Cómo se arma el modelo del nuevo orden internacional

     

    A Trump le satisface la idea de desmantelar el sistema de alianzas de Estados Unidos y dejar a Europa indefensa ante la agresividad de Putin. Las democracias afrontan sus propias insurrecciones populistas y los demagogos europeos celebran el triunfo de Trump. Pero quienes celebran estos triunfos deben advertir que los riesgos son grandes.
    Ivo Daalder, presidente del Chicago Council on Global Affairs y ex embajador de Estados Unidos ante la Otan, junto a Robert Kagan, analista del programa Foreign Policy de Brookings Institution desarrollan también una advertencia al nuevo Gobierno en formación sobre los riesgos del aislacionismo beligerante del America First. Estados Unidos, dicen, no puede darse el lujo de poner fin a su rol de líder internacional. Exponen sus razones en una de las últimas ediciones de Foreign Policy.
    La estrategia económica, política y de seguridad que Estados Unidos adoptó durante más de 70 años fue atacada durante la campaña presidencial por representantes de los dos partidos mayoritarios y también por grandes segmentos de la población. Pero Estados Unidos juega un papel fundamental como soporte del entorno internacional y del cual los estadounidenses se benefician enormemente.
    Parece haber muchos estadounidenses que ya no valoran el orden liberal internacional que Estados Unidos creó después de la Segunda Guerra Mundial y sostuvo durante toda la Guerra Fría y más allá. O tal vez no ven el rol fundamental que tiene su país como soporte del entorno internacional del cual ellos mismos se benefician tanto. La impresionante prosperidad que permitieron los mercados libres y abiertos en el comercio internacional; la difusión de la democracia y la ausencia de grandes conflictos entre las grandes potencias. Todos esos grandes logros dependieron de la sostenida participación de Estados Unidos en el mundo. Y sin embargo, políticos en ambos partidos agitaron ante los ojos del público la visión de Estados Unidos liberada de la carga del liderazgo.
    Lo que esos políticos no dicen –tal vez porque no lo entienden ni siquiera ellos– es que el precio de terminar con ese compromiso va a ser más alto que sus costos, opinan los autores.

     

    Enormes desafíos

    El orden internacional creado por Estados Unidos hoy enfrenta desafíos más grandes que en ningún otro momento desde la Guerra Fría. El ascenso de poderes autoritarios en Asia y Europa amenaza con debilitar las estructuras de estabilidad que han mantenido la paz desde 1945. Rusia invadió Ucrania y tomó parte de su territorio. En el Sudeste asiático, China busca cada vez más agresivamente controlar los pasajes marítimos a través de los cuales fluye el comercio global. En Oriente Medio, Irán busca hegemonía apoyando al Hezbollah y a Hamas y la sangrienta tiranía de Siria. El Estado Islámico controla más territorio que cualquier grupo terrorista de la historia e impone con brutalidad su visión del Islam atacando objetivos en todo el Oriente Medio, Noráfrica y Europa.
    Ninguna de esas amenazas va a desaparecer. Estados Unidos tampoco va a quedar afuera si colapsa el orden internacional como ocurrió dos veces en el siglo 20. En el siglo 21 los océanos no dan seguridad a nadie. Tampoco los paredones en las fronteras. Tampoco que Estados Unidos se aísle de la economía internacional ignorando acuerdos comerciales y poniendo barreras al comercio.
    En lugar de seguir el irresponsable consejo de los demagogos (dicen los autores), se debe restaurar un consenso bipartidario de política exterior para renovar el liderazgo global de Estados Unidos. A pesar de las predicciones de un mundo post americano, las capacidades de Estados Unidos deben seguir siendo importantes.
    La economía estadounidense sigue siendo la más dinámica del mundo. Esa famosa frase “el ascenso del resto del mundo”, la idea de que Estados Unidos está siendo sobrepasado por economías como Brasil, Rusia, India y China, ha demostrado ser un mito. El dólar sigue siendo la moneda de reserva internacional y toda la gente del mundo busca invertir en Estados Unidos y aprender allí las habilidades empresariales para ayudar a sus debilitadas economías. Las instituciones estadounidenses de altos estudios siguen siendo las mejores del mundo y atraen estudiantes de todos los rincones del mundo. Los valores políticos que representa Estados Unidos siguen siendo fuertes fuerzas de cambio.
    Incluso en un momento en que resurge la autocracia, las demandas populares por mayor libertad se escuchan en Rusia, en China, en Irán y en todas partes, y todas esas personas miran hacia Estados Unidos en busca de apoyo moral y material.
    Estados Unidos tiene más de 50 aliados y socios en todo el mundo. Rusia y China, juntas, tienen apenas un puñado.
    Para los autores, lo que Estados Unidos debería hacer es aprovechar sus fortalezas y dar un tipo de liderazgo que muchos buscan y que el pueblo de EE.UU. pueda aceptar.

