En el período, el efecto riqueza asociado a la mejora de los términos de intercambio y el impacto positivo de las correcciones aplicadas por la gestión Macri al arranque de su gestión sobre el dinamismo de los productores de bienes y servicios sectores transables, ayudaron a amortiguar ese efecto negativo. En tanto, que el mal desempeño de nuestro principal socio comercial (Brasil) jugó en sentido contrario, al limitar el dinamismo de las exportaciones.
La expectativa de recuperación, políticamente alentada para inicios del segundo semestre, se retrasó hasta el último trimestre. En particular, el nivel de actividad económica ensayó un piso recién hacia fines del tercer trimestre, que luego confirmó durante el último cuarto del año.
Sin embargo, como ya hemos establecido en el segundo capítulo, no se corrigió el históricamente alto y sostenido déficit fiscal, desequilibrio macroeconómico básico en el plano local, vía una racionalización del gasto corriente del sector público. Peor aún, durante el segundo semestre, el frente fiscal reincidió, cada vez en mayor medida, en el sesgo expansivo (el gasto primario creció mucho más rápido que los ingresos primarios)
En consecuencia, la expectativa, primero, y la propia recuperación que comenzó a verificarse hacia el último trimestre de 2016, después, repitió el patrón de los años previos: tracción del consumo y mayor dinamismo de la obra pública. Al tiempo que la consecuente apreciación del real y la falta de mayores avances en la reforma tributaria revirtieron buena parte de la corrección de precios relativos que se había producido a favor de los sectores productores de bienes y servicios transables al arranque de 2016. Erosionando márgenes de rentabilidad o competitividad, según sea el caso, y, consecuentemente, limitando su potencial dinamismo.
Veamos los datos. Durante los primeros seis meses de 2016 (junio 2016 vs diciembre 2015) el PIB medido a precios contantes de 2016 acumuló una contracción de 3%, que luego revirtió en forma parcial durante los seis meses subsiguientes (diciembre 2016 vs junio 2016, +1%) El saldo, diciembre 2016 vs diciembre 2015, quedó claramente en terreno negativo (–2%).
Como el piso se alcanzó hacia fines del tercer trimestre, cuando nos referimos a comparaciones interanuales, la peor nota se la lleva el segundo semestre. En particular, el PBI promedió un ritmo de contracción interanual de 1,7% durante la primera mitad del año y uno de –3,3% durante la segunda.
La historia es distinta en la escala trimestral. Las correspondientes tasas de variación interanual fueron de +0,6%, –3,7%, –3,8% y –2,8% real anual, respectivamente. En cambio, la comparación respecto del trimestre anterior (serie con ajuste estacional) arrojó variaciones anualizadas de –3,3%, –7,5%, –0,9% y +1,3%, respectivamente. Dejando en evidencia lo señalado previamente.
Consecuentemente, el nivel de actividad local habría promediado un ritmo de contracción interanual de 2,5% durante 2016, caída similar a la registrada en 2014 (–2,5%). Promediando un nivel de actividad 1,8% inferior al último máximo (2011).
Desde el punto de vista del gasto, se observa lo ya señalado: un fuerte deterioro de la demanda interna, que fue liderado por la inversión interna bruta fija y secundado por el consumo privado. En tanto, que el consumo público, en línea con lo señalado respecto de la falta de ajuste y el sesgo expansivo, jugó en sentido contrario.
Consecuentemente, la tasa de inversión interna bruta fija volvió a deteriorarse, promediando en 2016 un valor de 19,1% a precios constantes, que se ubicó levemente por encima del alcanzado en 2014 (19%), algo por debajo del guarismo de 2015 (19,6%) y que fue muy inferior al último máximo (2011, 21,1%) A precios corrientes también se profundizó la tendencia negativa de años previos, promediando dicha tasa un valor de sólo 15% durante 2016, más de 3 puntos por debajo del máximo alcanzado una década atrás (2006, 18,3%) y casi un punto por debajo del registro correspondiente a 2015 (15,8%).
En tanto, el dinamismo real de las exportaciones de bienes y servicios mejoró notablemente respecto de los años previos (+3,9% en 2016), cortando con una racha de cuatro caídas anuales consecutivas (2012–2015, caída acumulada de 14,4% en ese período). Aunque, siguió corriendo detrás del de las importaciones (+6% anual en 2016), razón por la cual, medido a precios constantes, continuó deteriorándose, el saldo o ahorro neto externo. Medido a precios corrientes, el desempeño fue mejor, pues los términos de intercambio continúan en niveles históricamente altos y, además, en 2016 mejoraron respecto de 2015.
Cae la tasa de ahorro interno
En este punto vale la pena resaltar que el mayor nivel de desahorro externo (medido a precios constantes) o su estabilidad (medido a precios corrientes), no sólo se está produciendo en el contexto de un nivel de términos de intercambio que continúan en niveles históricamente elevados (efecto ingreso extraordinario), sino además de caída de la tasa de inversión.
Es decir, es resultado de una reducción sostenida de la tasa de ahorro interno. En otras palabras, no estamos “capitalizando” ese nivel excepcional de términos de intercambio. Seguimos consumiéndolo. Esa tendencia característica de los años previos, no se revirtió en 2016.
Por el lado de la oferta local o producción, la caída fue liderada principalmente por los sectores productores de bienes (–5,6% anual), aunque varios de los sectores productores de servicios no los siguieron tan por detrás (–0,8% anual). Los sectores que registraron las mayores caídas anuales fueron la construcción, la industria, el sector agropecuario, las actividades de comercio al por mayor, menor y almacenamiento, las actividades inmobiliarias, empresariales y de alquiler y la intermediación financiera.
En el caso del sector agropecuario vale la pena subrayar que ya durante el último trimestre de 2016, el mismo comenzó a registrar variaciones interanuales positivas de la mano de la buena cosecha de trigo, la siembra de la cosecha gruesa 2017 y las relativas mejoras experimentada por los niveles de actividad de la ganadería vacuna y buena parte de las economías regionales. En tanto que, las actividades de comercio y la industria, redujeron perceptiblemente su ritmo de contracción interanual durante el mismo período.
De cara a 2017, es de esperar que la recuperación del nivel de actividad que comenzó a registrarse al cierre de 2016 se consolide y profundice, dando pie a una expansión de entre 2 y 3 puntos porcentuales. Las principales dudas, en tanto, pasan por la sustentabilidad de la misma, sin correcciones de fondo adicionales, más allá de las legislativas de octubre.
