El tema del nuevo auge del proteccionismo y de lo que parece el intento globalizador en retirada se toca también con las fronteras de otros conceptos relevantes, como el gran debate en torno al crecimiento económico y el conflicto entre capitalismo y democracia. La sombra del proteccionismo nubla el firmamento de la mayor parte del mundo industrializado. Tratados comerciales importantes que tenían vistas de convertirse en realidad cercana, han sido abandonados y postergados, tal vez para siempre. El mundo es distinto. La globalización atraviesa por su peor momento.
Pero además, no son buenos tiempos para las convicciones democráticas. Según el informe anual que produce Freedom House –el think tank que elabora un reporte sobre el estado de la democracia cada 12 meses– la democracia estuvo en retroceso durante la última década. El año pasado hubo 72 países que presenciaron una declinación en libertad, el mayor número durante el decenio.
Hay un claro renacimiento del populismo autoritario. Un estancamiento permanente o de largo plazo es la hipótesis dominante. Si se combina la falta de equidad en la distribución del ingreso con el menor índice de crecimiento económico, y el evidente ascenso del populismo se comprende el grado de pesimismo y clima sombrío que se percibe tanto en el mundo desarrollado como en el de los emergentes. Los actuales desafíos –está claro– no son la herencia de la crisis financiera de 2008, sino el impacto de profundos cambios estructurales en la economía.
La percepción es que se está ingresando en territorio desconocido y peligroso.
Menor comercio mundial
Algo que es difícil de entender para los expertos es cómo se ha frenado la evolución del comercio global. En los últimos años apenas crece a 3% anual, la mitad del ritmo registrado durante las tres décadas anteriores.
Entre 1985 y 2003, creció al doble de velocidad del producto bruto interno. Ahora apenas alcanza al mismo ritmo.
Esta lentitud reciente afecta a todos los países, desarrollados y emergentes, como también al comercio de bienes y de servicios. El pronóstico para este año es de un crecimiento más que modesto (1,7%) que será menor al nivel de crecimiento económico (por primera vez en 15 años).
Esta realidad preocupa porque parece augurar lo que se convertiría en normal en el largo plazo del comportamiento económico. La globalización de décadas recientes –luego del auge económico de la posguerra a partir de 1945– ha mejorado la calidad de vida y de ingresos en buena parte del planeta. Como lo enseñaba el pensamiento de los últimos 100 años, la mejoría en el comercio aportaba los beneficios de la especialización, fluido intercambio de ideas, mayor eficiencia, y sobre todo más innovación y productividad.
Desde la perspectiva de los equipos técnicos del FMI, la nueva lentitud no se debe a una deliberada acción de los Gobiernos, sino sencillamente a un colapso en el proceso de inversiones, que se hizo especialmente visible a partir de la crisis financiera de 2008.
Si el diagnóstico fuera correcto, los Gobiernos tendrían oportunidad de revivir la economía y mejorar los indicadores del comercio mundial, sea estimulando la demanda, o eliminando impedimentos que bloquean la oferta. También se cita como explicación menor ritmo en la liberalización del comercio y una resurrección evidente del proteccionismo en buena parte de la geografía planetaria.
En las últimas dos décadas, los aranceles a la importación caían, primero, al 1% anual, y luego al 0,5% cada año. Ahora, desde 2008, este proceso prácticamente ha llegado a un alto total.
Todos estos ingredientes, combinados, pueden implicar un claro retroceso en el proceso de globalización. En un contexto donde los salarios están estancados, las tasas de crecimiento son pobres, y la desigualdad social aumenta, mientras se hace responsable a la competencia desleal de trabajadores en países pobres, y en especial a las multinacionales que se llevan los negocios fuera del mundo industrializado.
Esa es la imagen que evoca y explica el Brexit de Gran Bretaña de la Unión Europea, el crecimiento de partidos de ultra derecha en ese continente, y el deterioro del proceso político democrático que permite una candidatura presidencial como la de Donald Trump en Estados Unidos.
