Por Rubén Chorny
Héctor Otheguy
“3,2,1… sorda explosión. La larga estela de fuego se desprende del cohete Delta II que va tomando altura tras haber despegado en 2011 de la base de la Fuerza Aérea de EE.UU. Vanderberg. Lleva hacia el espacio al satélite de observación de la tierra y oceanográfica Sac D/Aquarius, fabricado íntegramente en el laboratorio sito en Bariloche por una empresa estatal provincial de Río Negro, Investigaciones Aplicadas (Invap), a requerimiento de una sociedad entre la imponente National Aeronauctis and Space Adminstration (Nasa) y su comparativamente modesto émulo local, la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (Conae).
Visiblemente conmovido, al pie de la propia plataforma donde se consumó el extraordinario acontecimiento nacional, en el oeste estadounidense, el gerente general y Ceo de la empresa estatal provincial Investigación Aplicada (Invap), Héctor Otheguy, siente que toca la cúspide de la alta tecnología espacial con la punta de los dedos, codo a codo con los californianos ganadores de la “guerra de las galaxias”. Desde ahí saluda a sus camaradas que siguen el histórico lanzamiento desde el bastión tecnológico que alumbró el satélite made in Argentina y el equipamiento que lleva a bordo, de cara al lago Nahuel Huapi, en San Carlos de Bariloche: “Nuestro bebé está volando solo”, exclama.
Es raro para quienes lo tratan haberlo visto tan emocionado a este licenciado en física egresado de la décimo-tercera camada del Instituto Balseiro y con un máster en la especialidad hecho en Estados Unidos, que acompañó al fundador, Conrado Varotto, desde los albores mismos de esta gesta empresarial pública que, a propósito de haber tenido una misma línea de conducción, alberga un gran secreto a voces: la continuidad en la evolución, desarrollo y vigencia de los valores iniciales en los 40 años que lleva funcionando, caso único de gestión que ni siquiera se encuentra en empresas familiares. Que adquirió una mística, una dinámica y versatilidad nada frecuentes para una empresa pública. Pero que además creció en simultáneo con la cadena de valor, principalmente Pyme privadas.
Ya con el otro satélite argentino de comunicación, el Arsat 2 en órbita desde el año pasado, Otheguy confiesa que nunca hubiera imaginado que trabajarían con la Nasa.
Sin embargo, hoy, cuando le preguntan por el nivel competitivo de la tecnología espacial argentina, pone como ejemplo el proyecto Aquarius, de gran relevancia internacional, que tiene que ver con mejorar el entendimiento del cambio climático, del calentamiento global, el cual fue confiado a Invap por la agencia espacial número uno del mundo, que aportó nada menos que US$ 300 millones. “La nave se diseñó, se fabricó y se probó en la Argentina”, le cuenta a Mercado en una entrevista concedida en las oficinas céntricas de la firma rionegrina, en las que alterna semanalmente con el despacho central de Bariloche.
La historia bien podía haber sido otra si en 1978, en vez de haber hecho el primer reactor llave en mano que está en el Centro Atómico Bariloche, en el Instituto Balseiro, se hubiera importado de Estados Unidos, como se estuvo a punto. La Argentina traía una cierta acreditación internacional en materia nuclear, que empezó en 1974, cuando se puso a funcionar la primera central nuclear de Latinoamérica, Atucha I, de modo que había un grupo formado que no casualmente le da origen a Invap en esa época.
Arsat-1
De la tecnología nuclear a la espacial
–¿Cómo se vincula el conocimiento nuclear fundacional con el desarrollar de los satélites, los radares?
–A partir de 1982, año en que se terminó el reactor escuela RA6, todos los ingenieros nucleares recibidos en el Balseiro lo utilizaban en las prácticas, en las capacitaciones. Al comienzo habíamos desarrollado la tecnología para producir circonio metálico, cuando había solo dos productores mundiales grandes, uno en Francia y otro en Estados Unidos; después encaramos el llamado proyecto Pilcaniyeu, de enriquecimiento de uranio, que como desafío era muchísimo mayor porque comprendía varias tecnologías, como la química, de materiales, de cerámicos, mecánicos, de control electrónico, y se cumplió. Y en tercer lugar, el reactor, a partir de lo cual, a mitad de la década de 1980, conseguimos el proyecto de Argelia; a principios de los 90 la primera licitación internacional en Egipto y así llegamos a Australia, que terminó siendo el proyecto nuclear más importante, porque desde hace 10 años que no dejan de hablar maravillas de ese reactor en cuanto congreso mundial asisten.
