Hay populismo para rato

    Hay populismo de derecha, y hay populismo de izquierda. Si es que todavía izquierda y derecha significan algo. De un lado están los buenos, y del otro las élites corruptas. El populismo descree de las instituciones, como la justicia, los medios de comunicación, la burocracia estatal y muchas de las leyes, en especial cuando tienen que ver con temas fiscales o monetarios.
    Los populistas de derecha creen que existe “el pueblo” (del que forman parte) y los extraños, los extranjeros. Respaldan valores sociales tradicionales y son muy nacionalistas, especialmente en el campo económico.
    Hay también populistas de izquierda. “El pueblo” es exclusivamente la clase trabajadora. Los ricos son el enemigo. El Estado debe ser dueño de la propiedad, no los particulares. Muchas de estas ideas, en ambos casos, aportan más sustancia a la emergencia del populismo que la inseguridad económica identificada como causa principal.
    Desde siempre, la emergencia del populismo fue un claro indicador de profundas grietas en la sociedad de cada momento histórico. En la memoria más recientes, aparecen los “poujadistas” de mediados del siglo pasado en Francia, donde el movimiento liderado por la “la pequeña burguesía” reflejaba también la creciente ansiedad sobre el proceso industrializador, la modernización y el abandono de tradicionales modos de vida.
    Uno de los discípulos de Pierre Poujade fue el entonces joven Jean-Marie Le Pen, que siguió la lucha contra élites gobernantes que parecían cada vez más lejanas, y contra la aceleración en los cambios de todo orden.
    A principios de siglo, Le Pen sorprendió. En las elecciones de 2002 obtuvo el 18% de los votos, un porcentaje inédito e importante. Nadie imaginaba que ahora, en este 2017, su hija Marine Le Pen acumularía 35% de los sufragios en la primera vuelta electoral. Uno de cada tres votos emitidos, que perdieron los partidos tradicionales del centro derecha y de la centro izquierda.
    Lo que hace suponer que el fenómeno no es efímero y que, tras el interregno de Macron –otro “advenedizo” de la política que se alzó con la Presidencia de Francia– habrá que esperar más protagonismo de este movimiento.
    Pero el ejemplo francés solo sirve para demostrar la universalidad del populismo, y como sostiene David Goodhart –en su recién aparecido libro ‘The Road to Somewhere’– es un proceso que se desarrolla a lo largo de varias décadas.

    Síntomas y causas
    El interrogante que importa es: ¿cuál es la causa detrás de estos síntomas?
    Hay dos corrientes de pensamiento que se disputan la certeza en la respuesta.
    Una de ella, la más extendida –que sirvió para explicar el inesperado triunfo de Donald Trump en EE.UU. y su acceso a la Casa Blanca– sigue estos lineamientos. El populismo se origina en agudos conflictos sobre ingresos y recursos, potenciado por la creciente desigualdad. La llamada “Gran Recesión” de 2008, la desaceleración del crecimiento, la disrupción tecnológica con su amenaza de robotizar los empleos y de destruir negocios tradicionales, provocan el resurgimiento y la perdurabilidad de esta ideología poco elaborada.
    Para la otra visión, esta estrecha visión economicista no termina de convencer –aunque sí acuerda que se mantendrá como un actor duradero– y reclama otros ingredientes explicativos.
    Sostienen que el populismo creció antes de que se sintiera a fondo la crisis financiera, y citan que el populismo tiene presencia importante en países como Holanda o Austria, que figuran en el concierto mundial entre los que tienen tasa más baja de desempleo.
    Pero la explicación más original de este segundo grupo de opinión, cuyas tesis refleja muy bien Goodhart, apunta a que estas “rebeliones populares” evidencian un conflicto más profundo que ha pasado desapercibido, entre valores e identidad, que diluye la visión convencional sobre la redistribución económica, y la existencia misma de tradicionales partidos de izquierda y de derecha.
    El corolario es que hay dos bandos que se enfrentan cada vez con mayor intensidad. El primero es de los educados en la universidad, con una visión liberal, con profunda convicción en la movilidad social y que se identifican con una identidad cosmopolita.
    En el segundo grupo, en cambio, abundan los marginados, de pensamiento conservador, profundamente creyentes en una concepción de la identidad nacional y de sistemas y prácticas de vida que se han perdido o están seriamente amenazadas. Son ellos los que han forzado el ingreso a la visibilidad política en un conflicto que promete redefinir la conducta política convencional.
    Según Goodhart, el liberalismo ortodoxo fue resistido por los que veían amenaza en las nuevas formas de identidad y experiencia. Fue como una contrarrevolución silenciosa gestada a lo largo de las últimas tres décadas.
    Temas tradicionales de la derecha, como la inmigración y la seguridad, la ley y el orden, comenzaron a figurar en la agenda de este nuevo grupo, aunque por razones distintas. Un escenario propicio para una actitud ultra nacionalista, autoritaria y anti élite, que gestó un atractivo cóctel cultural y de proteccionismo económico.
    En suma, todo apunta a que habrá populismo para rato.