Es decir, la pregunta incómoda pasa por si estamos ante un nuevo rebote, como todos los que se han dado en los años impares (electorales) desde 2011 en adelante, o ante una recuperación capaz de transformarse en crecimiento sustentable.
Al respecto, el PBI per capita a precios constantes de 2016 habría sido casi un 7% menor que el de 2011 (último máximo). Léase, hace cinco años que la economía local se encuentra encerrada en un claro “serrucho” descendente. Es decir, no logra romper con una clara y sostenida tendencia de empobrecimiento.
En ese sentido, también es interesante observar que para que el PIB per capita promedie en 2019 un valor similar al máximo de 2011, el PIB debería crecer a un ritmo de promedio anual de 3,5% durante los próximos tres años.
Construcción
Entre la obra pública y el crédito hipotecario
De acuerdo al propio Ãndice Sintético de la Actividad de la Construcción (ISAC) elaborado por el INDEC, el nivel de actividad sectorial experimentó una contracción de más de 12% anual durante 2016, dado el mal desempeño de la demanda privada de inmuebles (vivienda, industrial y comercial) y de la obra pública.
De hecho, se convirtió en el sector con peor desempeño en 2016 dentro de los productores de bienes.
El ritmo de caída interanual se intensificó entre el segundo y tercer trimestre, para reducirse levemente en el último. Recién hacia fin de año comenzaron a registrarse las primeras variaciones intermensuales positivas (serie con ajuste estacional)
En el caso de la demanda privada, el encarecimiento del crédito y la falta de mejoras sustanciales en la oferta y condiciones, por un lado, y el deterioro de los niveles de ingreso real, por el otro, atentaron contra la demanda genuina de inmuebles (como vivienda) En tanto, que los altos rendimientos ofrecidos por los activos financieros en pesos impidieron que, aún a pesar de la fuerte reducción experimentada por las expectativas de volatilidad macroeconómica, la demanda especulativa de los mismos volviera con la fuerza de los años previos al CEPO.
En el caso de la obra pública, resalta el ajuste real que experimentó el gasto de capital del Sector Público Nacional no Financiero, el cual comenzó a revertirse hacia fin de año. En ese sentido, vale la pena resaltar que el consumo de asfalto, insumo fundamental de la obra pública vial, fue uno de los materiales de la construcción que mostró peor desempeño en 2016 (–18,4% interanual en primeros once meses) y también de los que más fuerte se recuperaron en el último trimestre del año.
Respecto del crédito hipotecario, hay que aclarar dos puntos:
A) el stock de este tipo de crédito al sector privado redondeó un retroceso real (deflactado por IPC) de 21,1% durante 2016 y su participación en el stock total de crédito al sector privado alcanzó en diciembre de 2016 el nivel más bajo desde la crisis de 2001–2002 (6,7%).
Es más, si bien comenzó a recuperarse en términos reales y respecto del mes anterior durante los últimos meses de 2016, lo hizo después de que los indicadores del mercado inmobiliario mostraran casi dos años de recuperación. En otras palabras, el crédito hipotecario no fue, hasta ahora, el factor dinamizador del mercado inmobiliario. Por el contrario, su incipiente repunte, fue una consecuencia de la recuperación del primero.
B) La creación de las UVI, luego rebautizadas UVA (Unidad de Valor Adquisitivo), para actualización de los depósitos y créditos en función del Coeficiente de Estabilización de Referencia (CER, en línea con IPC), se presentó inicialmente como un buen “bypass” para amortiguar los efectos negativos del ajuste monetario sobre la dinámica del stock de crédito hipotecario, hasta tanto se produzca la perseguida desinflación y la tasa de inflación se estabilice en niveles consistentes con la sustentabilidad macroeconómica.
Sin embargo, los depósitos a plazo en pesos “indexados” por CER no lograron mover el amperímetro. En particular, el correspondiente stock cerró el año en un nivel que equivalió a menos de 1% del stock total de depósitos a plazo fijo en pesos del sector privado. Consecuentemente, la oferta de este tipo de crédito quedó muy limitada.
Las cifras de producción y consumo de los principales materiales y las públicas y privadas de empleo sectorial, confirman esa evolución. Respecto de las primeras, vale la pena resaltar que durante 2016 el consumo de cemento portland a nivel local totalizó unos 10.822.732 toneladas, reduciéndose en un 10,7% del total 2015 y prácticamente retrotrayéndose a los niveles de 2014. En tanto, el índice Construya arrojó una caída de 15% promedio anual durante 2016.
Menos empleo
Las estadísticas oficiales indican que el nivel de empleo formal del sector, promedió una caída de 10% anual durante los primeros 10 meses de 2016. En tanto, fuentes privadas como el Instituto de Estadísticas y Registro de la Industria de la Construcción (IERIC), indican que la misma variable promedió un ritmo de contracción interanual de –11,2% durante el mismo período.
En tanto, los datos de escrituras en los dos principales mercados del país (CABA y Provincia de Buenos Aires), uno de los principales indicadores del mercado inmobiliario, mostraron un mejor panorama.
En particular, de acuerdo al colegio de escribanos de CABA durante los primeros once meses de 2016 se realizaron un 17,5% más de escrituras por actos de compra-venta respecto de igual período de 2015, luego de haber promediado un alza de casi 5% anual durante ese último año. Aun así, el número de actos de compra y venta de los primeros once meses de 2016 se ubicó casi un 33% por debajo del registro correspondiente al mismo periodo de 2011, dejando en evidencia que, si bien el mercado inmobiliario de la CABA se viene recuperando en forma sostenida desde los mínimos alcanzados en 2014, aún está muy lejos de lo que supo ser.
En el caso del colegio de escribanos de la Provincia de Buenos Aires el panorama es similar. En particular, el número de escrituras por actos de compra-venta se mantuvo estable en 2016 respecto de 2015, luego de haber redondeado un avance de casi 6% anual durante ese último año. Nuevamente, hay que destacar que el registro 2016 se ubicó casi 25% por debajo del correspondiente a 2011.
En tanto, el indicador adelantado por excelencia, la superficie “permisada” en los principales 42 municipios del país no permite ser demasiado optimista respecto al desempeño del componente privado de cara a lo que vendrá. En particular, el propio INDEC informó que durante los primeros once meses de 2016, registró un retroceso de 6,7%% respecto del mismo período de 2015. Durante ese último año la citada variable había redondeado un retroceso de 9,3%. En consecuencia, los metros cuadrados con permiso en 2016 se ubicarían más de un 33% por debajo del nivel alcanzado en 2011.