–¿Qué efectos produjo en la evolución de la empresa?
–Fue la mejor propaganda para que Areva, la firma del complejo nuclear más grande del mundo en Francia, haya tenido la iniciativa de sumar su potencia a la capacidad específica que ha demostrado la Argentina a fin de ir juntos a la licitación de Sudáfrica con una oferta más competitiva. No sucede siempre lo mismo. Hace seis años Invap había ganado una en Holanda, en competencia con ellos y los coreanos, y ahora que ese proyecto se reavivó, de nuevo la disputa es entre todos. Actualmente, estamos en un pie de igualdad con las grandes empresas que desarrollan tecnología nuclear con fines pacíficos, tales como AECL, Siemens, Kepco, además del grupo francés.
–Ya consolidada la presencia nuclear, ¿cómo pasaron de ser una empresa netamente nuclear a espacial, con el proyecto Aquarius y los Arsat 1 y 2?
–La clave de la versatilidad que posibilitó ese tránsito es que en nuestra génesis está el desarrollo de la capacidad y metodología para ejecutar proyectos complejos, que cuanto más difíciles son menos competidores tenemos. En la Argentina, ninguno. La tecnología de gestión nos permite pasar de uno nuclear a uno satelital; de poder firmar un contrato hoy, ponerle un precio fijo en base a una oferta, a un estudio, y comprometernos a que dentro de seis años va a haber una instalación nuclear, como fue el caso de Australia o de Egipto, o que resolveremos en nuestras instalaciones de Bariloche desafíos tanto satelitales como de radares, equipamiento médico, televisión digital. Ha sido fundamental haber confiado la gerencia del área espacial satelital a ingenieros nucleares del Balseiro. De modo que se fue creando una sinergia entre los proyectos y cierta posibilidad de especialistas (ingenieros, técnicos, armadores de equipos electrónicos), que lo hacen para la parte nuclear y también puedan hacerlo para la espacial.
Nasa a la vista
El convenio de cooperación espacial entre Estados Unidos y la Argentina, en 1991, colocó a Invap como proveedor de la Conae, que sería un equivalente minimalista de la Nasa, acuerdo de colaboración permitió trabajar en conjunto en los primeros cuatro satélites nacionales de observación de la tierra, donde la Argentina paga una parte y la Nasa otra, y ambas aportan instrumentos. Además de participar otros países, como Francia, Dinamarca, Italia, Brasil.
–¿Cómo afrontaron esa experiencia para un país sin tradición en la alta tecnología como el nuestro?
–Le cuento una anécdota: en 1997 estuvo todo un día en Bariloche el número uno de la Nasa durante 10 años, que manejaba U$ 20.000 millones de presupuesto anual. Se llama Daniel Goldin. Recién habíamos hecho el SAC D y estábamos con el A, o sea, en el inicio. Vio que con capacidad muy modesta en comparación con la que tienen en EE.UU. lográbamos estos resultados. Como no teníamos mucho de espacial para que viera porque se había lanzado un satélite y el otro estaba en diseño, le mostramos que en el mismo recinto en el que hacíamos los satélites estaban las consolas, o sea la parte electrónica del reactor de Egipto. Se manifestó sorprendido de que entre medio de dos proyectos estuviéramos aprovechando la capacidad de la gente y el lugar espacial para una aplicación nuclear, para de esa forma no trasladar costos de los tiempos muertos a otros proyectos que generan ingresos. Dijo que ojalá las empresas espaciales estadounidenses, que son privadas, se copiaran.
–A propósito de lo público y lo privado, ¿cómo entienden el principio de subsidiariedad del Estado?
