de la información ha adquirido tal celeridad disruptiva que se está modificando definitivamente la relación de fuerzas en el mundo. La combinación de esa “destrucción creadora” y el cambio tecnológico trazan una gigantesca reestructuración.
Si los hombres del siglo XXI son capaces de comprender este momento, así como los renacentistas aprovecharon la trascendencia de la imprenta, tal vez haya llegado el tiempo de la cooperación de las ideas, con la tecnología como herramienta central. En el trabajo en red, cada persona y cada país se especializa en aquello en lo que es experto, aquello que naturalmente posee, y la tecnología nos permite identificar esas habilidades.
Trabajar en red es establecer agrupaciones temporales, enlazadas por las tecnologías de comunicación, para compartir conocimientos, costos, relaciones, métodos y acceso a los mercados. No todos sabemos de lo mismo, no todos somos efectivos en lo mismo ni tenemos tienen las mismas características productivas. Por eso, el primer desafío es la complementación, ir generando las trazas de la red infinita.
Cambio de época
Hoy es casi indiscutible que lo que está creando desarrollo, sobre todo en el segundo y tercer mundo, es la marcha hacia una matriz económica más abierta e integradora.
En los principales foros de debate ya hace tiempo que está fuera de discusión cuál es el modelo que organiza la economía global. Y parecen derrumbarse aquellas disputas y divisiones que impulsaron y movilizaron el siglo anterior. Escenarios típicos del enfrentamiento de paradigmas, como izquierda-derecha, campo-ciudad, estado-mercado, pasaron a un segundo plano.
La actualidad nos encuentra en presencia de nuevas formas de debate; con nuevos argumentos para plantear, nuevas categorías y nuevos ejes de interpretación. La transición desde las dicotomías hacia la cooperación es el paso que define al panorama político global de los últimos 25 años.
Así como el siglo XX marcó la etapa más violenta y dramática de la humanidad –con dos guerras mundiales que dejaron ochenta millones de muertos, con genocidios y dictaduras terribles, con la aparición de armamentos de destrucción masiva– los hombres parecen haber cobrado conciencia de que es posible vivir con menos conflictos.
Las tensiones continúan –tensiones religiosas y sociales, entre Oriente y Occidente– pero ahora es posible que esas tensiones actúen como una energía movilizadora que lleve a la colaboración y la participación. ¿Quién hubiese pensado, sesenta años atrás, que enemigos históricos como Alemania y Francia serían los pilares de Unión Europea? ¿Quién imaginaría que Estados Unidos y Japón serían aliados estratégicos? Los mercados comunes, los tratados internacionales y los grandes acuerdos comerciales son los emblemas de nuestra época.
También el debate sobre izquierda y derecha dejó de ser el eje de la formación de los gobiernos; en Europa la discusión se centra en este momento en cómo potenciar el bloque económico y cómo hacer frente a los problemas provocados por los procesos inmigratorios. La tensión de las dicotomías no tracciona ya la acción política.
Estado y mercado
Y dicho escenario viene a romper una de las más famosas dicotomías que alimentaron los debates en el pasado: Estado o mercado. Hoy esa discusión se ha diluido, y aún los teóricos más críticos aceptan, razonablemente, que la cooperación e integración del Estado y el mercado permite que las cosas funcionen más eficientemente, buscando y generando una sociedad más cohesionada. La exigencia es entonces multiplicadora: la nueva ecuación reclama más Estado y más mercado.
Solo trabajando de forma mancomunada y compartiendo esfuerzos, los líderes políticos y los líderes del empresariado lograrán generar progreso y mantener el apoyo de esa clase media cada vez más participativa e inflexible. Ya no se puede pensar un país, o una democracia, o un mercado, sin que se incluyan valores de solidaridad, de integración política y social. Decimos más Estado y más mercado porque ahora la discusión va por otro lado, por nuevas facetas. Los términos y las dicotomías tienen que asumir la velocidad en la que se mueve la historia. El enfrentamiento de los términos se queda en un campo de la dialéctica mientras que los hechos y la sociedad sigue sucediendo.
En Argentina, la serie de gobiernos populistas que gobernó desde comienzos del siglo XXI fracasó en la construcción de una economía desarrollada y una sociedad moderna. Más que marcar el inicio de una nueva fase histórica, esos gobiernos replicaron y exacerbaron las antiguas dicotomías entre campo e industria, Estado y mercado, exportaciones y mercado interno, que tanto atraso y pobreza generaron en la historia de nuestro país.