Las mayores esperanzas de corto plazo están puestas en la reactivación de la obra pública y lo que pueda derramar directa e indirectamente el régimen de sinceramiento fiscal. De cara al mediano/largo plazo y pensando en la demanda privada, vuelve a quedar en claro que el sector tiene pendiente la tarea de reformular sus soportes y la dinámica que hay detrás de ellos para lograr un sendero de crecimiento sustentable.
Lo cual, en buena parte, requiere de un esfuerzo sectorial por lograr un modelo de negocio más orientado a la construcción de viviendas como tales, y no como alternativa de inversión. Es decir, proyectos pensados para satisfacer las necesidades habitacionales.
Pero también de factores que exceden al sector como ser la estabilización macroeconómica y la recuperación del crédito hipotecario. El primero triplemente importante, porque es clave a la hora de incentivar el ahorro en pesos, la reducción del sesgo cortoplacista de los depósitos (fondeo sistema financiero) y cómo condición necesaria para el retorno del crédito hipotecario. El segundo, como única forma de permitir que las clases medias puedan acceder en base a su propio esfuerzo al sueño de la vivienda propia.
En el caso de los sectores de obras viales, de infraestructura y de los planes de vivienda, que en su conjunto están englobados por la obra pública, existe un enorme desafío para incrementar los niveles de eficiencia y asegurar que los mismos beneficien a quien realmente fueron direccionados originalmente. Dado el enorme retraso y, por lo tanto, necesidades insatisfechas o problemas de deterioro y congestión que se profundizaron en esas tres dimensiones (infraestructura, vial y vivienda) durante los últimos 12 años.
Respecto de los planes de vivienda, y a pesar del fastidio que genera su casi inevitable uso político, es importante subrayar que no hay otra forma de solucionar las necesidades habitacionales de los pobres. Es decir, mientras haya pobres seguirá habiendo planes. Para reducir su importancia, hay que bajar la pobreza de forma sostenible. Aunque, si es cierto que se puede mejorar mucho su diseño e implementación.
Agricultura
Distinta recuperación en los cuatro cultivos importantes
Los cultivos extensivos fueron de las actividades más favorecidas por el cambio de enfoque económico impulsado por la gestión Macri al arranque mismo de su mandato y también unas de las que enfrentaron los mayores cambios hacia su interior en el vector de precios y, consecuentemente, rentabilidades relativas.
En particular, nuestro índice de Precio Real Efectivo al Productor (PREP) de los principales cuatro cultivos extensivos (1993=1, ponderados en relación a su participación promedio en el área sembrada de la última década), un proxy del Tipo de Cambio Real efectivo de los mismos, mejoró significativamente entre 2016 y 2015 de la mano del ajuste de un ajuste del Tipo de Cambio Nominal entre el peso y el dólar.
Ajuste que se trasladó en parte al nivel de precios local y a los costos, precios internacionales expresados en dólares que tuvieron una dinámica mucho mejor a la inicialmente esperada, la eliminación de los derechos de exportación (DEX) en el caso del trigo, el maíz y el girasol y su reducción en el caso de la soja y sus derivados industriales, la supresión de los Registros de Exportadores (ROE verdes, que funcionaban como verdaderas cuotas de exportación) y la flexibilización de los plazos para la liquidación de las divisas asociadas, entre otras medidas.
Esa mejora fue mayor en el caso del maíz y del girasol y menor en el caso de la soja y el trigo. En el caso de la soja, la mejora relativamente menor se explica, justamente, por la decisión de política económica de aplicar, solo en este caso, una reducción progresiva, y no de una vez, de los DEX. En cambio, en el caso del trigo, fue resultado de la evolución de los precios externos.
Ese cambio de precios y rentabilidades relativas es un elemento fundamental a la hora de entender porque luego de varios años consecutivos de retroceso, durante la siembra 2016, el girasol y el maíz lograron incrementar su participación en el área total y la soja la redujo, luego de varios años de incremento sostenido.
Obsérvese que, si bien a fines de 2016 nuestro índice PREP promedio para los cuatro principales granos se ubicaba más de 35% por encima del mínimo de noviembre de 2015 (en línea con los mínimos de los años 90), sólo estaba levemente por arriba del promedio de la década de los 90 y bien por debajo del promedio de la última década, dejando en evidencia un panorama de márgenes que, si bien mejoraron respecto de esos niveles críticos, no se encuentran en una situación holgada en términos históricos.
Pasemos a los datos de producción. Desde el punto de los volúmenes cosechados de los principales cinco cultivos extensivos, el primer semestre estuvo marcado por las contracciones del trigo, la soja, el girasol y el sorgo, cuyo impacto negativo en el agregado, fue parcialmente compensado por el significativo incremento experimentado en el caso del maíz.
El caso de la soja
En el caso de la soja, las condiciones climáticas afectaron los rindes promedio por hectárea sembrada (–7,5% versus campaña anterior), razón por la cual, aún a pesar del incremento del área sembrada (+3,5%), la producción cayó en torno a 4,2% (casi 6.400.000 toneladas menos). Vale la pena resaltar que la superficie sembrada con soja marcó un nuevo máximo histórico en la campaña 2015/2016 (20.479.000 hectáreas según el Ministerio de Agroindustria), en tanto que el nivel de producción, aún a pesar del mencionado retroceso y como resultado de ese avance del área, obtuvo el segundo lugar en esos términos de comparación.
En el caso del trigo, el volumen de producción alcanzado en la campaña 2015/16 se redujo en casi un 19% (2.630.000 toneladas menos) respecto del ciclo precedente, como resultado de la combinación de una menor área sembrada (–17, 890.000 hectáreas menos) y menores rindes respecto de la campaña 2014/15 (–2,4%)
El volumen cosechado de girasol en 2016 también se redujo significativamente (–5,1%, 160.000 toneladas menos respecto de la campaña 2014/2015) de la mano de la menor área sembrada (–2% y 30.000 hectáreas menos respecto del ciclo previo) y la reducción de los rindes (–3,1%) En el caso del sorgo, la producción cayó 3,2% respecto de la cosecha previa aún a pesar de la mayor área sembrada (+1,2%), dados los menores rindes promedio (–4,4%).