Esta nueva hostilidad que se percibe contra la globalización en todas las latitudes coincide con la falta de arsenal en los bancos centrales. Las tasas de interés no pueden estar más bajas y aun así, no logran estimular la inversión en el nivel necesario. Al contrario, de persistir esta política, el temor es que erosione de modo decisivo el modelo de negocios de los bancos, resultando en más daño que beneficio.
Si continúa la crisis globalizadora, aumentan los temores de que la economía mundial, ahora al borde del abismo, se deslice por él para caer en profundidades inéditas.
No hubo trickle down
Hace pocas semanas, la reunión simultánea del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial en Washington fue ocasión privilegiada para constatar la hondura y anchura de este temor. La mayoría de los asistentes caía recurrentemente en el análisis de lo que significará el Brexit, cuando se concrete, y de los efectos de la prédica de Donald Trump, aun perdiendo. Flotaba en el ambiente la posibilidad cierta de un colapso de la realidad conocida, sin que hubiera certeza de lo que la reemplazará.
Hay unanimidad en reconocer las ventajas del libre comercio y de la globalización. Pero los Gobiernos han sido renuentes a corregir los desvíos. El famoso trickle down de la economía –que derramaría los efectos positivos del crecimiento– no tuvo lugar, al menos de la forma en que se esperaba.
Clases medias con menores ingresos para enfrentar hábitos de compra establecidos, desempleo, desindustrialización en vastas zonas del mundo desarrollado han precipitado resentimiento por la evidente inequidad de un capitalismo donde empresas y empresarios siguen declarando ganancias.
Un escenario que no es exclusivo de Occidente. Fenómenos políticos como, por ejemplo, lo que fue la “primavera árabe”, se encuentran en la base de esta realidad.
¿Qué fue lo que pasó? Para muchos analistas la mejor explicación de por qué el proceso globalizador se encuentra ahora en esta encrucijada es que los estados fallaron en instrumentar las reformas económicas que hacían falta para corregir el rumbo. Otros pensadores difieren con esta versión. Creen que lo que realmente ocurrió fue que las democracias occidentales no estuvieron a la altura de los shocks económicos que inevitablemente tenían que venir con la globalización, como, por ejemplo, el estancamiento de los ingresos reales, y la crisis financiera mundial con su impacto persistente en el largo plazo.
Así fue como en Inglaterra, como se vio en el Brexit –en verdad en varios lugares más de Europa–, el disruptivo avance tecnológico, combinado con la globalización, destruyó los viejos empleos industriales (gente sin las nuevas habilidades requeridas) y deteriora las chances de la baja clase media que enfrenta el mismo problema. Lo que demuestra que no hay nada irracional en la actitud negativa de millones de votantes.
Tanto desde el punto de vista técnico como político, la sensación de las sociedades occidentales es que están totalmente desbordadas. Es probable que el gran acuerdo comercial mundial esté más lejano que antes, o que la liberalización de los mercados se ha detenido totalmente. Pero no necesariamente para siempre. Es preciso identificar el cambio que hace falta y comenzar a aplicarlo.
Este nuevo escenario se cobró al menos dos víctimas. El primero es el Tratado Transatlántico entre la Unión Europea y Estados Unidos. A principios de año había coincidencia en que se firmaría antes de que terminara 2016, como broche de oro de la Presidencia de Barack Obama. Hoy no hay ninguna posibilidad de que ello ocurra, y tampoco en el futuro cercano.
El próximo Presidente de Estados Unidos –aun estando de acuerdo– no abordará el tema, como tampoco lo harán los dirigentes de la Unión Europea.
Igual suerte ha corrido el Tratado Transpacífico, pieza clave de la geopolítica de Washington para organizar a sus aliados en las costas de este océano, y contener el avance chino sobre su mar circundante. La misma Hillary Clinton, que supo estar de acuerdo con esta iniciativa, canceló su apoyo.
Fin de la era de grandes ganancias
Según una investigación de McKinsey Global, una era de 30 años de crecimiento ininterrumpido de ganancias por partes de las empresas, parece estar llegando a su fin.