    Tesla, ¿la automotriz más valiosa del mundo?

    Estamos ya acostumbrados a que los líderes de la economía digital estén al tope del valor de capitalización de las empresas mundiales. Pero que la firma de Elon Musk valga más que GM o que Ford resulta, por lo menos, sorprendente.

    Algo para no olvidar: Tesla aún da pérdidas; las otras, utilidades en buena cantidad.
    El fabricante de coches eléctricos informó la venta de 25.000 unidades de sus versiones Model S y el Model X durante el primer trimestre de este año. Un aumento de 70% sobre las cifras del año pasado. Así fue como las acciones de la empresa aumentaron en 5% en el acto.
    En abril pasado, a Ford no le fue tan bien. Las ventas de marzo fueron poco alentadoras, con una caída mensual de 7%. De este modo, Tesla pasó a valer US$ 47.800 millones, mientras que el valor bursátil de Ford quedaba en US$ 44.900 millones. La automotriz de Elon Musk no quedó entonces lejos de GM, que era la primera, con un valor de US$ 50.500 millones, apenas a 6% de distancia. No hay que olvidar que, hace 10 años, Ford duplicaba en capitalización a Tesla.
    Finalmente en junio, Tesla llegó a la cabeza del pelotón. Su valor de mercado bursátil es ahora de US$ 60.000 millones, a pesar de que apenas fabrica 80.000 unidades anuales, frente a los 10 millones de GM. Claro que GM ganó US$ 9.500 millones el año pasado. En ese mismo ejercicio, Tesla perdió US$ 675 millones. Sin embargo, el valor bursátil de GM es de US$ 51.480 millones.
    Para tener otra dimensión: una acción de Tesla cuesta US$ 357. Una de GM, la décima parte, US$ 34. En el plano global, Tesla es –por su valor bursátil– la cuarta automotriz mundial, tras Toyota. Daimler y Volskwagen.
    El fabricante exclusivo de autos eléctricos está obligando a bailar con su música a los grandes competidores (el Modelo 3 de Tesla acaba de salir a la venta a finales de junio).
    Un techo solar, otra de Musk
    El fundador de Tesla y generador serial de negocios presenta ahora su techo solar hecho de tejas de vidrio con células fotovoltaicas incrustadas. Las variantes más bonitas se parecen mucho a la pizarra de las mansardas francesas, y, en realidad, esa fue la inspiración de motivó a Musk, quien tenía ese techo en su casa de infancia.
    La compañía de energía sostenible Tesla anunció que su revolucionario producto, el techo solar, ya acepta pedidos. Dos de los primeros modelos son de vidrio negro liso y texturado  y saldrán con un precio de US$ 21,85 por pie cuadrado. La «pizarra «toscana» y «francesa» se esperan para principios de 2018.
    Por US$ 65.000 una casa medianamente estándar podrá absorber energía solar con la confianza de lo que Musk llama “la garantía infinita”. Por ahora este techo es un juguete de Musk pensado para la gente rica y conservacionista. Hay algunos expertos que han tenido acceso al invento que dicen que no es ni muy buen techo ni almacena muy eficientemente la energía solar.
    La compañía explica en su página web que “el techo solar complementa la arquitectura del hogar mientras simultáneamente convierte la luz del sol en electricidad. Con una Powerwall integrada, la energía recolectada durante el día es almacenada y queda a disposición para cualquier momento, con lo que en realidad el hogar se convierte en un servicio personal. La energía solar se puede generar, almacenar y usar día y noche brindando energía ininterrumpida aunque se caiga la red”.