El maíz fue claramente el caso inverso. De la mano de un fuerte incremento del área sembrada (+15% o 900.000 hectáreas más), potenciado por mayores rindes promedio por hectárea sembrada (+2,4%), la cosecha 2016 arrojó un volumen de 39.800.000 toneladas (+17,8% o +6.000.000 toneladas)
Consecuentemente, y valuados a los precios FOB promedio del período enero–agosto, la cosecha 2016 experimentó una reducción neta del valor de la cosecha anual de los principales cinco cultivos extensivos de US$ 171 millones, equivalentes a 0,5% del PBI sectorial registrado en 2016.
Ya durante el segundo semestre, la situación cambió. Primero de la mano de las siembras y después de la cosecha fina, en general, y del trigo, en particular.
Sobre lo primero, el área sembrada con los principales 16 cultivos extensivos (algodón, alpiste, arroz, avena, cártamo, cebada cervecera, centeno, colza, girasol, lino, maíz, maní, mijo, soja, sorgo y trigo) alcanzó un nuevo máximo histórico. En tanto, que la destinada a los primeros cinco cultivos extensivos (soja, maíz, trigo, girasol y sorgo) creció 2,5%, alcanzando las 34,9 millones de hectáreas (91% del total).
Hacia adentro se observó un significativo incremento del área sembrada con maíz, trigo y girasol y un retroceso de la de soja y sorgo. En particular, en el caso de los primeros tres hubo avances de 5,1%, 14,3% y 22,2%, respectivamente. En el caso de los últimos dos, hubo retrocesos de 3,3% y 1,2%, respectivamente.
A fines de 2016, ya comenzó a impactar positivamente un volumen de la cosecha de trigo que se incrementó un 46% o 5.200.000 toneladas más respecto de la campaña previa, apuntalado, además del área, también por mayores rindes (+19,5%). Valuados a los precios FOB puertos argentinos vigentes en diciembre de 2016, esas toneladas equivalen a US$ 884 millones (2,5% del PIB agropecuario 2016)
De cara a 2017 las perspectivas son buenas desde el punto de vista de los volúmenes de producción del maíz y del girasol, no así de la soja. En el caso del trigo son una realidad. La cual se vio empañada o profundizada, según corresponda, por los excesos hídricos de fines de 2016 y principios de 2017.
La duda, en tanto, está sobre qué tan significativa será la capacidad de derrame de esos mayores volúmenes sobre el resto de los sectores económicos locales, ya que la apreciación del tipo de cambio real y la falta de mayores avances en las cuestiones impositivas se tradujeron con el correr de los meses en una reducción de los márgenes de rentabilidad. Que como ya dijimos están en promedio en una situación mucho mejor a la que existía hacia noviembre de 2015, pero que aun así están ajustados en términos históricos.
Ganadería
Habrá leve mejoría en precios, mayor faena y menor retención
Durante el año 2016 los precios de la hacienda gorda crecieron, en términos nominales, desde enero hasta mayo. A partir de ahí se estabilizaron hasta septiembre y finalmente cayeron hacia el final del año.
Por Matías A. Sara (*)
Por ejemplo los novillos, la clásica categoría de referencia compuesta por machos castrados con peso superior a 430 kilos en pie, iniciaron el año promediando $ 22.4 por kilo en el Mercado de Hacienda de Liniers, alcanzó $ 28.7 en junio, para descender hasta $ 25.3 en diciembre.
Si consideramos la pérdida de valor del peso argentino, mediante ajuste por inflación usando el IPC de la CABA, los importes por kilo registrados en 2016 se ubicaron en términos reales en importes apenas inferiores a los de 2014 pero por encima de los de 2015.
Esta mejora en la cotización de la hacienda en 2016 respecto a 2015 puede explicarse en función de la menor faena registrada (–5%). Para explicar la similitud de precios en relación a 2014, año en que la faena fue superior a 2016 (+5%) habrá que considerar además una menor demanda. Esta merma en la demanda también explica que siendo las faenas de 2014 y 2015 casi idénticas, los precios de la hacienda hayan bajado (–7%) entre un año y el siguiente.
La menor faena de hembras es la principal responsable de esta reducción en la faena total, pero esta “retención de vientres” ha comenzado a perder fuerza desde agosto de 2016 y en noviembre ya superó la cota registrada en el mismo mes de 2015. Recordemos que las hembras bovinas pueden tener dos destinos: engordar y ser faenadas o incorporarse a un establecimiento de cría donde se produce hacienda de invernada. El valor de la hacienda de invernada suele ser determinante en esta elección.
En el mercado de invernada, los precios promedio de los terneros fueron a lo largo de la primera mitad de 2016 similares a los de 2014 y muy superiores a los de 2015. En este sentido puede haber operado el “efecto esperanza” impulsado por el cambio de gobierno y de política ganadera, pero a partir de julio la cotización del ternero comenzó a caer cada vez con mayor fuerza hasta cerrar el año en el menor valor de los 3 últimos años. Si bien no es el único factor que afecta a estos precios, es esperable que la mayor oferta de terneros, resultado de las buenas condiciones climáticas y las inversiones realizadas, debilite los importes recibidos por los criadores en 2017.
Si bien los últimos datos oficiales de stock bovino datan de principios de 2016, y no es posible conocer cuántos fueron los nacimientos y muertes durante el año, en función de la menor faena registrada en el transcurso de 2016 es esperable que 2017 muestre un incremento en el total de cabezas a escala nacional (+3%).
De este modo, por más que se mantenga en 2017 la misma tasa de extracción (cantidad de animales faenados sobre stock total) de 2016, la producción de carne crecerá. Es esperable que la faena de hembras sea superior a la de 2016 y más parecida a la de 2015, lo cual sumaría otro 2% al volumen total ofertado.
Sequías e inundaciones
Es preciso señalar que los fenómenos extremos y generalizados como las sequías o, menos frecuentemente, inundaciones, generan bajas en las cotizaciones de la hacienda. En ese sentido los 3 últimos años han sido buenos, pero la chance de enfrentar este tipo de eventos se estima mayor para el 2017.
En 2016 la exportación mejoró en comparación con 2015 (+5%), en especial si tenemos en cuenta que la producción total bajó, y registró volúmenes similares a los de 2014. Este efecto sobre la demanda de hacienda gorda es muy débil ya que sigue llevando una fracción muy pequeña de la producción total (<10%).
El valor del novillo de exportación medido en dólares se ubicó en 2016 por debajo de los registrados en los dos años previos y, si bien se mantiene más caro respecto al resto de los países del Mercosur que en 2014, ha mejorado su competitividad respecto a 2015.