La estimación es que el actual nivel total de ganancias empresariales, que ahora está en 10% del producto bruto mundial, puede reducirse a menos de 8% para una fecha tan cercana como 2025. Es decir, se perdería en una década el nivel de todas las ganancias obtenidas durante los últimos 30 años.
Hay una comparación fácil. Entre 1980 y 2013 crecieron enormemente los mercados mundiales, mientras que, simultáneamente, bajaban los costos impositivos, el costo de los préstamos financieros, los costos salariales, el de los equipos y el de la tecnología. Las ganancias totales de las empresas más grandes del mundo eran de US$ 2 billones (millones de millones) en 1980, y pasaron a US$ 7,2 billones en 2013, con lo que las utilidades pasaron de ser 7,6% del producto bruto mundial a 10%.
Todavía hoy, las grandes firmas de las economías más avanzadas del planeta obtienen dos tercios del total de utilidades, lo que las convierte en las más rentables. Las multinacionales se beneficiaron de mayor consumo e inversión industrial, la disponibilidad de mano de obra barata (entonces en China) y de la globalización de las cadenas de aprovisionamiento.
Pero las señales de cambio en el ambiente y en la propia naturaleza de la competición global son abundantes y elocuentes. Si bien los ingresos globales pueden aumentar 40%, alcanzando US$ 185 mil millones para 2025, el nivel de ganancias se está erosionando. Lo que puede implicar que el total de las ganancias corporativas mundiales caigan de 5 a 1%, exactamente igual a como era en 1980, antes del boom.
Hay un desplazamiento desde la industria pesada, a sectores centrados en ciencia y tecnología, marcas, algoritmos y software. El negocio financiero, medios digitales, productos de IT, empresas farmacéuticas y de biociencias. Los nuevos competidores vienen en bandadas y son cada vez más numerosos y poderosos, porque además obtienen altos márgenes de rentabilidad.
Los “precarios”, una nueva clase social
Es un concepto atribuido al economista británico Guy Standing que define una creciente cantidad de gente que se siente insegura en sus trabajos, en sus relaciones comunitarias y en su propia vida. Ese sentir estimula el auge del populismo tipo Donald Trump.
Es la falta de seguridad y previsibilidad que afecta el bienestar material o psicológico. A diferencia del proletariado industrial del siglo pasado que no poseía los bienes de producción y vivía de su sueldo, la nueva categoría está parcialmente implicada en actividades laborales, debe cumplir múltiples actividades no remuneradas para tener acceso a puestos de trabajo y a salarios dignos.
Falta seguridad en el empleo, se trabaja de modo intermitente y genera una existencia precaria. La emergencia de este fenómeno se adjudica al capitalismo neoliberal.
Tan central es el tema que da lugar a una reunión mundial tan exclusiva, discreta y secreta, que haría palidecer de envidia al foro de Davos. La cita mundial se llama Bilderberg, el nombre del hotel holandés donde dirigentes mundiales se reunieron por primera vez en 1954. El encuentro de este año se celebró en algún lugar de Dresden, Alemania, con asistencia de 130 líderes mundiales y máximos ejecutivos de empresa (hubo tres personas con cargo de Primer Ministro y 130 CEO de grandes empresas). Durante cuatro días debatirán una agenda que incluye a China, los procesos migratorios, la ciberseguridad, pero sobresale el foco que se pondrá en “los precarios” y las clases medias.
Los “precarios” son los que tienen empleo de medio tiempo, salarios mínimos, trabajadores extranjeros temporales y a los que se paga en efectivo, sin mayores registros.
Este grupo marginal, pero cada vez más importante en número, pleno de gente enojada, ansiosa, alienada, favorece el surgimiento de ideas y líderes populistas y de derecha, tanto en Estados Unidos como en toda Europa. Las consecuencias: desórdenes políticos, en los mercados y las economías que cruzan horizontalmente todos los demás tópicos de la agenda de Bilderberg.
¿Qué resultará de todo este debate? Difícil pronosticarlo. Las reglas del encuentro es que no se toman notas ni quedan archivos escritos. No hay propuestas de resoluciones a tomar, no hay votaciones ni se hacen declaraciones finales. Intrigante en verdad.