El resultado es particularmente negativo porque nos dejó sumidos en una sociedad fracturada, que registra cerca de un tercio de la población viviendo de la economía informal, con ingresos medios que, en el mejor de los casos, llegan al 40% de aquellos que reciben los que trabajan formalmente, y que padecen acceso restringido, si es que tiene alguno, a los servicios de educación y salud. Los programas sociales de los gobiernos populistas se dedicaron a contener las expresiones políticas de los sectores más necesitados, pero prácticamente no tuvieron impacto en la construcción de una clase media moderna. Curar esa fractura en la sociedad argentina requiere mucho más que reestablecer equilibrios macroeconómicos y sistemas de precios relativos; por lo pronto, requiere de un esfuerzo mayor, como el que busca el nuevo gobierno que los argentinos elegimos en noviembre de 2015.
¿Cuáles son los bloques de construcción (building blocks) de una sociedad moderna?
• El empresario innovador que movilice información, habilidades y tecnología a través del tejido productivo del país.
• El ciudadano responsable que controle el mandato de sus representantes y los aliente participando activamente de la vida política desde la sociedad civil.
• El trabajador capacitado que contribuya productivamente al desarrollo de la economía y la sociedad.
• El buen gobierno y las instituciones que aseguren la tolerancia, la paz y el equilibrio social.
¿Cómo forjarlos? Con gobiernos locales fuertes y transparentes. Con un modelo de educación moderno enfocado en el desarrollo de capacidades sociales y mecanismos fuertes y transparentes dirigidos a facilitar la movilidad social. Cumpliendo el rol de un vecino global responsable y participando activamente de la globalización. Fomentando la competencia en los mercados de bienes y servicios, sin descuidar el empleo local.
Por eso, nuestro país necesita recuperar su rol de ciudadano mundial responsable y previsible, que cumple sus compromisos internacionales y contribuye a construir un orden internacional más justo. Es también importante porque nos permite participar en los debates globales e influir en un contexto donde la cooperación internacional es vital para combatir la corrupción, el cambio climático y los delitos transnacionales.
Las épocas de cambio siempre son una promesa. Estimulan la esperanza, crean un sentimiento de progreso y potencian la creatividad. Ofrecen, en fin, una nueva oportunidad. Muchas veces los cambios evolucionan de tal manera que configuran un verdadero cambio de época.
¿Podemos lograr que la aldea global sea un lugar mejor para vivir? Sin duda, pero para ello debemos transformar la forma en que pensamos la Argentina. Pensar distinto. Pensar sin complejos. En definitiva, salir del clóset de las viejas ideas para construir un país inteligente y una sociedad integrada.
Cómo llegar al futuro
Por Darío Werthein
La Argentina convive eternamente con su propia paradoja: la idea del país que tiene todo para salir adelante, pero que nunca sale. Es una tradición histórica –casi un deporte vernáculo– eso de recordar melancólicamente épocas mejores. La sensación de fracaso es parte del inventario nacional.
Por eso, cuando empezamos a trabajar en Llegar al Futuro, nos pusimos como objetivo evitar aquellas dicotomías ya gastadas: Estado o mercado, campo o industria, desarrollo interno o modelo exportador. Es necesario pensar al margen de los estándares, estimular las ideas no convencionales, la originalidad y la experimentación. A esta altura, ya deberíamos saber que la Argentina sólo saldrá de su larga crisis con políticas transformadoras y apostando a la economía del conocimiento. En definitiva, debemos construir una sociedad en constante aprendizaje.
Se suele creer, también, que una construcción de este tipo es improbable para los argentinos. Que esas revoluciones culturales solo son posibles en Escandinavia o entre los Tigres asiáticos. Nosotros somos mucho más optimistas, pues la Argentina tiene allanado ese camino: con una clase media de buen nivel educativo y una alta capacidad de adaptación a las nuevas tecnologías, estamos en el top ten de los países con mayor actividad emprendedora.
Innovación, la herramienta
¿Por qué es tan importante? Porque para lograr mayor desarrollo económico es necesario contar con empresarios emprendedores que generen trabajo y valor agregado mediante la creación de nuevos productos, novedosos procesos de producción y nuevos servicios. Es decir, la innovación es el instrumento fundamental. Las posibilidades de crecimiento que tiene un país –y por lo tanto sus ciudadanos de mejorar sus estándares de vida– dependen casi por completo de su capacidad de aumentar la productividad mediante la innovación y el conocimiento aplicado.
En definitiva, el desarrollo de los países nunca se explica unívocamente por sus condiciones geofísicas, su dotación de recursos naturales o su infraestructura. Son el ingenio, las iniciativas y las posturas mentales de los hombres los que realmente hacen la diferencia y marcan el rumbo del futuro.