En cuanto a los precios internacionales de la carne, es esperable que estos sigan bajando con el paso de 2017, a pesar de permanecer en un nivel históricamente alto. Los aumentos en la producción de carne en Estados Unidos y Brasil harán que el mercado mundial de carne esté mejor abastecido que los años previos mientras se espera una demanda constante que aprovechará la disponibilidad de mercadería para aumentar sus volúmenes y bajar sus costos.
Las ideas contenidas en los párrafos previos podrían condensarse de la siguiente manera:
Se espera que para 2017 los precios de la hacienda retrocedan levemente, pero sigan manteniéndose en un nivel históricamente alto. Esto ocurrirá merced a una mayor faena, la cual será impulsada por los mayores stocks y por la menor retención de vientres. Esta retención de vientres será menor como respuesta a los menores precios de la hacienda de invernada.
Dado que no se esperan grandes cambios en la demanda, la certeza de esta proyección está fundamentalmente determinada por las condiciones climáticas que se observen con el transcurrir del año.
(*) Técnico agropecuario. Asesor de empresas ganaderas.
Industria
Hora de profundizar los cambios
Pese al cambio que supuso un nuevo gobierno, en 2016 el sector tuvo otro año para olvidar, con una importante caída que también se reflejó en el nivel de empleo de la actividad que no logra recuperarse desde 2011 y obliga a una mirada más amplia para encontrar el sendero de crecimiento sustentable sin la necesidad de un shock de tipo de cambio.
Como lo muestra nuestra historia, estos shocks cambiarios sólo tienen un efecto positivo transitorio y no resuelven los problemas de fondo.
Concretamente, pese a los saludables cambios en el contexto económico local sucedidos durante el primer año de gestión de Cambiemos (devaluación, flexibilización del mercado cambiario, regularización de la deuda pública, apertura financiera y menor costo de fondeo), la actividad industrial no tuvo un buen desempeño y mostró una caída en torno al 4,5% i.a., una de las más fuertes de la última década.
Sólo superada por el derrumbe que tuvo en 2009 en el marco de la fuerte recesión global devenida de la crisis financiera de 2008. El pobre desempeño industrial del año pasado no es nuevo, pues desde 2011, cuando alcanzó el récord, la industria promedió una caída promedio del 2% anual acumulando una merma del 10% en los últimos 5 años.
Además de la magnitud, otra característica del desempeño industrial de 2016, fue que la caída resultó generalizada en todos los sectores y se reflejó en el nivel de empleo que registró una merma superior al 2% i.a., la más fuerte de los últimos años.
La industria, junto a la construcción (cayó más del 10% i.a.) fueron los sectores que peor performance tuvieron en 2016 y los que más contribuyeron a la caída de más de 2% del Producto Bruto Interno (PBI).
La tendencia declinante de la industria también se reflejó en el saldo comercial del sector ya que a pesar de producir cada vez menos, el déficit permaneció muy elevado. De hecho, explicado por la menor demanda desde Brasil, en 2016 las exportaciones industriales bajaron 20% y en los últimos 5 años se redujeron casi 50% al pasar de US$ 29.000 millones en 2011 a sólo US$ 16.000 millones en 2016, el nivel más bajo desde 2008. Si bien las importaciones del sector cayeron, lo hicieron a un ritmo mucho más moderado. El saldo comercial industrial en 2016 cerró con un rojo de US$ 30.000 millones, casi idéntico al de 2011, ubicándose entre los más altos de la historia.
Con este panorama de fondo se pueden destacar varios problemas que atraviesa la industria que le impiden despegar más allá de un rebote transitorio. Estos problemas se originan en cuestiones tanto de índole macroeconómica como microeconómica.
Tipo de cambio estancado
Entre las primeras, destacamos la falta de competitividad que le genera el actual tipo de cambio real, sólo suavizado por la notable apreciación que tuvo el real brasileño el último año. En este sentido, ante un contexto de ordenamiento económico y apertura financiera, el tipo de cambio real seguirá estancado debido al continuo ingreso de capitales que gozará el país en los próximos años, ya sea para financiar el déficit fiscal como flujos de inversiones del sector privado.
En otros términos, tal como venimos insistiendo: el atraso cambiario llegó para quedarse. Al él se suman las elevadas tasas de interés para acceder al crédito productivo y una excesiva burocratización a la hora de acceder a créditos blandos. A todo esto se suma una elevada presión tributaria.
Dentro de los aspectos microeconómicos, además de un pobre desempeño de la productividad debido al desacople de los salarios con los niveles de producción, también encontramos otros aspectos como la falta de una ley de defensa de la competencia que genere un marco equitativo y leal entre las grandes empresas y las Pymes y el duro golpe que le generaron la adecuación de las tarifas de luz y gas. El incremento de los costos en un contexto de fuerte contracción de las ventas fue letal para varias empresas pequeñas y medianas que no tienen acceso fluido al mercado de capitales tal como lo tienen las grandes.
Son muchos los desafíos y mucho lo que hay por hacer. Sin dudas mantener una economía sana es una condición necesaria pero no suficiente. El flujo de capitales es una oportunidad para atraer inversores que apuesten al sector productivo, generando más empleo y aumentando la demanda agregada.
Las reformas de segundo orden deben apuntar a mejorar la productividad a través políticas públicas que aseguren la previsibilidad permitiendo el acceso a financiamiento más barato para la concreción de nuevos proyectos. El gobierno debe avanzar en la reforma tributaria para aliviar la presión impositiva del sector (en este sentido, buscar reducir los impuestos al trabajo es un buen indicio), acelerar acciones concretas para la defensa de la competencia (no quedar en el mero estudio de los casos) y consolidar el proceso de desinflación iniciado a mediados del año pasado.
Con este diagnóstico, el gobierno de Cambiemos tiene el desafío de articular una política para lograr poner a la industria en un sendero de crecimiento estable que le permita recuperar el terreno perdido en los últimos años. No es momento de retroceder sino de profundizar los cambios.
Economías regionales
Mejor escenario, pero falta mucho
Con una devaluación nominal de casi 60% frente al dólar y la eliminación de retenciones a las exportaciones la intuición nos dice que las economías regionales tienen que estar mejor que hace un año. Y por suerte lo están, aunque todavía muchas siguen sufriendo y el camino hacia una recuperación plena todavía no está completo.