     

    Nueva estrategia de liderazgo

    Lo que sigue es fruto del trabajo de los autores bajo los auspicios del Foro Económico Mundial, con grupos y representantes de los dos grandes partidos, que acordaron amplios lineamientos comunes para una nueva estrategia del país en el mundo. No son novedad absoluta, pero deben ser adaptadas y actualizadas para afrontar las demandas del presente.
    En primer lugar hay que fortalecer la economía internacional de la que los estadounidenses derivan muchas de sus beneficios. O sea, aprobar acuerdos comerciales que fortalezcan los lazos entre Estados Unidos y las grandes economías de Asia y Europa.
    A pesar de lo que digan los demagogos, los estadounidenses tienen mucho que ganar con el Acuerdo Trans Pacífico. También hay que reformar las instituciones internacionales existentes, como el FMI, para a dar a China mayor participación. También trabajar con instituciones nuevas como el Asian Infrastructure Investment Bank para que refuercen y no debiliten las normas económicas liberales.
    La revolución en energía, que ha hecho de Estados Unidos uno de los principales proveedores del mundo, ofrece otra oportunidad grande. Con una adecuada combinación de políticas, el país podría ayudar a sus aliados en Europa y Asia a diversificar sus fuentes de suministro y reducir su vulnerabilidad a la manipulación rusa.
    Países como Rusia e Irán que dependen fuertemente de sus exportaciones de hidrocarburos se debilitarían y también el cartel de la OPEP. El resultado general sería un aumento relativo del poder estadounidense y la capacidad para sostener el orden.
    El mundo ha llegado a reconocer que la educación, la creatividad y la innovación son la clave de la prosperidad y muchos ven a Estados Unidos como líderes en esas áreas. Muchas naciones quieren entrar al mercado estadounidense. Empresarios de todo el mundo buscan crear sus propios Silicon Valleys al estilo estadounidense. El país necesita más inmigrantes que lleguen en busca de nuevas oportunidades para sus familias.
    Finalmente, lo que más necesita hacer Estados Unidos es tranquilizar a sus aliados de que va a respaldarlos en caso de que sufran agresión. Los posibles adversarios deberían saber que les conviene más sumarse al orden internacional que agredirlo. Esto implica aumentar el gasto en defensa y en todas las otras herramientas de asuntos internacionales. Todos los esfuerzos están relacionados y quedará a cargo de los líderes políticos ver cómo los ensamblan: cómo el comercio asegura la seguridad, cómo el poder militar afianza la prosperidad y cómo el acceso a la educación norteamericana fortalece el mundo libre.
    Por encima de todo, hay que recordarles a los estadounidenses lo que está en juego. Muchos millones en todo el mundo se han beneficiado de un orden internacional que elevó los estándares de vida, que abrió sistemas políticos y preservó la paz general. Pero ninguna nación se benefició más que Estados Unidos y ningún pueblo más que sus habitantes. Y ninguna nación tiene un papel más importante que jugar para preservar este sistema para las generaciones futuras.

     

    La otra versión

    Se insinúa un nuevo modelo de relaciones internacionales

    No es un demasiado aventurado suponer que ahora que Donald Trump promete deslindarse de las responsabilidades globales que siempre asumió Estados Unidos, Xi Jinping esté dispuesto a tomar la posta. El mandatario chino nunca había hecho acto de presencia en la reunión de líderes anual en Davos, y ahora va a estar en la que se celebrará este mes de enero.