–En términos generales, no hay empresas privadas nacionales que operen en los mismos campos de acción que nosotros. Se debe al tamaño limitado del mercado interno, las altas barreras de entrada tecnológicas y a las exigencias programáticas y de gestión regulatoria. En cada país (excepto quizás en Estados Unidos, Rusia o China) hay una o a lo sumo dos empresas que son contratistas principales de obras nucleares, aeroespaciales o de sistemas de defensa. Pero, fundamentalmente, nunca hemos recibido subsidios por parte de ningún organismo público ni excepciones impositivas. Operamos como empresa privada y con arreglo a las correspondientes normas de la Comisión Nacional de Valores y, como tal, nos presentamos en licitaciones nacionales e internacionales, donde competimos con tiempos de desarrollos, en algunos casos, inferiores a los de práctica. Con el satélite geoestacionario de comunicaciones Arsat–1, el concepto de la plataforma fue iniciado en 2006 y el primero se lanzó en 2014.
–¿Cuál es el criterio de rentabilidad y eficiencia en los costos con que se manejan?
–La principal diferencia con las empresas privadas es que, mientras estas tienen como objetivo lógico maximizar las ganancias, el objeto social de Invap establece contribuir al desarrollo tecnológico nacional y crear fuentes genuinas de trabajo. Obviamente, para poder desarrollarnos y crecer debemos producir utilidades. La política de la provincia ha sido reinvertirlas, no retirar dividendos.
De todo, como en botica
Llama la atención que, además de los megaproyectos espaciales y satelitales, dentro de la misma organización se dispersen aún más las actividades: desde proveer las antenas de la televisión digital, fabricar palas para generar energía renovable, proyectar la instalación del primer parque eólico de Río Negro, próximo a El Chocón, para que funcione en sociedad con Dow Argentina, integrar una sociedad con Los Grobo en una firma Frontec, dedicada a brindar servicios satelitales para el agro, hasta entregar dos radares más de defensa en el Escudo Norte como parte de un contrato de 12 en total, de los cuales ya estaban colocados los primeros seis. Desde 2004 llevan vendidos 22 radares para controlar el tráfico aéreo civil colaborativo en más de 90% de las aerovías en todo el país.
Aunque parezcan tener con qué entretenerse, más de medio Bariloche está pendiente ahora de los resultados de las gestiones de Conae con la Nasa para ver cómo siguen los Arsat y si le continuarán encargando los satélites, mientras conciben ampliar el desarrollo del equipamiento que viaja en el interior de las naves. También albergan expectativas en la licitación de Sudáfrica en ciernes.
En el “mientras tanto” incursionan en cuanto negocio de desafío extremo sea captado por sus radares, como insólitamente el que desarrolla ahora de prótesis de cadera de calidad análoga a las mejores importadas y alineadas con su precio.
Todo sea para que no falte el trabajo. “Medio que no le decimos no a nada”, admite el histórico timonel de la empresa.
Una radiografía rápida
La firma, creada en 1975 cuando el justicialista Mario Franco era gobernador de Río Negro, es ciento por ciento provincial, pero con control compartido con la CNEA, de donde proviene el grupo fundador que lideraba desde el Centro Atómico de Bariloche, de la Comisión Nacional de Energía Atómica, el doctor en física, desde 1992 en la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (Conade). Otheguy se había integrado al equipo precursor en 1972 y empezó como subgerente técnico, para luego ascender a la gerencia en 1982 como número dos de Varotto y luego como Ceo y gerente general 10 años después.
Tiene hoy bajo su conducción a 1.400 empleados: 85% profesionales y técnicos altamente especializados. La empresa factura el equivalente a US$ 200 millones por año. Parte de las ganancias es reinvertida por la provincia de Río Negro como aporte de capital y otra parte, 15% aproximadamente, se reparte entre todos los empleados por igual, bajo la forma de bono de participación. El personal, en su carácter de Tenedores de Bonos (“cuasi accionistas”) elige un director dotado de iguales derechos y obligaciones que los demás miembros del directorio. El capital inicial, actualizado a hoy, fue de aproximadamente US$ 300.000, y el patrimonio neto asciende a alrededor de US$ 55 millones. Obtiene el capital de trabajo del cash flow, de la financiación bancaria y lleva lanzadas tres ON para asistir proyectos. En estos momentos, la empresa posee 34 convenios de colaboración con universidades nacionales y privadas.