Hablando de lo que tradicionalmente conocemos como economías regionales, y excluyendo cultivos extensivos como los granos, el monitoreo de las exportaciones de 24 productos primarios que se producen a lo largo y ancho de nuestro país y la comparación del acumulado a octubre de este año con el mismo período de 2015 nos permite observar lo siguiente: 1) a octubre de 2016, 10 rubros exhibían subas en los volúmenes despachados al exterior y 14 bajas. El año pasado y para el mismo lapso las bajas alcanzaban a 18 de estos productos mientras que sólo crecían 6. 2) 13 de los productos que mostraban disminuciones en cantidades exportadas en 2015, ahora continúan cayendo pero menos y 3) 5 de los que se contraían ahora crecen.
Es decir, están mejor, pero todavía falta mucho. Entre los 4 factores que ayudaron figuran:
1) una mejora del Tipo de Cambio Real Multilateral (ITCRM) del 13,7% versus una apreciación del 22% que enfrentaron durante 2015;
2) la mencionada eliminación de las retenciones a las exportaciones que promediaban 5 puntos para este tipo de productos;
3) una reducción del costo salarial en dólares del 17% contra el aumento del 9% que se dio en 2015 y;
4) una reducción del 21% en el flete camionero en dólares (para 300 km) cuando el anteaño pasado se habían encarecido un 12%. Obviamente estos dos últimos factores ayudaron más a aquéllas que exportan la mayor o gran parte de su producción. Claro, con una inflación menor, o una devaluación mayor, o ambas, la recuperación habría sido más contundente.
Genuina competitividad
El problema es que mientras que la inflación y nuestros costos internos sigan su camino, y en la medida en que el ritmo de depreciación del tipo de cambio nominal sea igual o menor en 2017, la situación de las economías regionales no mejorará demasiado en el mediano plazo hasta que el gobierno pueda reforzar los pilares fundamentales de una competitividad genuina.
Estos pilares son la mejora en la infraestructura de transporte y logística, una reforma tributaria que suprima impuestos distorsivos anti exportación acompañada de menor carga fiscal, y una mayor penetración del crédito en el sistema productivo. En este sentido el paraguas de la devaluación originada por el sinceramiento post cepo, hasta que estos pilares puedan erigirse plenamente, es bastante chico y repele menos agua de lo que hubiera sido deseable.
Y es que en algunos de estos aspectos fundamentales 2016 presentó retrocesos. La devolución del IVA a las exportaciones habría sido sólo un magro 0,7% de la recaudación neta de este tributo (en 2015 fue de 1,2%). En lo que se refiere a la inversión pública, y como fue la variable de ajuste para no empeorar todavía más el déficit consolidado, los Gastos de Capital de Nación más Provincias pasaron del 4,9% del PBI al 4,1%; reduciéndose casi un punto porcentual en relación al tamaño de la economía.
Y aunque el gobierno nacional hizo un esfuerzo asumiendo el importante costo fiscal que significó la supresión de retenciones, las provincias en donde en definitiva se encuentran las economías regionales no acompañaron con medidas tendientes a fortalecer su competitividad. El nivel de presión fiscal de las provincias se mantuvo sin modificaciones en unos 5,4 puntos del PBI.
Es entendible que en un año no se puede revertir el daño de la política anti producción y anti exportación del gobierno anterior. Los números así lo evidencian. Lo importante es no perder el norte de las reformas necesarias y tratar de que la coyuntura no las retrase. El retorno de los reintegros a las exportaciones de algunos productos regionales anunciado esta semana ayuda, pero en la medida que sólo sea una medida transitoria que no posponga la corrección de las deficiencias estructurales mencionadas. Estamos mejor, pero todavía falta mucho. A no distraerse.
Pablo Piacentini
Servicios
A la espera de un impulso genuino
De acuerdo a nuestras estimaciones el nivel de actividad agregado del sector servicios mostró un relativo mejor desempeño respecto de los sectores productores de bienes durante 2016, ya que el primero registró un ritmo de contracción promedio anual de –0,8% y el segundo hizo lo propio en –5,6%.
Buena parte de esa diferencia del dinamismo se debe al impacto directo del sector público, que tiene mayor participación entre los servicios y cuyo nivel de gasto corriente, como ya señalamos, jugó un rol anticíclico durante el período bajo análisis.
En particular, la administración pública y los servicios de educación y salud fueron junto a las actividades de transporte, almacenamiento y comunicaciones los únicos subsectores cuyos niveles de actividad experimentaron variaciones interanuales positivas y significativas durante 2016. En el primer caso, la tasa de expansión promedio anual fue de 2,3% y en el segundo de 2,4%.
En el caso de la Administración Pública, la Salud y la Educación resalta el impulsó estatal, ya que según los propios datos del Ministerio de Trabajo de la Nación el nivel de empleo público asalariado y registrado redondeó un avance interanual de 2,8% durante los primeros diez meses de 2016, frente a un nivel de empleo privado asalariado registrado que se contrajo en torno a 0,7% anual durante el mismo período.
En el caso de transporte, almacenamiento y comunicaciones vale la pena resaltar que el impulsó vino por el lado del transporte de pasajeros y las comunicaciones, ya que el transporte de cargas tuvo un mal desempeño de la mano de la caída de los volúmenes producidos por la industria, el agro y la construcción, sus principales demandantes. Al respecto, los datos oficiales indican que el nivel de empleo privado formal del sector promedió un avance de 0,7% anual durante los primeros diez meses de 2016.
En cambio, el nivel de actividad asociado a los servicios personales, sociales y profesionales y el servicio doméstico experimentó una caída de 1,8% anual durante el período bajo análisis.
En el caso del sector de servicios de turismo y esparcimiento, el nivel de actividad agregado promedio de 2016 se ubicó prácticamente al mismo nivel que 2015, manteniéndose en torno a máximos históricos (2011 y 2015).
Las actividades de comercio mayorista y minorista, que incluye las actividades de comercio exterior, sufrieron como resultado del ajuste que sufrió el nivel de consumo privado y la inversión, por el lado de la demanda, y los menores volúmenes producidos por el agro y la industria, por el lado de la oferta.
En tanto, el mayor volumen de comercio exterior ayudó a amortiguar la caída. En consecuencia, el correspondiente nivel de actividad cayó 2,7% durante el año pasado.
Las actividades de intermediación financiera fueron otros de los subsectores que sufrieron como consecuencia del mal o mediocre desempeño de la mayor parte de sus demandantes. Vela la pena resaltar que el stock de crédito y de depósitos medido a pesos constantes se contrajo en términos reales durante todo 2016. En consecuencia, su nivel de actividad se redujo –4,4% durante el año pasado.
