Revive el aislacionismo en Estados Unidos

    Washington comenzó hace tiempo su retirada estratégica del Medio Oriente. Tal vez el enorme incremento en la producción del shale oil & gas fue razón determinante en esa decisión. Los países del Golfo –con su riqueza petrolera– ya no tenían la misma importancia que antes. Sin embargo muchos críticos al actual Gobierno sostienen que es una capitulación de Barack Obama, que prefiere no intervenir en conflictos armados en esa región.
    Incluso le achacan a su pasividad el rol estelar de Rusia en Siria, en lo que seguramente tienen algo de razón: la Casa Blanca no vio venir el movimiento bélico de Moscú en área tan sensitiva.
    Pero los críticos ignoran un punto central de la convicción de Obama: su certeza de que el poder se ha desplazado al Pacífico y que ese es el escenario donde se define el siglo 21. De ahí su esfuerzo por armar el Tratado Transpacífico con todos los países ribereños de ese océano, a excepción de China, precisamente a quien quiere contener.
    Pero los que creen que Obama es un pacifista deplorable se llevarán una sorpresa con el próximo Presidente de la Unión. Quien quiera que sea, tendrá una enorme presión popular en contra de un despliegue estadounidense en todos los problemas y lugares del planeta.
    Tal vez lo que no ha sido bien entendido es que hubo un cambio central en las ideas políticas dominantes en el país: vastas masas de votantes, clases medias y bajas, blancas, negras y latinas, culpan a la globalización y a la codicia desmedida de las empresas, por todo lo que les toca sufrir, en especial, la falta de esperanza en una vida mejor para sus hijos.
    Trump o Saunders (con sumo placer); Cruz o Hillary (con renuencia) se verán obligados a revivir el viejo aislacionismo estadounidense. Que se arregle el resto del mundo. En comparación, Obama lucirá como el campeón de la presencia estadounidense en todos los puntos vitales del planeta.
    Lo más probable que ni Donald Trump ni Bernie Saunders ocupen el salón oval de la Casa Blanca. Pero las campañas políticas de ambos han tenido un efecto demoledor de lo que era hasta entonces the main stream en materia de pensamiento económico y social. Un terremoto político que puede modificar sustancialmente la vida de ambos partidos tradicionales e incluso, dar lugar a terceros actores. Una importante mayoría del electorado demanda el repudio explícito a compromisos militares y comerciales con el resto del mundo, una retirada a fondo del globalismo actual.
    El símbolo más emblemático de esta campaña, ha sido la promesa de Trump de levantar un gigantesco y extenso muro (¿se acuerdan del de Berlín en plena Guerra Fría?) que separe a Estados Unidos de México. Aunque también promete que los ciudadanos podrán comprar autos y maquinarias fabricadas en el país y no en el extranjero. Como añadidura, el repudio de todos los tratados comerciales vigentes –que a su juicio– perjudican al país. Por decir esas cosas, para sorpresa del establishment Pepublicano, es el candidato favorito de la gente común que respalda a ese partido.
    El candidato Demócrata tiene una versión de izquierda del aislacionismo, sin militarismo, pero denunciando que no es el rol de EE.UU. el de ser policía del mundo. Muy fuerte es su posición ante el irrestricto libre comercio practicado hasta ahora, el que –a su juicio– es responsable del deterioro en la calidad de vida y magros ingresos de la mayor parte de la población. Tanto ha calado esa posición, que la misma Hillary Clinton olvida creencias anteriores y declara en contra de nuevos acuerdos comerciales e incluso del mismo TPP (Trans-Pacific Partnership), piedra fundamental de la política exterior de Obama.
    Hay una enorme desilusión con las promesas que trajo en su momento la globalización, y la culpa es –como suele ocurrir en estos casos– de los extranjeros, y de la élite pudiente junto con las corporaciones con presencia multinacional.
    Una actitud que, de imponerse, traerá profundas consecuencias para la economía mundial y para el clásico papel de Estados Unidos como la nación más poderosa del planeta.
    Mientras tanto, lo que surge de modo evidente, tanto en Estados Unidos como en Europa es un fuerte resurgimiento del populismo de derecha, un fenómeno que no se daba en casi un siglo. Su sustento –aunque parezca difícil de entender– tiene mucho que ver con el vertiginoso cambio tecnológico global. Multitud de gente se siente desplazada, con sus trabajos amenazados, sin expectativas de mejorar sus ingresos. Con una calidad de vida buena, hasta ahora, súbitamente amenazada para ella y para su descendencia.
    En Europa, hay algo más: los refugiados por centenares de miles que vienen de Siria, de Iraq y del norte de Ãfrica. “Los nuevos bárbaros invaden Europa”, que no sabe qué hacer para contenerlos. En los Balcanes, en el centro europeo, pero también en Alemania y Francia, quien gana ahora las elecciones es la extrema derecha.