    Xi Jinping

    A veces las analogías históricas son procedentes. Las revoluciones que sacudieron el sistema político del viejo continente europeo en 1848, aunque no lograron desplazarlo, tienen un parecido con el populismo que gritó por todas partes en 2016. Pero los enojados de hoy toman el poder yendo a las urnas.
    El panorama que dejó en Gran Bretaña el triunfo del Brexit y en Estados Unidos el de Trump es diferente de aquel que, al terminar la Segunda Guerra Mundial daba al ciudadano una cierta cuota de previsibilidad y de orden. El poder, hoy, es algo diferente.
    Quien votó a favor de Donald Trump no lo hizo por lo que dijo: en verdad lo movió votar en contra “del establishment liberal que en alianza con el sistema financiero y las grandes corporaciones” los dejan cada vez más pobres y sin empleos.
    Nadie sabe –ni los que lo votaron ni los que no– lo que va a hacer el presidente electo de Estados Unidos, pero muchos “temen lo peor”. Ninguno de los tweets que han salido de la Trump Tower después de las elecciones dan tranquilidad a quienes esperan que una vez en el salón oval suavice un poco sus posiciones.
    En política exterior Trump cree que el multilateralismo es para débiles. Las alianzas y las reglas que rigen para todos los países no son para los fuertes. En su geopolítica no hay iguales. Estados Unidos sigue siendo la única superpotencia y punto de referencia para la política exterior de todos los demás países del mundo. Y como empresario que es, ya ha dicho que va a vender caro su poder y su ayuda.
    Eso, tal vez, explica la presencia de Xi Jinping en Davos. Si el Presidente estadounidense termina con la Pax Americana de la posguerra para imponer en el comercio y en las políticas de seguridad la ley de “América Primero”, es momento de volver a proponer a los líderes del resto del mundo el nuevo modelo de relaciones internacionales que propone China e intentar cambiar el orden liberal de Occidente.
    En ese nuevo orden, China aspira a llevar la antorcha del Gobierno global y de un sistema comercial abierto. Xi ha firmado el acuerdo de París sobre cambio climático, defiende el acuerdo nuclear de la comunidad internacional con Irán y expande la liberalización del comercio en Asia. China ha dejado de ser el “cuco” del mundo para ser “el muchacho de la película”.

     

    Cambios importantes

    En cuanto al Mar de la China, donde la gran flota naval estadounidense aplicaba su estrategia de contención a la aspiración expansionista china, sería escenario de la nueva gravitación de Beijing. Especialmente ahora que Estados Unidos el que amenaza con alterar el viejo pacto que mantuvo durante décadas la paz en el estrecho de Taiwán.
    El nuevo orden geopolítico internacional hará desaparecer, seguramente, la prolijidad que aporta el multilateralismo porque las reglas que antes eran compartidas y respetadas por muchos son reemplazadas por el juego de potencias rivales. Si Trump imagina un gran condominio entre Estados Unidos, China y Rusia va a descubrir que estos actores tienen intereses encontrados. Si acuerda con Putin sobre Siria dará la victoria a Irán. Si abandona el Tratado Trans Pacífico sobre comercio hará que los otros 12 países signatarios, sus tradicionales aliados, se integren económicamente con China.
    Un ordenamiento nuevo en el mundo podría estar lleno de pactos regionales superpuestos y a veces contradictorios. Europa no está creciendo a la velocidad necesaria para apagar la furia de los perjudicados por la globalización. Marine le Pen, la líder francesa del xenófobo grupo Front National, espera que la ayuden los vientos de Brexit y Trump para llegar a la presidencia. Si lo lograra, el cuadro quedaría completo.
    El escenario más improbable es que Europa se recupere a mayor velocidad, que la migración se detenga, que gane en Francia el candidato republicano François Fillon y que Angela Merkel consiga un cuarto término para restaurar el motor de la cooperación franco–germana.
    En cualquier caso, el nuevo diseño del mundo no será prolijo. La teoría geopolítica clásica establece que, cuando se produce una colisión entre una potencia establecida y una en ascenso, la que surge es la fuerza desestabilizadora. Sería irónico entonces, si en la próxima reunión de Davos, el presidente Xi sea el que haga la invitación a la estabilidad.