Por último, las actividades empresariales, inmobiliarias y de alquiler registraron una caída de –2,6%. El sector inmobiliario fue la excepción, ya que profundizó la recuperación iniciada en 2015, favorecido por la eliminación del cepo y la reducción de las expectativas de volatilidad macroeconómica, y compensó el mal desempeño del resto de las actividades englobadas en ese subsector.
Que sufrieron de la mano del mal desempeño que supuso para la demanda de sus servicios el deterioro de los niveles de actividad de los sectores productores de bienes, del comercio y de la intermediación financiera.
De cara a lo que vendrá, está claro que el aporte del alto dinamismo del gasto público deberá ser remplazado por un impulso más genuino proveniente de la demanda intermedia de los sectores productores de bienes transables, ya que la necesidad de consolidación fiscal limita el dinamismo de ese primer factor en forma drástica. Por lo tanto, será clave el desempeño de la construcción, la industria y el sector agropecuario.
Empleo
Sin recetas mágicas
La situación laboral se deterioró en forma sostenida entre 2011 y 2015, y 2016 no fue la excepción. Así surge, al cierre de esta edición, de los últimos datos disponibles de la Encuesta Permanente de Hogares elaborada por el INDEC y referidos al tercer trimestre de 2016. Confirmaban que los datos habían sido manipulados en la última etapa de la gestión Kirchner.
La tasa de actividad del tercer semestre de 2016 se ubicó en torno a 46%. Es decir, menos de la mitad de la población urbana total trabajaba o buscaba activamente trabajo durante ese período, piráticamente el mismo resultado que se registró hacia el tercer trimestre de 2011 (45,9%).
Ese guarismo es relativamente bajo en términos internacionales y ahí reside buena parte de la explicación de porqué es tan alta la presión tributaria sobre aquellos que trabajan. Vale por ejemplo observar que, si se considera sólo la población mayor de 14 años, la tasa de actividad local se ubica en 57,7%. En Canadá, Australia y EEUU el 62% de la población de 15 años o más es activa económicamente. En Brasil más de 61% de la población de más de 14 años de edad trabaja o busca trabajo activamente. En Chile, México y España ese mismo guarismo se ubica levemente por debajo de 60% y en toda la Unión Europea lo hace en torno a 58%.
Durante el mismo trimestre y siempre de acuerdo a la EPH, la tasa de empleo, es decir el porcentaje de la población urbana que tiene un empleo, se ubicó en torno a 42,1%, unos 0,6 puntos porcentuales por debajo del registro correspondiente al tercer trimestre de 2011 y 0,1 puntos menos que el correspondiente al mismo cuarto de 2015. En consecuencia, la población ocupada total experimentó un incremento de 0,9% durante el tercer trimestre de 2016. En línea con el ritmo promedio anual registrado entre el tercer trimestre de 2011 y el mismo cuarto de 2016 (+0,9%).
De lo dicho surge que el incremento de la población desocupada fue el resultado esperable de la combinación de una tasa de actividad o participación que se mantuvo prácticamente constante y una población ocupada que creció por debajo del ritmo de crecimiento de la población.
Al respecto, la tasa de desempleo abierto se ubicó en torno a 8,5% durante el tercer trimestre de 2016, frente a un guarismo comparable de 7% para el mismo trimestre de 2011 y de 8,3% (corregido) para el mismo cuarto de 2015. Para ponerlo en otros términos, el número de personas mayores de 14 años que buscó activamente un trabajo y no lo consiguió se incrementó un 3,8% interanual durante el tercer trimestre de 2016, ritmo inferior al promediado entre ese período y el mismo cuarto de 2011 (5% anual).
La conclusión es que en 2016 el desempleo se incrementó porque la economía no creó los suficientes puestos de trabajo. La demanda de empleo corrió detrás de la oferta. Lo mismo que viene ocurriendo desde 2011. Pues, básicamente, desde ese año la economía argentina no logra consolidar un sendero de crecimiento sostenido.
Pero aún, si bien hemos alternado subas y bajas, la tendencia fue claramente negativa. Y para colmo de males, en una economía que se caracteriza por tener una regulación laboral muy rígida y con altos costos laborales en sentido amplio (los efectivos y los contingentes).
Obsérvese que de lo dicho en los párrafos precedentes se desprende que entre 2011 y 2016 e, incluso, entre 2015 y 2016, tuvimos, por un lado, un nivel de actividad económica estancado o en leve caída y, por el otro lado, un nivel de empleo en alza. Alza que se quedó corta frente a la de la población, también es cierto. ¿Cuál es la explicación?
La respuesta es una combinación de, por un lado, crecimiento relativo del empleo público, es decir funcionamiento del sector público como una agencia de empleo y, por el otro, deterioro de las condiciones laborales y aumento de la informalidad.
Al respecto, los datos del Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social (MTEySS) indican que el nivel total de empleo formal acumuló un avance de 0,3% entre noviembre de 2016 y el mismo mes de 2015. En tanto, el nivel de empleo formal en el sector privado creció sólo 0,2% durante dicho período, frente a un nivel de empleo formal en el sector público que redondeó un alza de 0,7% en dicho período.
En tanto, si la comparación se realiza respecto a noviembre de 2012 se observa que el empleo formal en el sector privado acumuló un alza de sólo 3,9%, frente a un empleo público que hizo lo propio en un 17,3%. Razón por la cual, el último pasó de representar 24% del empleo formal total en noviembre de 2012 a cerca de 26% cuatro años después.
La situación se clarifica aún más si analizamos la composición del empleo formal del sector privado y si vemos lo que ocurrió con el empleo informal.
Empleo formal e informal
Respecto del sector privado, y siguiendo nuevamente a los datos del MTEySS, el nivel de empleo asalariado registrado (formal) en el sector privado registró en noviembre de 2016 una contracción de 1,1% interanual frente a un universo conjunto de trabajadores autónomos, monotributistas y dependientes de casas particulares que hizo lo propio en un 3,6%.
Si la comparación se realiza respecto de noviembre de 2012, los incrementos acumulados se ubican en 1,8% y 9,9%, respectivamente.
Respecto del empleo informal, la EPH informa que durante el tercer trimestre de 2016 los asalariados representaron sólo 75,4% del total de ocupados y que 33,8% de ellos eran informales (no se les practicaba el correspondiente descuento jubilatorio).