    El precio del petróleo sigue desconcertando

    Desde finales de 2014 hasta ahora, el precio del barril de petróleo se derrumbó en 70%. Todo se ha dicho ya sobre la estrategia de la Opep para recuperar mercados –perdiendo precio pero no market share– ; y sobre los presuntos ganadores y perdedores de esta inédita circunstancia.
    Pero con la perspectiva que da el tiempo, no parece que los usuales pronosticadores económicos tuvieran mucho acierto en sus predicciones. La creencia era que el nuevo escenario traería reactivación y hasta bonanza económica en muchas latitudes.
    La teoría era que las economías desarrolladas desplazarían otra vez a los emergentes en el ritmo de crecimiento. Pero el FMI acaba de echar un balde de agua fría sobre los entusiastas de esta idea. Estima que habrá poco crecimiento por largo tiempo.
    Se suponía que con petróleo barato se beneficiarían claramente toda Europa, China, Japón y hasta Estados Unidos. No ocurrió así. India ha sido la única excepción positiva. Con suerte, el crecimiento global estará este año en 2%.
    Son resultados difíciles de explicar. Hubo un gran desplazamiento de recursos de países productores a países consumidores. Lo que se suponía era que una redistribución de recursos sería positiva para todo el mundo, ya que los grandes productores tenían enormes reservas de divisas a las que podían acudir mientras durara el tiempo de los bajos precios.
    Pero la economía y las reservas de los productores resultaron ser menores a lo previsto (obligados a recortar el gasto y la inversión) y el consumo de los importadores no se tradujo en los beneficios esperados.
    Hay una montaña de deuda –US$ 3 billones (millones de millones), según estima el Banco de Pagos Internacionales–, acumulada por la industria petrolera de todo el mundo, que además ha recortado drásticamente la inversión prevista.

    Mejoría en 2017
    El nuevo pronóstico es que el precio del barril de crudo logrará estabilizarse en US$ 40, y mejorar así el crecimiento.
    Lo que puede cambiar el panorama es, por primera vez en 15 años, un acuerdo entre los principales productores mundiales de petróleo (dentro o fuera de la Opep).
    Una docena de países, incluyendo a Arabia Saudita, Rusia, Venezuela, Iraq y los demás productores del Golfo, apostaban a congelar la producción a los niveles de enero pasado, sin aumentar la producción en un barril. Pero la cumbre fracasó por la insistencia saudí en que Irán debía comprometerse también.
    La idea era observar el efecto de la medida y en una próxima reunión en octubre, en Rusia, evaluar los resultados y decidir si se prorrogaba el convenio.
    La meta era mantener el precio en un nivel que no descienda de los US$ 30. Para muchos analistas resultará muy improbable. En enero todos estaban produciendo a full, y más tarde comenzaron a exportar Irán y Libia, lo que suma más oferta disponible.
    Hay otros actores que no suelen ser considerados, pero que juegan un papel relevante. Son las “trading houses”, los vendedores e intermediarios en operaciones petroleras, con nombres conocidos como Glencore, Vitol, Trafigura, Mercuria, que cubren una quinta parte de la demanda mundial petrolera. La intención de estos protagonistas –y lo han avisado a los productores– es trazar una línea: por debajo de US$ 30 no se vende ni un barril (habrá que ver si tienen músculo para cumplir la amenaza). El colapso de los precios tuvo terrible impacto sobre los resultados y las finanzas de todos ellos.
    Las grandes compañías petroleras globales, como Exxon, Shell o Chevron, no están al margen de estas calamidades. Siempre ocuparon un rol central en la historia petrolera, pero esta vez enfrentan el más serio desafío.
    No se trata de la caída brutal en el precio del crudo. Eso es solo un síntoma de magnitud, pero hay mucho más en la escena. Es el tradicional modelo de negocios el que está en riesgo. Para sobrevivir, deberán repensar su manera de actuar y revisar a fondo su estrategia.
    Siempre tuvieron dos grandes ventajas competitivas. Eran los proveedores de los combustibles con los que se manejaba el transporte, y tenían acceso privilegiado al crudo necesario para producir combustibles. Ya no es así.
    Como productores de petróleo y gas han sido reemplazados, además de por grandes compañías estatales, nacionales, por multitud de pequeños productores que incursionan en el shale en Estados Unidos, o en esquistos bituminosos de Canadá.
    El crecimiento en el uso de combustibles de origen fósil estará limitado además por el fuerte compromiso de la cumbre climática en París para que no aumenten las emisiones.
    Nuevas baterías con mucho poder de carga hacen posible el desarrollo de autos eléctricos. Se abaratan los paneles solares, y crece el interés por la energía eólica. Ãreas todas, donde tímidamente, están operando ya las grandes marcas.
    El ideal para estas grandes corporaciones es que el precio del barril se recupere a US$ 50. Allí, e incursionando cada vez más en el nuevo modelo, serían rentables sin problemas.