Dicho de otra manera, 50,1% ocupados eran cuentapropistas o informales. Y muchos de esos cuentapropistas eran en realidad asalariados informales “camuflados”. En el tercer trimestre de 2015 los cuentapropistas habían representado 24,6% de los ocupados y los asalariados informales habían hecho lo propio en torno 33,1% de los asalariados totales. Léase, 49,6% de los ocupados eran informales o cuentapropistas. Ese guarismo se incrementó 0,5% durante esos 12 meses.
El sinceramiento estadístico, fundamental y siempre valorado, confirmó, también en el caso del mercado de trabajo, buena parte de lo que los analistas venían señalando para el período 2011-2015. Lo que permitió sincerar el diagnóstico. Pero, como era y es evidente, con eso no alcanzó para modificar la suerte del mercado laboral en 2016, que sostuvo la tendencia de los años previos.
En particular, de lo dicho previamente se desprende que el desempleo creció en forma sostenida desde 2011 como resultado de una demanda de empleo que fue menos dinámica que su oferta, aún a pesar de haber estado apalancada por el sector público.
El incremento del desempleo no fue mayor, porque el aumento de la informalidad y el cuentapropismo amortiguaron el impacto negativo derivado del mal desempeño del nivel de actividad económica.
De cara a 2017, no hay recetas mágicas. Para lograr una mejora genuina de la situación del mercado laboral, hay que conseguir una reducción de los niveles de desempleo en el contexto de un incremento de la formalidad y una menor participación del cuentapropismo. Es necesario, por un lado, consolidar un proceso y una expectativa de crecimiento sustentable y, por el otro, mejorar la regulación laboral y reducir la presión impositiva sobre el empleo formal. Esto último con el objetivo de maximizar la denominada “elasticidad empleo–PIB” O, lo que es lo mismo, la traducción en nuevos puestos de trabajo de cada punto de crecimiento del nivel de actividad.
La reforma laboral que se viene
El flamante ministro de Hacienda tiene un desafío: que la Argentina logre ganar competitividad. No quiere ajustar vía tipo de cambio (dólar). Apunta a disminuir la carga impositiva, reducir el costo del endeudamiento, aumentar la infraestructura, reducir los costos de transporte y hacer lo posible para generar más energía (a bajo costo), entre otras cuestiones.
Por Amílcar Collante (*)
Quizá el ítem más importante dentro de ese conjunto de objetivos sea la reducción de la carga impositiva. Y especialmente la que tiene que ver con el costo laboral. Dentro del cual se encuentran las cargas sociales, aportes a la seguridad social, pagos a la ART, el elevado costo de la litigiosidad laboral, seguros, etc.
La problemática vinculada a la carga impositiva laboral es la elevada informalidad de los trabajadores argentinos. Llega a 34 % del total. Y debemos considerar que Argentina tiene un 8,5% de desempleo (según el INDEC en el tercer trimestre del año 2016)
Un reciente informe de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) muestra que Argentina es el país con mayor carga laboral de la región con 34,6%. Mientras que el promedio de Latinoamérica y Caribe llega a solo el 21,7%. En Sudamérica, Brasil es uno de los países de mayor carga laboral con un 32,2% muy cerca de Argentina. Y Perú solo tiene un 17,5% de impuestos al trabajo.
¿Cuánto del sueldo (bruto) es impuesto al trabajo? La carga laboral en Argentina en términos de un sueldo bruto es, en un 34% del total, soportada por el empleador. Y en un 17% por el empleado. Esto quiere decir, que uno de cada dos pesos de sueldo bruto de un trabajador Argentino se va en costo impositivo laboral. Y que uno de cada tres pesos de sueldo bruto son cargas que paga el empleador.
¿Cómo atacar el problema? Al momento de tomar decisiones de política económica, observando el elevado costo de Argentina, todos los caminos parecen conducir a reducir los impuestos al trabajo. No obstante, un estudio económico elaborado por el CEDLAS (Centro de Estudios Distributivos, Laborales y Sociales –UNLP) en 2010, sobre el impacto en el empleo de la reducción en la carga impositiva laboral para Argentina (periodo 1995–1999), muestra que no hay efecto significativo sobre la misma.
Sistema de seguridad social e informalidad. Respecto a la informalidad y las cargas sociales, hay un problema complejo que pasa por el desfinanciamiento del sistema de seguridad social. Al tener alta informalidad, las cargas sobre el asalariado (formal) es un porcentaje mucho mayor. A su vez el riesgo de bajarlas, es que caigan los ingresos del sistema de seguridad social. Y que las medidas lleven a un déficit mayor de la ANSES.
Hay que tener en cuenta que según la AFIP, la recaudación por aportes y contribuciones a la seguridad social sumó un total de $ 723.900 millones en 2016. Esto representa 34,9% del total de los recursos recaudados por la dependencia. Por ello, cualquier modificación impacta de lleno en las metas fiscales.
Por ello, si se establece una reforma laboral debería apuntarse en primer lugar a dar un incentivo al “blanqueo” del personal nuevo. Y luego la reducción de la carga debería darse progresivamente. Con un monitoreo muy detenido sobre cuál es la reacción que tiene esta medida sobre las variables empleo formal y la tasa de desocupación.
Es prioritario que si se reducen los aportes se establezca este beneficio para un rango etario de jóvenes entre 18 y 25 años. Para incentivar el primer empleo. Es clave que los jóvenes se inserten en el mercado laboral formal.
En el plan del Gobierno, el Estado se haría cargo de los aportes patronales de las empresas que generen empleo nuevo durante tres años. Por salarios brutos de hasta $ 12.000 pesos. Asimismo, en este “blanqueo laboral” se facilitaría el acceso al mercado de trabajo de ciudadanos que están dentro de planes asistenciales de trabajo. En el cual el Estado funcionaría como nexo entre mercado formal y el asistencialismo actual.
Vale recordar la última experiencia en materia de reducción de aportes en Argentina. Este se realizó en el año 2014 (año recesivo). Sin embargo, no se observó una reducción del trabajo informal. También debe acompañar la economía para llevar a cabo estas reformas. Probablemente en 2017 Argentina deje atrás al proceso recesivo. Y el PBI vuelva a crecer a una tasa moderada (del 3%/3,5%). Obviamente que cualquier medida de reducción impositiva puede tener otro efecto en un marco de una recuperación económica.
Como toda decisión tendrá su costo político, más aun en un año electoral. Será clave como se haga la búsqueda de consenso en el Congreso y con la oposición. Para llevar a cabo las modificaciones que se requieran para implementar el “blanqueo laboral”.
(*) Economista (UNLP). Miembro de CESUR. Docente en UCALP.